Los neocapitalismos

AutorJavier Divar Garteiz-Aurrecoa
Páginas49-58

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Lo más inteligente para impedir un daño es evitar su causa. La causa del mal capitalista está en la paulatina absorción productiva en pocas manos, que controlan los hilos del sistema como el artista del movimiento las marionetas. La causa de la causa, por tanto, es la falta de participación de muchos, de la inmensa mayoría, en los medios de producción.

Y la causa de la causa es causa del mal causado, como sostiene la vieja sentencia jurídica. Es decir, que la causa de los idearios antisistema procede de la falta de participación de la población, sobre todo en el ámbito económico, así que la solución en consecuencia pasa por permitir y aún facilitar la participación en el sistema productivo de modo que exista un compromiso de todos los agentes económicos, poniéndose así sordina a la vieja vindicta social, pasando tal vindicación a ser, sencillamente, la del grado de participación concreta, en un camino prolongado en el tiempo que sólo tendría un fin evolutivo por llegada con el tiempo (aunque éste fuera largo) a la democracia económica empresarial (es algo parecido a lo que ya sucede con las negociaciones colectivas laborales, que son siempre de pluspetición, sin que el titular empresarial pueda evitarlo, ya que es dirección de único sentido).

Ciertamente que como el refrán sostiene «mientras dura, vida y dulzura», y la oligarquía financiera intentará hacer durar la antedicha evolución no menos que las de las especies, parafraseando al maestro Darwin. Realmente en

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no forzar ese pulso está su futuro, puesto que es un hecho sociológico que la evolución histórica les es contraria y por ello el camino socioeconómico es tan cierto como una ley física, aunque sin su concierto invariable (puesto que media el factor humano).

Los maximalistas, sin embargo pretenden, adoctrinados por los ideólogos del liberalismo económico, que los desajustes del capitalismo se han producido precisamente por los intervencionismos, de manera que sólo dejando a su libre juego las fuerzas económicas, en competencia perfecta, es como se consigue el funcionamiento armónico del sistema, que así marcha con la suavidad de una máquina bien ajustada. Es la vuelta a los orígenes, la sobrevivencia de la filosofía liberal que motivó a los movimientos burgueses. El neoliberalismo como fórmula del neocapitalismo.

Lógicamente este intento no resulta fácilmente ensayable en países avanzados, dotados de fuerzas sociales bien organizadas, con participación política democrática consolidada y con una elevada cultura social. Por ello se han utilizado países de mediano desarrollo, con gobiernos dictatoriales teledirigidos por los grandes intereses capitalistas y con una clase dirigente miope en perspectivas de alcance y poco escrupulosa ante las categorías intelectuales, que en otro caso les llevarían a percibir fácilmente la poca conveniencia y viabilidad de aprovechamiento para sus intereses de tal sistema a largo plazo.

Ello porque es razonable pensar que se reproduzcan las situaciones sociales de empobrecimiento general de la población (pese al enriquecimiento de los dirigentes), con la destrucción de las posibilidades de grandes masas sociales y el aparejado peligro de las resistencias populares (que se sabe dónde comienzan pero no siempre dónde pararán).

Este ha sido el neocapitalismo aplicado en la América Latina, pues en ella se han dado los supuestos previos de

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grandes facilidades a la explotación económica, existencia de países no suficientemente avanzados, fuerzas militares aventureras, masas populares poco instruidas y clase dirigente de escasos escrúpulos. En resumen, un laboratorio idóneo.

Los intereses capitalistas, con los dirigentes de los EE.UU. a su cabeza como policías mundiales del sistema (penoso papel para sus honorables ciudadanos), han puesto en práctica las ideas de los economistas neoliberales (tan sabios en las técnicas económicas como limitados parecen en las sociológicas), que han sido respaldados con importantes galardones científicos, callabocas para quienes critican sus audacias.

Y las resultas últimas de todo ello, como era previsible en buena...

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