Violencia doméstica y asimetrías de poder en la pareja

AutorFrancisca Expósito Jiménez - Jesús López Megías - Mª Carmen Herrera y Pilar Montañés
Cargo del AutorProfesora Titular de Psicología Social Aplicada. Universidad de Granada - Profesor Titular de Psicología Experimental y Fisiología del Comportamiento.Universidad de Granada - Investigadoras colaboradoras. Universidad de Granada
Páginas79-95

Page 79

I Introducción

Según la “Declaración sobre la eliminación de la violencia contra la mujer” promulgada por Naciones Unidas (Res. A.G. 48/104, ONU, 1994), la violencia de género puede definirse como “todo acto de violencia basado en el género que tiene como resultado posible o real un daño físico, sexual o psicológico, incluidas las amenazas, la coerción o la privación arbitraria de la libertad, ya sea que ocurra en la vida pública o en la vida privada”. La violencia que sufren muchas mujeres, tanto en países desarrollados como en los países en desarrollo, está relacionada con su estatus de desigualdad y hunde sus raíces en la estructura del matrimonio, la familia y la sociedad, siendo imposible comprender su naturaleza sin tener en cuenta el contexto social e ideológico dentro del cual ocurre (ONU, 1991). En la declaración de Beijing (ONU, 1995) se insistió en este extremo, afirmándose que la violencia contra las mujeres “es una manifestación de las relaciones de poder históricamente desiguales entre hombres y mujeres, que han conducido a la dominación de la mujerPage 80por el hombre, la discriminación contra la mujer y a la interposición de obstáculos contra su pleno desarrollo. La violencia contra la mujer a lo largo de su ciclo vital dimana especialmente de pautas culturales, en particular de los efectos perjudiciales de algunas prácticas tradicionales o consuetudinarias y de todos los actos de extremismo relacionados con la raza, el sexo, el idioma o la religión que perpetúan la condición inferior que se le asigna a la mujer en la familia, el lugar de trabajo, la comunidad y la sociedad”.

De las distintas formas de violencia contra las mujeres, nuestro trabajo se centra en la violencia masculina contra la mujer ejercida por parte de su pareja o expareja, también conocida como violencia doméstica o malos tratos. Se trata de una violencia familiar, en cuanto que, mayormente, se produce en la forma de maltrato del marido a la mujer. Sin embargo, va más allá de la familia y no se acaba en el matrimonio, ya que también incluye la violencia contra la mujer en las parejas que conviven sin matrimonio y en las parejas que no han comenzado aún la convivencia, o que ya se han separado (Alberdi y Matas, 2002).

La violencia por parte de la pareja o expareja es uno de los problemas sociales más graves y complejos de vulneración de los derechos de las mujeres y de salud pública (Fischbach y Herbert, 1997; Heise y García-Moreno, 2002; Roberts, Lawrence, Williams y Raphael, 1998). Las estadísticas de su elevada tasa de incidencia confirman la magnitud de esta problemática. Por ejemplo, en nuestro entorno más cercano, para las mujeres europeas con edades comprendidas entre 16 y 44 años, la violencia doméstica es la primera causa de lesiones y muerte, más letal incluso que los accidentes de tráfico y el cáncer. En nuestro país, según datos recogidos por el Instituto de la Mujer, desde el año 2000 hasta noviembre de 2007, han sido 507 las mujeres que han fallecido a manos de su pareja. Según las estadísticas del Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género, sólo en el año 2007 se formularon 62.170 denuncias por violencia doméstica.

La violencia doméstica es una realidad que venimos arrastrando desde hace siglos, si bien ha sido recientemente cuando está dejando de considerarse como algo perteneciente al ámbito privado para convertirlo en una cuestión de transcendencia pública, con una gran relevancia social y alcanzando por tanto la consideración de problema social. Siguiendo a Sullivan, Thompson, Wright, Gross y Spady (1980), “existe un problema social cuando un grupo de influencia es consciente de una condición social que afecta a sus valores, y que puede ser remediada mediante una acción colectiva”.

Ha sido ésta precisamente -la necesidad de la acción colectiva para erradicar el problema-, una de las consecuencias más importantes de considerar la violencia de género como un problema social. Esta necesaria acción colectiva ha traído consigo, además de un mejor tratamiento legal (p.e. Ley de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de GéneroLO 1/2004, de 28 de diciembre) la potenciación de las investigaciones por parte de diferentes campos de conocimiento y sectores sociales.

