El amor conyugal

AutorSantiago Catalá - Rocío López González
Páginas77-132
IV. EL AMOR CONYUGAL
4.1. APROXIMACIÓN AL CONCEPTO Y NATURALEZA DEL AMOR
CONYUGAL
Existes muchas posibilidades conceptuales en el uso de la palabra “amor” y
la expresión “amor conyugal”. Frente a este terrenal abuso, se alza una realidad
incontestable y es que hay “palabras básicas y fundamentales que no consien-
ten que se las sustituya, al menos, no toleran que se haga arbitrariamente,
ni se prestan a que su contenido sea expresado por otras, por racionalmente
fundada que esté esa decisión de suplantarlas”123.
Benedicto XVI relaciona ese problema con el lenguaje y, en la Encíclica
Deus Caritas est”, en referencia al concepto del amor, lanza este interrogante:
“Recordemos el vasto campo semántico de la palabra «amor»: se habla de amor
a la Patria, de amor por la profesión o el trabajo, de amor entre amigos, entre
padres e hijos, entre hermanos y familiares, del amor al prójimo y del amor a
Dios. Se plantea, entonces, la pregunta: todas estas formas de amor ¿se unifi-
can al final, de algún modo, a pesar de la diversidad de sus manifestaciones,
siendo en último término uno solo, o se trata más bien de una misma palabra
que utilizamos para indicar realidades totalmente diferentes?124.
A partir de este interrogante del Santo Padre vamos a analizar este con-
cepto, un concepto que ha sufrido una evolución social.
El amor, en épocas anteriores, no se ha entendido como la base del matri-
monio ya que el matrimonio era concebido casi como un deber, y el amor como
algo que surgiría después. No era indispensable un amor previo para poder
casarse. El amor era más bien un requisito de felicidad, pero lo que realmente
se exigía a los cónyuges era el cumplimiento de sus obligaciones.
123 Cfr. J. PIEPPER, El amor, ed. Castellana, Madrid, 1972, pág. 14.
124 Cfr. BENEDICTO XVI, “Carta encíclica Deus Caritas Est del Sumo Pontífice a los Obispos,
Presbíteros y Diáconos, a las personas consagradas, y a todos los fieles laicos sobre el amor cristiano”,
Roma, 25 de Diciembre de 2005. http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/encyclicals/documents/
hf_ben-xvi_enc_20051225_deus-caritas-est.html
Santiago Catalá / Rocío López González
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Esta mentalidad ha ido cambiando y aunque aún existen culturas donde se
celebran enlaces matrimoniales concertados por motivos tales como razones
de Estado, patrimoniales, intereses familiares, promesas, etc., se podría decir
que está erradicada, al menos en Occidente. Naciones Unidas, por ejemplo,
proclama y reconoce en el artículo 16 de la Declaración Universal de Derechos
Humanos el derecho a elegir y aceptar libremente el matrimonio, y admite que
el consentimiento no puede ser “libre y completo” cuando una de las partes
involucradas no es lo suficientemente madura como para tomar una decisión
con conocimiento de causa sobre su pareja, haciendo referencia a los matri-
monios de niños.
Si miramos atrás en la historia, ya en la cultura griega clásica, Empédocles
(490-430 a. C.) afirmaba que “el amor es la fuerza que une los cuatro elementos
o raíces del cosmos (fuego, agua, tierra y aire) mientras que el odio los separa;
por la fuerza del amor todas las cosas se hacen una sola; en consecuencia, el
devenir de la historia lo contemplaba Empédocles dividido en cuatro fases:
una primera dominada por el amor, una segunda que experimentó la lucha
entre amor y odio, la tercera en que prevalece el odio y, finalmente, termina por
imponerse el amor. El amor y el odio se piensan en Empédocles como princi-
pios irreductibles del ser, y por lo tanto necesarios para el devenir natural125.
En la cultura romana antigua ya estaba presente el amor como affectio ma-
ritalis. Robleda, en su obra “El matrimonio en el Derecho romano”126 se refiere
al afecto marital; los romanos exigían, a tenor de las definiciones de la Compi-
lación, dos elementos para dar vida al matrimonio: el consorcio de toda la vida
o el establecimiento de hecho de esta comunión de vida, y el consentimiento o
intención que tiene como objeto la ‘affectio maritalis’; este consentimiento no
podía entenderse como creador de un vínculo –la obligación de la conviven-
cia– que pudiese ya existir independientemente de su causa, sino como algo
continuo; por esto era llamado ‘affectio’, haciendo consistir en él, juntamente
con la convivencia, también continua, todo el ser del matrimonio127.
