Aproximación a los aspectos intrínsecos de la constitución española de 1812

AutorIgnacio Ruiz Rodríguez
Páginas13-28

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Introducción

Tras haberse conseguido la abdicación de Carlos IV, como consecuencia directa del motín de Aranjuez1, éste y su esposa se habían sometido a la protección que le había ofrecido Napoleón, siendo custodiados por las tropas de Murat. Al mismo tiempo, con la excusa de solucionar el enfrentamiento entre Carlos IV y Fernando VII, el Emperador convocaba a ambos, tras ciertos cambios que previamente les habían emplazado en Burgos e Irún, en la ciudad francesa de Bayona, a lo que el ahora rey Fernando no dudo en acceder, con la esperanza de que el Emperador le reconociese y respaldase como rey de España. De este modo, el 20 de abril cruzaba la frontera escoltado por las tropas francesas, llegaron a Bayona el 30 de abril, mientras, en Madrid, el pueblo se había levantado en armas contra los franceses.

En Bayona, Carlos IV afirmaría que la renuncia al trono producida tras el motín de Aranjuez era nula y exigió la devolución de sus derechos. Napoleón le obligó a ceder sus derechos a cambio de asilo en Francia para él, su mujer y su favorito Godoy, así como una sustancial pensión de 30 millones de reales anuales2.

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Cuando llegaron a Bayona las noticias del levantamiento de Madrid y de su represión, Napoleón ordenó a Fernando VII reconocer a su padre como rey legítimo, todo ello a cambio de un castillo y de una pensión anual de cuatro millones de reales. Éste había aceptado ignorando que su padre había renunciado, en favor de Bonaparte. Era el 5 de mayo de 1808. La corona de España, pues, recayó en Napoleón, el cual se la cedió a su hermano, José Bonaparte, que reinaría en tierras de la Monarquía Hispánica hasta el año 1813 como José I.

De todas formas, si bien pudiera en algún momento justificarse algún tipo de ignorancia a favor de Fernando VII, en relación a cuanto estaba aconteciendo en ese momento, lo que no tiene ninguna fue esa misiva enviada por éste a Napoleón felicitándole por el nombramiento de José I como Rey de España:

Señor: He recibido con sumo gusto la carta de VM. I y R del 15 del corriente, y le doy las gracias por las expresiones afectuosas con que me honra y con las cuales yo he contado siempre. Las repito a VM. I y R., por su bondad a favor de la solicitud del duque de San Carlos y de D. Pedro Macanaz, que tuve el honor de recomendar. Doy muy sinceramente, en mi nombre y de mi hermano y tío, a VM. I y R. la enhorabuena por la satisfacción de ver instalado a su querido hermano el Rey José en el trono de España. Habiendo sido siempre objeto de todos nuestros deseos la felicidad de la generosa nación que habita en tan dilatado terreno, no podemos ver a la cabeza de ella un monarca más digno ni más propio por sus virtudes para asegurársela, ni dejar de participar al mismo tiempo el grande consuelo que nos da esta circunstancia. Deseamos el honor de profesar amistad con S.M., y este motivo ha dictado la carta adjunta que me atrevo a incluir, rogando a VM. I. y R. que después de leída, se digne presentarla a S.M. Una mediación tan respetable nos asegura que será recibida con la cordialidad que deseamos. Señor, perdonad una libertad que nos tomamos por la confianza sin límites que VM I. y R. nos ha inspirado, y asegurado nuestro afecto y respeto, permitid que yo renueve los más sinceros e invariables sentimientos, con los cuales tengo el honor de ser; Señor, de VM. I. y R. su más humilde y muy atento servidor. Valençay, 22 de junio de 1808. Fernando”.

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Pero a diferencia de la actitud injustificable y babosa, que adoptó la familia real española con respecto al Emperador de los franceses, los españoles reaccionaron airosamente contra lo que consideraban un auténtico ultraje a la Nación, y no estaban dispuestos en ningún modo a consentirlo. En este sentido, la debilidad de los Borbones nada tuvo que ver con el heroísmo de los españoles, y así se lo haría saber rápidamente José I a su hermano nada más tomar posesión del trono español. Para solucionar este asunto, no tardaría en acercarse Napoleón a los españoles, en un intento claro de atraerse a éstos con proclamas de mejoras y felicidad, y que La Gazeta de Madrid del viernes 20 de mayo de 1808 se encargó de difundir a los cuatro vientos:

“...Españoles: después de una larga agonía vuestra nación iba a perecer. He visto vuestros males y voy a remediarlos... Vuestros príncipes me han cedido todos sus derechos a la corona de las Españas; yo no quiero reinar en vuestras provincias... y os haré gozar de los beneficios de una reforma sin que experimentéis quebrantos, desordenes y convulsiones. Españoles: he hecho convocar una asamblea general de las diputaciones, de las provincias y de las ciudades. Yo mismo quiero saber vuestros deseos y vuestras necesidades...asegurándoos al mismo tiempo una Constitución que concilie la santa y saludable autoridad del Soberano con las libertades y privilegios del pueblo. Españoles: acordaos de lo que han sido vuestros padres, y mirad a lo que habéis llegado. No es vuestra la culpa, sino del mal gobierno que os regía. Yo quiero que mi memo-ria llegue hasta vuestros últimos nietos y que exclamen: es el regenerador de nuestra patria. Bayona, 25 de mayo de 1808”.

