El arte de escribir y la Constitución Americana

AutorAntonio Ferrer
Páginas495-506

George Washington, Escritos, (Edición de Javier Alcoriza y Antonio Lastra. Traducción de Javier Alcoriza, José María Jiménez Caballero y Antonio Lastra), TECNOS, Clásicos del Pensamiento, Madrid, 2009.

Antonio Lastra, Constitución y arte de escribir, Aduana Vieja, Valencia, 2009.

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Los dos títulos que aquí se presentan se enmarcan en un largo proyecto emprendido hace tiempo por los profesores Antonio Lastra y Javier Alcoriza. El arte de escribir, cuya tarea no cesa, no puede entenderse sin la referencia a la historia americana, a su constitucionalismo, pero -sobre todo- a su literatura constitucional como característica que le es propia y específica. La memoria americana es cercana. Su tradición, como tantas otras, está en los libros. Pero, además, su inclusión en una modernidad que corre pareja a inventos como la imprenta ha permitido recopilar una serie de textos fundacionales que en otras tradiciones eran de transmisión meramente oral. Aunque no sólo por ello, la memoria americana es, fundamentalmente, un arte de escribir. Arte, en sí, que posee la peculiaridad en este caso de otorgar a la escritura no sólo carácter constitutivo de la realidad, sino que la convierte en una auténtica fuente de revelación de aquello que es digno de conservarse y transmitirse. El espejo, el juego del espejo en el caso de este argumento, nos conduce irremisiblemente al silencio. Así, palabra y silencio cumplen la misma tarea. Ello permite prescindir tanto de la retórica como del carácter prescriptivo del lenguaje; eso, en todo caso, pertenecería a etapas posteriores de la evolución. El arte de escribir y su asociación al constitucionalismo americano existe para crear la realidad de un mundo en el que las cosas están por hacer. Varias generaciones tuvieron que ponerle nombre a las cosas. La dignidad y la limpieza natural a la que se veía expuesta la capacidad de expresión de esas generaciones tuvo que hacer el resto. Ésta es la tarea -esta es la eterna tarea de mirar las cosas siempre con ojos necesariamente nuevos- a la que aspira el proyecto en curso de estos autores.

I

El primero de los títulos -George Washington, Escritos- reúne una colección de manuscritos del primero de los presidentes americanos que recorren una amplia cronología. La edición presenta al George Washington literato, y lo hace por medio de una recopilación de textos que componen su correspondencia, así como una representación de sus intervenciones como Delegado de los Congresos Continentales y como Presidente de la nación. Hay que hacer notar la relevancia de las personas con las que mantuvo Page 496 correspondencia en aquellos convulsos días; así podrán encontrarse escritos dirigidos a Thomas Jefferson, John Adams, Alexander Hamilton, James Wilson y James Madison. En esta edición los textos están cuidadosamente ordenados siguiendo dos criterios complementarios: a) el cronológico, que va desde el discurso de despedida al regimiento de Virginia, en 1759, hasta una carta dirigida a John Adams, de finales de 1799, ya casi al final de sus días en su retiro de Mount Vernon; y b) el temático, que hace referencia a las etapas cruciales de su vida, lo que permite al lector situar las piedras angulares de ésta ya desde el principio de la lectura del texto. Así nos encontramos, en este segundo bloque, con 1) La etapa de la educación colonial; 2) La revolución; 3) La escritura constitucional; 4) La presidencia, y 5) El retiro en Mount Vernon.

Tras la muerte de George Washington (1732-1799) una resolución del Congreso de los Estados Unidos expresó un elogio que constituye un trazado de lo que fue su vida: "el primero en la guerra, el primero en la paz y el primero en el corazón de sus compatriotas". Pero eso no lo fue todo. Falta la referencia a sus escritos, que ahora se rescatan para el lector español. Porque la obra escrita de Washington posee el carácter persuasivo y conmovedor que permite enmarcarla en la tradición de la escritura constitucional americana. El erudito estudio preliminar de los editores y traductores de esta edición resalta, con abundante bibliografía y referencias a pie de página, el significado que esta tradición tuvo.

