Blanco white y los valores de la cultura jurídica liberal

AutorClaro-J. Fernández
CargoCarnicero
Páginas1047-1062

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(Conferencia pronunciada en el Colegio de Registradores el día 11 de febrero de 1991)

    SUMARIO: 1. La libertad como "vocación".-II. La libertad como "aventura".-III. La libertad como "desarraigo".

"La característica principal de la verdadera libertad y de su verdadera práctica es el abuso que se hace de ellas."

G. C. Lichtenger, Aforismos

Señor Vicedecano del Colegio de Registradores de España, señor Director del Centro de Estudios Regístrales, señoras y señores, queridos amigos:

Es éste el momento, justo y obligado, de agradecer a esta ilustre casa la invitación que me permite comparecer hoy ante ustedes, en una convocatoria que se aparte de las materias que conforman el panorama habitual del jurista o profesional del Derecho.

Gracias por ello señor Vicedecano, señor Director del Centro y generoso presentador y amigo Fernando Acedo-Rico por lo que yo interpreto, además de como gesto de amistad, como reconocimiento de la apertura del horizonte intelectual del verdadero jurista, del que la profesión registral es expresión relevante. Apertura hacia valores culturales que se inscriben en esa frontera permeable de las Ciencias Sociales, en la que, en el caso del Derecho el rigor científico de un sistema normativo descubre carencias axiológicas, valores y bienes jurídicos primarios, a veces reducidos, en la práctica diaria, a puro nominalismo.

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I La libertad como "vocación"

Si el Derecho es, en expresión del inolvidable maestro QUINTANO RIPOLLÉS, un valor de cultura, su estudio y el alcance de su función son indisociables de esa dimensión cultural, tanto en su proyección histórica como en su reconocimiento presente.

En la historia de la cultura española, como en la de cualquier otra cultura nacional, existen figuras o personajes que por su aventura vital, con independencia incluso del mayor o menor valor o calidad intrínseca de su obra, vienen a ser un testimonio singularmente expresivo del medio intelectual y el clima moral que determinan que el perfil de una sociedad, de un pueblo y del ordenamiento jurídico que lo configura tenga unos rasgos propios, una marca inconfundible.

Uno de esos personajes es, a pesar de su escaso reconocimiento o consagración oficial y de su perfil fronterizo entre dos culturas, la española y la inglesa, José M.a Blanco y Crespo, sevillano nacido en 1775, naturalizado inglés con el nombre de Joseph Blanco White, pionero de la emigración y el exilio, experiencias éstas que tantas huellas han dejado en la piel de España. Su vida, con sus luces y sus sombras como toda vida humana, terminó en Liverpool en la primavera de 1841, en condiciones tan precarias que alguno de sus biógrafos la retrata como propia de un "lonely and miserable old man" (Geoffrey Faber, Oxford Apostles, Pelican, 1954).

Sin caer en la desviación de la hagiografía, tan común a la fanfarria de los aniversarios, estoy seguro de no cometer ningún exceso al reconocer en Blanco una fidelidad permanente al sentimiento natural y a la vocación de libertad; testimonio raro en ese grado, inhabitual en cualquier época de nuestra historia, por mucho que desde aquel teatro improvisado de las Cortes de Cádiz se haya alardeado cíclicamente del liberalismo, para acabar casi siempre en la mediocre componenda del doctrinarismo, reducción que tan expresivamente describía Salvador de Madariaga, liberal genuino, cuando criticaba el "liberalismo del dividendo".

Blanco no cayó nunca en esa desviación. En la que sería una huida en busca de la libertad soñada y realmente querida, deja en su adolescencia la empresa comercial paterna y se refugia en el seminario; ya en su madurez abandona en 1810 familia, patria, ocupada entonces, e Iglesia, en la que tan brillante carrera había hecho (canónigo a los veinticinco años de la catedral de Cádiz, y a los veintiséis años, capellán magistral en la de Sevilla) y busca en la Inglaterra de comienzos del siglo XIX la Arcadia que no encontraría; tras su conversión al anglicanismo en 1814 y habiendo alcanzado de nuevo una brillantísima ejecutoria, con la obtención de una cátedra en Oxford (Master of Arts) en 1826, mantiene una insobornable Page 1049 tensión moral e intelectual en la crítica y en la duda. Convertido de nuevo en un renegado espiritual y social, del que todos sospechan, consume su tiempo en los aledaños del deísmo y del sincretismo escéptico de la Iglesia o secta unitaria. Así consuma su vocación de hombre libre o de hombre a secas.

