La ansiedad de la diferencia

AutorCarmen González-Marín
Páginas61 - 85

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    “Los pisaverdes y lechuguinos y en parte el movimiento emancipador de la mujer deben su origen al aumento de estos seres híbridos, y no ‘a la simple moda’” (Otto Weininger. Sexo y carácter).

La otra cara de un tópico feliz

Desde lo que bajo cierto prisma es la victoria de la lucha de las mujeres por su dignidad, y su progresiva equiparación con los varones en todos los aspectos de la vida, resultaría tentador afirmar que la figura que más cabalmente representa esta nueva situación no es otra que la del híbrido. Este híbrido expresionistamente muestra a la vez la plasticidad de un nuevo tipo de sujeto-mujer, y se podría erigir en una potente representación de la mezcla de los sexos en un nivel comunitario. Lo híbrido representaría en definitiva la liberación de la opresiva ligadura sexo-género.

Lo cierto es que cualquier referencia a lo hibrido y sus secuelas de toda índole, en los tiempos que corren, adquiere el tono de la celebración de un logro –la tolerancia hacia la diferencia, la alegría del mestizaje1. No obstante, convendría noPage 62olvidar que lo hibrido siempre remitió en realidad a lo monstruoso, de alguna manera, o a lo que es impuro, y a eso que por contagio produce impurezas. Conviene no olvidarlo, para no caer en la trampa de repetir meramente lo que, especialmente en la política y la conciencia ciudadana, constituye muchas veces un lugar común: la aceptación de un estado de cosas, como si tras ello –o incluso en ello– no se diese también su contrario. En lo que respecta a las mujeres, cierta ceguera ante lo que esconde el tópico de un híbrido feliz que representa la nueva situación, es pecado común cuando se piensa en nuevas formas de conceptualizar el sujeto sexuado sin necesidad de renunciar ni a sus atributos, ni a los que eran exclusivos del sexo dominante.

Mi hipótesis es más bien que el reconocimiento, la tolerancia o incluso la satisfacción ante lo hibrido, no han transformado realmente la percepción del carácter amenazador de la mezcla, en lo que respecta a las mujeres2. O, en otras palabras, dicho carácter amenazador se solapa tras ciertas políticas –políticas de sexos, obviamente–, y tras ciertas maneras de pensar a las mujeres que aparentemente lo niegan. Algo como la ansiedad de la diferencia es uno de los hilos que tejen tanto la historia de las mujeres, de sus subordinaciones y exclusiones, como la historia de las respuestas por parte de al menos ciertos feminismos. Se trata de una ansiedad causada por la diferencia y que mueve a diferenciarse. Eso es, una ansiedad de y por la diferencia de los sexos en términos generales, generada por la desconfianza o el miedo –el miedo a la mezcla–, por la no oculta necesidad de salvaguardar la integridad de cadaPage 63sexo, aunque tendríamos la tentación de afirmar que se trata meramente de salvaguardar la integridad de uno de los sexos. No es dudoso seguramente que una interpretación de la mezcla de sexos como amenaza esté detrás de políticas que denominaríamos patriarcales. Lo curioso es que, a mi juicio, un tipo de mecanismos conceptuales semejantes, pueden ser rastreados en ejemplos del feminismo. Cierta percepción sutil de la amenaza se esconde tras la postura de quienes esgrimen argumentos que son emancipadores, a la par que adoptan posiciones pusilánimes en lo que concierne a una política sexual realmente liberadora. Podría pensarse, a la vista de los ejemplos de que voy a hacer uso, que ese carácter melindroso es cosa del pasado, pero probablemente la exacerbación de conductas violentas de que son objeto las mujeres, en un momento de supuesta integración en formas de vida igualitarias con el varón, es solo la más visible de las manifestaciones de la intolerancia endémica a la mezcla. Plausiblemente, podría afirmarse que siempre que la percepción de las mujeres sea la de individuos semejantes a los varones pero –siempre de modo relevante– inferiores, parece asegurada cierta armonía. Por ello una lógica de la deficiencia, o de la carencia3, funciona perfectamente como método de control simbólico y social. Por el contrario, si las mujeres son visibles como realmente diferentes, de modo que su inserción en el cuerpo social, incluso en el minúsculo cuerpo privado que constituye una pareja, genera una forma de hibridación evidente, puede producirse rechazo, por una razón hasta cierto punto obvia, que remite a la historia ovídica de Hermafrodita4, y al modo en que extrae suPage 64moraleja Sylviane Agacinski: “los sexos no se suman sin perderse”5.

