Anti-antiterror: la codificación por colores y la broma de la «Seguridad nacional»

AutorRoberto Bergalli/Iñaki Rivera Beiras
Páginas69-98

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Introducción

Los Estados Unidos, que nunca han sido una nación particularmente circunspecta o reflexiva, aún lo han sido menos los últimos tres años y medio. El atentado del 11 de septiembre de 2001 fue sentido como un trauma al que siguió un casi absoluto silencio en lo que respecta al debate sobre el significado de los acontecimientos o sobre sus implicaciones. El atentado permitió a la Administración Bush fortalecer su posición política, llevar a la nación a dos guerras y después consolidar su control del gobierno tras las elecciones de 2004. Esto se refiere a lo que uno de mis cole-gas de la Universidad de Massachusetts llamó «Catástrofe Secuestradora: 11-S, el miedo y la venta del Imperio Americano».1Llamaré a esto «antiterrorismo reaccionario».

En este contexto, algunos comentaristas han sugerido que el mejor informe que se ha hecho sobre la política exterior de los EE.UU. desde 2001, particularmente sobre la invasión y ocupación de Irak, ha sido cómico.2Uno de los

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mencionados es The Daily Show de Jon Stewart. Tras un breve paréntesis después del 11-S, ese programa ha producido comentarios muy críticos, particularmente sobre la invasión y ocupación de Irak, bajo el disfraz de «noticias falsas». Pero otros cómicos, incluyendo la mayoría de las tertulias cómicas de David Letterman y Jay Leno de última hora de la noche, han bromeado sobre las políticas de Bush sobre terrorismo e Irak. Desde luego que eso también ha sucedido en el resto del mundo. Obviamente, el humor dominante en la vida americana no es siempre explícitamente «anti-antiterrorismo». Pero, la capacidad que tiene la comedia relativamente hegemónica para llamar la atención de las falacias, dificultades y absurdos del antiterrorismo reaccionario hace que la expresión cómica adopte la forma crítica.

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En este artículo repasaré el humor que rodea al esfuerzo antiterrorista de la Administración Bush. Me centraré particularmente en las alertas de códigos coloreados producidos por el Departamento de Seguridad Nacional porque estoy interesado en la relación entre el sentido del riesgo y la evaluación de la política del gobierno. No se trata aquí de humor de simples bufonadas o incluso de Charlie Chaplin; es el humor de comediantes serios: Lenny Bruce y George Carlin en los Estados Unidos, Monty Python en el Reino Unido. Éste es el humor que saca a colación temas de los que resulta difícil hablar en el lenguaje cotidiano.

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Aquí, la relación entre la política del contra-terror y la guerra se convierte en algo subyacente. Creo que los aspectos de la política de Bush como las invasiones de Afganistán y de Irak, que se han intentado justificar por los atentados del 11-S, son en última instancia diferentes de la guerra expresa contra el terrorismo. El humor que rodea conflictos más tradicionales, aparentemente más cauteloso y cuantitativamente menos prominente, debe ser valorado en su justo término. Sin embargo, continuará siendo algo periférico en esta investigación.3Empezaré abordando la naturaleza seria del humor. Repasaré primero el trabajo de los estudiosos que asocian el humor a la conciencia y en última instancia a la estructura social, y después la relación de los chistes con la política, para lo que el trabajo de un interesante investigador estonio, Igor Grazin, sienta los fundamentos que permitirán prestar mayor atención al humor sobre el terror. Analizaré aquí algunos chistes particulares y su significado político. En última instancia presentaré teorías de resistencia y de la naturaleza de la cultura con trabajos como Weapons of the Weak de James Scott, quien sugiere que reírse de la guerra contra el terror de la Administración Bush es una forma de resistencia. En un trabajo futuro examinaré las propuestas de cómicos como George Carlin y Jerry Seinfeld, que sugieren que ante la injusticia la risa actúa como fuerza moderadora.4Aunque no conozco bien los convencionalismos de Cataluña, ni la pronunciación de su lengua, creo que no sería mal visto que nos riéramos durante esta presentación. Si a alguien le resulta algo gracioso, podrá aceptarse que se ría

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abiertamente. El humor interlingüístico es muy retador, yo mismo he podido generar una buena cantidad de risas en Barcelona el último mes cada vez que intentaba hablar en castellano o catalán. En cualquier traducción simultánea, con un poco de suerte, habrá un par de momentos en que se producirán risas por algo de lo que se dice o, cuando menos, será percibido lo dicho como algo gracioso.

