Capitalismo y autoritarismo: ¿un mismo origen?

AutorCarlos Alarcón Cabrera
CargoCatedrático de Filosofía del Derecho y Filosofía Política
Páginas22-37

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1. Marx, Weber y el miedo a la libertad

A pesar de haberse escrito hace más de setenta años, El miedo a la libertad continúa siendo útil para comprender bastantes claves explicativas de por qué los avances humanos en la consecución de mayores cotas de libertad son tan desiguales e incluso paradójicos. Tanto en este libro como en la mayoría de sus obras, los referentes principales de Fromm son Marx y Freud. Así lo consideró el propio Fromm y así se le ha contextualizado posteriormente. Sin embargo, El miedo a la libertad demuestra que también Fromm quiso matar, al menos parcialmente, a sus dos padres intelectuales, a la vista de su empeño en desmontar el economicismo marxista y el pansexualismo freudiano.

La interpretación marxista de la economía como estructura que determina las superestructuras culturales, morales, políticas y religiosas, y en particular del desmantelamiento de las relaciones de producción feudales como factor fundamental para explicar el surgimiento del protestantismo religioso, es puesta en cuestión por Fromm, mucho más cerca de Weber, antagonista de Marx al invertir la relación de causalidad marxista, y considerar la aparición del protestantismo como causa fundamental del nacimiento del capitalismo.

Sin negar la relación entre la mayor prosperidad que se comienza a alcanzar en determinadas regiones europeas durante la Baja edad media, y el surgimiento del movimiento protestante, Weber se centra en probar cómo las teorías de Lutero, Calvino y Baxter sirven para construir el hombre capitalista, y por esta vía para vertebrar todo el sistema económico del capitalismo. Aunque, propiamente, la regla general que enuncia Weber según la cual cada religión mediatiza la aparición de un determinado ethos económico no pretende combatir el economicismo marxista, sino complementarlo subrayando cómo la influencia entre estructura y superestructura es recíproca1.

Como presentación de sus tesis, Weber analiza etimológicamente el término alemán Beruf, mostrando las connotaciones religiosas de su nacimiento, y destacando cómo ilustrativamente las lenguas de los países católicos no tienen un término con el mismo significado de “posición profesional en la vida”. En su sentido actual el término nació con la traducción luterana de la Biblia. Pero Lutero utilizó Beruf para referirse a dos conceptos distintos: a la idea de profesión en el sentido de trabajo asignado, y a la idea de llamamiento divino a la salvación eterna, de labor que Dios impone a los hombres. El primer concepto reflejaba una presuposición que no existía en la Edad media: la conducta humana debía basarse en el cumplimiento de la tarea profesional como primer deber moral. Este principio derivaba del carácter sagrado del trabajo, y propició el origen del concepto ético-religioso de profesión, entendida así como el cumplimiento en el mundo de las obligaciones que impone a cada individuo la posición respectiva que ocupa en la vida2.

A partir del concepto de profesión, Lutero resaltó que la vida monástica no justificaba al hombre ante Dios porque encubría la desatención del cumplimiento de las obligaciones que impone la presencia humana en el mundo. Frente a este frívolo y egoísta tipo de vida, el trabajo profesional acercaba al hombre a Dios porque constituía la manifestación más evidente de amor al prójimo. A través de la providencia, Dios nos ordena trabajar en nuestra profesión, y cualquier evasiva es rechazable por mucha justificación social, económica o política que posea. Es así como la sumisión a Dios implica someterse asimismo al poder, y concentrarse exclusivamente en el esfuerzo profesional3. Weber resalta que el concepto de profesión de Lutero es cada vez más tradicionalista a medida que sus conflictos con la oposición campesina es mayor. El individuo tiene que resignarse con la profesión que

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le ha destinado la providencia, y asumirla como misión que Dios le ha prescrito4. Y el providencialismo luterano se exacerba en Calvino con su rendición ciega ante la predestinación. El ser humano es en Calvino un mero títere en manos de Dios y debe limitarse a dejarse guiar por él. Así superará su angustia ante la insignificancia con la que aparece en el mundo, incapaz de otra forma de unirse a alguna entidad externa. Ningún logro humano se debe al acierto en la toma libre de decisiones; no se debe a su capacidad, a su valía o a su inteligencia, sino a la voluntad y el deseo de Dios. Toda la realidad histórica constituye un medio para honrar la omnipotencia divina en sí misma, y ello arrastra cualquier posibilidad de libertad humana. Ni siquiera la mayor o menor desviación respecto a los preceptos religiosos determinará la consecuencia decisiva y última de la salvación o la condena eterna, porque en esta elección también interviene exclusivamente Dios, y de hecho es la mejor prueba del carácter ilimitado y absoluto de la libertad divina, que es la otra cara de la moneda de la sumisión humana.

