Competencia moral en la gestión de la información

AutorEnric Prats
Cargo del AutorDoctor en Pedagogia

1. La era de la información y los valores

1.1. Importancia de los valores hoy

En cualquier comunidad social, la importancia de los valores se justifica por las ganancias que significa compartir bienes comunes. La misma concepción de bien común es un valor en sí que sólo es criticada o desautorizada por sectores marginales de la sociedad. Las comunidades de economía agrícola o industrial basaban la idea de bien común en las producciones que satisfacían las necesidades de la mayoría. Estas producciones tenían una fuerte vinculación con elementos materiales de origen natural (alimentos, indumentarias, viviendas, etc.) puesto que el arraigo con la tierra y sus productos servían de cojín de seguridad ante posibles variabilidades. Este esquema se modifica de forma sustancial a partir del momento en que el referente natural reduce su peso específico en la gestión y el desarrollo de la vida en sociedad.

La economía informacional significa un cambio profundo en la concepción de las relaciones entre los humanos, y entre éstos y la naturaleza. Por este motivo, la noción de bien común y los valores asociados a la idea de comunidad evitan referencias naturales (proximidad geográfica, raza, etnia, etc.) y se acogen a parámetros artificiales que pasan a ser transculturales (cuyos ejemplos más destacados los encontramos en todo aquello que hace referencia a la ocupación del tiempo libre: música, aficiones, deportes, etc.).

En pocas palabras, podríamos decir que hoy día, en la mayoría de las comunidades sociales un equipo nacional de fútbol tiene más categoría de bien colectivo que las reservas de aguas; y para poner un ejemplo: es más fácil provocar una guerra porque el equipo ha fallado un penalti que por la necesidad de trasvase de agua. Evidentemente, la capacidad de movilización de las personas y de las colectividades está en relación directa con esta noción de bien común y de valores compartidos.

1.1.1. La información como patrimonio

Uno de los cambios sustanciales de las sociedades occidentales actuales es el valor que ha adquirido la información. En una economía industrial, la acumulación de datos era un signo de poder; en una economía informacional, el poder viene marcado por la significación de estos datos. La capacidad técnica de relacionar datos y obtener información es un privilegio del momento actual. El patrimonio colectivo que significa obtener y gestionar los datos no está lo suficientemente ponderado por la mayoría de las personas, que ceden voluntariamente datos personales sin reparar en las consecuencias que ello puede comportar.

Esta observación, desde una perspectiva profesional como gestores de la información, adquiere una importancia de primer orden. El hecho aparentemente inocente de comprar un medicamento y pagarlo con una tarjeta de crédito da información relevante y sensible: no cuesta nada, técnicamente, a partir de relacionar las indicaciones de la medicación, la frecuencia en la posología y el estado financiero de la persona que ha pagado con tarjeta, obtener información que puede tener consecuencias negativas a la hora de pedir un crédito (según qué créditos bancarios están vinculados a la salud de quien lo pide) o de renovar una póliza de seguros para el coche (cuya cuota puede ser mucho más elevada porque una persona enferma incrementa el riesgo de tener un accidente).

En sociedades abiertas y democráticas, la información se convierte en un patrimonio, individual pero también colectivo, que reclama una protección especial. La simple acumulación de datos es un acto que puede pasar a ser especulativo, sobre todo cuando se poseen los dispositivos técnicos para conferir significado e interpretar estos datos. Sólo cuando algún bien se convierte en patrimonio común adquiere la condición de valor compartido. Cuando este valor es susceptible de uso fraudulento, surge la necesidad de legislar y marcar los límites de la actuación legal de las personas o instituciones responsables de gestionar este bien común.

1.1.2. Valores y poder

No es gratuito el hecho de vincular valores con poder, y tenemos dos argumentos que sostienen esta afirmación. En primer lugar, de la idea de poder surgen nociones como responsabilidad, compromiso, lealtad, etc. De hecho, sin una idea determinada de poder y, todavía más, sin una referencia directa a la posición de poder que ocupamos en cada momento, no podemos entender la necesidad de procurar una cierta responsabilidad o compromiso en nuestras acciones. Por tanto, nos encontramos en condiciones de defender que cuando alguien se plantea estas nociones es porque existe un reconocimiento implícito de una cierta cuota de poder y de velar (o no) por un ejercicio ético del poder.

Ello nos conduce al segundo argumento que nos permite vincular valores y poder. La idea de valor se relaciona con una escala de prioridades o de preferencias que guían nuestra conducta. Sobre la construcción de esta escala obtenemos varias versiones de la moral:

- Morales heterónomas, construidas al margen del individuo, donde su papel se reduce a ejecutar lo que dicta un determinado código o reglamento moral, que conducen a afirmaciones de "hay crisis de valores" porque no se cumplen los dictados de la moral en cuestión.

