Sobre el ámbito de la privacidad de la sociedad civil

AutorCristina Hermida del Llano
CargoUniversidad Autónoma de Madrid
Páginas703-715

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Las viejas investigaciones sobre las ciencias, sobre cualquier ciencia, comenzaban siempre con una explicación etimológica. Pero esta explicación, sobre ser muy somera, nunca pretendía tener la menor importancia. Se contentaba con esclarecer el quid nominis y habría considerado quimérico el intento de acercarse a la realidad, al quid rei, a través de la etimología. Y, sin embargo, con referencia a las ciencias filosóficas, el método etimológico, como una de las vías de penetración en lo real, está plenamente justificado

1De este manera, José Luis López Aranguren comenzaba el segundo capítulo de su Ética (1958) dedicado al principio etimológico. Como él mismo señalaría en esta obra, la etimología nos devuelve las palabras a su plenitud original, y patentiza, en el canto rodado, gastado, de hoy, la figura aristada, enérgica, expresiva que poseyó. Pero lo malo de los cantos rodados, explicaba el profesor abulense, no es que lo sean, sino que no sepamos que lo son. Cuando acertamos a verlos tal y como a través de un largo proceso han llegado a ser, humildes y batidos, cansados y limpios, ¿cómo rechazarlos?

Aranguren recordaba aquellos versos de Rilke:

"Die armen Worten, die im Alltag darben die unscheinbaren Worten, lieb ich so," 2.Page 704

Pues bien, como discípula intelectual y seguidora del pensamiento de Aranguren3, me resulta obligado comenzar el tema de mi exposición partiendo de una rápida y breve aproximación etimológica. La expresión «sociedad civil» procede del latín de la Segunda Escolástica, societas civilis. Pero societas civilis era para aquélla lo mismo que societas politica o potestas civilis, o sea, el equivalente latino del neologismo maquia-veliano Stato 4. Sin embargo, con el transcurso del tiempo, irá cobrando un sentido propio y muy diferente. De una forma simplista, la «sociedad civil» se presenta a menudo, hoy en día, como antagónica en todo frente al Estado, como si una y otro no tuvieran implicaciones mutuas ni múltiples y estrechas relaciones entre sí. En mi opinión, resulta una equivocación creer que Estado y «sociedad civil» se pueden entender de una manera independiente y aislada. En este sentido, me identificaría con la postura que ha defendido, entre otros, el profesor Francisco J. Laporta, al entender que la «sociedad civil» en el fondo constituye un tipo de «Estado» aunque, obviamente, con características bien definidas 5.

Usualmente, cuando se habla de la disyuntiva entre Estado y sociedad civil, enfatizando la necesidad de poner límites al poder del Estado en aras de otorgar un mayor protagonismo a la sociedad civil, se está, de algún modo, dando por supuesta una contraposición que, desde mi punto de vista, resulta sumamente discutible 6.

A ello habría que añadir las diferentes maneras de concebir el binomio Estado-sociedad civil. Así, por ejemplo, según Norberto Bobbio, «en la contraposición sociedad civil-Estado, se entiende por sociedad civil la esfera de las relaciones entre individuos, entre grupos y entre clases sociales que se desarrollan fuera de las relaciones de poder que caracterizan a las instituciones estatales. En otras palabras, la sociedad civil es representada como el terreno de los conflictos económicos, ideológicos, sociales y religiosos, respecto de los cuales el Estado tiene la tarea de resolverlos, ya sea mediándolos o suprimiéndoles, o como la base de la que parten las demandas respecto de las cuales el sistema político está obligado a dar respuestas, o como el campo de las varias formas de movilización, de asociación y de organización de las fuerzas sociales que se dirigen hacia la conquista del poder político» 7. Esta visión de la «sociedad civil» cuenta con un amplio apoyo en la literatura política contempo-Page 705 ránea y, a mi modo de ver, se corresponde con la definición que Pérez Díaz ofrece al referirse a la «sociedad civil» en sentido restringido frente a la que él mismo denomina «sociedad civil» sensu lato 8. Desde esta comprensión, aquélla se entendería como una entidad distinta y opuesta al Estado aunque, eso sí, con la existencia de posibles fronteras y relaciones. En definitiva, «sociedad civil» como conjunto de asociaciones voluntarias, mercados y esfera pública no controlada por el Estado, que abarcan ámbitos económicos, sociales, culturales y políticos 9.

Sin embargo, teniendo en cuenta lo anterior, coincidiría con J. Keane en que aunque, en un sentido más abstracto, «sociedad civil» puede considerarse como un agregado de instituciones, cuyos miembros participan en un conjunto de actividades no estatales -producción económica y cultural, vida doméstica y asociaciones de ayuda mutua-, y que aquí preservan y transforman su identidad ejerciendo toda clase de presiones o controles sobre las instituciones del Estado, en términos mucho más concretos, no debería restringirse la definición de sociedad civil a los términos dados por el neoconservadurismo, por entender la expresión «sociedad civil» como sinónimo de una esfera no estatal, garantizada legalmente y dominada por corporaciones capitalistas y familias patriarcales 10.