La noción de género, como responsable de los males de las mujeres resulta, en cierto modo, problemática. El género como construcción rígida ciertamente delimita normativamente formas de vida, pero es útil para señalar precisamente tipos de individuos no híbridos, para describir y para regular un cuerpo social sin mezcla. Erradicar una construcción de género dañina no necesariamente significa que no acabe siendo sustituida por otra, como de hecho ocurre tradicionalmente, en casos como el de Wollstonecraft, tal como veremos. Romper con la ligadura ilegítima sexo biológico-género no garantiza, en suma, el logro de los deseos de emancipación individual.

Compuestos, híbridos, y el terror a la mezcla

Desde la biología o la antropología, la metáfora del hibrido desempeña una función insustituible para señalar o referirse a todo aquello que somos incapaces de clasificar propiamente, de acuerdo con nuestros esquemas conceptuales estándar. La razón es que, normalmente, eso que es inclasificable caería dentro de más de una categoría relevante en algún sentido. Lo hibrido, pues, señala una alteración, una anomalía en la clasificación; de una u otra forma delata la impotencia de los criterios para sostener una ontología. Es un desafío al mismo tiempo metafísico y epistemológico, de ahí su carácter extraño, problemático y, en ocasiones, francamente peligroso. Lo híbrido desequilibra, o potencialmente llega a destruir, la imagen del mundo y nuestro conocimiento del mismo, y pone en telaPage 65de juicio los procedimientos para construir dicha imagen y dicho conocimiento. ¿Por qué un hibrido descompone el mundo y nuestro conocimiento? Naturalmente, la respuesta, a bote pronto, es por su propia entidad, por su propio modo de ser como un objeto compuesto, un tipo peculiar de compuesto. Es un tipo de compuesto que se caracteriza por el hecho de que la suma de elementos, o su mezcla, no produce algo realmente nuevo, como en ciertos compuestos del tipo H2O, sino que la composición mantiene las propiedades de los elementos simples primitivos, como si estos últimos en realidad se mezclaran y no se mezclaran a la vez. El hibrido en esencia es la manifestación de la convivencia de propiedades acaso incompatibles. Por ello repugna y se convierte en inclasificable. Un hibrido solo puede pertenecer con propiedad a la categoría de los híbridos, es decir a la categoría de lo no categorizable, en suma, lo que excede o está más allá de los límites de toda categoría.

Se puede comprender que la percepción de este tipo de entidades perturbe y origine políticas de distanciamiento, o directamente de rechazo, en una gradación desde el mero repliegue protector a la violencia. Cuando se trata de la percepción de una amenaza al cuerpo social, que se deriva de la intromisión de elementos no homogéneos, diferentes, que generarían por ello un cuerpo monstruoso, instiga a políticas de exclusión o segregación; cuando se percibe en un nivel individual, quizá más importante, la amenaza se transforma en el temor a la pérdida, y puede ser éste el origen de formas de violencia simbólica, o no, contra aquello que por su proximidad más o menos inaudita pudiera desencadenar una indeseable transformación6. En cualquiera de los dos casos, está enPage 66juego la frontera entre categorías –sea la raza, el sexo o cualquier otra.

Lo que sigue se inscribe en el intento de justificar el predominio de la cara negativa de lo híbrido, paradójicamente por el mismo tipo de razones, en al menos parte de la tradición misógina o sexista y en parte de la tradición feminista.

Una mitología sospechosa

Las tradiciones antiguas, tanto judeocristiana como griega, nos dan una clave ineludible para comprender la historia, y especialmente la historia de las ideas en torno a las mujeres: sólo el sexo sólo el sexo como carnalidad, y específicamente como maternidad determina un estado subsidiario para las mujeres. No se trata tanto de una construcción añadida que pudiera ser desestimada, destruida o sustituida por otra. Muy al contrario, toda liberación potencial radica no en deconstruir la ligadura sexo-género, sino en obviar el primero.

San Pablo es un ejemplo paradigmático de una liberación en una composición dualista o “vertical” de la vida humana. Sobrepasar el sexo, en vez del género, es posible. La biología es la base de un determinismo “blando”, superable a condición de que se renuncie a sus determinaciones, que sólo son relevantes cuando la mujer permanece ligada al uso de la sexualidad7. Lo que no es posible es mantenerse ligada a la condición biológica y a la vez no subordinada, como se suele afirmar desde posiciones feministas deconstrutivas de la ligadura sexo-género.

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Podría pensarse que el origen de Eva, en nuestra tradición judeocristiana, señala el momento inicial de la genealogía de la incomprensión hacia lo semejante, y su ulterior conversión en diferente esto es, deficiente. Esta tensión queda permanentemente inscrita en la manera en que se piensa lo femenino desde la doble forma en que se relata la creación “del hombre” en el Génesis8. Eva no nace de la tierra, como Adán, sino que nace de Adán mismo9. El propósito de este modo de creación de la mujer bien podría ser manifestar una semejanza intrínseca entre los dos sexos. Pero nótese...

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