Aporías del Derecho

AutorJesús Ignacio Martínez García
CargoUniversidad de Cantabria
Páginas61-80

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No deja de ser chocante que el saber jurídico, pragmático y practicable, se descubra en momentos de lucidez como pensamiento de la aporía. El derecho aparece como uno de los lugares en los que se impone la aporía. El jurista, asediado por sus múltiples figuras, no cesa de debatirse en ella.

La aporía -literalmente ausencia de camino o camino sin salida- es lo que no puede resolverse; todo lo más cabrá reducir su perfil problemático. Malas noticias para un jurista empeñado en solventar problemas pero irremediablemente convertido en personaje aporético. Tendrá que problematizar lo que es para él un problema y una solución. Pero la aporética, incapaz de eliminar los problemas, no lleva al escepticismo sino a preguntarse cómo convivir con ellos. El pensamiento no se embrolla hasta el punto de verse obligado a desistir de sus pretensiones. Se desquitará incluso de su fracaso promoviendo una reivindicación de la aporía. Paradójicamente la aporía acaba por convertirse en orgullo de la ciencia que la padece. Lugar de máxima tensión en el que el impasse desespera por convertirse en punto de partida.

1. El privilegio de la aporía

Viehweg recordaba a un jurista demasiado tranquilo que «el término aporía designa precisamente una cuestión que es acuciante e ineludible, la "falta de un camino", la situación de un problema que no es posible apartar, lo que Boecio tradujo, acaso débilmente, con la palabra latina "dubitatio"». Se preguntaba «de dónde procede la inquie-Page 62tante constancia o permanencia del problema» pues hay casos en los que «no es posible liquidar totalmente la problemática que se quiere dominar, y ésta reaparece por doquier con una forma nueva», lo que «impide el tranquilo razonamiento lógico hacia atrás y hacia adelante». Entonces el hombre de leyes «se ve continuamente perturbado por el problema y no se libera de él» 1. Vale la pena recordarlo porque hay quien todavía sigue pensando que el derecho resuelve los problemas, es decir, los verdaderos problemas.

Si dispusiéramos de alguna base de primeros principios aproblemá-tica y umversalmente admitida, y si fuera realmente eficaz, estaríamos a salvo de la aporía. Mientras tanto la aporética, en palabras de Hartmann, nos golpea con «el resto insoluble de los problemas», con las «preguntas irrecusables, pero que no pueden contestarse». Esas «eternas preguntas enigmáticas» que son el destino de todos los saberes, y también del jurídico, que «se agolpan sin consideración alguna a solubilidad o insolubilidad» y que «si se las rechaza, regresan en otra forma» 2. Problemas que el pensador no puede soslayar pero tampoco resolver, que «tiene que reconocerlos y quedarse con ellos» 3.

Siempre cuestiones persistentes que acosan implacables y se convierten en obsesión del pensamiento. Nunca problemas inventados por el estudioso sino que «le han sido impuestos» como algo forzoso. Claro está que «hay también aporías artificiales y dificultades forjadas por uno mismo», pero no se trata ahora de esto 4.

Ante todo hay que rescatar la aporía del horizonte del error, el engaño, el absurdo y la astucia dialéctica. La antigua patología del pensamiento se ha convertido en principio estructural, inherente a su ejercicio. Estamos demasiado acostumbrados a considerar lo aporético como cuestión marginal o como rareza. Como si fuera el cabo suelto de la lógica o la inesperada complicación de un punto oscuro. El caso difícil o el artificio ingenioso que pone a prueba la sutileza razonadora, la inconsecuencia o la trampa. Pero -dando la vuelta al tópico- habría que ver cómo «las figuras de la racionalidad están perfiladas en la locura de lo aporético» 5. La aporía es un prius y habrá que reconocerle un derecho propio.

No pensemos en errores de planteamiento que podrían detectarse eliminando los falsos problemas. Las aporías que nos interesan no proceden del error y no reclaman, al modo racionalista, una intellectus emendiatione. No son accidente de un razonamiento desviado, no pertenecen al paralogismo. Tampoco son productos del engaño. Si, por ejemplo, «bajo la Constitución británica, se dan necesariamente unaPage 63 demanda y una oferta de falacias que no pueden compararse, en cuanto a abundancia y variedad, con las de ningún otro lugar», puede imaginarse lo insostenible de esta situación 6. Pero no es la persecución fraude lo que nos lleva tras las aporías del derecho.

La caída en la aporía por el empuje de una serie de argumentos tampoco tiene por qué ser reductio ad absurdum, ni en el significado de absurdo para Hobbes como «expresión sin sentido» que habría que distinguir del error, ni con la implicación pascaliana de ridículo 7. De «las aporías más inflexibles» se ha observado que «no implican desaprobación de la filosofía que las descubre» sino que, «por el contrario, contribuyen a su crédito». Una teoría no resiste a otra sólo por la fuerza de sus argumentos «sino más aún por la fuerza de las aporías que se forman bajo sus propios argumentos» 8.

