Calidad y gestión académica en la dinámica universitaria: el desafío de la credibilidad

AutorMiguel A. Santos Rego
Cargo del AutorUniversidad de Santiago de Compostela

CALIDAD Y GESTION ACADEMICA EN LA DINAMICA UNIVERSITARIA: EL DESAFIO DE LA CREDIBILIDAD

MIGUEL A. SANTOS REGO

Universidad de Santiago de Compostela

  1. LA CALIDAD EN LA EDUCACIÓN SUPERIOR: EL COMPROMISO SUPUESTO

    Creemos que es obligado tratar el tema de la calidad en un libro de estas características por ser un vector clave en la dinámica de compromiso con la sociedad, amén de compromiso con la Universidad y sus usuarios. Pero, por ser una palabra cargada de valor, conviene la mesura y no el maximalismo en su uso e interpretación. Así, el llamado “movimiento para la calidad total” ha supuesto un revulsivo en la gestión educativa y universitaria pero a costa de propalar una visión simplemente economicista, en la que no se agota, ni mucho menos, lo que es calidad en una organización universitaria.

    El problema es siempre definir qué es calidad (término vago y polisémico) sobre todo en una estructura compleja como la universitaria. Una única definición sustantiva de calidad no es posible. Aún así, arriesgaremos una. En general, puede decirse que calidad es la mejor relación alcanzable entre recursos disponibles y resultados obtenidos según indicadores globales y específicos de actuación (ver Green, 1994). Es por ello que la excelencia no puede predicarse gratuitamente asociada a un modelo concreto de universidad, ni puede disociarse de la relación adecuada entre dimensión académica y dimensión cívica en la misión de la propia institución (Martínez, 2002; Santos Rego et al., 1998).

    La calidad en educación alude a un continuo cuyos puntos representan combinaciones de funcionalidad, eficacia y eficiencia, clima intelectual y humano, mutuamente implicados. En lugar de calidad como algo unitario sería mejor hablar de calidades. Es muy difícil encontrar una institución que sea buena en todos los factores que abarca este concepto, sin contar con las distintas prioridades y focos de atención que manifiestan los protagonistas, estudiantes, profesores, empresarios, administradores, sindicatos, etc., al respecto (Villar Angulo, 2001; Mesa, Castañeda y Villar, 2002).

    Hecha nuestra declaración de escepticismo sobre la factibilidad de articular una definición universal de calidad, lo que no deberíamos es dejar en el tintero algunos de los enfoques que emergen en una somera exploración. Telegrafiaremos la existencia de cuatro.

    1. Calidad como conformación a un estándar. Tiene su origen en el auge del control de calidad dentro de la industria. Alude a una base de medición en relación con las características deseadas de un producto o servicio. La calidad se mediría en virtud de la conformación del producto a unas especificaciones.

      Sería útil si pudiésemos tener absolutamente claro lo que significa un estándar, perfectamente medible, en un contexto o situación universitaria. ¿Cuáles son los criterios y quién los establece? ¿Cómo son reconsideradas las especificaciones a la luz de las circunstancias cambiantes?

    2. Calidad como idoneidad del propósito. Tal rótulo se corresponde con una definición de calidad bastante popular entre los analistas de la educación superior. Lo que afirman es que la calidad no tiene significado excepto en relación con el propósito del producto o servicio. La calidad se juzgaría, por tanto, en función del grado en que el producto o servicio satisface el propósito declarado. Asimismo, tiene tintes evolutivos pues reconoce que los propósitos pueden cambiar con el tiempo, lo cual supone una constante re-evaluación de lo especificado.

      El problema fundamental radica en la dificultad que conlleva una absoluta claridad en el momento de intentar establecer los propósitos de la educación superior, amén de quien tiene que hacerlo. ¿Cuáles son esos propósitos?: ¿entrenamiento en habilidades y destrezas?, ¿transmitir cultura? ¿formar ciudadanas y ciudadanos críticos?

