El alcance ibérico de la acción histórica de los reyes católicos

AutorModesto Barcia Lago
Páginas375-397

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Tiene razón PEREZ-PRENDES cuando resalta que los hechos de la intensa política de enlaces matrimoniales y relaciones entre las Casas Reales de Portugal y Castilla, casi inmediatamente después de aquellos sucesos que entronizaron a la dinastía de Avis -enlaces que llevarían a que la misma Isabel la Católica fuera bizneta de Don Joâo I, ya que era hija de Doña Isabel de Barcelos, esposa de Juan II de Castilla y nieta del primer Monarca de Avis-, "debilitan la solidez de las frecuentes interpretaciones historiográfi cas de Aljubarrota, catastrofi stas en cuanto a la continuidad de las relaciones entre ambas coronas. Esas interpretaciones -prosigue- muy comunes, tanto en España como en Portugal, se explican porque sus autores se detienen en la superficie de los discursos de encubrimiento de los propósitos reales de los protagonistas antes aludidos y no profundizan en su papel de meras piezas secundarias en un espacio más profundo de luchas por el mismo poder"899.

Seguiría, por debajo del desasosiego, del desencuentro, y de la porfía, la labor empecinada del "viejo topo" ibérico, y los Reyes Católicos, y al par de ellos, los grandes de Avis, Don Joâo II, el Príncipe Perfeito, y Don Manuel I, o Venturoso, sabrían dar expresión política a este anhelo, superando los antiguos recelos y pretensiones de hegemonismo. Como escribió OLIVEIRA MARTINS:

El trabajo de la constitución de la España moderna caminaba a su término. El árbol social creció, echó ramas, y ya se puede presentir, en las afi rmaciones del sentimiento religioso, cuál es el sabor del fruto que, lentamente, vino elaborándose de la savia íntima del espíritu popular. Para que el cuerpo de la nación llegue al grado de robustez necesaria a la ejecución de la obra que inconscientemente medita, es preciso que desaparezca lo que aún tiene del inorganismo primitivo; es necesario que los elementos aún rebeldes a la unifi cación se asimilen, y que la unidad del cuerpo nacional Page 376 se exprese también geográfi camente. Tal es la signifi cación del reinado de Fernando e Isabel (1479-1519)900.

La Unión de las Coronas de Castilla y de Aragón

El vacío que la defección portuguesa dejaba, mientras las energías nacionales se dirigían a abrir los rumbos del "azul profundo" cantado por PESSOA, contrasta con el "Compromiso de Caspe", que en 1412 llevó a un castellano, Fernando el de Antequera, miembro de una rama de la dinastía Trastámara -la misma rechazada en Aljubarrota-, a ceñir la Corona de Aragón. VICENS VIVES destaca que "el establecimiento de una misma dinastía en Castilla y Aragón fue un factor no despreciable en el camino de la unidad de la monarquía de las Españas", sin que eso lleve a desvalorizar las dificultades y desavenencias901.

No parece que este hecho haya tenido la consecuencia que P. VILAR, siempre tan francés, saca: fi n de la "efi caz colaboración entre soberanos y burguesía catalana" y anuncio de la "decadencia de Barcelona", cuando el propio historiador remarca la brevedad de la prosperidad levantina y el tempranero agotamiento de la "Casa Condal" catalana ya en el primer tercio del siglo XIV, que estaría en el origen de un "vasto confl icto agrario" entre 1380 y 1480 y de la paralización del crecimiento de las ciudades; circunstancia ésta que influiría decisivamente en la proliferación de crisis financieras y marítimas, y en el debilitamento general de la economía, que las turbulencias que acompañaron al glorioso, pero axfi siante, reinado de Pedro el Ceremonioso, a la brillantez de la Corte de Juan I, o al conflictivo gobierno de Martín el Humano (más propiamente el Humanista) -cuyo fallecimiento sin descendencia en 1410 abriría el interregno de dos años que se cerró en Caspe-, no consienten en ocultar.

Pero, ciertamente, la entronización del Trastámara "expresa una inversión de equilibrio entre las fuerzas de la España interior y las de la España mediterránea", que el descentramiento político del Reino levantino hacia Nápoles, por parte de Alfonso V el Magnánimo, no haría sino acentuar con la ruína derivada de una "política demasiado amplia, sancionada por los fracasos marítimos (Ponza, 1435), y por la ruptura entre Barcelona y Oriente", abriendo la crisis una cerrada pugna entre la "Biga", el partido de la aristocracia mercantil importadora, y la "Busca", la facción de los menestrales y artesanos, por el control del Consell de Cent, y una profunda falla entre las clases dirigentes catalanas y la Monarquía; ésta inclinada a favorecer a los estamentos populares y a los payeses de remença contra los "malos usos" de la nobleza, aquéllas ofreciendo infructuosamente des- Page 377 de la Generalitat la Corona a Enrique IV de Castilla, incapaz de hacer movimiento al respecto por presiones francesas, y al Condestable Don Pedro de Portugal, que resultó impedido por los reveses militares y políticos en los que se fogueó el joven Príncipe Fernando.