- Morales relativas, construidas por los individuos tratados por separado, sin conexión entre ellos, que conducen a planteamientos permisivistas de "todo vale".

- Morales autónomas, construidas por los individuos en interacción social, con criterios de corresponsabilidad, que conducen a planteamientos de solidaridad y respeto mutuo.

De las tres versiones, que hemos reducido por razones didácticas, podemos entrever qué noción de poder se destila. Así como en la primera el poder se identifica con una clase social, con un grupo dominante (empresarial, mediático) o, más tradicionalmente, con una religión, en la segunda, el poder se diluye en una infinidad de poderes vicarios anónimos, cuya identidad nunca queda clara. Por otro lado, en la tercera se defiende un cambio de pivotación en la concentración del poder, que pasa a manos de las relaciones entre los sujetos, tratados individual y colectivamente.

La revolución informacional ha trastocado los modelos de valores basados en la primera versión y ha promovido los otros dos. La intensidad de los intercambios de información y la evolución tecnológica han modificado los esquemas de relación entre personas: en la actualidad, puede llegar a ser más fácil conectarse con alguien que vive en la otra parte del planeta que con el vecino del rellano; por consiguiente, podemos encontrar más puntos de coincidencia con personas alejadas geográficamente que con otras más próximas.

Las consecuencias para la conformación de los valores son evidentes: las escalas de valores, antes impuestas por un poder absoluto, pasan a ser significativas cuando el individuo tiene un papel activo en su construcción. Como podemos observar, las dos versiones emergentes, la relativista y la autónoma responsable, no son más que variaciones de un mismo tema: que se imponga una o la otra sólo es una cuestión de reparto de poder y de equilibrio de fuerzas.

"La gran ventaja de la sociedad de la información es que permite reducir enormemente el consumo de objetos cuando se sustituye por el consumo de información, que sobre el papel tiene una gran ventaja: el objeto, si lo consumo yo, tú no puedes consumirlo. La información podemos consumirla ambos al mismo tiempo y no se gasta. Es decir, el bienestar basado en el consumo de bienes materiales no puede compartirse, de manera que si yo tengo un reloj y tú quieres un reloj y yo te doy el mío, yo me quedo sin él.

En cambio, si hay un servicio que nos dice la hora, puede decírtela a ti y a mí y a todos. Desde este punto de vista, el consumo de la información no acaba y puede compartirse. Por consiguiente, la sociedad de la información es menos agresiva con el medio natural y, al mismo tiempo, mucho más distributiva."

Joan Majó, entrevistado por Josep Arenas, Revista de treball social (núm. 146, pág. 125).

A partir de las afirmaciones de Joan Majó, se puede elaborar una lista de las ventajas y de los inconvenientes que aporta la sociedad de la información desde el punto de vista del gestor de la información. Los valores son necesarios cuando se vinculan con el poder, lo que nos abre un interrogante: ¿hay una ética de los desposeídos, de los que no tienen poder?

1.2. Significación de los datos y código moral

En los contextos propiciados por sociedades pluralistas y abiertas, el significado de la información es el resultado de una negociación o de un contrato entre las partes. De este modo, los datos no tendrían carga moral, sino que ésta vendría determinada por el acuerdo social que exista en torno a aquel dato.

Por ejemplo, conocer las prácticas sexuales de un ministro puede ser motivo de significación (y de escándalo) social si el contexto lo facilita o está predispuesto a darle esta significación. El mensaje "llora" no tiene una carga moral, porque desconocemos el contexto y los factores que lo explican. El mensaje "llora de rabia" empieza a darnos pistas sobre el carácter moral de la situación. Ahora bien, no posee la misma carga moral "llora de rabia porque le han robado la cartera" que "llora de rabia porque se ha quemado el bosque, o "llora de rabia porque su equipo de fútbol ha perdido el partido".

La calidad moral de la persona que gestiona información se manifiesta en los diferentes procesos que configuran su tarea; en especial, en la obtención de datos, en su almacenamiento, así como en el momento de recuperación de éstos, de análisis y de transmisión. La tecnología actual ha modificado los procesos y las rutinas de trabajo, de manera que es bastante habitual que un único profesional pueda llevar a cabo todas las tareas mencionadas. Ello, como puede suponerse, elimina la clásica distinción entre datos e información, según la cual las señales informativas están desprovistas de carga moral; pero, en...

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