El desarrollo comunitario y el proceso de construcción de comunidades democráticas

AutorImanol Telleria
Páginas183-201

    Vamos a andar, hundiendo el poderoso alzando al perezoso sumando a los demás.

    Vamos a andar con todas las banderas trenzadas de manera que no haya soledad.

    Silvio Rodríguez

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1. El estado de las cosas: Los efectos de la modernidad y posmodernidad desde el punto de vista de la pérdida de lo comunitario

Han sido muchos los autores que han explicado cómo hemos llegado a una situación en la que el individualismo es una de las características que casi nadie discute de las sociedades posmodernas.

Este individualismo tan extendido hoy socialmente es en realidad fruto de un largo proceso social, político, económico y cultural que a lo largo de los últimos siglos de historia moderna han marcado el carácter del ser humano respecto al eterno dilema entre persona y sociedad.

Sin embargo, tras ese concepto de individualismo se esconde un proceso con una doble vertiente. La primera, en sentido positivo, es la del proceso necesario para llegar al reconocimiento de los derechos individuales por el mero hecho de ser persona. Esta individualización fue y sigue siendo necesaria para dar a las personas libertad frente a los roles sociales impuestos y en consecuencia, no sólo aporta libertad en el sentido liberal de protección de lo propio, sino que es, y ha sido en la historia, condición necesaria de todo cambio o transformación social.

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Es en la segunda vertiente en la que se va a centrar este trabajo, o al menos esta primera parte de planteamiento de la cuestión. El individualismo genera también aislacionismo y deshumanización. Nadie mejor que un clásico como Erich Fromm (1977, p.18) para expresar esta doble vertiente: «El hombre ha llegado a emerger, tras el largo proceso de individualización, iniciado desdefines de la Edad Media, como entidad separada y autónoma, pero esta situación y ciertas características de la estructura social contemporánea lo han colocado en un profundo aislamiento y soledad moral».

Nuestra primera consideración es que no se ha profundizado lo suficiente en estas consecuencias negativas de la individualización, y que por lo tanto se ha difundido a menudo una visión muy parcial e incompleta que, tal vez ahora, en la era de la globalización, se ha mostrado con más evidencia en el malestar postmoderno. Incluso el propio Ulrich Beck (1998) reconoce que de su teoría de la «sociedad en riesgo» sólo se ha tenido en cuenta una de las tesis en las que se sustentaba, como era la medioambiental o del riesgo, obviando a menudo la de la individualización; una tesis que es tan importante como la primera para comprender lo que él llama, como concepto explicativo de la situación actual, modernización reflexiva (Beck, 1998)1. Como decíamos el individualismo es una realidad innegable y además ha venido para quedarse, lo que implica que si en nuestras reflexiones o propuestas para la transformación social no realizamos un análisis más completo de las consecuencias negativas y positivas que éste genera, difícilmente vamos a superar buena parte de las frustraciones sociales y factores desmovilizadores de las que todos somos víctimas.

Podemos no hacerlo, olvidar estos efectos negativos y -como hacen algunos politólogos- construir teorías políticas en base a «ciudadanos republicanos ideales» que «por encima de sus intereses personales o privados» viven y actúan en la esfera pública «anteponiendo el bien común a esos intereses». Pero mucho me temo que la práctica política nos devuelve una imagen bien distinta del ciudadano. Por eso, y ese es seguramente el sentido último de este trabajo, es necesario analizar las razones que han llevado a esta situación para definir algunas de las estrategias que puedan plantearse para superarla.

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Siguiendo esta línea, en este primer apartado vamos a analizar este proceso de individualización centrado en sus consecuencias negativas a través de dos fases históricas como son las de la modernidad y la posmodernidad. En la fase de la modernidad lo analizaremos a la luz de dos procesos fundamentales en ésta: la creación de los estados-nación y el proceso de industrialización. No es ni con mucho un análisis exhaustivo ni pretende explicarlo todo; se trata más bien de sacar algunas ideas interesantes que nos ayuden a plantear con mayor claridad la segunda parte de esta reflexión, que tiene por objeto la búsqueda de estrategias de acción colectiva para el cambio social.

Con mayor o menor grado de centralismo, la creación del estado moderno no se puede explicar sin reconocer en la homogenización, una de las estrategias fundamentales de ese proyecto político. Como expresa Bauman «dentro de las fronteras del estado no había lugar más que para un idioma, una cultura, una memoria histórica y un sentimiento patriótico» (Bauman 2003, p. 109). Seguramente, una época previa marcada por la crueldad y el bloqueo de guerras civiles continuas es la que de hecho, y unido por supuesto a los intereses de una burguesía necesitada de otro marco, legitima un «Leviatán» tan monstruoso como el que tan acertadamente definió Hobbes.

