Urbanismo con género

AutorM.ª Teresa Carballeira Rivera
Cargo del AutorCatedrática acreditada de Derecho Administrativo. Universidad de Santiago de Compostela
Páginas219-246

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I Introducción

Los temas de género no suelen despertar grandes inquietudes jurídicas. No es tarea fácil comprender que el género es una cuestión esencial para el desarrollo de las sociedades y que la lucha contra la discriminación de un sector de los ciudadanos es más una liberación que una carga social. Abundan los estudios que dan cuenta de cómo la desigualdad de trato y de oportunidades entre personas de distinto sexo impide el logro del bienestar y, con ello, de la cohesión social, el crecimiento económico y la eficiencia del sistema. Sin embargo, las concepciones culturales en torno a esta cuestión están tan arraigadas en la conciencia colectiva que cuesta percatarse de la existencia de desigualdad entre mujeres y hombres.

El urbanismo no escapa a este circuito, pues siendo como es un proceso de creación de ciudad mediante la transformación del suelo dirigido por poderes locales, está igualmente imbuido de todos los roles culturales y los objetivos so-ciopolíticos de cada momento. El urbanismo de hace poco más de medio siglo buscaba esencialmente apoyar el crecimiento industrial y cubrir las necesidades básicas de la población urbana con políticas de construcción de vivienda e infraestructuras adecuadas a un modelo de ciudad en permanente crecimiento. En la actualidad, la sostenibilidad se impone como lema, lo que significa abandonar las políticas de expansión urbanística y destrucción de recursos por otras más alineadas con el ambiente, la justicia social y los nuevos modelos productivos. Hablar de género es, por tanto, apelar a la sostenibilidad social del urbanismo.

A este respecto, los artículos 14 y 9.2 de la Constitución Española nos recuerdan que la igualdad solo es tal cuando es efectiva y real, por lo que no bastan la

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denuncia y la lucha contra las situaciones de desventaja, sino que es necesario crear las condiciones económicas, sociales y culturales adecuadas para que todos los ciudadanos, con independencia de su identidad biológica, sean capaces de desarrollar sus capacidades en un contexto que favorezca la elección en libertad e igualdad.

Cuando se aborda el urbanismo con una perspectiva de género, el modelo de ciudad cambia completamente tanto en el nivel de planificación como en el de ejecución. En relación con el primero, se torna a diseños de ciudad compacta, con calificaciones y clasificaciones del suelo flexible y una distribución equitativa de los equipamientos y servicios necesarios para sostener la vida de los ciudadanos. La diversidad y la visión espacio-temporal pasan a primer plano. Mientras tanto, en el nivel de ejecución se impone la satisfacción de las necesidades de proximidad a través del buen mantenimiento material y visual de espacios públicos y zonas de transición, la diversificación e implantación de servicios novedosos, viviendas y negocios o la eliminación de los elementos de la urbanización más hostiles a la vida cotidiana.

A lo largo de las páginas que siguen trataremos de desgranar cada uno de estos aspectos y analizaremos la respuesta que nuestro Derecho da a tan importante tema.

II Discriminación e igualdad de oportunidades. El legado cultural

Históricamente, la condición sexual se ha utilizado de forma reiterada para crear estatus jurídicos y sociales diferenciados y discriminatorios entre hombres y mujeres. Adolfo Posada ya reivindicaba hace más de un siglo a través de su obra Feminismo (González Posada, 1899, pág. 26) que "el sexo no debe implicar una vida económica, política, legal, moral, distinta", ni en lo relativo a la situación social, ni mucho menos determinar una situación de inferioridad o de tutela. Junto a él, otros activistas como Concepción Arenal o Rafael María de Labra subrayaron que la condición social de la mujer es sobre todo "un problema moral, un problema económico y un problema jurídico" (Morán Martínez, 2016, pág. 939). Pusieron como ejemplo la diferencia de trato que se le da a la mujer en la ley civil (que la considera como una cuasi incapaz) y en la ley penal (que recae sobre la mujer con el mismo peso que sobre el hombre). Se ponía así en evidencia que la base de toda discriminación jurídica por razón de sexo era eminentemente una cuestión ajena a la propia biología.