Ya desde los primeros escritos, los fechados desde 1759, cuando se despide del Regimiento de Virginia tras haber participado en la guerra librada por Francia y Gran Bretaña por el dominio del norte de América, hasta su discurso a los habitantes de Canadá, en 1775, donde el enfrentamiento colonial muestra su crudeza más extrema, se muestra la impronta de un carácter firme y comprometido. En este último escrito está ya la convicción y la resolución definitiva por lograr un constitucionalismo de carácter continental para crear una nueva realidad política independiente del tradicionalismo y fundada exclusivamente en la dignidad de las personas. Resuenan los ecos de futuras declaraciones de derechos, mientras se apela a la eterna cuestión que la política lleva inoculada en su seno: el llamado carácter antinatural de la guerra. Sólo esta mención, unida a la necesaria referencia al Ser del pueblo, en cuyas manos residen todos los posibles acontecimientos humanos, permite distinguir el discurso del hombre de acción en los momentos de necesidad, cuando no caben reservas. "La humanidad debería aplaudir a la nación que le educó", escribió de él John Adams. Pero, sin duda, la mención que mejor define el carácter completo del comandante en jefe y político deba atribuirse a Jefferson, cuando enlaza, correlativamente, el compromiso de Washington con la guerra, la independencia, su impulso asambleario para el logro de un gobierno nuevo, y, todo ello, junto con la escrupulosa obediencia a las leyes. Esta mezcla tan particular y propia del tipo de hombres que condujeron al nacimiento de la nueva nación queda expresada elocuentemente en las palabras introductorias de Alcoriza y Lastra referidas al propio Washington: "reunía las condiciones para ser un príncipe nuevo y, sin embargo, escogió, de acuerdo con los ideales del republicanismo clásico que habían inspirado su participación en la Revolución, ser simplemente el primer presidente". Sólo así puede quedar de manifiesto cuáles son las verdaderas aspiraciones no sólo de un hombre sino Page 497 de todo un pueblo. Los ecos de un maquiavelismo invertido que nos señalan los editores de la obra encuentran aquí su máxima expresión. Todo lo cuál debe interpretarse con el verdadero alcance de las pretensiones del político, que deben ser muy distintas a las del militar. Y sólo la casi imposible mezcla de ambición y prudencia puede haber sido una de las causas del éxito del nuevo mundo, que entonces estaba por nacer. Esas ambiciones o aspiraciones, que siempre vienen enunciadas por las palabras sobre las que el acuerdo humano se hace -la mayor de las veces- imposible, son fáciles de deducir: libertad, igualdad, justicia, felicidad. Nadie mejor que Platón (Eutifrón 7c-d) nos había puesto en guardia sobre ellas. Lo justo, lo injusto; la buena y la mala vida -lo que equivale al concepto de felicidad-, ¿acaso no es imposible poner de acuerdo a todos los hombres acerca de ellas a falta de una regla fija? Por eso el momento fundacional de las naciones requiere la observancia de dos ideas que nos cuesta ensamblar: por un lado, inevitablemente, no somos más que la parte de un todo, aunque formemos un grupo -porque siempre habrá otro grupo que a su vez es otra parte de de ese mismo todo-, pero por otro lado, además, no es necesario rastrear el origen de Roma para concebir todo hecho fundacional como carente de un ordenamiento legislativo consolidado. Idea que podríamos expresar diciendo que siempre habrá un momento en que las cosas estén por hacer. Y es aquí, precisamente, cuando entra en juego el segundo de los aspectos al que nos referíamos: la prudencia de los grandes hombres. Hasta qué punto esté relacionada con la valentía en el momento de la necesidad de la acción no es cuestión fácil de dilucidar; ahora bien, en el momento del tacto político -más necesario que nunca en los momentos fundacionales- debe ser elevada a su máxima expresión. Washington, el hombre de acción, fue un curioso caso de falta de excesiva ambición y por tanto de un equilibrado sentido de la prudencia. Baste recordar que en su 'Discurso de despedida' profetizaba el peligro de fracciones a las que podía verse abocada la Unión, para lo que previó la convocatoria de elecciones que favoreciesen una alternancia en el poder ejecutivo, que, pese a los avatares, se ha convertido en una tradición ininterrumpida.

Pero vamos a las páginas que, en el curso de este escrito, pueden resultar de mayor interés, y que no son otras que las que hacen referencia a una...

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