Conciliación en la empresa. Soluciones de la sociedad red.

AutorYolanda María de la Fuente Robles - Eva Sotomayor Morales
Cargo del AutorCatedrática de Escuela Universitaria. Directora Escuela de Trabajo Social. - Profesora Contratada Escuela de Trabajo Social. Universidad de Jaén.
Páginas217-230

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I Introducción: la conciliación en la sociedad red

A pesar de que se ha avanzado mucho en el proceso de igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres, los desequilibrios generados por la falta de conciliación de la vida familiar y laboral conlleva a vislumbrar un largo camino para alcanzar la igualdad. Las mujeres aún está infrarrepresentada en los puestos de alta dirección y responsabilidad y en ellas recae el peso de las tareas reproductivas y domésticas. Ello en un contexto social en el cual trabajo y familia son los papeles vitales dominantes para la mayor parte de adultos ocupados en la sociedad contemporánea1.

Hasta hace unas pocas décadas, los modelos de organización laboral y personal seguían unos esquemas laborales y familiares más definidos. Sin embargo, en la actualidad, junto al proceso de globalización y los consecutivos cambios en el mercado de trabajo y de valores sociales, nuestra sociedad se enfrenta a una carencia de modelos referenciales, ejemplificado en que (i) el incremento de la inseguridad-flexibilidad laboral, (ii) los conocimientos que un/a trabajador/a poseen difícilmente sustentarán su actividad profesional durante toda la vida, (iii) la gestión de las comunicaciones en las empresas jerárquica y las relaciones con otras organizaciones se han modificado sustancialmente, (iv) las tecnologías aportan flujos de información masiva y los protocolos disponibles permiten una conectividad inimaginable hace sólo unos años y (v) los roles en las funciones laboral y personal entre hombres y mujeres se han modificado profundamente.

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II Cambios y desajustes de la nueva sociedad red

En la última década hemos presenciado grandes cambios en la estructura del mercado de trabajo y la economía mundial. Los avances de la tecnología han posibilitado la emergencia de nuevos modelos de organizaciones y nuevas formas de funcionamiento de la sociedad moderna. Estos cambios han sido objeto de reflexión por parte de algunos teóricos de diferentes generaciones que dejan entrever las singularidades del proceso de transformación de los antiguos modelos y sus consecuencias para el trabajo y la ciudadanía.

Los teóricos de la sociedad postindustrial, como Turaine (1973) y Bell (1973), reflexionaban acerca del inminente fin de la sociedad industrial y evidenciaban un cambio en las estructuras sociales y la organización del trabajo. En la mitad de los años setenta, el modo de producción fordista-taylorista, caracterizado por la especialización de las tareas laborales y la sincronización de las fases de producción y los tiempos, comienza a encontrar grandes dificultades. La causa de estos cambios se atribuye a la saturación de los mercados internacionales, el aumento de los precios de las materias primas, el crecimiento de los niveles de instrucción de la población activa y los cambios de estilo de vida de la sociedad occidental. Se estaba produciendo el tránsito hacia la sociedad postfordista o postindustrial descrito por Bell.

En la consideración del eje motivador del cambio, Castells (1998), va más allá, por considerar al poder y al proceso de globalización, además de la generación de riqueza, factores esenciales en este proceso. Además, considera que los cambios surgieron como una estrategia para evitar la incertidumbre causada por el rápido ritmo de transformación del entorno económico institucional y tecnológico de la empresa, aumentando la flexibilidad en la producción, gestión y comercialización.

Esta reestructuración estimulada por la competencia global, tiene como consecuencia "la individualización del proceso de trabajo" que ha significado un cambio histórico por la inversión de la tendencia: desde el proceso hacia la salarización del trabajo y la socialización de la producción, rasgos dominantes en la era industrial, hacia la descentralización de la gestión, la personalización de los mercados y la fragmentación de las sociedades (Cas-tells, 1998).

En efecto, los cambios preconizados, tienen como consecuencia la conformación de nuevos modelos productivos, pero no afectan por igual a todas las dimensiones sociales ni a todos los agentes. Se trata de diferencias que dependen de la naturaleza del nuevo modelo, a disposición de las relaciones industriales, de los modelos de familia y de los estilos de vida predominantes, y ello no hace más que confirmar la hipótesis de Polanyi de que toda transformación económica o tecnológica está profundamente engastada en las estructuras de las relaciones sociales (Bianchi y Giovannini, 1999).

