La mujer caritativa y evergeta. Un prototipo praeter legem en la realidad tardorromana

AutorRosalía Rodríguez López
Páginas561-578

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I Introducción

Las elites son generalmente los únicos sujetos recordados en los estudios sobre la Antigüedad, y estos se suelen expresar en masculino respecto a realidades no femeninas, marcadas tanto por la sociedad como por el Derecho. Sin embargo la mujer aristocrática siempre fue objeto de la propaganda oficial con fines políticos, irradiando así un modelo de comportamiento a representar por las clase altas y medias. Sin embargo, para aquellas mujeres dedicadas a los cultos religiosos se les reservaba una digna retirada de la escena pública. Por tanto, la función femenina por excelencia se desplegaba recluida en el mundo doméstico, como materfamilias, desempeñando altas, pero veladas, funciones en pro de la civitas: procurar descendencia legítima, dirección de la casa (esclavas, despensa, bordado, conocimientos básicos de medicina)1.

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En este sentido, Plauto nos describe una caricatura femenina, que luego también será utilizada en muchos escritores cristianos, con sus artes y procedimientos femeninos, manifestación de la fuerte emotividad de las mujeres; de la protagonista de su obra se dice:

‘tiene boca, una buena lengua, malicia y arrojo, decisión, tenacidad, falacia; no le falta capacidad para propalar mentiras, para realizar falsos juramentos; tiene mañas, capacidad de seducir, de engañar’; … ‘una mujer que tenga asomos de malicia no tiene que andar rogando a proveedor ninguno, puesto que en casa tiene un huerto con todas las hierbas y los condimentos necesarios para cualquier clase de malas artes’2.

A medida que la construcción política de la civitas se consolidaba, la familia reforzaba sus vínculos públicos y nutría al cuerpo político de individuos capacitados para asumir las cada vez más complejas y variadas tareas del ‘Estado’. De las mujeres de clases alta y media, ya desde la República, educadas a veces en la casa del marido, y siempre con severidad, se esperaba la prudencia, la moderación en los gestos y palabras, y una alimentación estricta. Una reserva forjada en la conciencia de su propio valor, que favorecía su contingencia sexual en el futuro. Por tanto, la función principal que la ciudad demandó a las mujeres romanas púberes, a diferencia de las griegas, y en virtud de su maiestas, fue encargarse personalmente de la educación de sus hijos, transmitiéndoles los supremos valores de la ciudadanía romana en la que ella misma había sido educada; de ahí que estudiasen con igual profundidad que los hombres materias tales como la aritmética o el derecho, y fueran igualmente conocedoras de las cuestiones públicas3. Además, las mujeres de clase

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alta, infiuenciadas por la atmósfera intelectual de su casa y por su esmerada instrucción, participaban en las tertulias junto a maridos, padres, hermanos,... Y a la par se le inducía a fomentar la virtud tan romana de la amicitia, pues cultivando tales vínculos se le calificaría como ‘persona afortunada’ y gozarían de la benevolencia de sus amigos, otro de tantos rasgos de estima de la ciudadanía. No obstante, su rechazo suponía descuidar uno de sus officia, dado que el fomento de los lazos de afecto y solidaridad redundaba en la salud de la Res publica. Los exempla históricos de época republicana y clásica referidos a mu-jeres, habían proyectado una imagen que ponen de relieve sobre todo personas o actuaciones relacionadas con los conceptos éticos –principalmente estoicos de virtus y de (vir) fortis, que estaban muy relacionados con el modelo moral de sapiens, aspiración de un sector de la cultura romana. De otro, proponían una igualación ética palmaria refiejada in moribus de las mujeres excelentes respecto a los varones de igual altura moral. Inequívocamente el autor afirma que el ingenium de la mujer no estaba infradotado por la naturaleza, de forma que sus virtudes no fueran incapaces de expandirse. Es más, su vigor y su capacidad, para alcanzar el máximo bien moral eran iguales a los del varón. También poseían esa manifestación de la constantia que es soportar el dolor y las dificultades4.

Columela, en el s. I dc., desarrolló todo un catálogo de deberes en la mujer casada con el administrador de una explotación agrícola, entre los que se mencionan la vigilancia sanitaria de los bienes y productos alimenticios a consumir, y el cuidado de los enfermos:

“... que le preocupe que debe recordar, qué debe prevenir para el futuro, de modo que observe el mismo comportamiento que prescribimos para el villicus, puesto que la mayoría de las cualidades

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deben ser semejantes en el marido y en la mujer. ... Además, ella deberá esforzarse para que el villicus tenga que trabajar lo menos posible dentro de la casa, ya que éste ha de salir muy de mañana en compañía de la cuadrilla de operarios y regresar fatigado al atardecer, una vez acabadas las faenas. Sin embargo, ... no eximimos al villicus del cuidado de los asuntos domésticos, sino que aligeramos su tarea dándole una colaboradora; ... Además deberá tener el pleno convencimiento de que conviene que ella permanezca en casa siempre o, por lo menos, la mayor parte del tiempo; de que ha de enviar fuera a aquellos criados que tengan algo que hacer en el campo, pero ha de retener intramuros a los que vea que tienen que hacer en algo en la villa, y estar atenta para que no se malogren por dejación las tareas diarias; de que ha de revisar con cuidado los productos que se traen para que no estén estropeados, ponerlos a buen recaudo una vez examinados y comprobada su integridad, separar los que hay que consumir y guardar, los que pueden quedar en reserva, para que no se gasten en un mes las provisiones suficientes para un año. Además, si alguien de la villa comienza a verse afectado por una enfermedad, deberá cuidar que esa persona sea asistida lo mejor posible, pues de un cuidado de tal tipo surge la bienquerencia y también la obediencia, y aún más lealmente que antes se esfuerzan en servir los que se restablecieron, cuando se les atendió estando enfermos”5.

Ahora bien, en cualquier periodo siempre subyacían funciones propias de la mujer de clase media; así, por ejemplo, en el s. III dc., Dion Casio entre las habilidades y virtudes de la mujer casada señala ‘dar confort al marido’6; y en ellos también se puede incluir la atención sanitaria básica.

II Las mujeres honestae

Los nuevos modelos de mujer que surgen con la implantación de la religión cristiana se asientan sobre una realidad femenina compleja, fundamentalmente porque desde el poder público y la sociedad se propició una superposición de

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nuevas funciones a las ya tradicionales. De ahí que estime pertinente hacer una amplia pero sucinta panorámica del tema, atendiendo a los diversos periodos históricos; sólo así se podrán comprender los modelos y las estrategias de la mujer en los s. IV y V dc., y valorar sus posibilidades.

Con el cristianismo la situación de la mujer se ve afectada, fundamental-mente en las clases más desfavorecidas; como señala Alexandre, se nos ha dicho muy poco de estas mujeres ordinarias, libres o esclavas7. No obstante, en general las mujeres en este periodo siguen ocupando un amplio espectro de la vida social y económica: van a misa y participan en procesiones, aparecen en público y llevan negocios familiares, y a veces trabajan fuera de casa, honorablemente (escribas), o no (mesoneras, prostitutas)8.

Sin embargo, en la escena pública serán las mujeres aristocráticas las que tomen determinadas funciones cívicas anteriormente desempeñadas por los grandes personajes masculinos y por otros más o menos anónimos con un profundo sentido ciudadano. Las aristócratas locales aprovechan las cuotas de poder que les ofrece el poder eclesiástico; y muchas de ellas, pese a residir en la ciudad, son titulares de grandes propiedades latifundistas. Su fuerza social las lleva a ser patrocinadoras de construcciones de carácter religioso, o de donaciones para su mantenimiento o para el desarrollo de funciones caritativas9; no obstante, su capacidad patrimonial se ve mermada desde tiempos de Constantino cuando está ligada a la maternidad10. Señala Pedregal Rodríguez que el discurso de los inicios del cristianismo presenta a la mujer como transgresora del papel tradicional asignado en la cultura pagana, especialmente por lo que se refiere a su función materna, de la que pueden renunciar sin sentimiento de culpa11. Se puede, pues, decir después de leer esta

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refiexión que la mujer cristiana puede subvertir el orden tradicional: de aquellas ciudadanas de la Roma republicana y clásica que primaban su sentimiento cívico a las mujeres tardorromanas que pueden entregarse al servicio social de la divinidad cristiana.

Refiriéndome nuevamente a los modelos, a los prototipos promocionados por el poder público, o por determinados grupos de poder, existen muchos escritos de la época que revelan el ideal que de ellas crea el hombre12. Así, con el cristianismo se mantiene el ideal estoico clásico, pero convive con otros modelos; en comparación con las otras mujeres mundanas de clase alta, muchas de estas mujeres cristianas realizan tareas serviles, y rechazan la ayuda de sirvientes13.

Ya desde el s. IV dc., incluso desde San Ambrosio, De virginibus, se escribe una literatura destinada fundamentalmente a un público femenino. Las aristócratas de este periodo, tal y como describieron Amiano Marcelino y San Jerónimo, viven en general una vida ociosa, con seguridad económica y reducida a las relaciones sociales entre los de su casta14. Desde el s. IV dc., muchas de aquellas mujeres aristócratas y cultas, de Occidente y de Oriente, están fascinadas por los nuevos modelos de ascesis monástica, y sus espectaculares renunciamientos eran recibidos con elogio por amigos o allegados15. No obstante, en algunos extremos...

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