La transición española en la democracia: historia y mitos

AutorPere Ysás
Cargo del AutorUniversidad Autónoma de Barcelona CEFID
Páginas19-40

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La transición española de la dictadura franquista a la democracia parlamentaria configurada en la Constitución de 1978 ha sido objeto de una continuada atención a lo largo de tres décadas. Atención académica, pero también atención política y mediática, ya que en la segunda mitad de los años setenta se construye el ordenamiento político actual y se redefinen o se inician las trayectorias de los principales actores de la vida pública. Pero la transición no puede considerarse un periodo histórico nítidamente separado del franquismo, ya que éste no murió con el dictador el 20 de noviembre de 1975; al contrario, la legalidad y las instituciones franquistas quedaron intactas una vez desaparecido el Caudillo. Por otro lado, las condiciones que llevarían al final de la dictadura no aparecieron súbitamente en la sociedad española, ni dependían fundamentalmente del nuevo Jefe de Estado, sino de factores de diferente naturaleza desarrollados desde el inicio de la década de 1960.

Me ocuparé, en primer lugar, de repasar breve y sintéticamente las principales interpretaciones sobre el cambio político español. Durante bastante tiempo, la explicación más extendida sobre la transición, con una presencia abrumadora en los medios de comunicación, ha sido la que afirma que el restablecimiento de un régimen democrático en España después de la muerte del Caudillo fue el resultado de un proyecto minuciosamente elaborado y gradualmente aplicado desde las instituciones por una élite política encabezada por el rey Juan Carlos y un pequeño grupo de franquistas reformistas, con Adolfo Suárez y Torcuato Fernández Miranda al frente. Una versión más matizada de esta interpretación apunta a la colaboración en esta operación de auténtica "ingeniería política" de los dirigentes de una oposición que se presenta débil, Page 20 dividida y con una muy limitada capacidad de incidencia sobre los acontecimientos. Dejando de lado diferencias menores, las diversas versiones de esta interpretación tienen como eje central la afirmación de que el establecimiento de la democracia en España fue obra del rey y de los reformistas del franquismo, con un papel insignificante de la oposición y en un marco de pasividad de la sociedad. La democracia española sería, pues una democracia otorgada, fruto de la voluntad y de la habilidad de los que tenían en sus manos el poder político.

Menos presente en los medios de comunicación pero no en determinados ámbitos académicos encontramos otra interpretación que tiene como argumento esencial que la transición de la dictadura a la democracia fue consecuencia última, y para algunos autores casi mecánica, de la "modernización" de la sociedad española iniciada en los años sesenta; es decir, que el crecimiento económico, con los importantes cambios estructurales que comportó, y las transformaciones sociales y culturales que lo acompañaron llevaron inevitablemente a la democracia tras la muerte del dictador, aunque no por voluntad de los dirigentes franquistas. En definitiva, las transformaciones económicas y sociales desembocaron en el cambio político de manera natural, casi al margen de la voluntad y del papel de los actores políticos y sociales que sencillamente hicieron en cada momento aquello que predeterminaban los condicionamientos económicos y sociales. Así, lo que se deriva de algunas formulaciones es que los ciudadanos españoles que querían vivir en libertad no era necesario que se arriesgasen en una acción contra la dictadura; sólo tenían que esperar tranquilamente el avance de la "modernización" y la muerte de Franco.

Sin una base historiográfica seria, algunos apologistas del franquismo, y de su propio papel durante la dictadura, han sostenido que la democracia no sería una consecuencia indeseada de la "modernización" económica y social, sino justamente el objetivo último de muchos "tecnócratas", obviamente monárquicos. De esta manera añaden una nueva legitimidad a la dictadura: si en su origen se legitimó por "salvar a España del comunismo", y después por asegurar la "paz" y el desarrollo económico, en su final habría puesto las bases para la consolidación de una democracia homologable a las del mundo occidental.

