La Filosofía y la ciencia en el siglo XVIII, a propósito de la biopolítica y la categorización de lo público y lo privado

AutorCinta Canterla
Páginas39 - 60

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El trabajo de investigación que voy a exponer gira en torno a dos núcleos temáticos fundamentales. El primero de ellos se centra en la concepción del cuerpo de la mujer en la ciencia del s. XVIII1, en concreto en la teoría según la cual –por un mal entendimiento de la función de la misma en la reproducción, de su fisiología y de su química hormonal– se la considera dominada por el útero como órgano central en detrimento del cerebro y una enferma crónica debido a la menstruación periódica2. El segundo de los núcleos de este trabajo es el que gira entorno al problema del origen –desde la perspectiva de las historia de las mentalidades– de la violencia de género que actualmente castiga nuestra sociedad, indagando en el contexto ilustrado las argumentaciones ideológicas que la sustentan, con la intención de contribuir a su erradicación.

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Las argumentaciones médicas según las cuales la mujer se encuentra dominada por su fisiología ginecológica, viendo mermada por ello su capacidad intelectual guardan relación, en cuanto ambas se retroalimentan, con las teorías filosóficas que sostienen que la mujer es un animal doméstico (Kant) necesitado de sumisión a tutores y reclusión en el espacio privado (Rousseau), así como con los razonamientos que se esgrimen para prohibirle su participación política (tanto en cuanto electora que en cuanto electa) en el espacio público, en el nuevo sistema liberal de constituciones democráticas que se fraguaba3. Y conocieron, como por lo demás es sabido y ha sido suficientemente estudiado, la contestación del pensamiento feminista de la época, que denunció tempranamente su sexismo torpemente revestido de la autoridad epistémica de la ciencia4.

Mi intención en este artículo es ir más allá de estas argumentaciones, señalando los paralelismos existentes entre la justificación de la animalidad doméstica de la mujer (bajo la que se legitimaba la violencia física sobre las mismas)5, y los textos que declaran la animalidad del negro basándose también en su fisiología, y que justifican igualmente la aplicación sobre las personas de color del castigo físico. Presentaré con ello algunos argumentos para justificar cómo la biopolítica que en opinión de Foucault mueve el s. XIX (colonialismos) y el XX (fascismo), se remonta ya en su teorización al s. XVIII, afectando de una manera muy directa a las mujeres.

Mi intención es poner de manifiesto que hay que abandonar la perspectiva limitada según la cual la discusión acerca de la divisiónPage 42de lo público y lo privado hace referencia en el s. XVIII a los espacios de la vida pública exterior al hogar y del interior del mismo, respectivamente, y al reparto de roles entre hombre y mujer respecto a la vida ciudadana y la vida familiar burguesa –como se hacía aún en gran parte de la bibliografía de los años 90–, para pasar a una perspectiva más compleja –según se hace acertadamente cada vez más en la investigación actual– que lo considera como un problema político de delimitación del campo de aplicación de los derechos humanos, determinado en gran parte por la diferencia fisiológica; pero fundando este enfoque con una investigación más exhaustiva sobre la época. Una cuestión tímidamente reflejada aún en los textos feministas ilustrados que tendría su desarrollo posterior en el s. XIX en el abolicionismo y el socialismo feministas.

Desde esta último enfoque, público significa sometido al derecho y por tanto sujeto a los valores democráticos civiles y al peso de la ley; privado en cambio lo que no es competencia del Estado ni de su jurisdicción penal por estar en el ámbito de las relaciones que establece un dueño con sus propiedades biológicas, tales como esclavos y mujeres (y los hijos durante la minoría de edad, o los campesinos ligados a sus tierras o los nativos de sus propiedades coloniales, etc.). La discusión se centra entonces en la línea que demarca civilidad y humanidad de animalidad y violencia, y es en este núcleo central en el que cobran significado plenamente el discurso sexista y patriarcal, el racismo y el clasismo, desde el contexto ilustrado hasta nuestros días.

Los estudios realizados entre los años 80 y 90 en el contexto de la Historia de las Mujeres fueron mostrando que –en contra de lo que a priori se había supuesto, extrapolando a la época un patrón burgués del s. XIX– en el s. XVIII, la mujer se movía en todos los estratos sociales con bastante libertad a través del espacio exterior al hogar, participando, al menos como espectadora presente, en la vida social en la que se generaba la opinión pública. En loPage 43que respecta a la incipiente burguesía, el periódico español La Pensadora Gaditana es una fuente muy interesante para estudiar las costumbres en este sentido en nuestro país6, que acabarían teniendo su reflejo a finales del siglo incluso en fenómenos como la moda, con la aparición de la camisa, un traje ligero a la griega con el que poder moverse marcialmente por las calles. Mientras que la pintura, por ejemplo, nos documenta la misma presencia de la mujer en la calle de las clases trabajadoras.

