La bandera y la capitalidad

AutorAntonio Troncoso Reigada
CargoCatedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Cádiz
Páginas29-76
© UNED. Revista de Derecho Político
N.º 103, septiembre-diciembre 2018, págs 29-76 31
Fecha recepción: 29.05.2018
Fecha aceptación: 3.09.2018
LA BANDERA Y LA CAPITALIDAD
ANTONIO TRONCOSO REIGADA1
Catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Cádiz
I. LOS SÍMBOLOS
La bandera y la capitalidad son dos elementos que han estado presentes en la
conformación de nuestra identidad nacional, un proceso que en nuestro país ha
estado acompañado tradicionalmente por el debate, cuando no por el enfrenta-
miento, entre el centro y la periferia2. Sin embargo, menos énfasis se ha puesto
en el papel que los símbolos han tenido en la relación entre persona, sociedad y
Estado, un difícil equilibrio en los Estado democráticos esencial para alejarnos de
los totalitarismos. La necesidad de simbolizar colectividades proviene de una
tendencia progresiva del hombre hacia la socialización que está en contra de la
individualidad plena. En O  G, este fenómeno se contempla de
forma muy estimulante, que da que pensar: «la socialización del hombre es una
faena pavorosa. Porque no se contenta con exigirme que lo mío sea para los demás
propósito excelente que no me causa enojo alguno— , sino que me obliga a que
lo de los demás sea mío»3. Por ello, «cabe decir que la mitad de nuestro ser radi-
ca en lo que sean los demás»4. Los símbolos como la bandera despiertan corrien-
tes colectivas, que lógicamente, plantean problemas en lo que se refiere a la
conciencia individual. Es discutible que pueda hablarse propiamente de una
«conciencia colectiva» que en el fondo no sería más que la suma de propiedades
1Catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Cádiz. Departamento de Disciplinas
Jurídicas Básicas. Facultad de Derecho. Campus de Jerez. Avda. de la Universidad n.º4 —11406—Jerez
de la Frontera (Cádiz). Email: antonio.troncosoreigada@uca.es
2 Cfr. ORTEGA Y GASSET, J., España invertebrada. Bosquejos de algunos pensamientos históricos,
Madrid, Revista de occidente, 1951, pág.22.
3 Cfr. ORTEGA Y GASSET, J., «Socialización del hombre», El Espectador, vol.VIII, Madrid,
Revista de occidente, 1934.a, pág.191.
4 Cfr. ORTEGA Y GASSET, J., «Sobre el fascismo», El Espectador, vol.IV, V y VI, Madrid, Revista
de occidente, 1936, pág.327.
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y comportamientos de individuos5. Además, se ha discutido si el término con-
ciencia es apropiado por cuanto «los procesos sociales colectivos son a menudo,
inconscientes»6. En esta dirección señalaba K que «constituye un contrasen-
tido y una inexactitud el uso de la palabra «simbólico» como opuesta al modo de
representación intuitivo, puesto que lo simbólico es sólo una especie de intuiti-
vo»7. De alguna manera, lo simbólico se opone a lo racional, o, en palabras de
S, lo simbólico es lo mental menos lo racional8. En todo caso, lo simbó-
lico es lo que P denominaba un «residuo», los elementos constantes e
irracionales que configuran lo eterno y esencia del hombre9. Por tanto, residuo y
símbolo tienen un espacio en común. Bien lo saben los nacionalistas10, los fascis-
tas y los populistas que siempre han hecho gala de una gran capacidad para
manipular en este espacio11.
5 Para HABERMAS, «sería falso representar las identidades grupales como “identidades del yo”
en gran formato; entre ambas no se da ninguna analogía, sino tan solo una relación de
complementariedad». Cfr. HABERMAS, J., Identidades nacionales y posnacionales, Tecnos, Madrid,
1989, págs.100-101.
6 La expresión conciencia colectiva, propuesta y desarrollada por EMILE DURKHEIM, es un
término sociológico, pero que tiene implicaciones psicológicas. Autores con propensiones
nominalistas y los llamados «individualistas metodológicos» han rechazado el concepto de una
conciencia colectiva. Cfr. FERRATER MORA, J., Diccionario de filosofía, vol.1, Madrid, Alianza
Editorial, 2001, pág.135.
7 Cfr. KANT, I., Kant’s Werke, Akademie Textausgabe, Berlin, Band V, 1908, págs.351-352.
8 «Dos criterios han servido, alternativamente, para delimitar el campo del simbolismo. Según
el primer criterio, lo simbólico es lo mental menos lo racional; conforme al segundo, es lo semiótico
menos la lengua. En ambos casos es un residuo». Cfr. SPERBER, D., El símbolo en general, Barcelona,
Editorial Anthropos, 1998. SMEND también subraya la vinculación entre el irracionalismo y el
simbolismo, «cuya fundamentación histórica se halla en la falta de expresividad propia de tiempos
más primitivos». Cfr. SMEND, R., Constitución y Derecho Constitucional, CEC, Madrid, 1985,
págs.97-98. También GARRORENA MORALES, A. ha subrayado que «el pensamiento simbólico
pertenece al mundo del pensamiento mítico, intuitivo o pre-racional y, a su lado existe el pensamiento
basado en la razón al que es necesario reservar siempre el alto lugar que le corresponde» —«Los
símbolos de las comunidades autónomas y la función del Derecho», en AGUIAR DE LUQUE L. et
al., Constitución, Estado de las autonomías y justicia constitucional, Libro homenaje al profesor Gumersindo
Trujillo, Tirant lo Blanch, Valencia, 2005, pág.1016— .
