Apertura de los Tribunales de 1927

AutorLa Redacción
Páginas690-706

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La buena y la mala fe en los negocios judiciarios

En la solemne apertura de los Tribunales, celebrada el día 15 del corriente mes de Septiembre, el Presidente del Tribunal Supremo, D. Rafael Bermejo, leyó un interesantísimo discurso, del que entresacamos los párrafos siguientes :

Nuestra atención se ha fijado en uno de los puntos teórico-prácticos que están siendo explanados por tratadistas modernos, es a saber: la buena y la mala fe en los negocios judiciarios. Ese tema tiene conexionada una segunda parte, que le es complementaria, disfruta de igual o mayor actualidad y podríamos enunciarla bajo el epígrafe : El pro y el contra de los sistevias oral y escrito en los debales forenses ; porque parece lógico que el sistema procesal que mejor ampare a la buena fe contra su adversa y a la razón legítima contra la que sólo sea aparente, simulada, ficticia, merezca la predilección de los amantes de la Justicia en actividad, esto es, de su administración adecuada, recta, eficaz y segura ; que es el desiderátum de todo legislador bien inspirado, de todo Tribunal prudente y sensato y de todo litigante o defensor honrado y probo ; pero no se puede, en un trabajo de esta índole, abarcar el desarrollo de ambas materias, sin incurrir en lo que, también a estilo moderno, podríamos llamar abuso del derecho, y mejor todavía, abuso de la paciencia de tan distinguido auditorio y de la solemnidad del acto, ya que harto exceso es que mi discurso sea pobre de fondo y deslucido de forma, y por esos motivos y con verdadero sentimiento, he de limitarme estrictamente a esbozar algunas de las muchas reflexiones que él estudio del tema elegido me sugiere,Page 691 aunque acaso tenga que rozar algo que esté en la frontera de lo que no puedo abordar de lleno.

Pocas verdades hay tan firmes y seguras, tan fundamentales, tan difundidas y universalmente aceptadas, en lo que toca al régimen y al comercio de las cosas de este mundo que es de io que en esta clase de labores puede tratarse como la que proclama que la Justicia es una de las primeras y más íntimas necesidades, morales y materiales, de la vida humana, entendida ésta en su concepto amplísimo, en que se hallan comprendidos los Estados o naciones, los pueblos, las colectividades personales y los individuos.

La Justicia es una virtud, lo cual implícitamente dice que, allí donde residen y de donde emanan las virtudes que hacen buenos a los hombres, por sus actos, allí estarán, de seguro, el autor, el origen, la fuente de la Justicia y de la bondad ; y si esa virtud especial tiene, como fin directo e inmediato, entre los hombres, el logro de la paz y del bienestar posible en esta vida, nos habremos explicado racionalmente el por qué los sabios más eminentes de la filosofía pagana, a fuerza de meditación y estudio, la diputaron por don divino, enviado del cielo, ya que no concebían que pudieran los hombres producir tanta excelsitud.

Conviene también establecer, como preparación al ingreso en el desarrollo del tema propuesto, que la Justicia, en su ejercicio práctico por los Tribunales que es de lo que aquí tratamos está, íntima e inseparablemente, unida a la idea del Derecho, que, a su vez, comprende la de la ley, puesto que la misión social de la Justicia es amparar el Derecho, con arreglo y sujeción a las leyes que la determinen : la Justicia impone el cumplimiento de la ley, para que así resulte efectuado el Derecho ; esa colaboración armónica, productora del orden social, garantiza la vida pacífica a que antes nos referimos. Cuando se invoca con abuso el Derecho, para cohonestar alguna conveniencia egoísta, algún atropello, alguna invasión,.en el haber ajeno, no es la Justicia lo que se realiza, ni la ley, natural o civil, lo que se cumple, sino todo lo contrario ; lo que se hace es inventar una norma caprichosa, a la medida de aquella conveniencia, y ejercitar un poderío circunstancial sobre una persona o un pueblo, inferior en fuerza e incapaz de contrarrestar la coacción.