La reclusión de la mujer en el hogar que muchos investigadores atribuyen tópicamente al s. XVIII es en Europa, Norteamérica y América latina, un fenómeno de las élites del XIX: fue entonces cuando las mujeres de las clases dominantes resultaron recluidas a cubierto, en espacios físicos cerrados, saliendo del hogar apenas para acudir a los oficios religiosos de la confesión a la que perteneciesen y a unas pocas actividades expansivas. La sociedad culta admitía ya abiertamente la idea de que son humanos incompletos, una suerte de seres vivos destinados a la domesticidad –bien que de lujo, en el caso de la burguesía– a los que habría que educar por el procedimiento de domeñar sus tendencias naturales. Con el fin de que pudiesen convivir al lado de los ciudadanos si alterar el orden social, primero como esposas y después como madres de nuevos libe-Page 44rales; humanizadas artificialmente, y sujeta su animalidad profunda mediante las leyes e incluso por la moda (corsés que eran verdaderas camisas de fuerza y polisones que enjaulaban sus piernas con barrotes más reales que simbólicos).

Pero aún así, esto no ocurrió con todos los grupos sociales decimonónicos: la mujer de las clases trabajadoras siguió saliendo fuera de su hogar y ejerciendo en la calle de vendedora ambulante de comidas, aguadora, florista, criada, cocinera, minera, trabajadora industrial, prostituta, lavandera, etc. exactamente igual que en el s. XVIII; y los problemas de su doble explotación productiva y reproductiva se agudizaron de tal forma que incluso los teóricos socialistas (August Bebel7, porPage 45ejemplo) tuvieron que ocuparse del origen de la misma, denunciando las claves biológicas de la explotación de la mujer en el patriarcado, muchas de ellas ya vislumbradas por Sade.

El feminismo liberal contemporáneo –en el que salvo excepciones, parece que nos movemos aún, si bien no en la Academia, sí en la práctica política en España– sigue proyectando al pasado, al pensar la historia de las mujeres, una concepción de las mismas plana, pretendidamente supraclasista, sin matices, que centra sus problemas en los del sufragismo burgués del XIX (educación, voto y participación política) sin atender a la explotación del cuerpo (depauperación, esclavitud, prostitución, torturas sexuales, explotación laboral, pornografía, castigos físicos y ajusticiamientos por adulterio, crímenes de honor, abusos sexuales en la familia, abuso laboral doméstico, etc.). Un feminismo que no maneja aparentemente más variables biológicas que la diferencia sexual, sin hacerla confluir con las segregaciones por raza/etnia o clase, pero que utiliza a la vez prejuicios soterrados protobiologicistas de tipo clasista y racista; sin abrirse a consideraciones que se encuentran en el campo de la antigua y clásica consideración sobre el patriarcado y traer a primer plano del análisis –aunque desde una perspectiva no escolar sino crítica, por supuesto–, además del feminismo más o menos socialista de S. Benhabib o Iris Marion Young el feminismo radical de Alexandra Kollontai, Kate Mollet, Shulamit Firestone, Andrea Dworkin, Susan Griffin, Anne Koedt, Adrienne Rich, Monique Witting, Susan Browmiller, Mary Daly…

Es precisamente el liberalismo feminista, finalmente, el que intenta explicar como puede la violencia de género apelando a la resistencia del varón al cambio de costumbres sin someter a una discusión profunda el matrimonio, la familia, las relaciones sexuales, la paternidad-maternidad, el sistema pa-Page 46trimonial de los cónyuges, el trabajo doméstico, los patrones patológicos de conducta sacrificial y autoinmoladora que potencia la moral burguesa en la mujer, etc. Y para realizar un análisis más complejo del problema de la violencia de género es para lo que hay que volverse a la Ilustración y contextualizar adecuadamente la teoría de la protohumanidad de las mujeres en el marco del problema del racismo y el de la violencia en general.

En Justine Sade pone en boca de un marido el siguiente texto:

Je puis consentir à ne pas faire usage de mes forces avec celui qui peut se faire redouter par les siennes; mais par quel motif enamoindrirais-je les effets avec l’ être que m’ asservit la nature ? Me répondrez-vous par pitié ? Ce sentiment n’ est compatible qu’avec l’ être qui me ressemble, et comme il est égoïste, son effet n’ a lieu qu’ aux conditions tacites que l’ individu qui m’ inspirera de la commisération, en aura de même à mon égard : mais si je l’ emporte constamment sur lui par ma supériorité, sa commisération me devenant inutile, je ne dois jamais, pour l’ avoir, consentir à aucun sacrifice. Ne serais-je pas une dupe d’ avoir pitié du poulet qu’ on égorge pour mon dîner? Cet individu trop au-dessous de moi, privé d’ aucune relation avec moi, ne put jamais m’ inspirer aucun sentiment ; or, les rapports de l’ épouse avec le mari ne sont pas d’ une conséquence...

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