Camila y el derecho romano

AutorViviana Kühne
Páginas231-248

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I Introducción

Camila O’Gorman1 (1825/1828fi-1848) ha entrado en la historia argentina como aquélla joven que fue ejecutada, hacia la mitad del siglo XIX, porque –se dice– portaba en su seno el hijo de un sacerdote. Sería éste el primer caso, en el que se tiene registro desde el nacimiento del virreinato del Río de la Plata, en que se aplicó la pena de muerte a una mujer. El episodio adquirió gran notoriedad e inspiró variadas manifestaciones artísticas, aunque recientes.

  1. Luego de la disolución del Virreinato del Río de la Plata en 1810, lo que hoy es parte de la República Argentina, se denominó Provincias Unidas del Río de la Plata. Territorio que, a partir de 1819 y por casi cuatro décadas, estuvo dividido geográfica y políticamente en dos partes. Las provincias centrales vecinas a la cordillera de los Andes eran unitarias. Enfrentadas a ellas

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    estaban Buenos Aires y las provincias del litoral que eran federales. El polo más rico se localizaba en la provincia de Buenos Aires debido a la actividad agropecuaria y a que allí se encontraba el único puerto comercial desarrollado que concentraba el comercio exterior de todo el país. Ésta provincia fue gobernada, desde 1829 a 1832 y de 1835 hasta 1852, por Juan Manuel José Domingo Ortiz de Rozas y López de Osornio. El mismo –renegando de su linaje y sus raíces españolas– se hizo llamar simplemente Juan Manuel de Rosas (1793-1877). Este militar y político argentino (que encarna una de las figuras más discutidas de la historia argentina), perteneció al sector privilegiado, católico y conservador de la sociedad, asumió el primer gobierno con el cargo de “Restaurador de las Leyes e Instituciones de la Provincia de Buenos Aires” y fue investido de facultades extraordinarias, confirmadas por la legislatura. Una de sus medidas de gobierno fue reanudar las relaciones, que estaban rotas desde 1810, con la Santa Sede.

    El confiicto político señó los primeros años de la década del Treinta y la crisis de gobernabilidad imperante abrió paso al segundo gobierno de Rosas. Esa coyuntura concedió otorgarle facultades aún más amplias que durante el primer mandato, como la suma de los poderes públicos de la provincia sin más restricciones que conservar y proteger la religión Católica Apostólica Romana y sostener, y defender, “la causa nacional de la Federación”. El gobernador no disolvió la legislatura ni los tribunales como signo de su autoridad. Por medio de alianzas consolidadas con los líderes de las demás provincias logró el control del comercio y de las relaciones exteriores, prosiguiendo a aumentar su hegemonía y haciendo nacer, de este modo, la Confederación Argentina. El marcado personalismo que identificó su gestión, y que se hizo más palpable a medida que pasaban los años, no impidió, cuando la importancia del caso o la complejidad de la materia lo aconsejaba, recurrir al asesoramiento de notables expertos en el campo legal, científico o diplomático, como el Dr. Arana, el Dr. Lahitte, el Dr. Vélez Sársfield o el Sr. Senillosa. Una atmósfera enrarecida se abatía sobre Buenos Aires. La consecuencia de la división geográfica de la que hablamos se acentuó por la separación social en dos bandos: federales y opositores. Éstos últimos componían una masa informe, acomunada bajo el mote de “unitarios”, que comprendía a todos los que osaban expresar su disenso. Fueron años violentos.

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    En este contexto creció Camila, una típica joven de la sociedad “porteña” (como se denominaba a las personas nacidas en la ciudad de Buenos Aires), criada para ser una ‘buena’ esposa y madre. Transcurrió sus días realizando obras pías o animando las tertulias familiares. Así, antes de llegar a su segunda década de vida, conoció a Uladislao Gutiérrez, un joven oriundo de la norteña provincia de Tucumán, que vino a Buenos Aires, y, gracias a su infiuencia familiar, fue tomado bajo la protección del poderoso canónigo Felipe Elortondo y Palacios, quien lo indujo a abrazar la vida religiosa. Una vez ordenado sacer-dote –come jesuita– gracias a su protector fue designado párroco en la iglesia del Socorro. La vida de Camila y Uladislao era ignota hasta ese momento. La historia comienzó cuando escaparon juntos en diciembre de 1847. Partieron hacia el norte del país probablemente intentando llegar a Brasil.

    En Buenos Aires, diez días después de la fuga, Adolfo O’Gorman se presentó personalmente ante el gobernador para comunicarle lo sucedido y pedirle su intervención. Ello fue posible porque O’Gorman era ideologicamente cercano a Rosas. Sin embargo ese no era el único punto de contacto. Camila –no obstante la diferencia de edad– era confidente de Manuelita (la descendiente predilecta del ‘Restaurador’). Delante del gobernador, el padre denunció que su hija fue seducida y robada por el párroco. La acusación así planteada liberaba a Camila.

