Alberto García Ulecia: Oficio de historiador, oficio de poeta

AutorRaquel Rico Linage
Páginas949-955

    Alberto García Ulecia: Oficio de historiador, oficio de poeta

(Sevilla, mayo de 2004)

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Alberto García Ulecia, catedrático de Historia del Derecho Español en la Facultad de Derecho de Jerez, ha sido durante 33 años una presencia continua en mi vida, y además como referencia imprescindible, porque la presencia en sí es sólo un dato, quién sabe si negativo. Presencias anodinas, destructivas, indiferentes, personas que tratamos pero que Page 950 no sabemos quiénes son, que no nos importan o no les importamos. Es la tónica de nuestro siglo la particular frialdad de las relaciones, el desconocimiento, la distancia, el silencio.

Lo conocí en 1970, cuando recién terminada la carrera de Derecho comenzamos juntos a hacer la tesis doctoral, absorbente trabajo que en su caso tenía además que compaginar con el de gestor administrativo, profesión a la que se había dedicado hasta entonces y a la que se seguiría dedicando durante algunos años más.

Hablar con él era una delicia. Cuando coincidíamos casualmente en cualquier calle, él de paso a sus tareas de gestor administrativo, yo a las mías en el Archivo de Indias, siempre podía pararse un rato, contar alguna anécdota, tomar un café, a pesar de que entonces su dedicación a la universidad era un trabajo más, y el pluriempleo exige mucho tiempo. Después los años nos dieron muchas más oportunidades para seguir hablando.

Éramos aprendices de investigadores que charlaban sobre sus dificultades, pero además él era ya un poeta con varios libros publicados, y enseguida publicaría uno más, y en este caso fruto de las reflexiones de un regreso, que era también un riesgo: Universidad: Retorno (1971).

En él se aunaban la poesía y la aventura del nuevo aprendizaje, las emociones de un vivir ennoblecido de pasión y estudio, de caminos paralelos a partir de ese momento pero que a la vez eran uno solo, porque persiguen los mismos valores y se influyen mutuamente. Por eso una de sus partes se llamará "Tres lecciones de historia" y además predomina en su contenido una reflexión sobre la universidad, que se explicita en poemas como "Alma Mater". Y es por ello que, para recordarle ahora, es imprescindible escribir sobre sus dos oficios, el de historiador y el de poeta.

Y precisamente aquí, en este Anuario de Historia del Derecho cuyos números publicaron algunos de sus artículos, y cuyos lectores están ya suficientemente familiarizados con los trabajos de quienes pertenecen profesionalmente a esta disciplina, es quizás más necesario destacar la verdad y la rara perfección de una obra literaria con la que ha conseguido dar permanencia a su visión del mundo, vencer al tiempo y al olvido.

Porque, en lo relativo a la enseñanza universitaria, del docente quedan recuerdos que se agotan en la generación de quienes fueron sus alumnos, y de muy distinto tipo además según las diversas biografías de los mismos, aunque seguro que en este caso similares en la consideración de su carácter riguroso y amable, lleno de particularidades y atractivos.

La obra del historiador es más permanente, puede ser utilizada en un futuro lejano y desconocido, y quienes entonces lean los libros y los artículos de Alberto García Ulecia podrán aprovecharse de su detallada tesis doctoral sobre Los factores de diferenciación entre las personas en los fueros de la Extremadura Castellano-Aragonesa, de sus artículos sobre instituciones mercantiles -las compañías de comercio o las corredurías de lonja- y podrán constatar la honradez y el rigor con el que se analizan sus instrumentos documentales y bibliográficos. Son estudios que permanecerán como historia jurídica útil y fiable, como material del que se podrá partir, que permitirá avanzar a quienes estén interesados en esa cronología y en esas instituciones.

Pero las obras científicas sólo muy relativamente contienen la personalidad, las virtudes de sus autores. Y aunque en este caso resulta evidente que, además de ser rigurosas, están muy bien escritas, de Alberto García Ulecia es justo y necesario destacar muy especial- mente la enorme sabiduría de su obra poética. Porque es en sus versos donde permanecerá, y con una fuerza que el paso del tiempo no hará sino acrecentar, el particular testimonio de un hombre que fue capaz de armonizar historia y poesía, para que juntas contribuyeran a perfeccionar una obra literaria de un enorme rigor y de una extraordinaria belleza.

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Cuando nos conocimos él tenía 37 años y yo 22, y a las inseguridades propias de la juventud y de...

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