Introducción

AutorCristina Berenguer Albaladejo
Páginas25-29

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La sociedad actual se enfrenta con problemas hasta ahora desconocidos que necesitan una rápida y efectiva solución. El progresivo aumento de la esperanza de vida ha dado lugar a que hoy en día nos encontremos con sociedades envejecidas y necesitadas de protección. Se habla incluso de la «cuarta edad» y de la aparición de un nuevo fenómeno demográfico denominado «envejecimiento del envejecimiento», esto es, el aumento de la población con edad superior a ochenta años. Además, aunque la vejez no implica necesariamente enfermedad, la tasa de discapacidad crece con la edad. A lo que se debe añadir, que muchas de estas personas tienen hijos discapacitados que, con toda probabilidad y debido a los avances médicos, sobrevivirán a sus ancianos padres y necesitarán medios materiales y/o personales para continuar con sus vidas.

Las estadísticas son poco esperanzadoras. Los estudios señalan que en el año 2050 España será el segundo país más envejecido del mundo con un 33,2% de población mayor, por detrás de Japón —con un 37,7%— y por delante de Italia —con un 32,6%—1. Por otro lado, el número total de personas residentes en hogares españoles que declaran tener alguna discapacidad asciende al 8,5% de la población2. Y por lo que se refiere al resto de Europa, la situación es igual de preocupante3.

Pero al acuciante problema demográfico se unen otros factores sociales de gran trascendencia que debemos traer a colación como punto de partida de nuestra investigación: en primer lugar, el concepto de «familia» vigente en el siglo XXI dista mucho de aquél que existía en el momento en que los Códigos civiles europeos vieron la luz por pri-

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mera vez. En el ámbito de las relaciones familiares, se ha pasado de familias caracterizadas por la solidaridad entre sus miembros a familias desestructuradas donde el individualismo y la falta de solidaridad son sus notas distintivas; en segundo lugar, el acceso de la mujer al mercado laboral la ha apartado de su única y principal labor durante años al servicio de su familia. Ahora, el cuidado de sus mayores o de sus hijos discapacitados se convierte en una tarea difícilmente compatible con la jornada laboral y es necesario recurrir a personas externas al núcleo familiar para llevarlo a cabo; en tercer lugar, junto a las personas que tienen parientes a los que poder acudir en caso de necesidad, existen otras muchas actualmente sumidas en la profunda soledad que implica la falta de familia, o que aun teniendo parientes, no se ocupan de ellas; por último, al envejecimiento de la población y al descenso de la natalidad se unen otras preocupaciones actuales como la precariedad laboral y la fragilidad de los sistemas de pensiones. Se calcula que para 2040 los pensionistas sumen más de 15 millones, prácticamente el doble que en la actualidad, y según proyecciones del Ministerio de Trabajo en el año 2023 el sistema público no podrá afrontar el gasto de las pensiones4.

El panorama descrito nos lleva irremediablemente a buscar los remedios más adecuados para afrontar la situación en la que se encuentran principalmente las personas mayores y/o discapacitadas, sobre todo si tenemos en cuenta que los recursos públicos son...

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