Hay quien sostiene como un principio ético-jurídico, que noPage 692 todo lo legal es justo ni todo lo que ayer fue justo ha de aceptarse por tal hoy ; y no hay que molestar con alusiones a los hombres modernos, pudiendo buscar en los antiguos los ejemplos demostrativos, según lo venimos haciendo. Sócrates fue condenado a muerte, por el singular delito de ser el hombre que más valía en su patria, pues que, como militar, había recibido el homenaje de su glorioso general Alcibiades, que le declaró salvador suyo y el más fornido, bravo e inteligente de su ejército, y como filósofo, encontró en su peculiar discurrir las tres más grandes conquistas en el camino de la verdad, a que pudo llegar la sabiduría pagana, y son : el principio salomoniano «Nosce te ipsum», que le hizo famoso, la inmortalidad del alma y la esperanza de otra vida superior, ultra-terrena, en premio a la virtud practicada en la presente ; acerca de eso predicó a los que deseaban oírle, y esa predicación se estimó por algunos atenienses, influyentes y envidiosos, como materia corruptora de la juventud y merecedora de sentencia de muerte. La ejecución de esa sentencia se difirió algunos meses, por ocurrir la coincidencia de un suceso histórico, que sirvió a modo de suspensión y tregua, y los amigos de Sócrates, entre ellos su inseparable discípulo Platón, le invitaron a la fuga, pero él lo rehusó diciendo : « Nada hay en la tierra tan respetable como las leyes de la patria ; la muerte es menos dura que el remordimiento que me causaría el contravenirlas o burlarlas!» Esas palabras, en aquellos tiempos, constituyeron un modelo monumental de civismo ático, pero ya en los de Cicerón habían perdido esa importancia, y luego, cuando el Derecho natural se cristianizó y humanizó, ese gesto socrático fue relegcclo al lugar del recuerdo de los grandes errores, no ya porque no fueron las leyes, sino la envidia, erigida en Tribunal, quien pudo condenar y condenó a Sócrates, y, por tanto, no era caso de burlar las leyes, sino porque se modificó el concepto que merece la propia vida, precisamente por la esperanza en la resurrección para el premio a la virtud.

Como Cicerón no alcanzó a conocer el cristianismo ni se enteró de los libros de los hebreos, tenía pobre idea de la sublimidad del sacrificio personal, empleado en salvar la vida del prójimo, aun a costa del peligro inminente de perder la propia, y por de contado, no tuvo idea cabal, como tantos otros, de lo que significa moral-mente la palabra «prójimo», que es preciso estudiarla en la descrip-Page 693ción constante en el capítulo X del Evangelio de San Lucas, o quedarse sin saberlo ; y así resuka curioso el observar cómo discurre en el citado libro, aduciendo ejemplos demostrativos, que constituyen ingeniosos conflictos, que no acierta a resolver la ciencia meramente humana. «No cabe duda-dice-de que la Justicia consiste en no matar a un hombre ni tocar los bienes ajenos. Pero ¿qué hará el varón justo si, en un naufragio ve que un hombre, más débil que él, va agarrado a una tabla para salvarse? ¿ Le arrojará de ella y ocupará su lugar y procurará, de ese modo, salvarse a sí mismo a costa de la vida del otro, máxime cuando, en medio del mar, no hay testigo que pueda descubrir su acción? Si obra como sabio, lo hará así, ante la seguridad de perecer ahogado ; si prefiere, por lo contrario, morir antes que atacar y despojar al otro, obrará como justo, ciertamente, pero será un necio en sacrificar su propia vida por salvar la ajena. Igualmente, si un hombre justo es perseguido por el ejército enemigo, en una derrota militar y encuentra a un herido que va sobre un caballo, podrá respetarle, con riesgo de perecer a manos de su perseguidor o podrá apoderarse del caballo para escapar y salvarse. Si hace lo primero, se conducirá corno varón sabio, pero malo ; si hace lo segundo, se portará corno hombre justo, pero necio.»

Cualquiera diría que esa Justicia, expuesta por Cicerón, tenía dos caras, una para cada conveniencia, como la estatua del dios Jano, o dos sentidos antitéticos, como la respuesta del oráculo famoso. Y no hay tal. Es que la Justicia, aun considerada ya como virtud, estaba incompleta. El que nos trajo la susodicha descripción insuperable, de quién es nuestro prójimo, y el mandamiento-que no ipuede ser más que divino, porque no cabe entre las verdades meramente humanas amad a nuestros enemigos, ese es el...

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