Los libros jurídicos de D. Bernardo Fernández de Velasco, XI Duque de Frías (1771)

AutorJosé Luis Barrio Moya
CargoInstitutos de Estudios Madrileños
Páginas773-830

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I Introducción

El siglo XVIII se inició en España con una guerra, la conocida con el nombre de Sucesión, motivada por la muerte sin hijos de Carlos II, último monarca de la Casa de Austria. Carlos II, hijo de Felipe IV y de su sobrina Mariana de Austria, falleció en Madrid el 1 de noviembre de 1700, sin haber logrado descendencia de sus dos sucesivas esposas. Ante tan gran dilema y temiendo el desmembramiento de su monarquía, Carlos II otorgó su tercer y definitivo testamento, el 29 de octubre de 1700, a favor de Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV de Francia y de la infanta española María Teresa de Austria, hermana de Felipe IV. Pero aquella decisión del moribundo monarca causó un gran enojo al emperador Leopoldo de Austria, quien pensaba que la herencia española debía pasar a manos de la rama segundogénita de la Casa de los Habsburgo, como descendiente que era de Fernando I, hermano de Carlos V.

Leopoldo I impugnó el testamento de Carlos II presentando la candidatura para el trono hispano de su hijo el archiduque Carlos de Austria. Rápidamente las potencias europeas -Inglaterra, Holanda, Portugal, Saboya y Brandeburgo- firmaron con el Imperio la gran alianza de La Haya, en mayo de 1702, declarando la guerra a Luis XIV, alegando como excusa la defensa de los supuestos derechos del archiduque Carlos a la corona de España.

La guerra, larga y devastadora, se prolongó hasta la firma de los tratados de Utrecht y Rastadt. El primero se firmó en 1713 entre Inglaterra, España, Francia, Holanda, Portugal, Prusia y Saboya, y en él se reconocía a Felipe V como rey de España y de las Indias, previa renuncia de sus eventuales derechos a la corona de Francia. Asimismo se Page 774 concedía a Inglaterra la soberanía sobre Gibraltar y Menorca, territorios conquistados por los británicos durante la guerra.

El tratado de Rastadt fue firmado el 7 de marzo de 1714 por los plenipotenciaros de Francia y el Imperio, y por él se establecía que las posesiones españolas en Europa: los Países bajos, el Milanesado y el reino de Nápoles pasasen a manos austriacas.

Una vez restablecida la paz comenzó el efectivo reinado, en la figura de Felipe V, de la casa de Borbón en España. La llegada de un príncipe francés al trono de una atrasada y depauperada España, agotada por guerras sin futuro, movidas por la Casa de Austria para mantener la ficción del Imperio, inició un proceso de cambio en las obsoletas estructuras del país, que poco a poco y con las lógicas limitaciones de su idiosincrasia se fue integrando en la órbita cultural europea, que comenzaba su camino hacia la Ilustración. Aquel proceso fue continuado por Fernando VI y Carlos III, hijos y herederos de Felipe V.

Pero justo es reconocer que no solamente fue la llegada de Felipe V la que encendió la mecha de la renovación española, puesto que hay que reseñar que desde el último tercio del siglo XVII, las mentes más lúcidas del reinado de Carlos II estaban convencidas de que España era un país desorganizado, que no funcionaba como el resto de Europa. Es entonces cuando surge los llamados novatores, en donde se integraron artistas, escritores y científicos con la misión de dar a conocer en España las novedades culturales europeas 1. Ya en 1686 Juan de Cabriada en su famosa carta filosófica médico-quirúrgica se lamentaba de que los españoles fuesen los últimos en enterarse de los avances científicos que inundaban Europa. Tampoco hay que olvidar que D. Juan José de Austria, hijo bastardo de Felipe IV, aunque reconocido por el monarca, fue primer ministro de su hermanastro Carlos II, y que el inventario de su biblioteca nos permite conocer que fue persona de gran cultura e interesado por los temas y novedades que surgían allende de los Pirineos 2. Page 775

La existencia de este inquieto grupo de pensadores ha hecho entrever el resplandor de algunas luces que permiten afirmar que los intelectuales del reinado de Carlos II no estaban tan al margen de lo que sucedía en la Europa culta, y que el dinamismo de ésta había encontrado ecos y provocado respuestas en los círculos intelectuales más vivaces de la península 3.

Es, por lo tanto, la llegada del primer Borbón y la actitud los novatores lo que propició la llegada a España de las primeras luces.

El fenómeno de la Ilustración surgió en Inglaterra con la gran figura de Juan Locke (1632-1704), quien en su obra Ensayo sobre la naturaleza humana expuso su famosa teoría de que todo conocimiento procede de la experiencia. Pero Locke no sólo se dedicó a la especulación filosófica, sino que también cultivó la política, la religión y la pedagogía, y sus ideas sobre aquellas disciplinas influyeron de manera notable en Montesquieu, Rousseau y Voltaire. Desde Inglaterra las ideas de Locke se extendieron por toda Europa, siendo acogidas con singular entusiasmo en la vecina Francia, donde tomaron carta de naturaleza y se desarrollaron de manera ascendente, muchas veces radicalizándose, a lo largo del siglo XVIII y preparando el camino para la revolución que acabó con la monarquía de Luis XVI.