Weber subrayó las consecuencias psicológicas del rigor e inflexibilidad del Dios calvinista: una angustiosa sensación de soledad, impotencia y abandono en el ser humano, quien tampoco podría apoyarse ya en las instituciones eclesiásticas. Esta sensación se entrelaza sin embargo con el deseo divino de que el individuo ame al prójimo participando en la vida social, para lo cual debe dedicarse a su profesión de una forma impersonal, pero directa, objetiva y unilateral, como si fuera “un servicio para dar estructura racional al cosmos que nos rodea”5. Las elucubraciones teodiceas y filosóficas sobran porque representan la dilapidación de energías que son necesarias para concentrarse exclusiva y frenéticamente en la maximización del rendimiento productivo como única muestra predictiva de salvación futura, que a su vez contribuye a superar la duda y la angustia existencial. La acción humana sólo es verdaderamente útil cuando está planificada, sistematizada y dirigida a favorecer la gloria de Dios, y ello se consigue mediante la actividad laboral incesante y frenética. El ascetismo huidizo, pasivo y puramente teórico del monje medieval resulta por consiguiente completamente insuficiente porque no está apegado al mundo terrenal, y debe sustituirse por el trabajo profesional. Es la santidad terrenal, inaccesible para quien tenga una vida contemplativa, la que marca la frontera abismal entre la salvación y la condena. Los elegidos han de mostrar además para Calvino un odio y desprecio natural hacia quienes se apartan de esta santidad terrenal desocupándose de sus deberes laborales en tanto que obligaciones sociales, con lo que se convierten en enemigos de Dios6.

La noción de profesión fue para Weber desarrollada sobre todo por Baxter, quien concretó y clarificó la interpretación calvinista de la riqueza material al distinguir insistentemente la tendencia al disfrute ocioso de los bienes, de la actividad cotidiana virtuosa que tiene como consecuencia natural la acumulación patrimonial. La voluntad revelada de Dios obligaba al hombre a obrar, evitando las conductas pecaminosas de odio y goce. Sólo aprovechando productivamente todo el tiempo del que disponía aseguraba cada hombre su estado de gracia y glorificaba a Dios, fin último de la acción humana y medida de su moralidad. Pero aunque el éxito económico fuera sólo un medio, constituía también un síntoma externo representativo de cada destino individual porque ofrecía indicios de la intensidad y cantidad de tiempo ocupado en la exaltación de Dios. El trabajo no físico o manual sólo es virtuoso si no queda anclado en la pura especulación filosófica o en la contemplación intelectual, y se somete a pruebas de dureza y disciplina que demuestren que no se dilapida ni un segundo. Sólo entonces hay seguridad de que el hombre se autoesclaviza y mortifica

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como en el trabajo corporal, en el que su cercanía a Dios es más palpable a través de los frutos tangibles de su obrar7.

La división del trabajo y la jerarquización profesional no son principalmente entonces presupuestos de la unión social y del bien común, sino sobre todo la aplicación de las pautas que establece Dios. Weber reconoce que esta tesis aparece ya en Santo Tomás, pero subraya cómo se asienta en Lutero, para quien era fundamental que el hombre no rebasara los límites y el papel que Dios le había asignado, y se extrema en Baxter, al destacar éste cómo la especialización laboral perfecciona al trabajador provocando un rendimiento mucho mayor, y en consecuencia un mayor bien general de la colectividad. La asignación profesional a la que se refería Lutero se dinamiza para centrarse en la importancia de encontrar la ocupación que más explote la propia capacidad individual, y de seguir en ella un método que garantice resultados óptimos materializables en la maximización de los beneficios. El puritanismo y el metodismo se centraron en las citas del Antiguo Testamento que alababan la rectitud, la disciplina, la honradez y la austeridad, y rechazaban el disfrute y la felicidad superficial, así como la insumisión a la autoridad. Como resaltó Weber, la sociedad puritana inglesa del siglo XVII en la que vivió Baxter alertaba ante el riesgo de que la naciente burguesía se aficionara excesivamente al descanso (es decir, a la dedicación de alguna parte del tiempo a actividades no laborales ni religiosas como el deporte8, el arte o el teatro) y relativizara la autoridad del poder político, del mismo modo que la sociedad capitalista industrial decimonónica fue modelando al trabajador fomentando en él su concentración en la actividad profesional productiva y su distanciamiento respecto al sindicalismo, al socialismo, al anarquismo o a cualquier otro movimiento crítico con la autoridad del sistema...

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