En este sentido, los hechos del Dos de Mayo de 1808 marcan el comienzo de la Guerra de la Independencia Española, una guerra que a todos los efectos vino a ser una auténtica guerra nacional, pues ahí se vieron implicados en mayor o menor medica y por primera vez en la historia todos los pueblos de España. Madrileños, andaluces, extremeños, pero también indianos, catalanes, navarros, gallegos o navarros participaron directamente y con una misma voz contra los que habían ocupado España por la fuerza de las armas. Lucharon por la defensa de la legalidad, por muy injusta que fuese, por la religión de los españoles, por la Patria, por más que muchos no tuviesen claro en su fuero interno qué concepto venía a identificarse con este término.

Ese día Dos de Mayo, las gentes de Madrid se levantaban contra la presencia de los soldados franceses en tierras de España, en una acción en la casi de manera exclusiva participaron los estamentos populares, permaneciendo acuarteladas las unidades del ejército español, con la honrosa excepción de los oficiales y soldados del Parque de Artillería de Monteleón3y excluyén-dose de la misma las clases pudientes; a la par que las autoridades permanecieron en una actitud colaboracionista con los franceses, quizá al hilo de cuanto había venido ocurriendo en aquella España de Carlos IV, Godoy, o

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Fernando VII. Usando cualquier tipo de elemento que pudiera servir como arma, los madrileños se enfrentaban aquella mañana contra las tropas de élite de Murat, mamelucos de Egipto y coraceros, aunque tal osadía fue reprimida con extrema violencia, finalizando el levantamiento sobre las dos de la tarde del 2 de mayo, tras haber tomado los franceses el cuartel de Monteleón, último foco de resistencia.

Pero ahí no terminaría aquel heroico Dos de Mayo, ya que no tardarían los franceses en buscar y capturar a los que de alguna manera habían sido partícipes en el levantamiento o, simplemente, eran sospechosos de haberlo hecho. Pronto comenzaría el fusilamiento de centenares de patriotas españoles, en la madrugada del 3 de mayo, que con tanto magisterio inmortalizaría Francisco de Goya.

En la tarde de aquel 2 de mayo, se encontraron en la villa de Móstoles, en las cercanías de Madrid, Juan Pérez Villamil y Esteban Fernández de León, el cual acababa de llegar de la capital de la Monarquía cuando en ésta se estaba produciendo aquel célebre levantamiento contra los soldados galos. Ambos se reunieron con los dos alcaldes ordinarios de la localidad, Andrés Torrejón y Simón Hernández, persuadiéndoles para que firmasen una circular, en conocido Bando de Independencia, el cual fue redactado por Villa-mil teniendo como destinatarios las autoridades del conjunto de localidades por las que pasase. En él, se advertía de cuanto había sucedido en Madrid, demandándoles a participar en el socorro armado de aquella villa, así como a la insurrección contra las tropas napoleónicas. No se resistieron ambos alcaldes a la demanda que les habían planteado, rubricando en calidad de autoridades locales aquel célebre documento.

Aquel texto indicaba lo siguiente:

Señores justicias de los pueblos a quienes se presentare este oficio, de mi el alcalde ordinario de la villa de Móstoles.

Es notorio que los franceses apostados en las cercanías de Madrid, y dentro de la Corte, han tomado la ofensa sobre este pueblo capital y las tropas españolas; por manera que en Madrid está corriendo a estas horas mucha sangre. Somos españoles y es necesario que muramos por el rey y por la patria, armándonos contra unos pérfidos que, so color de amistad y alianza, nos quieren imponer un pesado yugo, después de haberse apoderado de la augusta persona del rey. Procedan vuestras mercedes, pues, a tomar las más activas providencias para escarmentar tal perfidia, acudiendo al socorro de Madrid y demás pueblos, y alistándonos, pues no hay fuerza que prevalezca contra quien es leal y valiente, como los españoles lo son.

Dios guarde a vuestras mercedes muchos años.

Móstoles, dos de Mayo de mil ochocientos ocho.

Andrés Torrejón Simon Hernández”.

Había formalmente comenzado la Guerra de la Independencia, un conflicto que se proyectaría entre ese año 1808, proyectándose hasta el año 1814, año en el cual una vez autorizado a regresar a tierras de España, Fer-

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nando VII volvía a pisar nuevamente suelo ibérico. Una Guerra desarrollada a lo largo de varias fases, en la que los contendientes tomarían sucesivamente la iniciativa, y en donde se haría especialmente célebre el fenómeno de las guerrillas, las cuales junto con los ejércitos regulares aliados comandados por Arthur Wellesley, duque de Wellington, se encargarían de...

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