José María Blanco White y la independencia de América: ¿una postura pro-americana?

AutorRoberto Breña
CargoDoctor en Ciencia Política por la Universidad Complutense de Madrid

Roberto Breña

    Doctor en Ciencia Política por la Universidad Complutense de Madrid. Profesor-investigador del Centro de Estudios Internacionales de El Colegio de México. Actualmente Profesor Invitado en el Instituto de Estudios Políticos de Paris (Fondation Nationale de Sciences Politiques). En la actualidad se halla ultimando un libro sobre el primer liberalismo español y la emancipación de América.
  1. Desde la introducción1 que hiciera Juan Goytisolo a principios de la década de 1970 a una selección de textos de Blanco White, hasta el último libro, publicado hace cuatro años, que le dedicó su mayor exégeta en España, Manuel Moreno Alonso, parece que identificarse con la vida y la obra de Blanco White implica adoptar posturas que, de una u otra manera, terminan por simplificar al personaje.2 En este artículo no pretendemos hacer una valoración general de la obra de Blanco, sino solamente referirnos a los aspectos más importantes de su análisis sobre la situación americana y, al mismo tiempo, revisar ese "pro-americanismo" que se le ha adjudicado con frecuencia (a veces como baldón y a veces como encomio). Al hacer esta revisión, rechazamos implícitamente esa renuencia que parece existir para acercarse críticamente a una figura fundamental en la historia del pensamiento político liberal español del siglo XIX.3

  2. Cabe mencionar, antes de proseguir, el hecho de que Blanco White es en ocasiones excluido del panteón liberal peninsular. El caso más tajante en este sentido es el de Morán Orti, quien considera a Blanco (y a Flórez Estrada) "gente atípica" y "con influencia limitada en los círculos gubernamentales", lo que, a sus ojos, los descalifica como representantes del liberalismo español. A Blanco en concreto se refiere como un "clérigo heterodoxo que jamás volvió a poner los pies en España después de emigrar", y que, además, era "informante" del gobierno británico. La inverosímil conclusión del autor mencionado es la siguiente: "De ahí que presentarle como una muestra del pensamiento liberal español sobre ésta u otras cuestiones, es sencillamente grotesco."4 El caso de Morán Orti, si bien el más destemplado, no es el único: Dérozier excluye a Blanco de lo que él denomina el "clan liberal" por ser un pensador "que ha sabido reflexionar sobre el movimiento ineluctable de la historia" (!) y Dalmacio Negro no lo incluye en su antología sobre el liberalismo en España.5

  3. Moreno Alonso sin duda exagera (en la forma y en el fondo) cuando dice que, desde la perspectiva de nuestro tiempo, "puede sostenerse plenamente sin discusión que Blanco White acertó de lleno en su diagnóstico acerca de los asuntos de España y de América entre 1808 y 1814", pero es cierto que, en lo que a los asuntos americanos se refiere, nadie fue tan penetrante como Blanco.6 A este respecto, el hecho de encontrarse fuera de España, y específicamente en una ciudad como Londres, resultaron ser dos ventajas adicionales a su natural inteligencia, ya que no sólo le proporcionaron una perspectiva más amplia de los acontecimientos, sino también una cantidad de información de la que hubiera carecido en su país natal. Como es sabido, Londres fue el principal centro de reunión y el foco propagandístico europeo de muchos patriotas hispanoamericanos durante el proceso emancipador, incluidos sus prolegómenos. Miranda, Bolívar, Manuel Moreno (hermano de Mariano), Mier y Bello fueron algunos de los americanos que habitaron en la capital inglesa en algún momento durante aquellos años (los dos últimos fueron correspondientes de Blanco).7 A estas fuentes de información, debe agregarse la del Foreign Office del Gobierno británico, para la que Blanco trabajó durante, al menos, tres años. Sobre esta cuestión, aunque Moreno Alonso ha intentado negar el cargo de "colaboracionista", Martin Murphy ha comprobado que Blanco recibía 250 libras anuales provenientes de fondos secretos como pago por la treintena de reportes y traducciones que redactó para la oficina mencionada.8

  4. La lucidez de Blanco y la información de la que disponía hicieron de El Español un punto de referencia obligado para los patriotas americanos. Su difusión por todo el subcontinente está plenamente documentada y, pese a estar prohibido en Cádiz, fue también ampliamente comentado (y criticado) ahí, en el centro mismo de la revolución liberal española.9 "Las noticias de la guerra en España, las de las guerras napoleónicas, los extractos de actas y discursos de las Cortes, los informes sobre América, los documentos europeos, los artículos de Blanco, y sus intereses intelectuales hicieron de El Español, la publicación más rica y con visión más amplia y enterada en el idioma."10 Según André Pons, El Español supuso una contribución innegable a la independencia, pues apareció en el momento preciso en que los americanos necesitaban una justificación y un apoyo de tipo moral; sin su concurso, afirma este autor, no hubiera habido tanto apoyo a los movimientos independentistas en Londres, no se habría dado una defensa tan cohesiva por parte de los criollos americanos en las Cortes y no hubieran adquirido éstos (tanto en Cádiz como en América) una conciencia de la unidad del movimiento emancipador y de la comunidad de sus intereses (o, por lo menos, no lo hubieran hecho con tanta rapidez).11