Otro autor, concretamente Volterra, se refiere no solamente a la affectio
maritalis, también señala que para los romanos el “honor matrimonii” era muy
importante, y sobre ambos conceptos se asentaban los matrimonios; “honor
125 Cfr. D. E. MORALES TRONCOSO, “La dialéctica del amor-odio en Empédocles y Schopenhauer”,
en Rev. ARBOR Ciencia, Pensamiento y Cultura, CLXXXVI 742, marzo-abril, (2010) pp. 1-9.
126 Cfr. O. ROBLEDA, El matrimonio en el Derecho romano: Esencia, requisitos de validez, efectos,
disolubilidad, ed. Università Gregoriana, Roma, 1970.
127 Cfr. O. ROBLEDA, El matrimonio en el Derecho romano: Esencia…, ibidem, pág. 74.
Amor conyugal y nulidad del matrimonio canónico 79
matrimonii”, entendido como la manifestación de la perseverancia de la vo-
luntad de los cónyuges en la decisión de vivir como pareja128.
La “affectio maritalis”, que se entiende además de forma distinta en el
ordenamiento romano que en el canónico, tiene un carácter explícitamente
secundario en la regulación canónica, siendo trascendente, sin embargo, en la
romana, al entenderse –por Ulpiano– como la manifestación de un consenti-
miento que, hecho consorcio, ha de mantenerse para que el vínculo no decai-
ga129. Con Ulpiano aparece, por tanto, la diferencia entre el consentimiento y la
relación donde es el consentimiento, no la cópula conyugal, lo que constituye
el matrimonio. También se distinguía el matrimonio del concubinato, preci-
samente por causa de la ͚affectio maritalis’.
En el mundo cristiano, influido en un principio más por el estoicismo
filosófico que por el pensamiento romano, se opera un vuelco significativo:
para los griegos amar era considerado como una debilidad; de ahí que los
dioses y los seres superiores (Dios, esposo y padre) no amen a los inferiores;
el amor se concibe de abajo hacia arriba como una necesidad. Por esta razón
los griegos no concebían como posible que el Dios de los cristianos amara a
los hombres130. En posteriores epígrafes, al tratar el amor en la Biblia, nos
detendremos en la Carta a los Efesios, tan presente en todos los Padres de la
Iglesia, ejemplo de cómo el superior ha de amar al inferior131.
“En Occidente, será S. Agustín quien prevalece en el panorama teológico
hasta el Concilio Vaticano II; de él se recuerda una doble interpretación: una
primera de tipo jurídico en la que interpreta el término latino ͚sacramentum
como compromiso, juramento, para deducir el imperativo ético de la indiso-
128 Cfr. E. VOLTERRA, La conception du mariage d
après les juristes romains, ed. La Garangola,
Padova, 1940, pp. 25-49.
129 Cfr. A. CASTRO SÁENZ, “Consentimiento y consorcio en el matrimonio romano y en el canónico:
un estudio comparativo” Rev. Estudios Histórico-Jurídicos n. 23, Valparaíso, (2001). http://dx.doi.
org/10.4067/S0716-54552001002300003
130 Cfr. S. BOTERO GIRALDO, “El amor conyugal, elementos esencial en la constitución de la pareja
humana”, Rev. Roczniki Teologii Moralnej, tomo 1, 56, (200) pág. 4.
131 Vid. Efesios 5, 22-32: “Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor; porque
el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la Iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su
Salvador. Así que, como la Iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en
todo. Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la Iglesia, y se entregó a sí mismo por
ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavado del agua por la palabra, a fin de presentársela
a sí mismo, una Iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese
santa y sin mancha. Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos.
El que ama a su mujer, a sí mismo se ama. Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que
la sustenta y la cuida, como también Cristo a la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo, de su
carne y de sus huesos. Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los
dos serán una sola carne. Grande misterio es este; mas yo lo digo respecto de Cristo y la Iglesia”.

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