Hay un tipo de argumentación que se complace en aporías para provocar el desconcierto del interlocutor y acorralarle, que incluso está condenada a la aporía. La mente se traba constantemente y queda en un callejón sin salida en su alarde de habilidad en la refutación de las tesis del adversario. Ante ciertas propuestas sofísticas reconocía Aristóteles que «el pensamiento queda maniatado cuando no quiere acceder porque no le agrada la conclusión y no puede avanzar porque es incapaz de deshacer el argumento» 9. Pero nunca echemos toda la culpa a los sofistas. Cualquier posición filosófica se encontrará en la aporía si se le desarrolla más.

No hay que pensar en la enconada lucha dialéctica entre el sostenedor y el impugnador de una tesis. Las preguntas capciosas, las cautelas para no conceder demasiado, la estrategia ofensiva que desarma al adversario, pueden generar aporías, pero hay algo que escapa a los dis-cutidores. Hay una aporía que no es refutación, que no es derrota. Que es ajena a las controversias en las que -sabiendo que no se solucionase pone especial cuidado en sortearla, eludirla, rodearla, para evitar caer en su poder. No se trata aquí de esquivarla sino de encontrarla e introducirse en ella.

Al margen de la astucia argumentativa la aporía se alza como punto elevado del pensamiento. Imposible resbalar por los inevitables conflictos que lo cercan. Habrá que aproximarse al rigor de la aporía, enraizada en los asuntos decisivos. Ya advertía Aristóteles que «los que quieren investigar con éxito han de comenzar por plantear bien las aporías». En todas partes «la aporía del pensamiento pone de mani-Page 64fiesto la atadura» que habrá que intentar «soltar». Y «los que investigan sin haberse planteado antes las aporías son semejantes a los que desconocen adonde se debe ir». Pues ante todo hay que ir a las aporías, a las que no son falaces ni gratuitas, de las que puede decirse: «estas aporías se plantean necesariamente acerca de los principios» 10. Toda gran teoría las multiplica pero no puede renunciar al logos. Se empeña en trabajarlas aunque sepa que no tienen solución.

Ya se ve que no estamos ante artimañas, burlas del ingenio, ilusiones o arbitrariedades del pensamiento. Con expresiones de Kant puede decirse de las aporías más fuertes que «ya no se trata de ficciones ni de productos fortuitos, sino que han surgido de la naturaleza de la razón». Su hallazgo es una experiencia «perfectamente natural, obtenida sin necesidad de trenzar sutilezas ni de poner trampas artificiales», puesto que «la razón cae en ella por sí sola y, además, inevitablemente». No son episodios esporádicos pues nunca faltan situaciones que «ponen a la razón en un inevitable conflicto consigo misma» 11. Su fundamento está en el razonamiento más exigente. Y es irritante comprobar que no es la torpeza sino la consecuencia extremada lo que las provoca, como en esas disputas jurídicas «en las que precisamente el rigor empleado en resolverlas demostraría su insolubilidad» 12.

En todos los saberes nos encontramos con que «cuanto mayor resulta la condensación del contenido, tanto más tiene que condensarse también la implicación de lo irracional». Así «en el ascenso a grados más altos» habrá que esperar que «las aporías se hagan cada vez más densas». Y desde «la aporía fundamental» a «las aporías particulares» ni siquiera hay tranquila derivación, un sistema ordenado que permita ir poco a poco, dividiendo y venciendo. Abrupto paisaje en el que «los problemas aparentemente sencillos se dividen en una ramificada red de puntos problemáticos de índole totalmente diversa» 13.

Es singular este rasgo de la teoría, una hybris aporética por la que el conocimiento suscita, paso a paso, aporías cada vez más graves, de modo que «debe pagar su progresión con el precio, cada vez más elevado, de una aporicidad creciente». Los progresos de nuestros análisis acentúan el aprieto de las propias aporías, su virulencia, mostrando una creciente inadecuación de las respuestas a las preguntas formuladas. Ninguna última palabra cuando «una aporía aún más inflexible se esconde» y «circula, en cierto modo, incluso en los intersticios de la aporética» 14.Page 65

La aporía no es anécdota: brota en el centro mismo del saber 15. Aparece por doquier y nadie puede erradicar «las grandes aporías que hay en los horizontes y en el corazón de nuestra razón». Con su virulencia la aporía arruina la lógica más segura y «alcanza de rebote los principios de identidad, contradicción y tercio excluso». En su proliferación hasta «las cuestiones más simples desembocan en la indecidibi-lidad». Y lo más preocupante sigue siendo que no es indicio de un razonamiento fallido pues lo que impone la aporía «es una exigencia racional más fuerte que la que exige su eliminación» 16.

Ante las grandes cuestiones...

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