La Ilustración fue un movimiento muy complejo, pero en el fondo no era otra cosa que un intento por parte de los intelectuales de modernizar la cultura y mejorar el nivel de vida de los pueblos. Por ello el movimiento ilustrado chocó desde el principio con la enseñanza escolástica al colocar como dogma a la razón. Fue también un movimiento contradictorio, puesto que se quería el bienestar de las gentes, pero sin modificar sustancialmente el sistema establecido.

En la España de Carlos III la Ilustración se materializó en toda una serie de reformas tendentes a modificar la mentalidad de la sociedad, contando para ello con la extensión de la cultura, la apertura a Europa y la modificación de las estructuras religiosas. Pero Page 776 todos aquellos proyectos encontraron una fuerte oposición por parte de amplias capas de la población, de todas las clases sociales, imbuidas de saberes escolásticos y muy influenciadas por la Iglesia, que veía en las ciencias experimentales un peligro para sus feligreses. Eso fue la causa de que fracasaran los intentos de modernización y reforma de la universidad, ya fuese la querida por los novatores desde finales del siglo XVII, la pretendida a principios del siglo XVIII por Melchor de Macanaz, de signo regalista, las posteriores del tiempo de Carlos III , o las patrocinadas por Godoy y Jovellanos, antes de que los sucesos de 1808 dieran al traste con todo ello 4.

La Ilustración en España no fue, ni podía ser, tan iconoclasta como la francesa. No era España lugar para figuras como Voltaire, Rousseau, Diderot, D. Alambert o Condillac. Sí hubo grandes figuras políticas -Manuel de Roda, Ricardo Wall o el conde de Aranda-que simpatizaron con determinadas ideas de los enciclopedistas, pero la gran masa de la población siguió aferrada a su mundo ideológico secular. En España se dio una Ilustración de cuño cristiano, puesto que el poder y la influencia de la Iglesia eran todavía enormes. Pero a pesar de ello muchos intelectuales españoles querían reformas sustanciales en la institución religiosa, despojándola de supersticiones y milagrerías. Dentro de ese contexto hay que situar el empeño de los ilustrados españoles de que la Biblia fuese traducida a la lengua vulgar, para que así pudiera ser leída por el mayor número posible de fieles. A favor de aquella empresa, que parecía revolucionaria, estaba el propio inquisidor general, Felipe Beltrán, quien autorizó la traducción por decreto de 20 de diciembre de 1782, siempre y cuando aquella versión estuviese acompañada por notas históricas y dogmáticas. De esta manera entre 1791 y 1793 apareció en Valencia la primera edición castellana de la Biblia, traducida por el calasancio segoviano fray Felipe Scio, quien en realidad no hizo otra cosa que verter a lengua vulgar el texto latino de la Vulgata de San Jerónimo, sin tener en cuenta para nada el original hebreo. Page 777

El punto más álgido de la Ilustración española se alcanzó durante el reinado de Carlos III, debido a que los más altos cargos del gobierno estaban en manos de políticos reformistas. Para muchos enemigos de las ideas ilustradas aquellos ministros de Carlos III habrían contribuido a hacer entrega de su reino a los demonios exteriores de la filosofía y de la irreligión 5.

Sin embargo, no sólo los presupuestos culturales de la Ilustración, sino también todo lo que significase un cambio, por pequeño que fuese y que alterase de alguna manera cualquier aspecto de la vida española era visto con recelo por una gran parte de la población española. A este respecto no hay que olvidar las graves alteraciones provocadas por los intentos de reformar la hacienda que en 1702 quiso llevar a cabo Jean Orry, que no gustaron a nadie. Con el paso del tiempo, y a medida que avanzaban las reformas, el sector conservador fue aumentando paulatinamente, hasta convertirse en un auténtico grupo de presión. La misión que se impuso aquel grupo fue la de oponerse frontalmente a todo lo que fuese en contra del orden establecido, imaginando una lucha entre el Bien y el Mal.

La oposición contraria al mundo de las luces contó entre sus filas a personajes con enorme influencia y en términos generales las argumentaciones reaccionarias fueron apareciendo al tiempo que se forjaban las formulaciones de los reformistas y se fueron radicalizando a la par que se consolidaban las primeras ideas de corte liberal 6. Dentro de ese grupo de tradiconales hay que situar a Francisco Palanco (1657-1720), quien llegó a ser obispo de Jaca. Defensor acérrimo de la escolástica frente a las ideas de Descartes y Gassendi que se querían introducir en España, llegó a afirmar que...

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