Epílogo

AutorRamón Ruiz Ruiz
Páginas127-141

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Ciertamente, las regiones de Toscana y Lombardía gozaban de una especial situación geopolítica durante el tardío medioevo puesto que, a diferencia de lo que sucedía en la mayor parte de Europa, estaban integradas por múltiples comunidades políticas -conocidas como «comunas»- que gozaban de una situación de independencia de facto respecto del Sacro Imperio Romano Germánico, así como de un sistema de gobierno que podría considerarse democrático en la mayor parte de los casos. Pero ambos privilegios se veían amenazados, por lo que las ciudades norditalianas vivían en una permanente lucha tanto por su independencia contra las potencias extranjeras, como por su libertad frente a los intentos de usurpación del poder por parte de las familias más poderosas de cada una de ellas. Y fue en el marco de esta lucha donde resurgió el republicanismo clásico, pues junto a la defensa puramente militar de su situación, los lombardos y toscanos entablaron una batalla ideológica y política en la que se sirvieron de esta doctrina

Ahora bien, frente a lo que opina una parte de los autores actuales, el resurgimiento de las tesis republicanas en Italia no fue una consecuencia de la propagación del humanismo, sino que antes de la recuperación de las obras de Aristóteles ya habían surgido algunos pensadores que podían recurrir a una serie de autores romanos que también habían escrito sobre las ideas de libertad y participación política, de forma que apoyándose en ellos, y especialmente en Cicerón y Salustio, elaboraron una defensa integral de las virtudes del gobierno republicano. Sin embargo, a finales del siglo XIII se produce el descubrimiento de la Política de Aristóteles, lo que dio lugar a un gran impulso de la discusión teórica sobre las ciudades-Estado y al surgimiento de un importante número de escritores que ahora se van a apoyar en el estagirita para la elaboración de sus teorías políticas. Entre éstos destacan Bartolomé de Sassoferrato y, sobre todo, Marsilio de Padua402, quien, valiéndose de unas tesis que podrían calificarse como caracterís-

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ticamente republicanas, fundamentó la independencia de las comunas frente a los deseos temporales de la Iglesia y defendió y justificó el autogobierno de las mismas y la participación política del conjunto de la ciudadanía. Pero fue en Florencia donde surgieron los principales exponentes del republi- canismo clásico, como Salutati, Bruni o el amplio grupo de escritores que fre- cuentaban las tertulias de los jardines Oricellari, entre los que destacaban Gianno- tti, Guicciardini y, sobre todo, Maquiavelo. Este último es, con diferencia, el más relevante, a quien todos hacían referencia, bien para elogiarlo y seguirlo, como Giannotti, bien para denostarlo y atacarlo, como Guicciardini, y quien sirvió de ejemplo y fuente de inspiración para un gran número de teóricos republicanos posteriores, ejerciendo una especial influencia en Inglaterra, a través, fundamen- talmente, de sus Discursos sobre la Primera Década de Tito Livio. Asimismo, Maquiavelo es uno de los exponentes del republicanismo más democrático, lle- gando incluso a afirmar que "no sin razón se compara la voz del pueblo a la de Dios, pues vemos que la opinión pública consigue maravillosos aciertos en sus pronósticos, hasta el punto de que parece tener una virtud oculta que le previene de su mal y de su bien"403. Es, asimismo, el florentino, el principal difusor de la idea, expuesta ya por Isócrates, de que "quien quiera ver lo que ha de ser, consi- dere lo que ha sido, porque todas las cosas del mundo en cualquier época tienen siempre su correspondencia en los tiempos antiguos. Esto sucede porque, siendo ellas obra de los hombres, que tienen y tendrán siempre las mismas pasiones, con- viene necesariamente que produzcan siempre el mismo efecto"404; por ello es por lo que Maquiavelo muestra un gran interés en la investigación de las causas de la grandeza de Roma, pues opina que si repetimos sus instituciones y valores, se podrá repetir su éxito. Se trata de una concepción de la historia que sería reiterada por los posteriores teóricos republicanos, quienes propusieron el establecimiento de instituciones similares en sus respectivas naciones con la esperanza de que éstas llegaran a igualar la grandeza y la libertad de Roma.

No obstante, a pesar de los esfuerzos de éste y otros autores, para comienzos del siglo XVI la forma republicana de gobierno se había extinguido por doquier -salvo en Venecia-, lo que provocó una transformación del pensamiento de los autores humanistas, quienes -con la excepción de los dos últimos autores republicanos, Guicciardini405y Giannotti406- a partir de entonces van a

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abandonar la defensa de la necesidad de la participación política del pueblo en las labores de gobierno y la consiguiente apuesta por un régimen republicano, para una vez más, como ya sucediera durante la Grecia helenística y en el Principado romano, pasar a dirigir sus escritos al príncipe, a quien dan consejos para llevar a cabo una labor de gobierno lo más justa y beneficiosa posible para la comunidad, llegando a su auge la tradición de los llamados "espejos para príncipes".