  5. Desde julio de 1810, Blanco afirma en su periódico que la revolución de Caracas no es un movimiento "pasajero" y, después de elogiar el carácter moderado de la misma, advierte al gobierno peninsular: "Los americanos no pensarán jamás en separarse de la corona de España, si no los obligan a ello con providencias mal entendidas."12 Blanco contrasta esta moderación americana con la postura de la Regencia (que acababa de anular el decreto de libre comercio para América que ella misma había elaborado) y contrasta esta actitud con los decretos que la Junta Central había emitido sobre la igualdad de derechos entre peninsulares y americanos. Además, la Regencia había decidido recurrir a la fuerza para sojuzgar a la junta caraqueña, la cual, en opinión de Blanco, no hacía más que emular a sus homólogas peninsulares. La visión del sevillano sobre la revolución caraqueña contrasta en muchos sentidos con la del otro liberal español que más se ocupó de los asuntos americanos en esos años, Flórez Estrada, pero quizás el más importante sea la actitud inicial ante ella, no descalificándola, como lo hizo este último, sino reconociendo su legitimidad (si bien, como podremos constatar, dentro de límites muy claros) y viendo en ella un preludio de lo que estaba por venir: "La revolución total de América es muy probable, y sólo apetecemos que sus pueblos guarden la moderación de Caracas; Fernando VII rey; unión de amistad y socorros a la metrópoli."13 Conviene anotar que en esta cita Blanco habla de "revolución" y, al mismo tiempo, si bien de manera implícita, de "fidelidad" a Fernando VII. Los términos, a sus ojos, no son incompatibles; sin embargo, en un escrito posterior, opta por el término "reforma" y dice que "tal quisiera oírla llamar con preferencia al odioso nombre de revolución".14

  6. En el mismo artículo en que Blanco hace la aclaración antedicha, especifica también lo que él entiende por "independencia". Mientras el vocablo incluya el reconocimiento de Fernando VII, dice, tal como lo habían hecho hasta entonces los americanos, en nada se opone a los intereses de la Monarquía. "Independencia, reunida a la obediencia de los legítimos monarcas de España, no puede jamás expresar separación de aquellos dominios. Independencia , entendida de este modo, es una medida de gobierno interior que todos los pueblos de España han tomado según les han dictado las circunstancias, y que no puede convertirse en delito porque la tomen los americanos."15 Blanco se ve obligado a hacer ésta y otras aclaraciones en el mismo sentido por los repetidos ataques de los que, pese a su postura antiseparatista, era objeto su periódico.16 Se le acusa, sobre todo, de ser un apologista de la causa americanista, lo que denota una escasa atención al hecho de que el "apoyo" de Blanco a dicha causa, como él mismo lo señala en repetidas ocasiones, estaba condicionado por un principio esencial: el reconocimiento de Fernando VII como monarca de todos los españoles.17 Blanco nunca aconsejó a los autonomistas de América que se separaran de la Corona de España, pero insistió una y otra vez en que la unión entre peninsulares y americanos tenía que ser en términos de estricta y absoluta igualdad, no de opresión; de aquí que considerarlo como un decidido defensor de la causa independentista americana, como hacen con frecuencia analistas contemporáneos (que no hacen más que repetir lo que se decía de Blanco y de El Español en su tiempo), sea, en el mejor de los casos, una inexactitud.18

  7. Con base en el criterio antes mencionado, Blanco siguió mostrando simpatía por los insurrectos de Caracas y, en consecuencia, criticó duramente la política de las Cortes gaditanas, hacia los caraqueños en particular y hacia los americanos en general: "Los han declarado iguales en derecho. Y les conceden veinticuatro diputados en Cortes para que defiendan sus derechos contra trescientos. Los han declarado parte integrante de la monarquía, y se les amenaza con los mayores castigos si no reconocen el gobierno interino que ha formado la menor parte de ella. Digan otros si estas medidas se parecen más a una satisfacción o a un insulto."19 A partir de ahora, existirá, para Blanco, otro punto esencial, además de la legitimidad de las juntas americanas (siempre y cuando reconozcan a Fernando VII) y de la necesidad imperiosa de poner fin a la utilización de la fuerza militar: otorgar a los americanos una representación igual a la peninsular en las Cortes que están por formarse.

  8. En cuanto a la supuesta utilización del nombre de Fernando VII como "máscara", Blanco arguye persuasivamente que, suponiendo, sin conceder, que así fuese, eso significaba, en cualquier caso, que la mayor...

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