De la Conferencia de Algeciras a la alianza de civilizaciones

AutorMáximo Cajal
Cargo del AutorEmbajador de España
Páginas21-29

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Poco menos de cien años separan el 16 de enero de 1906, fecha de la solemne apertura de la Conferencia de Algeciras por su presidente Juan Manuel Sánchez y Gutiérrez de Castro, duque de Almodóvar del Río y ministro de Estado, del lanzamiento formal por el Secretario General de las Naciones Unidas de la iniciativa que diez meses antes había presentado el Presidente del Gobierno en su intervención el 21 de septiembre de 2004 en el 59º periodo de sesiones de la Asamblea General de la ONU. Fue, en efecto, el pasado 14 de julio de 2006 cuando el portavoz de Kofi Annan anunció en Nueva York la puesta en marcha de la Alianza de Civilizaciones para dar respuesta a la necesidad, globalmente sentida, de que es necesario un esfuerzo comprometido de la Comunidad Internacional -tanto a nivel institucional como de la sociedad civil- para superar los prejuicios, los malentendidos y la polarización que están tomando cuerpo entre las naciones y que representan un potencial y creciente peligro para la paz mundial. La Alianza, añadió el portavoz, pretende hacer frente a las amenazas que emanan de percepciones hostiles que alientan la violencia, y fomentar la cooperación con vistas a corregir esas fracturas. Los acontecimientos de los últimos años han agudizado la percepción de que se está abriendo un creciente foso -una trinchera diría yo-, una progresiva falta de entendimiento entre las sociedades islámica y occidental, contexto éste que ha sido explotado y exacerbado por extremistas de todas las sociedades. La Alianza de Civilizaciones quiere convertirse en una coalición contra estas fuerzas; en un movimiento para promover el respeto entre todas las creencias religiosas y todas las tradiciones, y en una reafirmación de la creciente interdependencia del género humano en todas las áreas. Como se dice textualmente en el documento que lePage 22 sirve de marco conceptual, esta propuesta es un "llamamiento a todos los que quieren construir más que destruir, los que consideran la diversidad un medio de progreso más que de amenaza y los que creen en la dignidad humana más allá de las diferencias de religión, etnicidad, raza y cultura".

Un siglo es ciertamente mucho tiempo. No puede obviarse impunemente el trecho que va de aquella ceremonia inaugural a finales de 2005, sin que nos detengamos a pasar revista, siquiera sea someramente, a lo sucedido entre tanto en las relaciones entre España y Marruecos, pero sobre todo en las mentes de españoles y marroquíes. ¿Dónde tendrá que actuar la Alianza de Civilizaciones, si no es sobre las mentes?, para superar "los prejuicios, las ideas falsas, los errores de apreciación y la polarización", como también recoge ese documento.

No podemos "puentear" estos cien años, mirar hacia adelante, centrarnos en una apuesta de futuro cual es la Alianza de Civilizaciones, y no volver la vista atrás, al pasado de donde venimos, tan próximo por otra parte. Yo nací en 1935. Apenas había transcurrido un año de la revolución de Asturias, diez desde el desembarco de Alhucemas y catorce desde Annual. Un pasado relativamente próximo que sigue pesando sobre nuestras espaldas.

Y ello es así porque -por muy globales que sean- los objetivos que persigue el llamamiento de José Luis Rodríguez Zapatero nos obligan -muy particularmente a nosotros, españoles y marroquíes-, a reflexionar también a escala bilateral sobre la evolución histórica de nuestros tratos, a partir de Algeciras sobre todo, y a sacar las consecuencias de tal examen con la mirada puesta en el permanente desafío que supone nuestra inevitable convivencia. Pues de eso se trata. De una recapitulación, que cada cual debe hacer por su lado desde luego, pero también juntos. ¿Cómo podremos embarcarnos los españoles a coadyuvar -tanto más en nuestra calidad de copatrocinadores junto con los turcos- a esta aventura colectiva, a impulsarla políticamente, si no hemos hecho, o no nos resolvemos a hacer, nuestros deberes en casa? Si no acometemos con rigor y el necesario coraje político el tema pendiente de nuestro vecino del Sur, el único realmente crucial de nuestra política exterior, ¿o acaso ya no es exterior? Si no abordamos simultáneamente, mirando al mañana, la cuestión del Islam español, íntimamente ligada, claro está, al tema de nuestras relaciones bilaterales, y que es tan urgente y actual -si no lo es más- como puedan serlo estas últimas. Un Islam que es sobre todo un Islam de origen marroquí y que ya está inserto en ese Islam europeo del que hablan los especialistas. Pero si nosotros hemos de aplicarnos el cuento, otro tanto se predica de Marruecos. También allí hay que hacer balance, otro balance.

Es desde esta perspectiva como creo que deben plantearse las cosas al hablarles de lo que nos ha traído hoy aquí: de esos cien años que, me atrevería a decir, si no han sido de soledad sí lo han sido en buena medida de desolación. Lo he dicho ya en algún otro lugar, porque mi planteamiento tiene mucho que ver con lo que Rodríguez Zapatero pretende evitar, que se levante "un nuevo muro de odio e in-Page 23comprensión" -la metáfora es suya- pero ahora entre nosotros, entre Marruecos y España, sobre todo a raíz de unos dramáticos acontecimientos que, de manera insidiosa, comienzan a hacer sentir sus efectos en ciertos medios de nuestro país. El riesgo de que se fragüe un choque de civilizaciones a uno y otro lado del estrecho de Gibraltar -¿por qué eludir esta expresión?, siendo así que uno de los objetivos del mandato del Grupo de Alto Nivel establecido por Kofi Annan consiste en "evaluar las amenazas nuevas y emergentes a la paz y seguridad internacionales, en...

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