El capital social y la cultura. Las dimensiones postergadas del desarrollo

AutorBernardo Kliksberg
Páginas23-65

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I El nuevo debate sobre el desarrollo

A inicios del siglo XXI la humanidad cuenta con inmensas fuerzas productivas. Las revoluciones tecnológicas en curso han alterado sustancialmente sus capacidades potenciales de generar bienes y servicios. Los avances simultáneos en campos como la informática, la biotecnología, la robótica, la microelectrónica, las telecomunicaciones, la ciencia de los materiales y otras áreas han determinado rupturas cualitativas en las posibilidades usuales de producción, ampliándolas extensamente, y con un horizonte de continuo crecimiento hacia adelante. Sin embargo, 1.300 millones de personas carecen de lo más mínimo y viven en la pobreza extrema, con menos de un dólar de ingresos al día; 3.000 millones se hallan en la pobreza y tienen que subsistir con menos de dos dólares diarios; 1.300 millones de personas carecen de agua potable; 3.000 millones no tienen instalaciones sanitarias básicas; y 2.000 millones no reciben electricidad.

Alcanzar la deseada meta del desarrollo económico y social es más viable que nunca en términos de tecnologías y potencial productivo pero, al mismo tiempo, el objetivo se halla muy distante de amplias poblaciones en diversos continentes, entre ellos, América Latina.

La "aldea global" en que se ha convertido el planeta, en donde las interrelaciones entre los países y los mercados se multiplican continuamente, parece caracterizarse por una explosión de complejidad, direcciones contradictorias de evolución y altas dosis de incertidumbre. Exploradores de las fronteras de las nuevas realidades, como Ylia Prygogine (1988), Premio Nobel de Química, han señalado que la mayor parte de las estructuras de la realidad actual son "estructuras disipativas de

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final abierto"; es difícil predecir en qué sentido evolucionarán, y las lógicas tradicionales son impotentes para explicar su curso. Edgar Morín (1991) resalta que en lugar del "fin de la historia", vaticinado por algunos que alegaron que al desaparecer el mundo bipolar la historia sería previsible y hasta "aburrida", lo que tenemos ante nuestros ojos es que "de aquí en adelante el futuro se llama incertidumbre." La historia en curso está marcada por severas contradicciones. Así, por ejemplo, al mismo tiempo que el conocimiento tecnológico disponible ha multiplicado las capacidades de dominar la naturaleza, el ser humano está creando desequilibrios ecológicos de gran magnitud, que ponen en peligro aspectos básicos del ecosistema y su propia supervivencia. Mientras que las capacidades productivas han llevado la producción mundial a más de 25 trillones de dólares, las polarizaciones sociales se han incrementando fuertemente y, según los informes de las Naciones Unidas (1998), 358 personas son poseedoras de una riqueza acumulada superior a la del 45% de la población mundial. Las disparidades alcanzan los aspectos más elementales de la vida cotidiana. Los acelerados progresos en medicina han permitido una extensión considerable en la esperanza de vida pero, mientras en las 26 naciones más ricas ésta alcanzaba, en 1997, a 78 años de edad, en los 46 países más pobres era, en el mismo período, de 53 años.

La idea del progreso indefinido está siendo suplantada por visiones que asignan un papel mayor a las complejidades, las contradicciones y las incertidumbres y buscan soluciones a partir de integrarlas a las perspectivas de análisis de la realidad.2En este marco general hay un nuevo debate en activa ebullición en el campo del desarrollo. En la búsqueda de caminos más efectivos, en un mundo en el que la vida cotidiana de amplios sectores está agobiada por carencias agudas y donde se estima que una tercera parte de la población activa mundial se halla afectada por serios problemas de desocupación y subocupación, el debate está revisando supuestos no convalidados por los hechos y abriéndose hacia variables a las que se asignaba escaso peso en las últimas décadas.

