La protección jurídico-canónica y secular de los peregrinos en la Edad Media: origen y motivos

AutorAlejandro González-Varas Ibáñez
Páginas503-542

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    Este estudio ha podido ser realizado como consecuencia de la financiación aportada por la Xunta de Galicia para el desarrollo de proyectos de investigación.
Introducción

Desde el siglo IX en que se descubrió el sepulcro del Apóstol Santiago bajo el reinado de Alfonso II, el flujo de peregrinos que llegaban en busca de sus restos fue continuo hasta finales del siglo XVIII, presentando su momento de mayor auge en los siglos XII y XIII1. Durante las primeras centurias, especialmente a partir de la undécima que es cuando se consolida el culto a Santiago en Occidente2, el tránsito de peregrinos no sólo fue constante, sino que se fue viendo cuantitativamente aumentado3.Page 504

Precisamente el paso documentado de estos caminantes de una forma regular por un período de tiempo amplio a través de unas mismas localidades es lo que ha dado lugar a la configuración de la ruta jacobea4.

Las causas que los encaminaban eran de diversa índole5. Entre las que podríamos denominar «causas internas», figuraban principalmente los motivos de fe. Es el caso del peregrino que pretende un contacto físico con las reliquias del apóstol para poder adquirir el perdón de los pecados y asegurar la salvación o bien una curación de enfermedades. Igualmente, existían los caminantes que iban hacia Santiago en lugar de otra persona que debería haber realizado ella misma la peregrinación y prefería pagar a un peregrino, o bien en cumplimiento de una cláusula testamentaria en sustitución del difunto que no pudo realizar la peregrinación en vida6, o en lugar de pueblos o comunidades enteras. Otro móvil se encontraba en el cumplimiento de promesas o votos. Y por último, especialmente a partir del siglo XV con la llegada del humanismo renacentista, nos topamos con la figura del peregrino aventurero o peregrino que inicia el recorrido hacia Santiago por motivos de carácter cultural o por la curiosidad de conocer in situ nuevas tierras7. Hubo otras causas -«extemas» a la propia voluntad del peregrino- que fueron las peregrinaciones forzadas a consecuencia de penas canónicas o civiles.

Este fenómeno peregrinatorio afectó a toda la Cristiandad sin conocer fronteras. Desde países remotos, personas de toda condición8dirigían sus pasos hacia Santiago de Compostela, debiendo atravesar para ello diferentes territorios dominados por señores diversos. Ello no fue óbice para el desarrollo de las peregrinaciones. Al contrario, el poder civil se mostró favorable a los peregrinos de forma que para facilitarles el tránsito e incluso asegurar su protección de los varios peligros que en su kilométrica marcha les afectaban, dictaron normas especiales claramente ventajosas. Precisamente, la tónica a lo largo de los siglos fue que la legislación tuviera como objeto al peregrino como persona, y sólo a partir del siglo XX es cuando se empieza a legislar refiriéndose al Camino en cuanto tal, protegiendo sitios y monumentos9con normas de ámbito supranacional hasta lasPage 505 de carácter autonómico10. Por lo tanto, en torno a la figura del peregrino se mostró consonancia y armonía entre poder civil y poder eclesiástico, entre el Derecho secular y el Derecho canónico11. El declive de las peregrinaciones comenzó en el siglo XVI como consecuencia de la crítica protestante al culto a los santos, a las indulgencias y a varias manifestaciones públicas de la fe como las peregrinaciones, ya que se consideraba mejor intentar hacer buenas obras en el propio lugar de residencia que emprender largos viajes12.

Ante esta realidad que someramente hemos anunciado, desarrollaré un análisis en torno a cuáles fueron los aspectos de mayor consonancia entre ambas legislaciones, como fue el origen forzado de la peregrinación y, por otro lado, la protección jurídica otorgada por el Derecho canónico y el civil al peregrino desde los orígenes del culto a Santiago hasta el siglo XIII, cuando se alcanza una mayor nitidez en la normativa protectora y antes de que empiece el declive cualitativo y cuantitativo de las peregrinaciones.