    3. Calidad como efectividad en el logro de metas institucionales. Es, en realidad, una versión de la anterior. Se concentra en la evaluación a nivel institucional. Se tiene dicho que una universidad de calidad es aquélla que tiene clara su misión y es eficiente a la hora de cumplir con las metas que se ha propuesto. La ventaja de verlo así es la simple ampliación del espectro temático pretendidamente relevante en el debate, e incluiría, desde luego, la eficiencia en el uso de recursos y la eficacia en la gestión.

    4. Calidad como satisfacción de las necesidades de los clientes. Marca una terminología al uso desde comienzos de los años ochenta del siglo pasado, sobre todo en la esfera de la industria. La mayor prioridad se coloca en identificar las necesidades del cliente como factor crucial en el diseño de un producto o servicio.

      Tal modo de hablar acerca de la calidad determina una idoneidad de propósito vinculada a las necesidades del cliente. Pero, ¿quién es el cliente en nuestro caso, el estudiante o quienes pagan este servicio?. Y además, ¿es el estudiante un producto, el usuario, o ambas cosas a la vez?. Partiendo de que es el usuario, lo que tenemos son verdaderas dificultades para una buena evaluación del servicio. Es más fácil satisfacer algunas de sus necesidades físicas (infraestructuras, residencias, comedores...) que definir la competencia cívica a lograr en la formación universitaria, o procurarles una interacción de calidad dentro del proceso de enseñanzaaprendizaje. Pero esto supone preguntar con anterioridad si los estudiantes tienen claras sus necesidades a corto, medio y largo plazo. Por lo tanto, también aquí permanece abierta la incógnita de quién debe definir la calidad en la educación superior.

      Una cuestión central en el debate sobre la calidad en los contextos educativos es la que se deriva de la posibilidad o imposibilidad de transferir a una organización de servicio público los conceptos y prácticas del sector privado. Es frecuente el argumento de que las organizaciones comerciales se financian de modo distinto, tienen diferentes objetivos y se enfrentan con un ambiente poco comparable. Un ejemplo del fragor suscitado es la reacción de muchas instituciones académicas a la noción de que los estudiantes no son sino “customers”, o sea, clientes.

      Más allá del debate y de las dificultades teóricas y prácticas para trasladar a la educación superior las técnicas empresariales o del “business world”, lo cierto es que han hecho mella en el corazón de los organismos universitarios. Basta referir el creciente interés por las técnicas de marketing en nuestras universidades, bien visibles en el desarrollo de logotipos e imágenes corporativas, la proliferación de folletos y videos publicitarios y la presencia sistemática en toda clase de ferias y concursos, nacionales e internacionales, sobre oferta de títulos, programas y otros servicios a los estudiantes y público en general. Incluso una expresión ajena a nuestros campus como “market share”, significando en este caso número de solicitudes de entrada, se ha convertido en un indicador más.

      En los mercados competitivos, la calidad es percibida como instrumento vital por aquellas organizaciones que desean mantener su buena posición o asegurar determinadas ventajas. Aunque factores subjetivos como reputación e imagen son importantes, se buscan formas más objetivas de demostrar calidad superior en relación con los competidores. Este es el fenómeno que explica la creciente popularidad de los sistemas de gestión de la calidad, entre ellos el TQM (gestión para la calidad total). Con el terreno abonado, era previsible su impacto en campos especialmente sensibles al escrutinio público como la salud y la educación. En este último, y concretamente en la educación superior, el área de mayor interés potencial se situó en el ámbito de la formación continua.

      Pocas cosas son seguras, pero sí nos atrevemos a decir que la conquista de la calidad en docencia, investigación y gestión será resultado de un plan concertado en el seno de la comunidad universitaria. Es la introducción de una cultura de calidad en las universidades, a lo cual no es ajena la crisis de financiación, lo que ha dinamizado la formulación de planes estratégicos y no al...

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