Hay una revalorización en el nuevo cuestionamiento de aspectos no incluidos en el pensamiento económico convencional. Se ha instalado una potente área de análisis en vertiginoso crecimiento que gira en derredor de la idea de "capital social." Uno de los focos de esa área, a su vez con su propia especificidad, es el reexamen de las relaciones entre cultura y desarrollo. Lourdes Arizpe (1998) señala: "La cul-

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tura ha pasado a ser el último aspecto inexplorado de los esfuerzos que se despliegan internacionalmente, para fomentar el desarrollo económico." Enrique V. Iglesias (1997) subraya que se abre en este reexamen de las relaciones entre cultura y desarrollo un vasto campo de gran potencial. Resalta: "Hay múltiples aspectos en la cultura de cada pueblo que pueden favorecer a su desarrollo económico y social; es preciso descubrirlos, potenciarlos y apoyarse en ellos y hacer esto con seriedad significa replantear la agenda del desarrollo de una manera que a la postre resultará más eficaz, porque tomará en cuenta potencialidades de la realidad que son de su esencia y, que hasta ahora, han sido generalmente ignoradas."

Ubicado en este contexto bullente en reclamos por rediscutir la visión convencional del desarrollo e integrar nuevas dimensiones, este trabajo procura poner en foco un tema relevante del nuevo debate: las posibilidades del capital social y de la cultura de aportar al desarrollo económico y social. Particularmente, el trabajo se centra en sus posibles contribuciones a América Latina, una región con graves problemas de pobreza (afecta a vastos sectores de la población) y de iniquidad (es considerado el continente más desigual del planeta). Seguramente, la integración de estos planos hará mucho más compleja aún la búsqueda de estrategias y diseños adecuados. Pero ésa es la idea. Las políticas basadas en diseños que marginan aspectos como los mencionados han demostrado muy profundas limitaciones.

El trabajo apunta a cumplir su propósito a través de varios momentos sucesivos de análisis. En primer lugar, se presentan aspectos de la crisis del pensamiento económico convencional. La nueva atención prestada al capital social y a la cultura se inscribe en esa crisis. En segundo término, se explora la idea de capital social. El énfasis se pone, en este caso, no en la discusión teórica, sino en su presencia concreta en realidades actuales. En tercer término, con apoyo en los desarrollos anteriores, se pasa a observar "el capital social en acción" en realidades latinoamericanas. Se indaga, a través de experiencias concretas de la región, cómo el capital social y la cultura constituyen potentes instrumentos de construcción histórica. Por último, se formulan algunas reflexiones sobre posibles aportes de la cultura al desarrollo latinoamericano.

II La crisis del pensamiento económico convencional

Se hallan en plena actividad, actualmente, diversas líneas de discusión sobre los supuestos económicos que han orientado el desarrollo en las últimas décadas. El debate en curso no aparece como una polémica hacia el interior de la acade-

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mia, en donde diversas escuelas de pensamiento o personalidades defienden determinados enfoques surgidos de su propia especulación. Está fuertemente influido por las dificultades del pensamiento convencional en la realidad. Lo han dinamizado y urgido procesos como los severos problemas experimentados por las economías del sudeste asiático, las graves crisis observables en economías en transición, como la rusa, las inestabilidades pronunciadas en los mercados financieros internacionales, los desajustes y las polarizaciones sociales en regiones como América Latina y otros. Aparece, gracias a los importantes avances en la medición de los fenómenos económicos y sociales, como un debate en donde la especulación infinita a partir de las propias premisas -característica de décadas anteriores- es reemplazada por análisis que arrancan de la vasta evidencia empírica que está generando el instrumental cuantitativo y estadístico.

Un primer aspecto de la crisis en curso es el llamado, cada vez más amplio, a respetar la complejidad de la realidad. Se previene contra la "soberbia epistemológica" con que el pensamiento económica convencional trabajó múltiples problemas, pretendiendo capturarlos y resolverlos a partir de marcos de referencia basados en grupos de variables limitadas, de índole casi exclusivamente económico, que no dejaban espacio a variables de otras procedencias. Joseph Stiglitz (abril de 1998) expresa "Un principio del consenso emergente es que un mayor grado de humildad es necesario." Aboga por un nuevo consenso, post Washington, ante las dificultades surgidas en la realidad. Señala a América Latina como uno de los casos que evidencian las dificultades. Afirma: "Yo argumentaría que la experiencia latinoamericana sugiere que deberíamos reexaminar, rehacer y ampliar los conocimientos acerca de la economía de desarrollo que se toman como verdad, mientras planificamos la próxima serie de reformas."

Otro aspecto sobresaliente de la nueva discusión sobre el desarrollo es la apelación, cada vez más generalizada, a superar los enfoques reduccionistas y buscar, para captar la complejidad, perspectivas integradoras de variables múltiples. Enrique V. Iglesias (1997) advierte: "El desarrollo sólo puede encararse en forma integral...

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