9 PARETO se convirtió en senador fascista debido a la admiración que le profesaba Mussolini.
PARETO intentó construir una ontología del hombre en la cual debían separarse realidad y apariencia
para llegar a su esencia. La esencia era para él lo irracional. Las conductas racionales, lo que él llamaba
«derivaciones», eran artificiales y efímeras; en cambio, los elementos constantes e irracionales eran los
que configuraban lo eterno y esencia en el hombre, lo que el teórico italiano denominaba «residuo». Cfr.
CAÑEQUE, C., Teorías y métodos, en M. Pastor (Coord.), Fundamentos de Ciencia Política, Madrid, McGraw-
Hill, 2002, págs.91-92.
10 VERNET I LLOBET ha puesto de manifiesto la coincidencia temporal entre el simbolismo,
un movimiento artístico que ponía el énfasis en la transmisión de emociones profundas sin retratar
la realidad, el romanticismo y el nacionalismo. Cfr. VERNET I LLOBET, J., «Símbolos y fiestas
nacionales en España», Teoría y Realidad Constitucional, núms. 12-13, 2003-2004, pág.99.
11 «La capacidad para manipular el residuo daba fundamento a la teoría de las élites, ya que
los más capaces, los más aptos para dirigir a la sociedad, eran los únicos que podían moldearlo».
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La simbología de una nación está contenida de forma apriorística en la psico-
logía colectiva y forma parte de nosotros nada más nacer. En verdad los símbolos
no nos pertenecen como ciudadanos, somos nosotros los que pertenecemos a ellos,
por eso funcionamos a través de los prejuicios. Como brillantemente señalaba
G, «en realidad no es la historia la que nos pertenece, sino que somos
nosotros los que pertenecemos a ella. Mucho antes de que nosotros nos compren-
damos a nosotros mismos en la reflexión, nos estamos comprendiendo ya de una
manera autoevidente en la familia, la sociedad y el estado en que vivimos»12.
Hay que subrayar que también a partir del descubrimiento de lo simbólico, el
hombre se da cuenta de que existen realidades poderosas y significativas, y por
tanto, realidades necesarias frente a la contingencia de la propia existencia. El homo
symbolicus empieza ya a ser consciente de «la precariedad de su condición y de la
incertidumbre de su destino»13. Además, los símbolos son multivalentes, siendo
capaces de expresar a la vez distintas significaciones al mismo tiempo. De esta
forma, el símbolo «hace una llamada a la interpretación, precisamente porque dice
más de lo que no dice y de lo que jamás termina de decir»14. Igualmente, los sím-
bolos son capaces de aportar una perspectiva en la cual «realidades heterogéneas son
susceptibles de articularse dentro del todo, o incluso de integrarse dentro de un
sistema»15. Pues bien, es de nuevo a esta perspectiva a la que van dedicadas estas
páginas pues la cuestión de la identidad nacional, también de los símbolos nacio-
nales, se ha planteado sobre todo entre nosotros en el contexto del debate sobre la
estructura territorial16.
Cfr. MOSSE, G., La cultura europea del siglo XX, Ariel Historia, Barcelona, 1997, pág. 132.
GARRORENA también señala como uno de los riesgos del recurso de las comunidades políticas a
los símbolos «caldear interesadamente sus ingredientes irracionales y emotivos, lo que no es sino
una forma de comunicar irracionalidad al proceso político mismo a fin de manipularlo» —loc. cit.
1020— .
12 «La lente de la subjetividad es un espejo deformante. La autorreflexión del individuo no es
más que una chispa en la corriente cerrada de la vida histórica. Por eso los prejuicios de un individuo
son, mucho más que sus juicios, la realidad histórica de su ser». Cfr. GADAMER, H. G., Verdad y
método, I, Salamanca, Editorial Sígueme, 2001, pág.344.
13 Cfr. AGÍS VILLAVERDE, M. «Simbolismo y Hermenéutica. Mircea Eliade y Paul
Ricoeur», Una interpretación evaluativa de nuestra cultura. Análisis y lectura del almacén simbólico de
Eranos, Suplementos. Materiales de trabajo intelectual, Anthropos, Editorial del Hombre, febrero
de 1994, pág.102, que pone de manifiesto la relación entre el homo symbolicus y el homo religiosus.
14 Cfr. RICOEUR, P., «Structure et hermenéutique», en Le conflit des interprétations. Essais
d’hermenéutique, París, Seuil, 1969, pág.32.
15 Cfr. AGÍS VILLAVERDE, M. ibidem, pág.103.
16 Cfr. BON P., «La identidad nacional o constitucional», REDC, núm.100, 2014, pág.168. Un
resumen de los siguientes apartados se publicará como comentario al art.4 y 5 de la Constitución
Española en el Libro Homenaje al Profesor Luis López Guerra.

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