Desencuentros que, al fi n y a la postre, se traducirían en una guerra civil, entre 1462 y 1472, trufada por la cuestión navarra, la rebeldía del Príncipe de Viana, Don Carlos, hijo de Doña Blanca de Navarra, contra su padre Don Juan II, y la ominosa sombra de la intrusión de Luis XI de Francia sobre el Rosellón y la Cerdaña, así como los indisimulados propósitos franceses de disputar a los aragoneses la posesión de Italia, en unos momentos en los que, la disparidad entre la potencia de Francia, salida de la Guerra de los Cien años, y la debilidad del conglomerado -que no "confederación", como general e inexactamente se le conceptúa- de Aragón era patente. Por eso, el pragmatismo llevaba a Juan II de Aragón, Rey de Navarra y gran magnate castellano, por el sendero de la unidad: "situado entre la espada de Luis XI de Francia y el muro de la Revolución catalana -escribe VICENS-, no vio otro recurso de salvación que apoyarse en el auxilio castellano"902.

La alianza con Castilla era la solución a tal inferioridad; pues, si en apariencia "todo era desorden, impotencia y caos", como explica DOMÍNGUEZ ORTIZ, por debajo de "esta superfi cie agitada se hallaba la realidad de una Castilla llena de vitalidad y cuyo dinamismo pronto rebasaría sus fronteras"903, y los rectores catalano-aragoneses sabían bien que, como aduce ELLIOT, "tras la torva fachada de la guerra civil, la sociedad castellana se iba transformando y revigorizando gracias a los cambios económicos que el incremento del comercio de la lana traía como secuelas"; de manera que -prosigue-, "si el país pudo finalmente ser pacifi cado y la aristocracia sometida, fue una verdadera suerte que las grandes reservas de energía castellanas pudiesen ser encaminadas a nuevos y valiosos fi nes"904.

El Monarca aragonés logrará resolver a su favor la delicada situación, preparando secretamente el matrimonio de su hijo heredero, Don Fernando -nieto del Almirante de Castilla por ser hijo del segundo matrimonio del Rey con Doña Juana Enríquez, y elevado al rango de Rey de Sicilia para tal ocasión-, con Doña Isabel -hija del otro Juan II, el de Castilla, y de Doña Isabel de Portugal, y por ello medio hermana del Rey Enrique IV, que había sido declarada heredera de éste, aun siendo controvertida tal designación por importantes sectores nobiliarios-; maniobra diplomática que se enmarcaba, por otra parte, en un contexto Page 378 cultural propicio al sentimiento ibérico, como ejemplificaría en Cataluña el Cardenal Joan Margarit, adscrito a la corriente del humanismo catalán905.

Fue, por tanto, ese matrimonio una operación política de muy altos vuelos, producto de una opción decidida y consciente en favor de la unidad peninsular, que llevaría en el decurso del Reinado a incorporar el residuo andalusí de Granada, a reintegrar a la Navarra cispirenaica al espacio hispano sacándola de la órbita francesa, y a alcanzar la otra orilla del Atlántico para expandir el espíritu ibérico por Nuevos Mundos, siguiendo, como expresan los versos de José-María PEMÁN, que un día quisieron poner letra al Himno Nacional español:

Sobre el azul del mar

El caminar del sol 906.

La Unión de las Coronas rompía con el equilibrio peninsular establecido en Aljubarrota y creaba, así, un Estado fuerte y poderoso del que Portugal quedaba apartado. De aquí arrancan los miedos y prevenciones antiibéricas que atenazarán al Reino lusitano en momentos decisivos.

El concierto matrimonial de los herederos de Castilla y de Aragón supuso la preterición de otras alternativas conyugales ofrecidas a Isabel, que rechazó a Carlos de Valois, el Contrahecho, hijo del Rey de Francia Luis XI, y la que procuraba el viudo viejo Rey portugués Don Alfonso V el Africano, que algunos prominentes miembros de la nobleza preferían, incluso el propio Rey Enrique IV, que, por el acuerdo de los Toros de Guisando -después de la "farsa de Ávila" en la que los nobles lo habían depuesto en efigie-, había reconocido a su media hermana Isabel como heredera, pretiriendo el derecho de su hija Doña Juana la Beltraneja, de quién se decía que era fruto de las relaciones adulterinas de la Reina Doña Juana de Portugal, signifi cativamente apodada popularmente como "Diosa del deleite", con el cortesano Beltrán de la Cueva. Page 379

En el contexto movedizo de la época, el partido antiaragonés en Castilla abogaba por el matrimonio de la infanta Doña Isabel con Don Alfonso V de Portugal, en vez de que lo hiciera con el heredero de la Corona de Aragón, el joven Don Fernando; la unión bascularía hacia el Atlántico en vez de hacerlo hacia el Mediterráneo. Era el interés de Francia, tradicional aliada interesada de Castilla desde hacía un siglo, mientras que la opción mediterránea esbozaba una apertura a Borgoña y a sus mercados lanales, apuntando a las relaciones con el Imperio germánico de la Casa de Austria. Resulta comprensible que una dama bien parecida...

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