Capitalismo, conflicto y lucha de clases como efectos de la doctrina protestante

AutorJosé Antonio Ullate
Páginas167-190
CAPITALISMO, CONFLICTO Y LUCHA DE CLASES
COMO EFECTOS DE LA DOCTRINA PROTESTANTE
José Antonio ULLATE
Universidad Antonio de Nebrija de Madrid (España)
1. INTRODUCCIÓN
Con la legendaria redacción de las 95 tesis y su más legendaria fijación en la puerta de
la iglesia fortaleza de Wittemberg dio comienzo un acto de efectos profundamente subver-
sivos para la vida de todos los cristianos. Profundamente subversivo y dramático, aquel acto
no iba a limitar sus efectos al orden estrechamente religioso.
De forma más o menos intuitiva, quienes fueron testigos del surgimiento de aquella
«protesta» percibían que todo un orden de cosas, que todo un mundo, que toda una forma
de insertarse en la vida y de darle sentido se resquebrajaba. Aquélla no era, pues, una más
de las frecuentes disputas teológicas que públicamente entretenían a los teólogos cristianos
cada poco tiempo y en las que ferozmente se atacaban entre no sin provocar un cierto
regocijo entre la gente, que seguía estas justas a cierta distancia. De hecho, aquellas viejas
querellas, continuas, habían contribuido a debilitar muchas certezas, con la pretensión de
purificar otras más altas.
Y, a pesar de aquellos barruntos de quiebra, durante unos pocos años, se intentó tratar
con aquel terremoto teológico y vital como si de otra virulenta disputa más entre religiosos
se tratase («cuídate del odio de los célibes»).
Pero aquel rumor inicial no iba a disiparse como una onda en el mar. Se había desatado
una vorágine cuyas consecuencias y magnitud fueron imposibles de prever entonces y entre
las que, todavía hoy, intentamos poner claridad y luz.
También de forma intuitiva se advierte que hasta el mismo término que ha acabado por
agrupar a toda esa maraña de «denominaciones», es decir, la «Protesta», el «protestantismo»,
encierra una especie de justicia poética —nomen, omen— y constituye una cifra o un sello
del papel que en la historia ha jugado y juega esa forma de entender la religión.
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La protesta, como el miedo, son movimientos segundos, nunca originarios: nunca pue-
den dar cuenta de una realidad última. Por eso, ni el miedo es una explicación válida de la
religión, ni la protesta lo puede ser de la religión cristiana. Porque, a pesar de la extendida
«creencia» propia de un ateísmo ilustrado, sólo se puede temer perder lo que antes se ha
amado; y, a pesar de toda la sinceridad reformada, otorgar a una acción como es la protes-
ta el protagonismo significa, se quiera o no, relegar a un segundo plano (dado por supuesto,
por patente: este es su grave error) la auténtica originalidad de la intervención de Dios en
la historia, que no es una negación sino una afirmación.
Ahora bien, sentado que hay una percepción generalizada —entre protestantes y cató-
licos— del carácter subversivo del protestantismo, queda por examinar el alcance de ese
germen revoltoso y turbulento específicamente para el orden de la convivencia social, para
la ciudad terrena. En este punto me parece obligado no ceder a la tentación de querer
probar demasiado (qui nimis probat...), lo que supondría caer en el espejismo de que la
prolijidad constituye argumento concluyente y, en la práctica, no haber rebasado el orden
de esa percepción —indudablemente cierta— que identifica genéricamente el carácter albo-
rotador de las corrientes protestantes.
Adelanto que me parece que existen ciertas críticas genéricas hacia el protestantismo
que no pasan de ser verbalizaciones de esa intuición veraz y originaria del núcleo corrosivo
del protestantismo, pero que, al establecer premurosamente una conexión causal demasiado
evidente, debilitan el propósito mismo que las anima. Y, además, al pretender haber senta-
do con suficiente claridad la conexión causal entre protestantismo y revolución y entre aquél
y el racionalismo económico (ya sea el capitalismo o los post-capitalismos financieros), elu-
den profundizar en otras líneas conjuntivas, de conectividad, quizás menos ambiciosas, pero,
me parece, más reales y más iluminadoras.
La pesquisa sobre el carácter fatalmente subversivo del protestantismo en el orden social
está sembrada de pistas falsas que dificultan mucho una labor que, sin necesidad de esos
obstáculos, no es fácil. Porque nada tiene de sencillo la tarea de hacer el discernimiento de
una secuela causal en la historia, cuando se trata de una causalidad intelectual. Una inabar-
cable maraña de influencias opera sobre cualquier acto y cualquier momento de la historia.
Lo cual convierte en ilusoria la expectativa de encontrar un tipo de conexión eficiente,
cuasi física o necesaria entre unos principios doctrinales y unas ondas expansivas históricas
derivadas de ella al modo de un «hilo rojo» trazable por debajo del flujo de los aconteci-
mientos. Eso, sin tener en cuenta la compleja naturaleza de la propia causalidad intelectual:
la historia da continuas muestras de epígonos que disputan ferozmente entre sí a la hora de
intentar extraer y aplicar conclusiones a la herencia doctrinal de sus maestros.
En primer lugar, pues, me detendré brevemente en algunas advertencias preliminares
de método.
2. LA COMPLEJIDAD DE LA CAUSALIDAD INTELECTUAL
El historiador norteamericano Robert M. KINGDON —que investigó los mitos protes-
tantes en torno a la matanza de San Bartolomé— expresaba su insatisfacción, como profe-
sional de la historia, pues «nunca estoy seguro del impacto real de las ideas y prefiero
buscar causas sociales para desenvolvimientos sociales» 1. En el devenir de la historia no se
1 «My dissatisfaction no doubt reflects the viewpoint of an historian who is never sure of the real impact of
ideas and prefers to seek social causes for social developments» [R. M. KINGDON, Renaissance, Reformation, Re-

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