Apéndice documental

AutorManuel Martínez Neira - Rafael Ramis Barceló
Cargo del AutorUniversidad Carlos III de Madrid - Universitat de les Illes Balears, Instituto de Estudios Hispánicos en la Modernidad (IEHM)
Páginas171-246
APÉNDICE DOCUMENTAL
Antonio Gil y Zárate, Libertad de enseñanza (1855) . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Manuel Orovio, Discusión del proyecto de ley de instrucción pública
(1857) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Juan Manuel Ortí y Lara, El monopolio universitario (1867) . . . . . . . . . . .
Heinrich Ahrens, Relaciones del Estado con la instrucción y la educa-
ción (1868) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Fernando de Castro, Discurso (1868) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Julián Sanz del Río, Discurso (1868) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Nicolás Salmerón, La libertad de enseñanza (1869) . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Estudios de la Asociación de católicos (1870) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Gumersindo de Azcárate, Exposición a Orovio (1875) . . . . . . . . . . . . . . . . .
La universidad libre (1876) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Gumersindo de Azcárate, Discurso (1879) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Conde de Toreno, La libertad de enseñanza (1881) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Joaquín Sánchez de Toca, La libertad de enseñanza (1895) . . . . . . . . . . . .
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239
ÍNDICE
LA LIBERTAD DE ENSEÑANZA
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LIBERTAD DE ENSEÑANZA
Antonio Gil y Zárate
Hubo un tiempo en que la libertad de enseñanza existía en España, al menos
aparentemente. Todo el que tenía bienes y voluntad para ello, creaba una escuela,
redactaba sus estatutos, y le señalaba los estudios que más creía convenir, impe-
trando unas veces el beneplácito de la Santa Sede, otras el del Monarca, y hacién-
dolo otras de propia autoridad por una mera disposición testamentaria, según la
importancia del establecimiento. Por lo regular dejaban los fundadores un patro-
no para administrar las rentas y cuidar de que se aplicasen a su objeto, dándole
más o menos participación en el gobierno interior de la escuela. Los estudios no
estaban sujetos a una regla o pauta general, sino a la voluntad del testador o de
los patronos, sin perjuicio, no obstante, del derecho que tenía el gobierno supre-
mo para visitar los establecimientos, derecho de que usaba con frecuencia, sobre
todo respecto de las universidades. En estos casos el plan de estudios solía modi-
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ya se ha visto hasta qué punto se respetaba. Solo la facultad de conferir grados se
escatimaba, no concediéndose sino a las escuelas que tenían ciertos requisitos;
pero aún este rigor se rebajó a tal punto con el tiempo, que llegó a convertirse en
prodigalidad. Fuera de esto, el número de fundaciones para gramática, retórica,
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por diferente método y por personas de distintas condiciones, aunque en lo gene-
ral pertenecían a la carrera eclesiástica.
Sin recelo se veía este sistema en una época, como aquella, de unidad en las
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rosos enemigos empezaron a hacerse temibles, adquiriendo robustez y osadía,
la Inquisición les salió al encuentro, se enseñoreó del pensamiento, y veló sobre
los estudios para que no traspasasen los límites permitidos; y los terribles escar-
mientos de que fueron víctimas algunos célebres profesores, hicieron cautos a los
demás, cortando el atrevido vuelo que, sin el temor de iguales castigos, hubieran
tomado en sus conferencias. No fueron necesarias más reglas ni precauciones. A
nadie le ocurrió crear lo que hoy llamamos establecimientos privados, no habién-
dose tampoco introducido, por otra parte, en este ramo el espíritu mercantil que
hoy los promueve. Los externos acudían a las universidades, seminarios, conven-
tos y cátedras públicas de latinidad; los internos hallaban hasta la conclusión de
los estudios gran número de colegios que alrededor de las universidades habían
creados piadosos fundadores. Algunos preceptores de latinidad, sin embargo,
fueron abriendo sus aulas en los pueblos, ora auxiliados por los ayuntamientos,
ora percibiendo únicamente las retribuciones de los alumnos. Su número creció

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