La antropología de Carmelo Lisón Tolosana como pasión: entre la herencia no recibida y la mirada del hispanismo

AutorJosé Antonio González Alcantud
Páginas20-26

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La oportunidad de este número de la Revista Anthropos dedicado al antropólogo social más destacado de la España contemporánea, el profesor Carmelo Lisón Tolosana, constituye una ocasión no solo para reflexionar sobre la obra del autor, ya de por sí titánica, desbrozadora de caminos ignotos, como podrá verse a través de los artículos que constituyen este volumen reflexivo, sino para pensar el momento de la antropología social en lengua española.

La llamada «Antropología Social y Cultural» tiene una larga tradición en España, que comienza con una suerte de ciencia social at home a la búsqueda de las particularidades regionales o locales, escondidas tras los estudios de folklore. Esta tradición que tuvo sus primeros y principales practicantes en amateurs y eruditos del último tercio del siglo XIX llegó hasta la guerra civil.1En ella figuras señeras como Joaquín Costa y Antonio Machado y Álvarez Demófilo se alzaron con la bande-

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ra de una ciencia social identificada con las costumbres de los hombres y mujeres corrientes. Pero también en tiempos inmediatamente posteriores se acercaron a la ciencia social pensadores como Miguel de Unamuno o Ángel Ganivet, procedentes del campo de la especulación.2Para dar cuenta de la tarea inacabada de los ancestros, frente a cuyo fracaso Carmelo Lisón Tolosana alza de nuevo en nuestro tiempo el estandarte de la ciencia social, nos centraremos brevemente en las figuras del aragonés Joaquín Costa (1846-1911) y del andaluz Antonio Machado y Álvarez Demófilo (1848-1893). Lisón ya puso de relieve en su momento la importancia en particular de la encuesta del Ateneo llevada a cabo por Joaquín Costa a principios del siglo XX. Y situó en equivalencia tanto al sociólogo aragonés como al folclorista andaluz: «Costa fue a la Institución [Libre de Enseñanza] y al Ateneo lo que Machado y Álvarez a las Sociedades regionales de Folklore».3Tanto Costa como Machado coinciden en el tiempo con los problemas de una España que difícilmente se asoma a la modernidad. Para algunos observadores extranjeros, como George Borrow, que habían visitado el país convulso de las guerras entre liberales y absolutistas, lo mejor de España era su «pueblo», garante de una «autenticidad moral», que no poseerían sus corruptas e intolerantes élites. La filosofía germánica de Herder, que hacía del pueblo el depositario fundamental de la nación y de sus relatos míticos fundacionales, además de custodio de la independencia nacional, se había adaptado al casticismo local, surgido en el siglo XVI, y había dado por demás como síntesis un costumbrismo galopante. Algunos de los mejores representantes hispánicos de este fenómeno fueron Fernán Caballero, Estébanez Calderón y Mesonero Romanos. Literatura e imagen se concitaban aquí para dar una imagen estereotipada de los «españoles pintados por sí mismos». Pero el movimiento costumbrista se movía solo entre el campo literario y el arte caricatural. España necesitaba «ciencia positiva» que la sacase del sopor histórico. Los krausistas a partir de su creencia en las virtudes terapéuticas de la pedagogía del ciudadano indicaban el camino de la ciencia reflexiva. Incluso los movimientos sociales, marcados por la utopía, señalaban igualmente el camino redentor de la «ciencia social». Las traducciones de Fouillée, Le Bon, Spencer y muchos otros autores, en especial franceses, se multiplicaban por doquier. La «ciencia social» llamaba la atención. Aún no se había producido la decepción de 1898 que traería consigo el «giro literario» de los intelectuales españoles de las primeras décadas del siglo XX.

Entre Costa y Demófilo existe no solo afinidad «regeneracionista» sino asimismo un gran interés por la raíz popular de esa regeneración. El «saber popular» se presenta así como un pozo para colmar y equilibrar la cultura savant.4Del proyecto de constituir un movimiento de El Folk-lore Español participaron tanto Demófilo como Costa a principios de los años ochenta. No obstante esta unanimidad, existieron matices entre ellos; de hecho Costa apoyó la creación de una Academia de Letras populares, proyecto al que se opuso Machado, al considerar que desvirtuaba el proyecto folklorista. Es precisamen-

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te en la fase previa a la constitución de la revista y movimiento El Folk-lore andaluz, 1882, cuando la correspondencia entre Costa y Demófilo se acentúa. Machado tiene al corriente a Costa de sus avances, y le informa con antelación del índice de los números 1 y 2 de la revista, de la que le cuenta que está realizada en una demente tipografía y en mal papel, señal inequívoca de la pobreza de medios con que cuentan. También le hace saber Demófilo a Costa que pronto recensionará una obra suya. Debe tratarse de Poesía popular española. Mitología y literatura celto-hispanas, de este último, publicada en 1881, la cual es comentada elogiosamente por Demófilo. La relación establecida por Costa entre poesía popular y cantares de gesta le parece a Demófilo exagerada, pero manifiesta su gran respeto por el autor. Donde sí llegaría a publicar Costa dos ejemplos de poesía popular del alto Aragón sería en El Folk-lore Frexenense y Bético-extremeño, revista hermana a El Folk-lore Andaluz.

En todo caso en los dos amigos y cómplices late la creencia de que en la poesía popular existe una «retrato moral» del pueblo regido por los mitos. Retrato moral que, por demás, refleja la realidad, y que debe ser aprobado por los «secretos votos del pueblo» en opinión de Costa. Además, en los dos, la concepción del folklore se acerca más a lo antropológico que a lo genuinamente folklórico en el sentido quietista y tradicionalista del término. Tanto Demófilo como Costa ven la sabiduría popular como algo en permanente reelaboración, por lo que hay que recurrir de continuo a actualizar...

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