Bentham en Cádiz. Apuntes previos a un estudio

AutorJosefa Dolores Ruiz Resa/Manuel Escamilla Castillo
Páginas113-146

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Ver Nota 1

1. Bentham

Jeremy Bentham fue un genio. En campos diversos e importantes: el derecho, la lógica, la política, la moral, la economía...

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Ser un genio tiene algunos inconvenientes. Uno de los inconvenientes más llamativos de la genialidad, aunque no uno de los peores, es que la genialidad raya con lo atrabiliario. Ser un genio requiere andar por fuera de los senderos marcados. Hacer camino al andar, podría decirse. Ser un excéntrico, intentar descubrir el centro de las cosas en puntos insospechados, como supo ver muy bien John Stuart Mill. Cuando alguien se sale de la vereda, puede descubrir panoramas insólitos, horizontes más amplios, atisbos de nuevos mundos. También puede uno ir a dar en un charco subyacente y reaparecer con la dignidad empapada y chorreando. La distancia entre la genialidad y el ridículo es, a veces, muy corta.

Una de las genialidades de Bentham era su gusto por los lemas, por las frases breves y llamativas, fáciles de retener y de evocar, que condensan ideas complejas y que tienen potencia propagandista. Es el Bentham publicitario.

El Newton de lo moral

. Poder encontrar un sólo principio elemental que diera razón de todo el campo extra-físico, que introdujera en éste el rigor inexorable de la causalidad, lo mismo que Newton podía explicar todos los movimientos de los cuerpos conforme al principio de la gravitación universal.2Aunque alguno pensara que, debido a su pasión sistemática, merecía el más modesto apelativo de «Linneo moral» (Dinwiddy, 1995, p. 75).

La naturaleza ha colocado a la humanidad bajo el gobierno de dos amos soberanos, el dolor y el placer. Corresponde a ellos solos señalar lo que debemos hacer, al igual que determinar lo que haremos. Por una parte, el criterio de lo correcto y de lo erróneo, por la otra, la cadena de las causas y los efectos están ligados a su trono.3

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Es el cientificismo naturalista, que ha sido una de las orientaciones más sólidas del positivismo en las humanidades. Pero este cientificismo gravitatorio supuso, en realidad, una frustración de los objetivos últimos del propio Newton, que aspiraba a un saber más profundo que integrara la filosofía mecánica con la tradición alquímica (Eliade, 2005, pp. 328-330).

Por lo que respecta a Bentham, su positivismo naturalista, sedicentemente newtoniano, era nada más que la exaltación de su racionalismo, uno que lo sitúa en una ilustración de vuelta. La ilustración original, escocesa e inglesa, cuando pasa al Continente, adquiere un sesgo eminentemente racionalista que compromete su inicial empirismo, historicismo, y su ineludible contraste en el sentido común, en el common sense. Con su racionalismo radical, Bentham se convierte en un pensador inglés atípico, afrancesado en un cierto sentido, lo que tendrá su importancia en el contexto gaditano en que se desarrolla el presente trabajo.

Legislador del Mundo

. Un eslogan a la medida de su ambición. No fue original suyo, sino obra de un admirador. Fue un lema que sucedió a otro más modesto, «Ministro pensador». Esta descripción/proposición sí fue original suya; pero de una época anterior. Del tiempo en que, acompañando a su hermano Samuel cuando éste trabajaba para el príncipe Potemkin en la Rusia de Catalina la Grande, soñaba con reformar el mundo a la sombra de algún déspota benevolente. Pero, en Cádiz, se soñaba el fin del despotismo. Ya se había acabado con él en los que ya eran los Estados Unidos de América y se había luchado por hacer algo parecido en Francia. Pero en Francia la libertad tenía un camino bien pino; tras derrotar al Ancien Régime, fue necesario derrotar a los nuevos amos jacobinos y ahora tenían a un nuevo amo, Napoleón. Napoleón nos conduce a Cádiz. Nos condujo a Cádiz.

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2. España, cuando españa era Cádiz

Es fácil ser patriota cuando la patria es amable. Para un español, nada más patrióticamente amable que Cádiz, cuando en Cádiz se resumía España. Y, además, era la guerra; cuando la patria deja de ser momentáneamente una sociedad para convertirse en una asociación, en los términos de Oakeshott (Oakeshott, 2001). Una guerra con todos los requisitos, contra un invasor, contra el extranjero agresor. Más aún, cuando esa asociación que era la España de la guerra de la Independencia se había propuesto constituirse a sí misma como nación fundada sobre los principios liberales y dejar de ser una monarquía absoluta.

La lengua española, como todas las relevantes, ha exportado muchas expresiones y palabras al resto de las lenguas. De las que se nos vienen pronto a la memoria, muchas son aborrecibles: macho, guerrilla (también de esa época). Cádiz nos dio la oportunidad de incorporar al lenguaje universal una palabra hermosa, «liberal». Los españoles eran, entonces, sinónimo de liberales. (¡Quién lo iba a decir!). Juan Marichal cuenta la tradición de la palabra en nuestra literatura (con espléndidos usos en Cervantes) y esa transformación que se produce en Cádiz de ser sólo un adjetivo a ser también un sustantivo (Marichal, 1996).

En Cádiz, había que ser un liberal. Después, cuando el rey felón, se demostraría que allí había también numerosos y relevantes servilones. Pero, hasta entonces, todos eran liberales. Ciertamente, no todos los liberales valían. No valía ser un liberal a la francesa, un afrancesado. Eso es lo que era José I. Y un Bonaparte. Hoy día, el español (liberal) que entra en la Iglesia del Domo de Los Inválidos y pasa por delante de la primera capilla a la derecha de la entrada, donde está enterrado el rey afrancesado (francés y liberal) no puede dejar de sentir una emoción melancólica. ¿Qué pudo haber sido? ¡Qué lástima que no pudiera ser!

Si se hubiera consolidado el gobierno de José Bonaparte, la tierra donde nací hubiera dejado de ser para mí un lugar de

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esclavitud, pero, sin embargo, tan pronto como me enteré [de] que mi propia provincia se había levantado contra los franceses, acaricié mis cadenas y regresé sin demora al lugar donde sabía que me habrían de amargar más la vida: volví a Sevilla, la ciudad más fanática de España, en el momento en que estaba bajo el control más completo del populacho ignorante y supersticioso y guiada por aquellos clérigos que me causaban al propio tiempo horror y desprecio. (Blanco White, 1988,
p. 186).

No se podía ser afrancesado en una España bajo las tropas de Napoleón. Siendo liberal, sólo cabía una alternativa al jacobinismo institucionalizado napoleónico, ser un liberal al estilo anglosajón. La Constitución de 1812 refleja bien esa opción política. Más que las proclamas de la Francia jacobina, es el liberalismo anglosajón el que la vertebra. Bentham no era, ya lo hemos visto, un liberal anglosajón al uso. Su riguroso racionalismo lo hacía próximo a los liberales continentales. De hecho, ya había sido nombrado ciudadano honorario por la Asamblea Nacional francesa,4lo que demuestra una gran proximidad. Pero no una identificación: el terror jacobino, el mismo que inspiró su reacción a Edmund Burke, hizo a Bentham devolver el honor conferido por la Asamblea (Halévy, 1972, pp. 164 y ss.). Nada más lejos de los planteamientos de Bentham que las declaraciones de derechos metafísicos sobre las que se estaba edificando ese novus ordo seclorum (Hart, 1982, b).

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Los liberales benthamistas vinieron a estar en Salamanca, en el círculo literario del que era centro Meléndez Valdés y del que eran miembros los dos más destacados benthamistas de la época, Ramón Salas y Toribio Núñez (Schwartz, 1976; Pérez Luño, 1992; Moreso, 1992, pp. 40 y ss.; Escamilla, 2009). Liberales anglófilos en general (no específicamente benthamistas) se encontraban en otro círculo próximo al salmantino, el que atraía en Madrid Manuel José Quintana: Agustín Argüelles, Canga Argüelles, Muñoz Torrero, el conde de Toreno y José María Blanco White, figura importante y con nexos directos con el benthamismo y con el propio Bentham, con la intervención decisiva de lord Holland (Schwartz, 1978, p. 34). Blanco perteneció también, desde su época de colegial, a un destacado círculo literario que reunían, en Sevilla, Arjona y Alberto Lista (Blanco White, 1988, p. 100).

3. Legislador del mundo

El lema fue una ocurrencia del guatemalteco José del Valle (Schofield, 2009, p. 13), uno de los protagonistas de la independencia de lo que sería su nueva nación, primero como parte de México y, luego, como parte de las Provincias Unidas de Amé-rica Central. José del Valle tenía, respecto de Bentham, muchos de los comportamientos que hoy día atribuiríamos a un fan. La admiración de Del Valle por Bentham era, naturalmente, profunda, intelectual y movida por objetivos político-jurídicos de peso. No se trataba de la insustancial e irreflexiva actitud de un adolescente ante un ídolo que lo fascina por sus gestos, ropas o coplas. Pero sí había ciertamente un entusiasmo ante las ideas de nuestro autor.5Fundamentalmente, este entusiasmo se debe

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a dos facetas de la obra benthamiana. Primero, su cientificismo que ya conocemos. Siendo científicas las propuestas benthamianas, podían convenir a cualquier país de no importa qué latitud, clima, cultura o tradición. Si Bentham había descubierto, como sus seguidores pensaban, el secreto de la correcta legislación, y dado que las características básicas del ser humano y de las sociedades que forma son iguales universalmente, Bentham podía legislar para cualquier país. Siendo la legislación, por otra parte, una cuestión técnica, no política; de implementación práctica de unas verdades científicamente...

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