La naturaleza del humor

El humor, siempre presente en la sociedad, empezó a aparecer sólo tardíamente en las investigaciones de las ciencias sociales. Se ha desarrollado como uno de los aspectos de la investigación científica desde hace muy poco. La ciencia social es en sí misma una disciplina académica reciente. Como tal es una ciencia cohibida a la hora de escoger los temas que estudia. Podemos admitir, al menos inicialmente, la necesidad de que investigue asuntos serios. Y, como ocurre con las investigaciones académicas en general, se implantó la tendencia a ignorar las actividades culturales populares u ordinarias y a primar los asuntos más elevados de investigación. Esto sería algo así como preferir siempre la música clásica al rock and roll o el debate político a los chistes. Pero ahora hay conferencias y grupos de estudiosos que están interesados en examinar el debate político originado por los chistes. Estudiosos de todo el mundo están escribiendo sobre las cosas que hacen reír a otras gentes y tratan de explicar la razón por la que se ríen.

Un marxista muy gracioso amigo mío, Bertell Ollman, creó un juego al que llamó «lucha de clases» como respuesta al muy exitoso juego estadounidense sobre la acumulación de propiedad, «Monopoly».5 Luego trató de ponerlo en el mercado y a continuación contó la historia de la empre-

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sa en un libro muy inteligente llamado Class Struggle is the Name of the Game.6En este libro Ollman utiliza el juego y sus esfuerzos para lograr venderlo y así sacar el tema de la lucha de clases, realidad no dicha de la vida moderna y que, como señala él, no suele aparecer cuando se está en compañía educada. Ollman montó en 1983 una conferencia sobre humor izquierdista, incluyendo chistes como éste:

Pregunta: ¿Cuantos capitalistas se necesitan para enroscar una bombilla?

Respuesta: Ninguno, porque no necesitamos capitalistas para enroscar bombillas ni ninguna otra cosa que sea realmente necesaria en nuestra sociedad.

Ollman dice que la experiencia de aquella conferencia no fue totalmente satisfactoria, pero que él aún continúa siendo divertido.

El teórico social Sigmund Freud, desde luego, escribió sobre humor.7Para Freud, el humor era la clave del inconsciente y tenía significaciones muy específicas. En parte debido a la penetración de sus teorías, ya es convencional entender que al reír estamos revelando cosas. Con frecuencia éstas son cosas personales, según la lógica freu-diana, pero Freud también dedicó atención a la colectividad, que es lo que nos interesará aquí. A menudo he pensado que la expresión pública, colectiva, que es evidente en el humor y que suele provocar risa colectiva, aunque sea poco ruidosa (lo que los americanos llaman chuckle o risa entre dientes), dice algo de lo que sabemos como pueblo y del conocimiento que compartimos. En este sentido, el humor depende, al igual que el lenguaje o el derecho, del entendimiento compartido. Alcanzar ese entendimiento colectivo, traerlo a la superficie y pellizcarlo es

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la tarea del humor que importa a la hora de combatir el antiterrorismo reaccionario.

La perspectiva teórica presentada por Thomas C. Veatch, quien trabaja en el Departamento de Lingüística de la Universidad de Stanford, proporciona una buena ocasión para desarrollar el significado del humor en lo que respecta al conocimiento colectivo. También ofrece un buen fundamento para la discusión sobre el humor antiterror. El trabajo de Veatch se puede consultar en la red.8Sus referencias son legítimas, pero su perspectiva me parece algo provocadora. Pone de relieve la base de humor que tienen las normas y además informa de un aspecto de la presentación, la simultaneidad, que desarrolla la naturaleza de la conciencia de las normas. En teoría, normas, transgresión y simultaneidad pueden producir situaciones en las que haya propensión a la risa.

Para Veatch, el humor depende de la existencia de normas. Señala que «el humor aparece cuando las cosas parecen transcurrir con normalidad mientras que hay algo que al mismo tiempo funciona mal».9Quiero atraer

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la atención, en este artículo, sobre la dimensión norma-tiva de la teoría de Veatch, sobre la relación entre la normatividad y el humor: la tesis de Veatch respecto a que sin la tensión existente entre una proposición y una condición que la haga extraña no hay gracia. «Si la situación no puede ser interpretada como normal, entonces tampoco puede ser graciosa.» Por ejemplo, en el The Daily Show con Jon Stewart los corresponsales se colocan de pie frente a imágenes de lugares como Bagdad y fingen que están informando desde allí cuando es evidente que no están en esos lugares. Eso forma parte de la dimensión de las «noticias falsas» del programa y es gracioso porque es obviamente falso y, a la vez, en la imagen no todo es tan obviamente falso.

En otras ocasiones se presenta un montaje en el que los corresponsales van sacando asuntos nuevos mientras están con un semblante que los americanos denominamos «cara de póquer» (dead pan) o adoptando la forma del personaje serio de una pareja de cómicos. El resultado es que las referencias a Donald Rumsfeld, cuando habla de «ir a la guerra con las armas que tú tienes», se convierte en algo bastante cómico. Incluso el anfitrión, Jon Stewart, a veces se muestra en...

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