En los últimos tiempos se ha extendido notablemente en determinados ámbitos una visión "pseudo-crítica" de la transición, también sin ninguna base historiográfica rigurosa, formulada desde posiciones supuestamente de izquierdas, que presenta el cambio político como un gran fraude. Según los sustentadores de esta visión, la transición no fue más que una operación diseñada y ejecutada desde el aparato político franquista consistente en cambiar algunas -pocas- cosas para que todo continuase igual. Esta interpretación acentúa también el papel de la Corona y de los reformistas del franquismo, y habitualmente descalifica a las principales organizaciones de la oposición antifranquista, sobre todo la actuación de sus dirigentes. Puede apreciarse fácilmente que, en sus contenidos esenciales, y paradójicamente, esta explicación coincide con la versión más difundida y más propagada de la transición, incluso Page 21 con algunas de las versiones franquistas, naturalmente cambiando la valoración del proceso pero no a sus actores principales. Así, tal y como han defendido algunos tecnócratas para afirmar su supuesta contribución esencial a la democracia, ya que la monarquía era la forma de gobierno prevista para la sucesión de Franco, la continuidad de Juan Carlos en la jefatura del Estado y la consagración de la monarquía en la Constitución de 1978 mostrarían que la democracia parlamentaria fue la desembocadura natural del régimen. Si muchos franquistas quieren destacar así su relevante papel en la democracia finalmente establecida, los "pseudo-críticos" utilizan el mismo ejemplo para hablar de continuismo franquista, como si la monarquía prevista, la del "18 de julio", con las leyes fundamentales y las instituciones franquistas, fuese igual o parecida a la forma de gobierno monárquica en el marco de una democracia parlamentaria.

La funcionalidad de la interpretación centrada en las élites políticas es clara: legitimar la monarquía y el papel de una parte de la clase política franquista, capitalizando su supuesto papel de "artífices" de la democracia desde el eufemísticamente denominado "régimen anterior". Por su lado, las formulaciones "pseudo-críticas" quieren fundamentar propuestas políticas que pueden ser legitimas y razonables, pero que dotándolas de estas bases más bien se las debilita; además pueden propagar una banalización del franquismo, porque por muchas imperfecciones e insuficiencias que pueda tener la democracia configurada en la transición nada tiene que ver con una dictadura que conservó hasta el final sus orígenes fascistas. También, paradójicamente, se otorga al reformismo franquista una inicialmente inexistente voluntad democrática, que no se impuso hasta que una parte de los reformistas se convencieron de la imposibilidad de sólo reformar el régimen, lo que los abocó a aceptar finalmente el cambio de régimen.

En la historiografía se encuentra también asentada una línea interpretativa que considera que la transición fue un proceso complejo, iniciado precisamente con la crisis de la dictadura. Un proceso lleno de incertidumbres y con tres opciones iniciales que contaban con apoyos políticos y sociales remarcables: la opción continuista, es decir, la defendida por aquellos que pretendían el mantenimiento casi intacto del ordenamiento franquista; la opción reformista, con versiones diversas y variables con el paso del tiempo y la evolución del proceso, sostenida por aquellos que consideraban necesarias reformas del ordenamiento pero no su sustitución; y la opción rupturista, propugnada por la oposición antifranquista, que pretendía la destrucción de la legalidad franquista, la formación de un gobierno provisional y la apertura de un proceso constituyente. Las fortalezas y las debilidades de estas opciones acabarían condicionando los acuerdos mínimos que harían posible la convocatoria de elecciones a Cortes y, en función de los resultados, la elaboración posterior de una constitución democrática y la derogación de la legalidad franquista.

A continuación, dedicaré atención a una serie de afirmaciones y de formulaciones muy presentes en los relatos elaborados sobre la transición y en las interpretaciones citadas en estas primeras páginas, utilizadas en algunos casos Page 22 como claves explicativas fundamentales. Y empezaré por una que, sin duda, todos los lectores de este texto han oído muchas veces.

I Franco murió en la cama

Esta frase habitualmente quiere expresar la fortaleza de la dictadura franquista, la solidez y la amplitud de sus apoyos y, a la vez, la debilidad del antifranquismo. Pero si es sin duda cierto que Franco murió en la cama, también lo es que el continuismo, que se expresaba con la famosa afirmación de que todo estaba "atado y bien atado" para que después de la desaparición del dictador se mantuviesen la legalidad y las instituciones franquistas, fracasó absolutamente, y un año y medio después de la muerte del Caudillo se celebraban unas elecciones generales que abrirían un proceso constituyente que culminaría con la aprobación de una constitución democrática y la derogación de las Leyes Fundamentales franquistas, incluida obviamente la de Principios del Movimiento Nacional, que los declaraba "permanentes e inalterables". ¿Cómo es posible que en tan poco tiempo se derrumbase el edificio franquista? Sencillamente porque en el año 1975 era un edificio tan deteriorado que amenazaba ruina; es decir, cuando el Caudillo murió, la salud política de la dictadura estaba tan deteriorada como la salud física del dictador. O dicho de otra manera: el régimen franquista estaba inmerso en una profunda crisis, que había...

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