Biopolítica y filosofía

AutorRoberto Esposito
Cargo del AutorIstituto Italiano di Scienze Umane
Páginas255-265

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  1. No es fácil encontrar un paradigma interpretativo de las dinámicas contemporáneas más eficaz que el foucaultiano de biopolítica. Sin entretenerme, en esta sede, con la genealogía de largo período, y tampoco en la variantes que caracterizan su sentido en los textos del propio Foucault, diré que, en su formulación más general, dicho paradigma interpretativo se refiere a la implicación cada vez más intensa y directa, que, a partir de cierta fase situada en la segunda modernidad, viene a determinarse entre las dinámicas políticas y la vida humana, entendida en su dimensión específicamente biológica. Desde luego, podría observarse que desde siempre la política ha tenido que ver con la vida; que la vida, en sentido también biológico, siempre ha constituido el marco material en el que la política queda necesariamente circunscrita. La política agraria de los antiguos imperios o la higiénico-sanitaria desarrollada en Roma ¿acaso no deberían entrar a todos los efectos en la categoría de política de la vida? Y la relación de dominación sobre el cuerpo de los esclavos par parte de los antiguos regímenes o, más aún, el poder de vida y muerte ejercido para con los prisioneros de guerra, ¿no implican una relación directa e inmediata entre política y bios? Por otra parte, ya Platón, en particular en la República, el Político y las Leyes, aconseja prácticas eugenéticas que llegan al infanticidio de niños de salud débil.

    Sin embargo, esto no es suficiente para situar esos eventos y esos textos en una órbita efectivamente biopolítica, puesto que no siempre, o mejor dicho nunca, en la época antigua y medieval, la conservación de la vida como tal ha constituido el objetivo de la acción política, tal y como sucede en la Edad Moderna. Es más, como lo ha recordado sobre todo Hannah Arendt, hasta un determinado momento, la preocupación por el mantenimiento y la reproducción

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    de la vida pertenecía a una esfera que en sí misma no era ni política ni pública, sino económica y privada, hasta el punto que la acción política propiamente dicha adquiría sentido y relieve precisamente en contraste con ella.

    Quizá es con Hobbes -es decir, en la época de las guerras de religión- cuando la cuestión de la vida se sitúa en el corazón mismo de la teoría y de la praxis políticas. En su defensa se instituye el Estado Leviatán y en su nombre los súbditos le entregan a éste los poderes de los que están dotados por naturaleza, a cambio de protección. Todas las categorías políticas empleadas por Hobbes y por los autores -autoritarios o liberales- que le suceden -soberanía, representación, individuo- en realidad no son más que maneras, lingüísticas y conceptuales, de nombrar, o traducir, en términos filosófico-políticos la cuestión biopolítica de la protección de la vida humana ante los peligros de extinción violenta que la amenazan.

    En este sentido, se podría llegar a decir que no fue la modernidad la que planteó el problema de la autoconservación de la vida, sino que fue ésta la que materializó, "inventó", por así decirlo, la modernidad como conjunto de categorías en condiciones de resolverlo. En resumen, lo que llamamos modernidad podría, en su conjunto, no ser más que ese lenguaje que ha permitido dar una respuesta más eficaz a una serie de exigencias de autotutela que brotaban del fondo mismo de la vida. Tal demanda de "cuentos salvíficos" -piénsese, por ejemplo, en el del contrato social- habría nacido, en este caso, y se habría hecho cada vez más acuciante, cuando comenzaban a debilitarse las defensas que hasta entonces habían constituido el caparazón de protección simbólica de la experiencia humana, a partir de la perspectiva trascendente de matriz teológica. Al derrumbarse estas defensas naturales enraizadas en el sentido común, esa suerte de primitivo envoltorio inmunitario, se requería, en suma, un dispositivo ulterior, esta vez artificial, destinado a proteger la vida humana ante los riesgos cada vez más insostenibles, como los causados por las guerras civiles o las invasiones extranjeras. Justamente por su proyección hacia el exterior en una forma nunca experimentada hasta entonces, el hombre moderno necesita una serie de aparatos inmunitarios destinados a proteger una vida consignada enteramente a sí misma por la secularización de las referencias religiosas. Es entonces cuando las categorías políticas tradicionales, como la de orden, pero también la de libertad, adquieren un significado que las empuja poco a poco hacia la necesidad de seguridad. La libertad, por ejemplo, deja de ser entendida como participación en la conducción política de la polis, para reconvertirse en términos de seguridad personal, en una deriva que llega hasta nosotros: es libre el que puede moverse sin temer por su vida y sus bienes.

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  2. Ello no significa que hoy estemos todavía dentro del campo de problemas abierto por Hobbes -y menos aún que sus categorías valen para interpretar la situación actual; de otro modo, no nos encontraríamos en la necesidad de construir ese nuevo paradigma hermenéutico a cuya definición Foucault dio una contribución tan relevante. En realidad, entre la fase que podemos definir genéricamente moderna y la nuestra, se da una clara discontinuidad, que podemos situar precisamente en aquellos primeros decenios del siglo pasado cuando por vez primera se comienza a hablar de biopolítica. ¿Cuál es la diferencia en cuestión? Se trata de que, mientras que en la primera modernidad la relación entre política y conservación de la vida, tal como la había fijado Hobbes, estaba todavía mediada, filtrada por un paradigma de orden que justamente se articulaba a través de los conceptos de soberanía, representación, derechos individuales a los que arriba se hacía referencia; en una segunda fase, que en formas distintas y a su vez discontinuas llega hasta nosotros, dicha mediación va progresivamente desapareciendo en favor de una superposición harto más inmediata entre política y bios. El relieve que, ya desde finales del siglo XVIII, adquieren, en la lógica del gobierno, las políticas sanitarias, demográficas, urbanas, son un indicio de esta mutación. Pero ello no es más que un primer paso hacia una caracterización biopolítica que afecta a todas las relaciones en las que está organizada la sociedad. Foucault analizó las distintas etapas de este proceso de gubernamentalización de la vida -del llamado "poder pastoral", vinculado a la práctica católica de la confesión, a la razón de Estado, a los saberes de "policía" con los que entonces se aludía a...

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