Apéndice. Rudolf Von Jhering en su correspondencia (semblanza de jhering)

AutorHans Kelsen
Páginas125-137
125
V
APÉNDICE
RUDOLF VON JHERING EN SU CORRESPONDENCIA
(SEMBLANZA DE JHERING)
Hans Kelsen
El gran Rudolf von Jhering, que tras su paso por la Universidad de Viena
aún sigue vivo en nuestro recuerdo como profesor de derecho –también entre
los círculos no especializados– escribió en una nota humorística que redactó
a modo de autobiografía, ante la pregunta por su religión: ¡Romanista! Pero
esta respuesta, dicha medio en broma, encierra en realidad algo profunda-
mente serio. Su ciencia, la teoría del derecho romano, estaba cargada de con-
tenido vital para él. Y es natural que así fuera, porque nunca se conformó con
la tarea de escudriñar minuciosamente hasta en los recovecos más especícos
de su disciplina; su deseo era conocer el todo. Ya siendo un joven e impe-
tuoso principiante, a los 23 años de edad, comenzó la obra de su vida, que
más tarde le granjearía una fama internacional: el Espíritu del derecho ro-
mano. Solamente quien conozca el nivel promedio de la literatura jurídica de
nuestros días, que es casi exclusivamente monográca, está en condiciones
de apreciar la audacia de una empresa semejante. Pese a todo, también las
fronteras tradicionales del derecho romano resultaron demasiado estrechas
para su espíritu, siempre anhelante de una mirada más poliédrica. Por decirlo
con premura, el derecho romano no era para él sino una particular forma de
manifestación del derecho, un peldaño mediante el cual podía ascender a la
idea del derecho en sí mismo. Así llegó a su segunda gran obra, El n en el
derecho. Aquí fue donde su afanoso intelecto halló su último destino: el paso
desde una concepción universal del derecho hasta una cosmovisión en senti-
do amplio. Y por eso, al haber logrado descubrir esta trabazón –cosa que muy
pocos alcanzan– su disciplina terminó convirtiéndose para él en una religión,
mientras que para la mayoría no suele ser más que una ocupación o, en el
mejor de los casos, la ocupación preferida. Jhering luchó por su ciencia y cre-
yó en su ciencia, que era su consuelo y su sostén en tiempos de pesadumbre.
Si podemos hacernos una idea de esta inusual relación entre ciencia y hu-

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