Andrés ROLANDELLI, Carl Schmitt y la deriva moderna

AutorFrancisco Miguel Mora Sifuentes
Páginas455-466

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I

El libro de Andrés Rolandelli, profesor de la Universidad Nacional de Rosario, Argentina, es una invitación para volver a un autor de primer orden: Carl Schmitt. Su planteamiento reconsidera el potente concepto de lo político schmittiano y lo vincula a su interpretación de la modernidad como proceso cuyo telos descansa, precisamente, en la secularización así como en la consecuente despolitización de la vida contemporánea. Nacido en Plettemberg, Westfalia, en 1888, Schmitt es uno de los filósofos políticos más importantes del siglo XX. Y cualquiera que se haya acercado a sus escritos podrá constatar que se trata de una mente privilegiada no sólo por su erudición sino por la fuerza persuasiva de sus alegatos. Personalmente soy de la idea de que es un escritor al que no puede dejar de leerse sin admiración por su elocuencia; pero también con cierto temor de sucumbir a sus agudas disquisiciones.

Como se sabe, el temor se asocia al hecho de que Schmitt fue el Kronjurizten del Tercer Reich. Entre otras cosas, defendió la tesis de que el Führera la sazón Adolf Hitler era el intérprete y máximo depositario del Volksgeit alemán, algo que ha pasado a los anales de la ignominia. Los filósofos del Derecho lo recuerdan, además, por su polémica con Hans Kelsen sobre quién debería ser el guardián de la Constitución, así como por su mu-

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tua animadversión cuando aquél negó al “judío Kelsen” su apoyo para no tener que abandonar su Cátedra en Colonia. La historia es conocida: el autor de la Reine Rechtslehre tuvo que huir de su país en el verano de 1933 para nunca volver. No sin razón, de Schmitt se ha dicho constituye “el insondable misterio de una mente genial volcada a empresas aberrantes”1, generando por igual altas cotas de repudio a la par que de admiración. El libro que aquí reseñamos se incardina entre quienes le admiran y ello, me parece, se evidencia a lo largo del mismo.

Antes de señalar los argumentos que dan soporte a esta afirmación, me gustaría explicar cómo procederé. En primer lugar, daré cuenta de su contenido. Para ello voy a seguir los pasos del autor, recorriendo el hilo argumental con el que va entretejiendo su trama particular. Luego, en la segunda parte de esta reseña, me detendré en dos aspectos de la polémica con H. Kelsen. Aunque anotada por el autor, la misma no se destaca en su justa dimensión a pesar de sus graves implicaciones. Y tales implicaciones no son sólo jurídicas sino fundamentalmente políticas, a mi juicio. Esta es la última parte de mi escrito que, dicho sea de paso, no pretende ser puramente gremial (la perorata de un jurista a un politólogo). Espero que para entonces ello quede lo suficientemente explicitado.

II

De entrada, me gustaría señalar que una de las virtudes del libro aquí reseñado es la claridad de sus planteamientos. Rolandelli es transparente desde el comienzo: su interés en Schmitt radica en que éste ofrece, a su juicio, “una propedéutica de extrema utilidad para la comprensión de los fenómenos políticos tanto en una perspectiva histórica como actual” (p. 15). Con esa idea, estructura en tres partes su trabajo que toma como eje fundamental la conceptualización de lo político de Schmitt para vincularlo, en un momento posterior, a su interpretación de la modernidad y los efectos perversos que la técnica tendría en ella. Así, el argumento va a trabarse en tres etapas sucesivas. En un primer momento, se ocupa de la conocida teorización de lo político de Schmitt. Luego, aborda el tratamiento que el citado autor hace de la modernidad; focalizando su atención en la secularización y las consecuen-

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cias que la misma tiene. Por último, se ocupa del liberalismo y del marxismo en tanto teorías prototípicamente modernas y en cuyo núcleo juega un papel central el fenómeno de la técnica. Esta es la trama general de su libro. Pasemos brevemente a cada uno de los capítulos.

En el capítulo primero, Desentrañando lo político: en torno a un análisis del concepto de lo político, Rolandelli se embarca en analizar las implicaciones de la teorización de Schmitt, destacando que la misma posee un componente conceptual y uno fáctico. Independientemente de sus distintas manifestaciones históricas, o de su asimilación con el Estado, el sustrato de lo político siempre consistió para Schmitt en una distinción específica, referida tanto a acciones como a personas: la distinción amigo/enemigo. De tal forma que podría decirse que la misma dota a lo político de “objetividad” frente a cualquier otro fenómeno: “lo político –dice citando a Schmitt– se presenta como el grado máximo de intensidad de una unión o separación, de una asociación o disociación” (pp. 33-4). “Lo político puede extraer su fuerza [de la confrontación] de los ámbitos más diversos de la vida humana, de antagonismos religiosos, económicos, morales, etc.”

Ahora bien, ¿dónde encuentra Schmitt el sustento para su conceptualización de lo político? La respuesta a esta pregunta es clara: va a partir de una antropología pesimista, como su admirado Hobbes, y deposita en ella el “nudo axiomático” de la misma (p. 39). Las implicaciones de la distinción amigo/enemigo, por tanto, son radicales: su manifestación más diáfana –allá donde se haya establecido una unidad política– se encuentra en la posibilidad de declarar la guerra que no es otra cosa más que la “realización extrema de la enemistad”; enemistad consistente en “la negación óntica de un ser distinto” y que se manifiesta en “la disposición de los hombres a matar y ser matados”. Es decir, esa negación óntica del otro presupone la capacidad de aniquilarle, de atentar contra su existencia. Al Estado, en tanto unidad política por antonomasia constituida en la modernidad, corresponde la aterradora competencia de declarar la guerra en la actualidad (pp. 35-6).

Todavía en este primer capítulo, Rolandelli nos ofrece un panorama sobre la delimitación temporal que Schmitt hace de la modernidad marcando como punto de arranque el siglo XVI. La vida humana en general ha estado dominada para el pensador alemán por distintas esferas o centros de gravedad: el teológico durante el siglo XVI; el metafísico en el XVII; el moral humanitario en el XVIII; el económico en el XIX; y, por último, el técnico durante el siglo XX. La “gravitación” no ha sido, sin embargo, ab-

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soluta sino que entre esos centros ha existido una “coexistencia pluralista”. En todo caso, lo importante de tal delimitación consiste en que cada una de esas esferas ha servido hacer las respectivas agrupaciones entre amigos y enemigos. Las guerras de religión desatadas en el siglo XVI en Europa son el ejemplo más significativo y que proporciona razones del por qué se ha impuesto una suerte de “pretensión de neutralidad” en el tránsito de una esfera a otra. Como dice citando a Schmitt: “en Europa, la humanidad está siempre saliendo de un campo de batalla para entrar en un terreno neutral, y una vez recién alcanzado terreno neutral se vuelve nuevamente un campo de batalla haciéndose necesario buscar nuevas esferas de neutralidad” (p. 41). La inevitabilidad del conflicto, podríamos decir, es lo que proporciona trascendencia y sentido a lo político como capacidad de marcar la distinción entre amigo y enemigo.

Por otra parte, la importancia de la...

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