    Las autoridades religiosas comunicaron a Rosas la desaparición del sacerdote un día después de O’Gorman. Este retardo despertó la ira de don Juan Manuel. Mas, no se trataba de un rapto común. Era una unión no admitida, que no respetaba las convenciones sociales, las reglas. Era a todas luces un escándalo la desaparición de una ‘niña de la sociedad’ y un cura. Brotaban especulaciones a doquier, incluso políticas.

    Los fugitivos, por su parte, se detuvieron por un tiempo en la frondosa y verde provincia de Corrientes. Adoptaron una nueva identidad: él era Máximo Brandier, comerciante, natural de Jujuy, y ella, su esposa, Valentina San, Desan o Desau según las distintas versiones. Con el objetivo de ahorrar dinero y continuar el viaje abrieron una escuela para niños. Fue la primera en la ciudad de Goya. Transcurrieron algunos meses hasta que, un sacerdote irlandés llamado Michael Gannon (o Miguel Ganon), que circunstancialmente se hallaba en el pueblo, reconoció a Gutiérrez y los denunció. Cuando Rosas fue informado

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    de éste hecho dispuso que los perseguidos fuesen traídos a Buenos Aires en dos carros separados, con grillos e incomunicados.

    Un repentino cambio de planes hizo que, en lugar de aplicarse el procedimiento usual en estos casos (la Casa de Ejercicios para Camila y la cárcel del Cabildo para Uladislao), los dos fueran conducidos al cuartel general de Santos Lugares. El gobernador dió la orden terminante que se fusilara a ambos inmediatamente, sin dar lugar a apelación o defensa. Ni siquiera la intersección de Manuelita, a la cual habría apelado Camila para que abogara por ellos, pudo interferir favorablemente. Esto ocurrió el 18 de agosto de 1848.

    Esta historia se transformó en un crimen de Estado. La oposición, desde el exilio, continuó a aguijonear a Rosas al punto que el gobierno, débil por las contínuas guerras intestinas, se vió compelido a proponer, sin convencer a los opositores, ‘una historia oficial’ de lo sucedido. Ésta era una buena ocasión para dar un signo de autoridad, de moralidad y de ejemplo. Así, en otros casos, especialmente donde estaban envueltos opositores al gobierno, no se recurriese a la fuga como solución a imitar. Pero ésta señal era dada sobre el cuerpo de una mujer considerada grávida.

    La memoria social recuperó la historia de Camila a través de los relatos de un poeta gauchesco, Hilario Ascasubi (1807-1875), que utilizó los pseudónimos de “Paulino Lucero” y de “Aniceto el Gallo”. Éste, en 1852, fue comicionado por el general Urquiza (1801-1870) –el militar que venció en la batalla de Caseros a Rosas y precipitó su renuncia al cargo de gobernador de la Provincia de Buenos Aires– para escribir sobre los hechos más trágicos del período rosista. De este modo la literatura servió al doble propósito de rememorar y realizar proselitismo. La primera mención del episodio la encontramos en “Paulino Lucero o Los gauchos del Río de la Plata cantando y combatiendo contra los tiranos de la República Argentina y Oriental del Uruguay (1839 a 1851)”, donde en una imaginaria misiva, de tono burlesco, el gaucho Santos Contreras escribió al “Excelentísimo señor Restaurador de las Leyes y Gobernador del Continente Americano”, es decir, al propio Rosas, desde Montevideo, “a los 30 del mes de Rosas de 1849”, ocasión en la que pasó revista a algunos de los acontecimientos de esos años como el fusilamiento de Camila. También en “Aniceto el Gallo: gacetero prosista y gauchi-poeta argentino”, bajo la sección “Las milicias de Rosas”, Ascasubi, por medio de una ficticia

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    carta del gaucho Donato Jurao, dirigida a su mujer que se hallaba en Montevideo, con fecha 20 de agosto de 1848, relató con crudeza el triste fin de Camila y el amante. En esta narración se señaló que los ejecutores rehusaron aplicar la condena sobre Camila por el horror que significaba matar a un ‘inocente’, como se usaba nombrar a los nonatos o neonatos que no eran manchados por el pecado original: para vencer ésta resistencia se optó por bautizar al hijo que estaba por nacer. La versión del bautismo la encontramos también en las Memorias de Garibaldi: un dato relevante para comprender cuan lejos pudo llegar el recuerdo de esta historia. Es así como, antes de ejecutarse la pena capital, la condenada recibió el “bautismo por boca” (ingiriendo agua bendita), “por las dudas si había preñez” y acallar las conciencias. Quizás, las mismas que pensaron que el hijo no era importante o merecedor de protección porque, como sacerdote, su padre no podía transmitirle fortuna o un nombre...

  2. El 6 de junio de 1860, con la firma del convenio entre el Gobierno de la Confederación y el Estado de Buenos Aires, se produce la unidad federal que da nacimiento a la Nación Argentina. De este modo se...

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