1. Origen forzado de la peregrinación

Un primer punto de encuentro entre el Derecho canónico y el secular fue que ambos coincidieron en la imposición de la peregrinación como sanción a sus respectivos condenados. Se trata de casos de peregrinación forzada por una penitencia o sanción civil que sólo alcanzarán remisión cuando de regreso a su lugar de origen muestren la credencial13de haber realizado toda la vía. La peregrinación como penalidad se extendió a partir del siglo vn concebida como una transformación del exilio para ciertos criminales14. El declive de este tipo de peregrinación comenzó en el siglo XVI a raíz de la Reforma protestante15.Page 506

1. 1 Ámbito canónico

La peregrinación como penitencia16se aplicó fundamentalmente a partir de la reforma del proceso penitencial que se llevó a cabo en el siglo XIII con el que se concluyó el período de las penitencias tipificadas en los libros penitenciales17. Los viajes peregrinatorios se concibieron como una penitencia pública no solemne aplicable a los pecados cometidos por clérigos o laicos que, sin ser gravísimos, sí daban lugar a un particular rechazo18. En el ámbito eclesiástico reves-Page 507tían el carácter de una penitencia que había de cumplirse para conseguir la expiación de un pecado. La duración de la peregrinación y la distancia del lugar se seleccionaban en proporción con la gravedad del pecado cometido19. No obstante, a los clérigos sólo se les castigaba con la peregrinación cuando sus faltas hubieran sido públicas y especialmente graves20.

Si bien a veces no se especificaba ningún destino, quedando al arbitrio del peregrino la elección de uno u otro lugar, a partir del siglo ix lo más frecuente es que se indicase la meta concreta a la que se tenía que ir en peregrinación21. Normalmente se escogían lugares donde se encontraban reliquias de santos importantes ya que, poco a poco, se va imponiendo la idea de que el contacto directo con los restos de los santos tenía efectos sobrenaturales: curación de enfermedades, una remisión de los pecados más efectiva o una intercesión para asegurarse la vida eterna tanto más eficaz cuanto próximo fuera el contacto con los restos. Esto provocó que los emplazamientos donde hubiera reliquias de santos fuesen los preferidos para realizar diferentes prácticas cristianas22. Se cons-Page 508 tata, además, que los santos que son más atractivos para el pueblo son los denominados «auxiliadores», es decir, aquellos que se invocan en momentos de especial dificultad23. En el caso de Santiago esto debió de ser un motivo muy tenido en cuenta en tanto que era considerado un intercesor de especial categoría y eficacia para todos los casos, sobre todo los más graves, ya que no se invocaba su nombre asociado a algún tipo de pecado o enfermedad concreta, sino para males absolutos y librarse del castigo eterno24. Si a esta convicción añadimos que la sepultura de quien hablamos era la de uno de los Apóstoles más cercanos a Cristo25y uno de los primeros en recibir el honor del martirio por la fe26, los efectos intercesores prometían ser extremadamente felices. Por ello resulta lógico que la simple difusión de la noticia de tamaño hallazgo atrajera a devotos provenientes de toda la Cristiandad. Prueba de la importancia de Santiago de Compostela como destino de peregrinaciones es que en el siglo XIV se hablaba de que la penitencia pública se cumplía con la peregrinación a Santiago o cualquier otro lugar al que se vaya con báculo y morral27. De aquí se puede deducir que Santiago no era un destino cualquiera, sino de carácter principal.

El poder intercesor de los restos de santos y la presencia de un lugar sagrado provocó varios tipos de prácticas entre las que fueron significativas los enterramientos dentro de las iglesias o, al menos, en los cementerios a ellas anejos28; y fue también la causa de que el modelo de peregrinación altomedieval, que consistía en viajar a ningún lugar concreto, es decir, en salir de un punto de origen y vagar por los caminos sin rumbo fijo en tanto que lo importante era que en esos caminos el peregrino encontraba a Cristo, se sustituyera por un modelo de peregrinación hacia una meta previamente determinada. Ésta inicialmente será sobre todo Tierra Santa y, a medida que el acceso a estos lugares se dificulta, Roma y Santiago.

Desde los primeros tiempos del Cristianismo se ha considerado la vida como una peregrinación hacia Dios y la vida eterna. Y, en efecto, se han dado a lo largo del tiempo y del espacio diferentes respuestas para conseguir liberarse de lasPage 509 ataduras de este mundo físico y estar más preparado para iniciar el camino de encuentro con Cristo. Los antiguos cristianos de las regiones orientales hicieron de la peregrinación un ejercicio ascético, entendida aquélla como una despedida de su tierra y todo lo que en ella dejaban, convirtiéndose en un «peregrinus absolutos»29. Sin embargo en Occidente, a partir del siglo VIII, se va imponiendo la idea de conseguir el alejamiento del mundo en un lugar estable, excepto en las islas británicas, donde siguen prefiriendo la vida errante30. Fijando luego una meta determinada a los viajes peregrinatorios, el peregrino no sólo hace de su propia vida un peregrinar, sino que esa acción tendrá un momento de apogeo al llegar al destino concreto...

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