Un complejo protector
Autor | Dámaso de Lario |
Páginas | 117-136 |
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UN COMPLEJO PROTECTOR
[h]an dejado a los colegios cada uno por herederos de sus ha-
ciendas espirituales y temporales1.
La frase se reere a los fundadores de los colegios mayores salmantinos y
data de 1725, pero podría extenderse a los otros 3 colegios y haberse escrito
3 siglos antes. Por medio de las obras pías que constituían sus legados, los
poderosos prelados que establecieron esas fundaciones habían querido, como
sus homólogos europeos, “comprar” la salvación de sus almas o, como seña-
la Carlos Eire, “su camino hacia el cielo”; y además perpetuar su memoria
y hacer ostentación de sus principios cristianos2. Todo ello trabado con un
elemento sustancial para el éxito de sus proyectos: la des –la conanza–,
considerada ya por los romanos una cualidad moral3 y que, asociada a su co-
rolario, la lealtad, permitió el desarrollo de la forma de mecenazgo elegida.
No era así cómo lo llamaban los prelados4, pero en eso consistía el me-
cenazgo: en la asignación de unos medios materiales para erigir y sostener
unas fundaciones universitarias que permitieran educarse a jóvenes pobres
con talento; aunque no se tratara de la relación diádica –entre dos personas–
típica del mecenazgo clásico. De lo que se trataba aquí era de un “mecenaz-
go institucional”, del establecimiento de un vínculo personal “a futuro” en-
1 BUSA, Ms. 2.424, Resumen de la fundación del colegio mayor de Cuenca en la Uni-
versidad de Salamanca, f. 50r.
2 Vid. al respecto Eire, p. 232; Latorre Ciria, pp. 183 y 185, y Geremek, p. 17.
3 Vid. Robert D. Hunt, “Herod and Augustus: A Look at Patron-Client Relations-
hips”, Studia Antiqua, Vol 2 No 1 (2002), p. 5.
4 El término procede del romano Cayo Cilnio Mecenas, consejero del emperador
Augusto, que muere el año 8 antes de Cristo, aunque no fue el primer poderoso en apo-
yar con su fortuna las artes y las letras; vid. Carlos García Gual, “Mecenas y escritores:
tres apuntes”, Revista de Occidente, nº 180 (mayo 1996), p. 11. Los términos “mecenas” y
“mecenazgo”, sin embargo, no se generalizan hasta el Renacimiento, particularmente en
el contexto italiano. En Francia empieza a hablarse de “mecenas” a partir del siglo XVII,
siendo el grabador Gilles Rousselet quien parece utilizarlo por primera vez en 1638; vid.
Nexon, pp. 359-363. Siguen siendo útiles las reexiones y sugerencias recogidas por Mo-
llat (b), al hilo de los aspectos económicos del mecenazgo en la Europa bajomedieval y
moderna.
DÁMASO DE LARIO
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tre una persona [el fundador] y una colectividad –el cuerpo colegial, todavía
inexistente en el momento fundacional–. Guy Lytle ilustró ese concepto hace
medio siglo, al estudiar los colegios oxonienses5. Mediante el vínculo que
establecía “la relación contractual informal entre [una persona y un colecti-
vo] de estatus y poder desiguales”, el fundador esperaba obtener benecios
espirituales a cambio de los benecios materiales ofrecidos a los escolares
que formaran parte de su colegio6. Como contrapartida a su generosidad, el
mecenas conaba en que rezaran regularmente por su alma y la de sus fami-
liares. Y con la fe y ese mecenazgo, que a n de cuentas suponía una forma
sosticada de limosna, el prelado quería asegurarse ante Dios, supremo pa-
trono y protector, la salvación eterna, y una cuenta saneada en el Más Allá7.
Cada fundador destaca las razones particulares que le mueven a establecer
su colegio, al margen del auxilio a la pobreza escolar. Albornoz (San Clemen-
te) quería, como vimos, “remediar la ignorancia de los hispanos”; Anaya (San
Bartolomé), socorrer su alma y la de los suyos; Mendoza (Santa Cruz), alabar
y gloricar a Dios omnipotente y a la Beatísima Virgen, su Madre; Cisneros
(San Ildefonso), estimular los estudios de las Artes y de la Sagrada Teología;
Muros (Oviedo), formar teólogos militantes en el integrismo católico; Ramí-
rez de Villaescusa (Cuenca), “intercambiar sus bienes temporales por bienes
eternos” –cupientes temporalia bona in aeternum commutare–; y Fonseca
(Arzobispo), colmar su amor por la piedad y las letras8.
Pero, aunque fuera el mecenazgo –la acción protectora acompañada de
un gasto– lo que iba a permitir la existencia de esos 7 colegios, los prelados
sabían que el éxito de sus fundaciones, su “vuelo” a largo plazo, solo era po-
sible si esa empresa iba acompañada de un sistema que será “cuasi-universal
en los siglos diecisésis y diecisiete”: el patronazgo –o patronato– ejercido por
príncipes de la Iglesia y de los Reinos, directamente o a través de sus altos
5 Lytle (b), pp. 120 y ss.
6 La denición entrecomillada –la variante entre corchetes es mía– corresponde
a una cita de Sydel Silverman recogida en Cris Shore, “The limits of ethnography versus
the poverty of theory: Patron-Client relations in Europe re-visited”, SITES: New Series,
Vol 3, No 2, 2006, p. 41. La variante que introduzco entre corchetes sustituye a la palabra
“personas”.
7 Kenny, p. 15. El concepto de “contabilidad del Más Allá” es de Jacques Chiffoleau,
cfr. Mollat (b), p. 280. Ariès, por su parte, habla de “muerte domesticada”, pp. 13, 180-182,
273-275 y 597-598.
8 Supra, p. 68; Sala Balust, III, p. 13; BSC, lib. 7, Constitutiones, f. 1r.; González
Navarro (a), p. 195, cons. 7; supra, p. 75; Sala Balust, III, p. 199 y IV, p. 170, “Proemium”.
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