No se trata aquí de repasar toda la teoría política clásica, pero lo que sí parece claro es que la lógica del Estado moderno es, desde su origen, la lógica de la negación de lo distinto y diverso dentro al menos de las fronteras del estado-nación que necesitaba de una identidad patriótica única. En algunos modelos como el francés no podía haber ni institucional ni culturalmente nada intermedio entre el individuo y el Estado. Algo que no era tampoco un capricho, porque de hecho, el juego político de ese momento histórico se sustentaba sobre una lógica conservadora y antidemocrática (mediatizada por la aristocracia y clero principalmente).

De hecho la democracia representativa como fórmula moderna de resolver el «gobierno de todos» hace del individualismo, una persona un voto, su piedra angular. Por eso tal vez uno de los retos definitivos de la democracia participativa sea la de integrar la individualidad con la comunidad, o como dice Fromm que la persona «logre restablecer una vinculación con el mundo y la sociedad que se funde en la reciprocidad y la plena expansión de su propio yo» (Fromm 1977, p. 19). De ello nos ocuparemos más adelante.

Pero, además de la construcción política del Estado-nación, o precisamente vinculada a ella (no resolveremos si fue antes el huevo o laPage 186 gallina) la industrialización es el otro proceso social de la modernidad que se encargó de liquidar la comunidad en sentido clásico. La fábrica como símbolo de la nueva forma de producción, fue la encargada de despojar a los trabajadores de sus hábitos comunitarios porque precisamente esos hábitos son incompatibles con ese tipo de producción.

Más de cerca lo podemos ver en un proceso actual como es el de la incorporación de las mujeres indígenas a las «maquilas» en Centroamérica. O rompen con su comunidad y pierden con ello su cultura, su conocimiento, su propia estructura de pensamiento y cosmovisión, o no son capaces de adaptarse (como reconocía un «contratador» mexicano) a la «mentalidad productiva». Al igual que las mujeres indígenas, los obreros que con su trabajo posibilitaron la Revolución Industrial en Europa tuvieron que renunciar a su cosmovisión para adaptarse a la mentalidad fabril, con la única diferencia de que los valores de ésta están ya tan olvidados que, como es normal, no despiertan en nosotros la magia de los valores indígenas todavía vivos.

Aquí es donde cualquier lector con espíritu critico (característica por otra parte básica de cualquier buen lector) planteará claramente su salvedad a la argumentación: «si ya se le ve a éste, un hippie que pretende volvernos a las cavernas». Nada más lejos de mi intención. Primero porque no quiero hacer lecturas holísticas de la Historia para adaptarla a mi argumentación concreta; los procesos históricos son muy complejos y no se pueden interpretar desde un pensamiento único, bien sea para alabar las grandezas del capitalismo y el desarrollo industrial, bien sea para hacer discursos catastroñstas del tipo de «todo desarrollo es malo» y «todo tiempo pasado fue mejor». Segundo, porque realmente no creo en esa comunidad en el sentido romántico de vuelta al pasado en una especie de evocación del «paraíso terrenal» como la que a veces nos presenta el comunitarismo clásico.

Ni lo uno ni lo otro. Lo que pretendo argumentar es que la modernidad, con sus dos procesos sociales más importantes, la creación del Estado-nación y la producción industrial, ha minado la tradición o dimensión comunitaria de nuestras sociedades hasta el punto de colocar al individualismo en la piedra angular de la cosmovisión occidental hoy hegemónica en el planeta; y que eso tiene unas consecuencias concretas.

Eso sí, y esto es fundamental para la comprensión de la siguiente fase, la reacción a los efectos producidos por estos dos grandes procesos sociales de la modernidad sí han generado dos tipos de identidad o respuesta colectiva que de hecho han sido el marco analítico central dePage 187 la sociología durante muchos años: hablamos de la identidad nacional y la identidad de clase. Diría más, el cómo articular esta doble identidad para fortalecer la sociedad civil y producir la transformación social esperada, ha sido el principal reto de la izquierda casi desde los tiempos de Marx.

Sin embargo, la posmodernidad o la era de la globalización neoliberal (no pretendo ser riguroso en este tipo de caracterizaciones porque creo que se entiende de qué estamos hablando) no sólo no ha corregido esta tendencia de la modernidad, sino que en buena medida ha profundizado más en ella. Prueba de ello...

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