Capítulo primero. La protección del medio ambiente como bien jurídico

AutorBlanca Lozano Cutanda
Páginas29-106

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1. Génesis y evolución histórica del Derecho Ambiental Español
1.1. Introducción El Derecho Ambiental, un ordenamiento que nace y se ve impulsado por el despertar de la conciencia humana sobre los problemas ecológicos

El moderno Derecho ambiental, concebido como un sistema normativo dirigido a la preservación del entorno humano mediante el control de la contaminación

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y la garantía de un uso sostenible de los recursos naturales, tiene un origen reciente. Su surgimiento se sitúa en la segunda mitad del siglo XX, y responde a la toma de conciencia generalizada a nivel internacional sobre la necesidad de frenar el proceso de deterioro de nuestro frágil ecosistema, gravemente amenazado por el potencial destructivo de la civilización moderna.

Todos somos hoy conscientes de que una de las transformaciones más profundas que se está produciendo en el mundo actual es el surgimiento de una fuerte sensibilidad hacia los problemas ambientales. Lo que hace unas décadas parecían previsiones exageradas sobre los límites de crecimiento y las dificultades para el mantenimiento de un sistema ecológico sostenible, hoy se ha manifestado como una temible realidad que puede poner en peligro la supervivencia de la especie humana a medio plazo.

Casi a diario nos encontramos en la prensa con noticias alarmantes sobre el recalentamiento de la tierra, la sobreexplotación de los recursos naturales, la desertificación o la desaparición de especies. Entre las amenazas para la especie humana cuya incidencia comenzamos a sentir, hay que destacar en primer lugar el cambio climático.

Según el Cuarto Informe de Evaluación Global de este fenómeno publicado en 2007 por el Grupo Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC, de acuerdo con las siglas de la denominación en inglés: “Intergubermental Panel on Climate Change”), órgano constituido en el seno de las Naciones Unidas por expertos de todos los países y que ha sido premiado por su labor con el premio Nobel de la Paz, el calentamiento de la tierra es un fenómeno que resulta ya evidente (a partir de los aumentos de la temperatura media del aire y del océano observados, del derretimiento de hielos y nieves y del aumento del nivel del mar registrado), la responsabilidad humana es inequívoca (sobre todo por las ingentes emisiones de gases de efecto invernadero asociadas a la industrialización), y es un fenómeno imparable, que provocará aumentos de las temperaturas en este siglo de entre 1,6 y 4 grados, dependiendo de las medidas que se adopten para combatirlo.

La gravedad de este fenómeno para la preservación del ecosistema humano, cuyas manifestaciones se hacen ya evidentes, ha convertido al cambio climático en el centro actual de las preocupaciones ambientales y justifica el que se dedique al mismo un Capítulo independiente en esta obra al que nos remitimos.

Existen otros muchos problemas ambientales de extrema gravedad (asociados en mayor o menor medida al cambio climático) que se ciernen sobre nuestro ecosistema.

Uno de los más alarmantes es, sin duda, el de la progresiva e incesante desaparición de las especies. Según la última edición, en 2008, de The Living Planet Report, un informe elaborado periódicamente por la Sociedad Zoológica de Londres, WWF y Global Footprint Network que contiene un indicador (Living Planet Index) que mide las tendencias de la biodiversidad de la Tierra, casi un tercio de la vida salvaje (un 30%) se ha extinguido entre 1970 y 2005 (el informe puede consultarse en la página web que se cita al final de este Capítulo). Esta extinción ma-

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siva dicen los expertos, se está produciendo actualmente 10.000 veces más deprisa que con anterioridad, según resulta de los registros fósiles, por lo que carece de precedentes en la historia de la humanidad (habría que remontarse a la extinción de los dinosaurios, según el editor del informe, para encontrar una extinción de especies tan rápida como la que se está produciendo).

Entre las causas que provocan esta pérdida de biodiversidad, todas ellas provocadas por el hombre, pueden destacarse la deforestación y consiguiente pérdida de los hábitats naturales, la contaminación, la introducción humana de especies invasoras y, como fenómeno emergente, el cambio climático, dado que las plantas y animales no son capaces de adaptarse a la modificación de su ecosistema que éste fenómeno ocasiona. No es por ello de extrañar que la tesis cada vez más consolidada entre los ecólogos y paleontólogos de mayor relieve internacional, como E. O. WILSON, R. LEAKEY o R. LEWIN, es la de que nos hallamos de pleno ante una extinción masiva. Y esta vez el meteorito somos nosotros.

Podría pensarse que el hombre es autosuficiente y es posible que podamos sobrevivir si las especies de animales y plantas silvestres desaparecen, pero, por una parte, no es seguro que a partir de un determinado grado de deterioro del ecosistema actual el ser humano, como especie integrada en él, pueda mantenerse; y, además, se da la paradoja, una de las muchas que caracterizan los problemas ambientales, de que justamente cuando el ser humano empieza a ser capaz de aprovechar el potencial de la biodiversidad genética para la cura de enfermedades y la mejora de su calidad de vida, es cuando por su propia actuación está propiciando la desaparición de la misma. La lucha desesperada por salvar de la extinción especies como el lince ibérico muestra, por otra parte, que como señala el paleontólogo R. LEAKEY, “el valor de las especies que nos rodean, independientemente de los beneficios que nos puedan reportar, resulta inseparable del espíritu humano”.

Hay que hacer referencia también, entre los más acuciantes problemas ambientales, a la continua explotación de los recursos naturales del planeta, que ha puesto a los ecosistemas en una situación de peligro tal que, a la larga, puede amenazar el desarrollo del ser humano. La sobreexplotación de los recursos naturales está alcanzando un auténtico “punto de no retorno” en algunos sectores. Especialmente grave resulta hoy la sobreexplotación de la mayor parte de las pesquerías marinas importantes. Según los últimos estudios realizados, como consecuencia en especial del uso intensivo de las artes industriales de pesca las poblaciones de grandes peces como el atún, el pez espada o el bacalao se han reducido en un 90% desde la década de los cincuenta y los expertos coinciden en señalar que esta actividad depredadora puede llegar a producir el colapso hacia mediados de siglo de la industria pesquera comercial actual.

Otro de los problemas ambientales cada vez más alarmantes es el de la desertización, pues un tercio del planeta vive en tierras secas, y los usos no sostenibles de las mismas (la deforestación, las políticas que favorecen la sustitución del pastoreo –más adecuado a este tipo de terrenos– por la agricultura, la aplicación de tec-

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nologías agrícolas inadecuadas, como los sistemas de regadío a gran escala, etc.), unidos al fenómeno del calentamiento de la tierra, amenazan con desertificar el 20 % de estas tierras secas (en España, según datos del MARM, el 31 % de la superficie tiene un riesgo elevado de desertificación), lo que, según los análisis llevados a cabo por Naciones Unidas, amenaza la vida de miles de personas en un centenar de países, que se verán obligadas a abandonar sus lugares de residencia o verán peligrar su salud y su medio de vida.

Resulta ya imposible cerrar los ojos ante una realidad que resulta patente y que amenaza la pervivencia de nuestro propio hábitat. Y ha sido este amargo despertar de la conciencia humana sobre la imperiosa necesidad de nuestro tiempo de poner freno al deterioro del medio natural lo que ha convertido el medio ambiente en un objeto nuevo y autónomo de tutela por el ordenamiento jurídico, dotado...

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