Xavier Arbós y Salvador Giner parten de la idea de que cualquier sociedad civil madura presenta, al menos, estas cinco dimensiones: individualismo, privacidad, mercado, pluralismo y clase 11. De las cincoPage 706dimensiones, me centraré exclusivamente en la segunda: la «privacidad». Según Arbós y Giner, ésta se referiría al hecho de que la «sociedad civil» es el ámbito de la privacidad en un mundo dividido entre el campo de lo público y el campo de lo privado. Lo cual, a mi modo de ver, no es del todo exacto. A continuación, explicaré por qué.

La dicotomía público-privado impregna toda la historia de la civilización occidental, desde la Grecia clásica hasta nuestros días. Por su parte, la expresión «privacidad», referida a la zona del individuo protegida fren te a las intromisiones del mundo exterior, tiene una historia más reciente. Como explica Helena Béjar: «La noción de privacidad, traducción algo apresurada del término inglés privacy y que no se corresponde exactamente ni con la vida privada ni con la intimidad, adquiere su sentido moderno durante la Reforma protestante. Sólo en soledad puede el hombre a hallar a Dios y comunicarse directamente con él. La recomendación luterana de la salvación por la fe conduce a los individuos a escrutar sus conciencias en el recogimiento privado: la escucha del fuero interno precisa soledad, aislamiento, privacidad» 12.

Me resulta obligado recordar aquí que Aranguren fue el introductor en nuestro país de la confrontación católico-protestante; lo que, en mi opinión, hizo posible un acercamiento y una apertura a los que se habí an venido llamando durante la larga dictadura franquista «modos de vida extraños a nuestro modo de ser», pero que estaban nada menos que en la base misma de todo el pensamiento moderno y de las actitudes existenciales de la modernidad13. Su tesis doctoral, El protestantismo y la moral (1954), presentada en 1951 para acceder a la cátedra de Ética y Sociología de la Universidad de Madrid, versaba precisamente sobre la relación fe/moral en las tres principales confesiones cristianas de Occidente -luteranismo, calvinismo y catolicismo-. Tanto en esta obra como en Catolicismo y protestantismo como formas de existencia (1952), nos acerca al radicalismo de Lutero, explícitamente manifiesto en la ruptura total con el sentido tradicional, al impugnar la relación católica de lo exterior y corporal con lo interior y espiritual. El profesor abulense escribió sobre el reformador protestante: «Su voluntad de pura interiorizaciónPage 707 religiosa es evidente. Hegel ha hablado, a propósito de Lutero, de "la intimidad del espíritu germánico". Frente a la "exterioridad" del catolicismo -"el reino del Hijo", según Hegel-, lleno de milagros, veneración de los santos, culto de las reliquias, opera operata, indulgencias y clericalismos, la Reforma inaugura "el Reino del espíritu"»14. Por consiguiente, se produce una ruptura de lo interior y lo exterior en nombre de una falsa «espiritualización» característica del luteranismo. Para Lutero la salvación sería obra exclusiva de Cristo y la sola fe interior. El individuo se queda sólo frente a Dios, negando cualquier signo de aprecio a la exterioridad, a la forma, a los símbolos religiosos.

Ahora bien, aunque los orígenes del concepto de «privacidad» se remontan a la Reforma luterana y al cartesianismo15, aquélla alcanzará su máximo desarrollo con el liberalismo, al hacer del cultivo de la esfera privada un ideal normativo. La privacidad dejará de entenderse como el ámbito del fuero interno que anhela la salvación eterna para pasar a secularizarse o, lo que es lo mismo, pasar a corresponderse con una esfera mundana en la que tiene lugar el desarrollo pleno del individuo. Este concepto quedaría así circunscrito a un espacio de soberanía individual. La teoría política liberal planteará su tratamiento desde su comprensión como un derecho, como un límite moral frente al poder político. Para los liberales, el disfrute personal de la esfera privada, de la esfera individual, del ámbito de la libertad (frente a la esfera pública, esfera del Estado, ámbito de la necesidad) se entenderá necesariamente ligado a la existencia del dominio privado que identifican con la realización humana.

De este modo, cabría afirmar que en el pensamiento liberal aparece un ensalzamiento de lo privado en detrimento de la vida pública. En mi opinión, no sin falta de razón se ha hablado de la naturaleza paradójica de la privacidad; pues consecuencia del aislamiento respecto de la sociedad, sólo puede existir dentro de ella. A propósito de ésta, H. Béjar ha precisado: «La privacidad es una posesión de un ser que anhela la soledad pero que sabe que no puede vivir sin los demás a riesgo de dejar de ser humano»16.

A diferencia de la filosofía política liberal, la sociología clásica perderá de vista la «cuestión de lo privado». El tratamiento...

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