Con posterioridad, esta línea de pensamiento desentrañó de manera paulatina sus raíces filosóficas hasta llegar a la célebre frase de Simone de Beauvoir en su obra El segundo sexo, de 1949, en la que declara abiertamente que "no se nace mujer: se llega a serlo". De modo que "ningún destino biológico, físico o econó-

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mico define la figura que reviste en el seno de la sociedad la hembra humana; la civilización en conjunto es quien elabora ese producto [...] al que se califica como femenino" (Beauvoir, 1969, pág. 109). Se trata, pues, de una importantísima e iniciática reflexión que marcó el comienzo de una nueva cultura de pensamiento en torno a la mujer y el hombre y que, a modo de síntesis, nos viene a recordar que la discriminación no es un hecho biológico sino cultural. Así nace la teoría del género1, acuñada como tal por la psicología estadounidense (John Money, 1955).

A partir de entonces aparecieron muchos estudios que profundizaron en la materia intentando demostrar que biología y comportamiento no son en absoluto un tándem indisoluble sino todo lo contrario. Y que, en definitiva, la lucha de las políticas de género es esencialmente la lucha contra una determinada cultura de roles con pretensiones discriminatorias por razón de identidad o tendencia sexual y su gran objetivo es alcanzar la igualdad de trato.

Así, alguno de estos interesantes estudios, como los realizados en el terreno económico, se propusieron como objetivo averiguar si la falta de liderazgo de la mujer era una cuestión cultural o biológica (García Muñoz, 2011, pág. 2). En los experimentos realizados se comprobó que donde no existen roles aprendidos de género solo hay una diferencia natural actitudinal entre hombres y mujeres. En cambio, en aquellas pruebas en las que el rol de género está asumido o es conocido, los comportamientos se adaptaban plenamente a aquel transformando las diferencias iniciales en otras acordes con los comportamientos esperados. De modo que el rol cultural era capaz de transformar el actitudinal o biológico. Podría decirse según este estudio que "dentro de la familia y en la sociedad se aprenden valores negativos que se interiorizan y que acaban repercutiendo en las decisiones personales y en la relación con terceros" (García Muñoz, 2011, pág. 4). La desigualdad de trato es, pues, una consecuencia directa de un modelo social concreto.

El enfoque de género se ha aplicado desde entonces a los más diversos sectores sociales, y ha transformado no solo el pensamiento científico sino también las políticas públicas de los gobernantes y la conciencia ciudadana.

Desde la antropología, Gayle Rubin (1986) afirma que se alimentó una imagen dividida y estereotipada de los roles entre mujeres y varones que tuvo serias consecuencias en la economía, debido al reparto desigual del trabajo según los sexos. A la mujer se la asoció permanentemente con la naturaleza y la esfera

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doméstica, y que al hombre, con la cultura y lo público. Se ofrecieron justificaciones científicas de la asimetría sexual y, con ella, de la división del trabajo: "La mujer crea naturalmente desde el interior de su propio ser, mientras que el hombre es libre de -o bien se ve obligado a- crear artificialmente, es decir, por medios culturales" y por ello desarrolla actividades que sobrepasan el ámbito doméstico y que se sitúan en el orden social global (Bergesio, 2012, pág. 5). El corolario es que la división del trabajo dividió a su vez los sexos en dos categorías mutuamente excluyentes, la producción y la reproducción.

Para la arqueología, el problema de la interpretación de la prehistoria y proto-historia utilizando patrones contemporáneos forjó una idea cultural de la mujer dependiente y pasiva en las formas de organización. Como revulsivo a esta concepción, hace apenas dos décadas surgió la arqueología de género, que ofrece una reinterpretación de las actividades adscritas a las mujeres y su peso en la sociedad que permita "reconceptualizar las variables originarias" para "representar la posibilidad de diversidad de la vida en sociedad, en el pasado, en el presente y, sobre todo, en el futuro" (González Marcén, 2009, pág. 38).

Encontramos ejemplos similares en la historia donde hay que ver con otro prisma las denominadas "actividades de mantenimiento" asociadas con la mujer, ya que implicaban algo más que labores cotidianas de supervivencia (López Ruiz, 2009, pág. 38). Y también en la sociología de la mano de Ann Oakley (1977), a quien se le debe la introducción de esta variable en las ciencias sociales. De esta manera, se puso de relieve cómo la construcción cultural erigida sobre las diferencias sexuales se convirtió en la gran plataforma para sentar los roles sociales. Dicho en otros términos, el género (masculino y femenino) es una construcción social, histórica y cultural que se monta sobre los cuerpos biológicos.

En definitiva, de lo expuesto se desprende que en materia de género se ha producido un aprendizaje curioso consistente en que...

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