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Si las transformaciones de la economía mundial de los últimos años no afecta a todas las estructuras por igual, lo mismo que produce zonas prósperas con un crecimiento y un desarrollo exacerbado, produce situaciones de mercado oculto, de precarización de las condiciones laborales y de crisis de sectores que luchan contra su desaparición. De igual forma, se han acrecentado las desigualdades sociales amparadas por la transformación social hasta límites impensables. A nivel mundial, empieza a emerger lo que Castells (1991:89) denomina la "ciudad dual", aquella "donde son crecientes las contradicciones, los conflictos entre instituciones y ciudadanos y el distanciamiento cada vez mayor entre los sectores con mayores rentas y mayores oportunidades para la promoción social y acceso a los mejores puestos y servicios, frente a aquellos otros sectores descualificados y excluidos de los procesos generadores de riqueza".

Se evidencia pues una clara consecuencia de la instauración del nuevo mode-lo de economía globalizada e informacional: la polarización de las diferentes dimensiones de la realidad social y el incremento de las distancias en una sociedad en la que, paradójicamente, se producen estos cambios por un acortamiento de las mismas.

Pero el incremento de la distancia entre diferentes órdenes y actores de la sociedad no excluye a las diferencias de género. En los países en desarrollo, casi 570 millones de mujeres rurales (60% de la población rural pobre) viven por debajo del umbral de la pobreza2. Aunque constituyen el 50% de la población mundial y el 38% de la población económicamente activa, sólo poseen el 1% de la riqueza, soportan el 80% de las obligaciones familiares y ganan un 58% menos que los hombres La mayoría de las 1.500 millones de personas que viven con un euro o menos al día, son mujeres (80%). En todo el mundo, las mujeres ganan como promedio un poco más del 50% de los que gana los hombres. Además la brecha que separa los hombres de las mujeres en el ciclo de la pobreza ha seguido ampliándose en el último decenio, fenómeno que se conoce como la feminización de la pobreza3.

Sin embargo, en este escenario, los teóricos del cambio, son conscientes de que las relaciones de género están adoptando formas nuevas que se distancian del modelo patriarcal dominante hasta entonces. Dicho modelo, argumentan, no ha sido capaz de resistir a la revolución sexual, la incorporación al trabajo asalariado o los diferentes movimientos emancipadores de la mujer.

Se nos presenta la visión clara de una realidad dicotomizada, o, dicho de otro modo, se produce una dualidad: al mismo tiempo que emergen las desigualdades sociales de la ciudadanía y de las relaciones de género, se destruyen

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elementos que han perpetuado la diferente asunción de roles de hombres y mujeres y que mueven los pilares en los que se apoyan las desigualdades sociales más arraigadas

Por un lado, proliferan nuevos modelos de familia, alejada de los tradicionales basados en el ejercicio estable de la autoridad del hombre adulto. En el nuevo modelo, la mujer cada vez adquiere un protagonismo mayor de la fuerza de trabajo y accede a las dimensiones publicas tradicionalmente asu-midas por los varones; Sin embargo, por otro lado, las desigualdades siguen siendo manifiestas, y, en este sentido, las cifras estadísticas nos indican una realidad desigual y una creciente feminización de la pobreza y la exclusión social a nivel mundial.

Evidentemente esto puede sugerirnos una dualidad mundial tradicional poco novedosa, basada en las diferencias entre varios ámbitos de la realidad: países más y menos desarrollados o zonas prósperas y en detrimento. Pero estas dualidades parecen difuminarse en la sociedad global e informacional que destruye las antiguas polaridades al eliminar las barreras territoriales.

¿A qué dualidad nos referimos entonces?. Expliquemos, en primer lugar la ruptura de los modelos tradicionales que suponen una nueva oportunidad para el género femenino en esta sociedad global, y, en segundo lugar, las formas de desigualdad de género emergentes, no sólo en las zonas pauperizadas sino en los espacios que son centro neurálgico de la nueva economía.

Pero no sólo se ha producido el acceso de la mujer a la fuerza productiva sino que además, en parte como consecuencia de ello, ha cambiado el modelo de familia...

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