El padre jerónimo Diego Cisneros, los libros prohibidos y el Mercurio Peruano

AutorDr. F. Javier Campos y Fernández de Sevilla
CargoReal Centro Universitario 'Escorial-María Cristina' San Lorenzo del Escorial
Páginas629-653

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I Introducción

Fray Diego Cisneros o el padre jerónimo, como se le conoció popularmente en Lima y así consta en el nombre de la calle donde tuvo su casa y que en homenaje a su figura le dedicó la Municipalidad -hoy Jr. Puno-1, fue un personaje clave en la vida cultural de la capital del virreinato como han resaltado los autores.

Por su buena formación y amplios conocimientos de los libros y de las lenguas clásicas fue nombrado por primera vez segundo bibliotecario de la Librería Real del Escorial (c. 1765), con derecho a suceder al primero, que venía a reconocer los méritos personales e intelectuales del religioso que lo equiparaba al personal distinguido del otro gran centro cultural de la corte de Madrid que era la Real Biblioteca de Palacio2.

En esta situación personal bonancible y prometedora e ignorándose las causas que originó la solución adoptada, deja el monasterio, abandona el cargo y el trabajo en la Biblioteca -sin alejarse mucho del Escorial-, y poco tiempo después se ofrece para trasladarse al Perú para atender los intereses materiales que allí tenía el Monasterio en unas encomiendas que había dejado Felipe IV vinculadas a una fundación pía funeraria por miembros de la familia real; unido a esto estaba la administración de la venta de libros litúrgicos conocida como “Nuevo Rezado”, que Felipe II había concedido en régimen de monopolio editorial -impresión y distribución-, desde el comienzo de la reforma tridentina, a los jerónimos del Escorial para todos los territorios de las coronas de Castilla, Aragón y Nuevo Mundo3.

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Algún serio problema debió de ocurrir en el seno de la comunidad del Escorial que hicieron a fray Diego abandonar el monasterio Laurentino y solicitar permiso para trasladarse al Perú como administrador del “Nuevo Rezado”. Desconocemos los motivos concretos desencadenados en el Monasterio que provocaron la salida del cenobio del P. Cisneros -sin duda graves a juzgar por los efectos-, hasta buscar destino en un lugar tan lejano del Escorial como era Lima, que lo sería para siempre, renunciando a todo lo que había conseguido, y tener que cambiar completamente de vida. Las Actas Capitulares dicen que antes de marchar a Perú ya estaba fuera del Monasterio y pide perdón a la comunidad por los malos ejemplos que por su conducta haya podido dar4.

Su amplia, intensa y fecunda actividad intelectual que desarrolló durante más de media vida transcurrida en Perú (Lima), desde 1762 hasta su muerte en 1812, está siendo difundida por nuestras investigaciones en fuentes españolas y peruanas5.

II Miembro de la sociedad de amantes del país de Lima

La Sociedad de Amantes del País de Lima se creó privadamente en 1790, aunque la erección formal, presentación y aprobación de los estatutos fue en 1792; el motivo original fueron las reuniones ilustradas que habían surgido dos años antes entre un grupo de amigos en torno a la figura de José Rossi Rubí, joven milanés afincado y casado en la Ciudad de los Reyes a la que había llegado a mediados de la década de los ochenta6. Sus inquietudes ilustradas y musicales le hicieron crear amistad con tres jóvenes peruanos a los que luego se sumaron otros dos con los que fundaron una Academia Filarmónica de corta existencia pero que sirvió para estrechar lazos humanos e intelectuales -de estos filósofos como sellarán ellos-, que fraguarían en la

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creación de la Sociedad de Amantes del País y en su gran obra del Mercurio Peruano, como ellos mismos explicaron:

“En el año de 1787. Hesperiófilo [J. Rossi] puso término a sus viajes por un engaño de la fortuna, y se domicilió en esta Capital. Su espíritu vivaz, ardiente e inquieto no encontraba pábulo suficiente en las tareas privadas de su obligación, ni en las recreaciones del público. La equitación y la caza le proporcionaban un exercicio agradable: la lectura y la meditación eran los entretenimientos de su gabinete. En un paseo de Lurín [pueblo que distaba cinco leguas de la capital] conoció a Hermágoras [J. Mª Egaña], Homótimo [D. Guasque], y Mindirido [desconocido], todos tres jóvenes amabilísimos. Hermágoras desde muchos años antes entretenía una buena tertulia en su casa, a donde concurrían además de los dos nombrados, Agelasto [desconocido] y Aristio [J. H. Unanue]. Hesperiófilo tuvo el honor de quedar agregado a esta pequeña sociedad. Sus concurrencias eran indefectiblemente todas las noches desde las ocho hasta las once: en ellas solo se trataban materias literarias, y se examinaban las noticias públicas. La detracción, el juego, las vagatelas y los cuentos amatorios estaban proscritos de este congreso de filósofos”7.