En su biografía se cumple lo que un clásico del pensamiento jurídico-político francés, Georges BURDEAU, en su ensayo Le liberalisme (Ed. Seuil, 1979), advierte al referirse a la difícil encarnación de la libertad; no es en la doctrina, nos dice, o en la ideología de un partido político, sino en la vida concreta del ser humano en donde la libertad puede encontrar realmente cobijo.

El precio o coste de ese descubrimiento suele ser alto para quien, como Blanco, lo asume: la soledad, la marginación y el desarraigo. Es el peaje de los very few, escasos como la virtud, aquellos que por inteligencia y por conciencia no se detuvieron ante la renuncia a posiciones sociales conseguidas o ante el rechazo con que se defiende una sociedad intolerante, naturalmente desconcertada ante quién denuncia y acusa, sin llegar a normalizarse, es decir, a someterse a convenciones o a pautas de conveniencia.

José M.a Blanco es uno de esos pocos testigos y acusadores molestos por que por ser fieles a la libertad de pensamiento y de expresión, a su libertad individual, acaban siendo reos de una especie mayoritariámente anónima y mansa.

Por trayectoria vital y por formación cultural, Blanco está a caballo de la Ilustración y el Romanticismo. Es fruto de un mestizaje entre el rigor racionalista y la exaltación vital, síntesis conseguida con gran maestría en sus Cartas a España, su obra más divulgada y sin duda uno de los textos de la literatura española con mayor poder de seducción. Ese mestizaje contribuye hoy a descubrir y a realzar la universalidad de este quijote racionalista o de este racionalista vital si acudimos a una conocida expresión acuñada en el pensamiento del maestro Ortega.

MenÉNDEZ y PELAYO, en su Historia de los heterodoxos españoles (cap. 4.° del libro VII), invita a la lectura de su obra por debajo del rigor de la que podríamos considerar crítica canónica, con estas palabras:

"Toda creencia, todo capricho de la mente o del deseo se convirtió en él en pasión. Católico primero, enciclopedista después, luego partidario de la Iglesia anglicana y, a la postre, unitario y apenas cristiano..., tal fue la vida teológica de Blanco, nunca regida sino por el ídolo del momento y el amor desenfrenado del propio pensar, que con ser adverso a toda solución dogmática, tampoco en el escepticismo se aquietaba nunca, sino que cabalgaba afanosamente, y por sendas torcidas, en busca de la unidad".

Este texto nos retrata, incluso en su formal reproche, a un Blanco que, Page 1050 sin duda, fue siempre un hombre joven, es decir, abierto a toda novedad, dispuesto a la elección y a la renuncia. Estamos, como también diría de él don Marcelino, ante "una genialidad contradictoria y atormentadora de sí mismo".

Para entender el sentido de esa contradicción, debe tenerse en cuenta que la lectura de la obra de Feijoo, otro ciudadano libre de la república de las Letras, al que Blanco tanto elogia, le enseñó a razonar, a argüir y a dudar. Alcalá Galiano, gran liberal, compañero de fatigas de Blanco en Londres, llamaría a Feijoo, por su defensa del libre examen, insólita en un clérigo católico, "primer apóstol de la que lleva el nombre de fe liberal".

Un clásico del pensamiento materialista del siglo XVIII el enciclopedista francés barón de HOLBACH, con su obra Sistema de la naturaleza, ayudaría también a Blanco a reconocer el valor instrumental insustituible de la razón.

II La libertad como -aventura-

Desde que en 1805 marchó de Sevilla a Madrid, ligero de fe religiosa, aunque no de ansia de trascendencia, Blanco vivió la aventura de la libertad a través de su mejor caldo de cultivo: el periodismo político. Primero, en España, en Madrid y en Sevilla, en el Semanario Patriótico, y después, en Inglaterra, en El Español, periódico que editaría en Londres entre 1810 y 1814 y que constituye, a mi juicio, en el terreno del pensamiento...

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