Sin embargo, la llegada del humanismo cívico a principios del siglo XVI a Inglaterra va a suponer una nueva revitalización del republicanismo clásico, pues éste fue acogido por algunos escritores políticos, quienes, influidos sobre todo por Maquiavelo, si bien no llegaron a desarrollar ninguna teoría integral del gobierno republicano, sí que trataron de dar respuesta a problemas concretos de su país y su tiempo recurriendo a unos conceptos, valores y vocabulario típicamente republicanos y acudiendo a las mismas fuentes renacentistas y clásicas -entre éstos, el más destacado es Richard Beacon407-. Sin embargo, esta doctrina va a alcanzar una mayor popularidad y adhesión cuando los primeros monarcas Estuardo intenten imponer un régimen absoluto similar al que imperaba en el resto de las grandes potencias europeas, iniciándose así un conflicto entre monarquía y parlamento que acabaría desembocando en la Guerra Civil inglesa, al término de la cual la monarquía sería sustituida por un régimen de tipo republicano (Commonwealth) liderado por Cromwell. Muchos republicanos consideraron ésta una oportunidad única para poner en práctica las anti-guas teorías de Aristóteles, Cicerón y Maquiavelo y para convertir a Inglaterra en una nueva Roma en Occidente. Esta es la esperanza, por ejemplo, de Milton (quien llegó a proponer Senatus Populusque Anglicanus como la denominación oficial de Gran Bretaña) quien, con tal fin, se implicaría a fondo en el gobierno republicano. Sin embargo, pronto el nuevo régimen va a suponer una decepción para todos ellos, puesto que instaura un sistema casi tan absoluto como el de los monarcas, si bien ahora todo el poder correspondería, en un primer momento, al Parlamento unicameral y, más tarde, al propio Cromwell, proclamado Lord Protector. Es en este periodo cuando cobra más auge la tradición republicana, que sirvió para ayudar a buscar una alternativa tanto a la monarquía absoluta como a los distintos regímenes improvisados y fracasados que se sucedieron tras la ejecución de Carlos I.

El republicanismo inglés, por otra parte, presenta unos rasgos muy similares a los de sus antecesores salvo en tres aspectos. Por un lado pierde, al menos para algunos de sus representantes, su tradicional carácter antimonárquico, pues si bien consideraban que, por supuesto, una monarquía absoluta era

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incompatible con sus ideales, no era éste el caso de una monarquía constitucional en la que los poderes del rey se reduzcan a los meramente ejecutivos de una ley elaborada con el concurso de los ciudadanos o de sus representantes. Y, precisamente, ésta es su segunda innovación: dado que en Inglaterra, por su gran extensión y población, ya no era posible la democracia directa, a los republicanos ingleses no les quedó más remedio que aceptar el sistema representativo, por lo que se hizo preciso buscar sustitutivos que garantizaran la mayor participación ciudadana posible. Surgieron así los consejos de distritos, propuestos por Harrington, las "repúblicas locales" que prescribió Milton, o los gobernadores provinciales que Beacon consideraba imprescindibles para lograr el cumplimiento de la ley.

La tercera gran diferencia, en fin, que presentaban generalmente estos republicanos ingleses respecto a sus precedentes clásicos y renacentistas era su religiosidad sincera, que a veces roza el fanatismo, y su obsesión por la promoción de la misma entre sus compatriotas, pues sin ella estimaban imposible que éstos pudieran llegar a ser buenos y virtuosos ciudadanos. De hecho, sus escritos suelen estar plagados, además de con ejemplos y citas clásicas y renacentistas, de referencias bíblicas, en las que se apoyan para defender sus ideas. Es cierto que la tradición republicana había acentuado siempre la necesidad de fomentar el espíritu religioso entre la población, pero sus teóricos no estaban interesados en la verdadera fe o en la pureza de las creencias, sino que para ellos la religión era un instrumento más, como las leyes o las buenas costumbres, al servicio de los gobernantes y de la comunidad en su conjunto para lograr una sociedad justa, sana y comprometida con el bien de los demás.

Dos son, por otra parte, los representantes republicanos más importantes de este periodo: Milton408, al que ya he aludido y, principalmente, Harrington, quien es considerado unánimemente como el más genuino representante del republicanismo clásico en Inglaterra. Entre sus aportaciones, destaca especial-mente la relación que estableció entre las formas de gobierno y el reparto de la propiedad, según la cual la segunda va a condicionar a la primera. Así, en opinión del autor de La República de Océana, en circunstancias normales, según esté repartida la tierra, así será el gobierno; de modo que si un solo hombre es propietario de toda la...

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