Por ideales y fines la Sociedad limeña estaba en línea con las homónimas españolas y las hispanoamericanas que nacerían por esos años. La Ilustración fomentó en Europa occidental que muchos de sus partidarios, reunidos en academias y sociedades privadas, plasmaran sus inquietudes intelectuales en unos proyectos de reformas de la sociedad en general que se debían materializar en la prosperidad, el bienestar y la felicidad de los naturales de los respectivos países por medio del desarrollo de la agricultura, el fomento de la industria, las ciencias útiles, las artes y el comercio. Esos proyectos fueron asumidos por los monarcas ilustrados y sus gobiernos en las reformas realizadas desde el poder -‘todo para el pueblo pero sin el pueblo’-, que aunque no lograron su objetivo sí produjeron un cambio notable de la sociedad.

En España las tertulias culturales que decenios atrás habían originado las Reales Academias ahora daban un paso más amplio en fines y contenidos extendiéndose por toda la geografía nacional en otras Academias que surgen en muchas ciudades donde había un pequeño grupo de habitantes con buena formación académica e intelectual e inquietudes culturales.

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Bajo la iniciativa de don Javier María de Munive, conde de Peñaflorida y otros dos amigos -Caballeritos de Azcoitia-, se creó una Sociedad Económica o Académica que sería la Real Sociedad Bascongada de Amagos del País (1748, y con estatutos en 1765); por impulso de don Pedro Rodríguez de Campomanes y a través de sus obras -‘Discurso sobre el fomento de la industria popular’ (1774) y ‘Discurso sobre la educación popular de los artesanos’ (1775)-, tres amigos suyos -Vicente Rivas, José Faustino Medina y José Almarza-, solicitaron a Carlos III la aprobación de los estatutos de la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País (1775), primera de este nombre glorioso8.

Once años más tarde se acercan ya al centenar, y pocos años después estas sociedades se habían trasplantado a los territorios de América y Filipinas donde florecían en importantes ciudades9.

Eran conscientes del objetivo que cumplían y dejan constancia de ello:

“La protección, el tiempo y la constancia nos irán insensiblemente conduciendo al brillantes estado que deseamos. Entretanto seguiremos en el desempeño del Plan hasta aquí observado, repuntando por fruto precioso de nuestras tareas la utilidad del Mercurio. Sin él carecería el Público de las muchas luces que se le van esparciendo casi en todas las ciencias, que es los que más interesa para la felicidad del Pueblo Americano”10.

Medio siglo después de estos hechos y habiendo conocido a personas que los vivieron, Benjamín Vicuña cree que la fama de la Sociedad de Amantes

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del País y del Mercurio se debió sobre todo al eco que encontró en la historiografía posterior, y reduce su importancia a la de una buena publicación en consonancia con el tipo de ideales que movían a la entidad promotora11. Mª Luisa Rivara Tuesta piensa que el prestigio del periódico es un fenómeno anterior a la valoración historiográfica y que la publicación del Mercurio “aviva y fomenta, a través del periodismo, el espíritu del siglo contribuye a fomentar el movimiento separatista al afirmar el sentido de nacionalidad y de amor a la patria”12.

Creemos que las páginas del Mercurio fueron un valioso ejemplo de peruaneidad en versión de ideales ilustrados y cierto sentimiento nacionalista que estaban evolucionando tan deprisa como los tiempos13. No en vano muchos de los miembros de la Sociedad de Amantes del País serían muy pocos años después abiertos defensores de la independencia y militantes políticos de varias tendencias, influidos de forma directa por la Constitución de 1812, y la estadía de muchos líderes americanos en Cádiz, París y Londres14.

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Víctor Peralta Ruiz haciendo un interesante análisis de los historiadores peruanos de la primera mitad del siglo XX -la generación del Centenario y los vinculados al Instituto Riva Agüero-, asegura que entre ellos “hubo un consenso en que la idea de la patria peruana fue confeccionada por el cuerpo de ilustrados que colaboró en la publicación Mercurio Peruano en la última década del siglo XVIII. Tal sentimiento nacional se fortaleció con el ideario precursor de un reducto grupo de criollos”15.

La Sociedad de Amantes del País tuvo existencia y justificación en y para su obra periodística; las otras Sociedades similares tuvieron vida propia como se refleja en las actas de las reuniones de los miembros mientras que la de Lima solo se trataban asuntos relacionados con el Mercurio -contenidos, economía, elección y renovación de cargos, etc.-, que era lo que terminó justificando su existencia y la preocupación e interés de sus integrantes16. Así quedó expuesto por su presidente Ambrosio Cerdán y Pontero en las páginas del periódico al editar los estatutos de la Sociedad17.

A comienzos de 1793, con dos años de existencia, se público un análisis anónimo -mitad confesión, mitad defensa-, en el que se explicaba lo que se había hecho justificando las circunstancias que las habían motivado, debiéndose el cambio a la realidad cotidiana y a la...

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