Al intentar explicar la violencia contra las mujeres por parte de sus parejas o exparejas, los modelos teóricos han oscilado entre la consideración única de razones individuales y los planteamientos socio-estructurales, hasta llegar en laPage 81actualidad a la consideración de que un análisis psicosocial de la violencia doméstica requiere de modelos explicativos incluyentes de factores personales, sociales y culturales (Foa, Cascardi, Zoellner y Feeny, 2000). Hoy en día, se entiende la violencia doméstica como un fenómeno de etiología múltiple y compleja, forjado por normas socio-culturales y expectativas de rol que legitiman la subordinación femenina y perpetúan el abuso de poder (APA, 1999; Dutton, 1992; Walker, 1999). La desigualdad entre hombres y mujeres basada en una supuesta superioridad de un sexo sobre otro, ha desembocado en una asimetría de poder vinculada al género que se mantiene en el tiempo y sobre la que se construye la discriminación y la violencia de género. Son precisamente estas diferencias de poder entre hombres y mujeres presentes en numerosas parejas heterosexuales, uno de los elementos fundamentales de sustentación de la violencia doméstica (Expósito y Moya, 2005).

Pratto y Walker (2004) han planteado un modelo que analiza precisamente la discriminación de género en términos de Poder. Según este modelo de Poder basado en el Género, las relaciones históricamente desiguales entre hombres y mujeres han desembocado en una manifiesta asimetría de poder entre los géneros. Esta asimetría de poder se configuraría, según estas autoras, a partir de cuatro bases o factores vinculados al género: el uso de la fuerza o amenaza, el control de recursos, las asimétricas responsabilidades sociales y la ideología de género.

  1. Respecto a la primera de estas bases, el uso de la fuerza o amenaza, distintos autores han apuntado la violencia física y psicológica como la mayor fuente de desigualdad de género (Schwendinger y Schwendinger, 1983). Aunque algunos estudios informan que también hay mujeres que son violentas con sus parejas (Strauss y Gelles, 1990), los datos indican que en la mayoría de los casos son los hombres los agresores, siendo sus ataques más graves y violentos (Archer, 2000) y las mujeres las que sufren la inmensa mayoría de las lesiones y muertes provocadas por este uso de la fuerza (Browne, 1993; Lorente, 2001; Walker, 1999). En nuestro país, las estadísticas indican claramente que los hombres usan más la fuerza y que las mujeres son generalmente las víctimas de estos delitos, constituyendo estas últimas el 95% de los/as adultos/as maltratados/as (Echeburrúa y Corral, 1998).

    Pero según Pratto y Walker (2004), no sólo el ejercicio de la violencia puede inducir a otros/as a obedecer, sino también la amenaza de ejercerla. Por ejemplo, aunque una mujer no sufra episodios de violencia en su relación, puede sentirse persuadida a permanecer en una relación por miedo a que otra nueva pareja podría hacerlo; así, diríamos que los hombres tienen más poder sobre las mujeres del que realmente tendrían si no existiesen hombres violentos dispuestos a utilizar esta fuerza contra las mujeres.

  2. Respecto a la segunda base de poder, el control de los recursos, Pratto y Walker (2004) consideran que los hombres controlan más recursos que las mu- jeres y esto sería una de las causas que originaría diferencias de poder entre los sexos. Según estas autoras, la segregación de género en el trabajo es la primera causa de diferencia de sueldo entre hombres y mujeres. Numerosos estudios han mostrado cómo los trabajos donde los hombres predominan, están mejor Page 82pagados y disfrutan de mayor prestigio que aquellas ocupaciones predominantemente femeninas. Existen algunos indicadores que apuntan a que éste no es un hecho casual, sino más bien una manifestación más de las relaciones de poder entre hombres y mujeres. En primer lugar, esto ocurre incluso en ocupaciones donde se requiere el mismo nivel de habilidades (Acker, 1989). En segundo lugar, cuando las ocupaciones pasan de ser dominadas por hombres a ser dominadas por mujeres (por ejemplo, secretaria), los salarios disminuyen así como el prestigio asociado a ellas (Reskin, 1988; Sanday, 1974). En tercer lugar, incluso mujeres de alto estatus, con ocupaciones bien pagadas, reciben salarios inferiores a los hombres en estas mismas ocupaciones. Y en cuarto lugar, dentro de una misma ocupación, los hombres son mayoría en los sectores mejor pagados.

    Estas diferencias de poder en el control de recursos quedan claramente reflejadas en distintos indicadores sociales. Por ejemplo, en España la tasa de paro femenina en 2006 era del 11,4%, mientras que la masculina fue del 6,1% (INE, 2007). También son diferentes las tasas de trabajo a tiempo parcial: en el 2006, en nuestro país un 4,3% de los hombres estaban contratados a tiempo parcial, frente a un 23,2% de mujeres (INE, 2007). Respecto a la retribución económica, según datos de la estadística “Mercado de trabajo y pensiones 2006” elaborada por la Agencia Tributaria, en el 2006 las mujeres en España ganaron de media 5.521 euros menos que los hombres.

    Los datos recopilados de la sociedad española concuerdan con la idea de Pratto y Walker...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR