«Tiranía» y «despotismo»: una distinción olvidada

AutorMario Turchetti
Cargo del AutorUniversität Freiburg
Páginas17-58

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1. Los términos de la equivocación

Debemos ante todo evidenciar, basándonos en las fuentes, la diferencia primordial entre el concepto de tiranía y el de despotismo. Si bien éstos comparten algunos puntos, puesto que son formas desviadas de constituciones justas, el despotismo viene a ser una forma legítima de gobierno, incluso legal en ciertos países; la tiranía en cambio, entendida en el sentido riguroso de la palabra, es ilegítima, e ilegal, porque es ejercida no solo sin o contra la voluntad de los gobernados, sino también quebrantando los derechos humanos fundamentales.

En la actualidad, al hablar de "tiranía", de inmediato el vocablo es asociado a "despotismo" y viceversa. Quienes recurren a este término, sean periodistas, escritores, historiadores, filósofos, juristas, sociólogos u otros, incluso cuando intuyen que estos dos vocablos no son perfectamente sinónimos, no perciben con exactitud aquello que los diferencia. Lo confirman los diccionarios del idioma (no solo el castellano), que suelen definir uno de los dos términos por medio del otro. No es del todo incorrecto, es incluso inevitable, si tenemos en cuenta sus bases comunes. Sin embargo, los diccionarios no ofrecen al lector suficientes referencias o definiciones que le permitan entender por qué los dos términos tomados en su acepción más técnica bajo el punto de vista de la doctrina política no son sinónimos en el estricto sentido de la palabra1.

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Se podría hablar más bien de cierta confusión, tenue al principio, luego afianzada y que se volvió habitual. El vocablo "confusión", usado aquí, significa falta de claridad del pensamiento y del significado otorgado a los términos y a los conceptos, o sea lo contrario del pensamiento "claro y nítido" según el lenguaje cartesiano. En este mismo sentido usaremos los sinónimos tales como "equívoco", "malentendido", "ambigüedad", etc. Este artículo se propone dos fines: 1) demostrar que hemos olvidado una distinción que teníamos muy clara en el pasado; y 2) entender en qué momento histórico pudo surgir la confusión y por qué. Se trata de buscar un error de semántica que, generando precisamente ambigüedad, equivocaciones y confusiones entre las dos "palabras concepto" en cuestión, contribuyó a hacerlas excluir del lenguaje político agravando su actual empobrecimiento. Así las cosas, nuestros esfuerzos por corregirlo se justifican ampliamente. Las causas de este error son diversas: escaso conocimiento del idioma griego, corrientes y modas culturales, exigencias de pureza del idioma, primero en latín, luego en castellano, italiano y francés, convicciones políticas, críticas al gobierno en ejercicio, opiniones partidarias, debilitamiento de conceptos claros de filosofía política, dogmatismo en las doctrinas políticas, y por último exceso de ideologías de toda índole. Al centro del problema se sitúa la traducción del término griego [VER PDF ADJUNTO], «déspota», junto con sus derivados, «despótico» y «despóticamente».

En cuanto a la historia de la traducción del término griego "déspota" no es exagerado hablar de «vicisitudes»2. Vale recordar las equivocaciones, a veces

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graves, que tienen raíz en las evaluaciones relacionadas con tal o cual gobernante, rey o régimen, que se comportaba como opresor, sin que por ello pudiese ser calificado de tiránico. La distinción entre "despótico" y "tiránico" se ha ido debilitando poco a poco. Mientras el uso del segundo término no ha sufrido interrupciones, luego su significado no ha variado substancialmente, el uso del primero, o sea "despótico", creado en francés en el siglo XIV, desapareció durante casi trescientos años para reaparecer hacia mediados del siglo XVII, habiendo entonces perdido su sentido inicial, acorde al pensamiento de Aristóteles que designaba al amo (o dueño) de esclavos. En el siglo XVII designa generalmente a un gobierno peor que la monarquía absoluta. De hecho, en Francia, bajo Luis XIV, para criticar al rey por su política tributaria se usaba sin miramientos el calificativo "despótico". La reaparición del vocablo "despotismo" hacia fines del siglo XVII, vio surgir algunas controversias, de las más interesantes en el campo historiográfico, como aquella que confrontará a los espíritus más agudos del siglo XVIII: los Enciclopedistas de un lado y del otro los defensores de los regímenes orientales, para algunos de los cuales denigrar de los despotismos asiáticos era solo indicio de un simple prejuicio.

A la confusión entre despotismo y tiranía en esa misma época -comienzos del siglo XVIII- se sumaba la de despotismo y poder absoluto. Esta última será tan grave como la primera por las consecuencias durables que tendrá en el campo historiográfico y del pensamiento político. En particular, con la aparición del término "absolutismo" en el siglo XIX, la confusión se ha ido agravando y no parece atenuarse en la actualidad. Puesto que deseo dedicarme aquí solo al análisis de la diferencia entre despotismo y tiranía, por lo que se refiere a la distinción despotismo/absolutismo remito a lo que he dicho en otros escritos, especialmente a mi libro Tiranía y tiranicidio desde la Edad Antigua hasta

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nuestros días3. Sin embargo, se debe tener presente que ambos problemas están indudablemente ligados y que por el contrario, gracias a su relación dialéctica, el uno se puede clarificar por medio del otro.

2. Pensamiento Griego: Aristóteles y la conceptualización de la política

Como sabemos, las nociones tiranía y despotismo han requerido cierto tiempo para ser definidas claramente como conceptos. Hacia el siglo VII a.C. los griegos, tan celosos de su idioma, decidieron sin embargo importar la palabra "tirano", un barbarismo, para calificar un nuevo tipo de poder esencialmente arbitrario; o sea un poder que no solo tiene las características de la usurpación o de la violencia, del cual no faltaban ni ejemplos en su mitología ni palabras para describirlo. Más tarde, hacia el siglo V, aparecen los nuevos tiranos, mucho más peligrosos que los anteriores. Aristóteles atribuye el fenómeno a la aparición de la retórica, de la propaganda política, del arte de la elocución que la Escuela sofista no ignoraba. La demagogia cambia también de sentido: mientras que antiguamente el demagogo se valía del pueblo para tomar el poder y gobernar buscando el bien de éste, el demagogo del que nos habla Aristóteles se vale del pueblo para subir al poder y luego gobernar solo atendiendo su provecho personal.

A lo largo de los siglos, los escritores, sobre todo los autores trágicos, los historiadores y los filósofos se habían preocupado por el tema de la terminología política. Aristóteles emprende la tarea de darle una base conceptual y así mismo lo hace con la terminología filosófica y científica. En la Ética Nicomáquea y en la Política, busca precisar los conceptos de la moral, del derecho y de la política, proporcionándole a las futuras generaciones el arsenal del lenguaje político fundamental. Experto conocedor de los numerosos matices que caracterizan las diferentes formas de gobierno, como la monarquía, la aristocracia, la democracia, Aristóteles ofrece entre diversas definiciones de tiranía las más apropiadas para definir cada constitución incluso si ésta se ha degradado. Según él, cualquiera que sea la forma de gobierno, la rectitud o la corrupción no dependen del número de gobernantes. La característica del gobierno no depende de si gobierna una sola persona, un grupo o las masas populares. De la misma manera, independiente del número, es la forma tiránica del gobierno: será igual

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la tiranía de uno, de un grupo o la de mayor número. De los análisis circunstanciados de los tipos de tiranía, incluso de las formas mixtas de monarquía y tiranía, él deduce que sus características pueden reducirse a tres: 1) el gobierno busca su propio provecho y no el de los súbditos; 2) el gobierno obra contra la voluntad de los súbditos; 3) el gobierno viola las leyes y la justicia.

En el tema del despotismo, el pensamiento de Aristóteles es más matizado, aunque el autor sea a veces víctima de algún prejuicio -común a todos sus contemporáneos y del que debió de percatarse- en lo que se refiere a las soberanías orientales. De hecho, Aristóteles no aplica el mismo raciocinio a los helénicos y a los asiáticos. No se debe menospreciar este aspecto, porque el autor matiza los significados incluso en lo que se refiere al manejo despótico del padre de familia, que juzga en forma distinta en los dos casos, como lo dice en Ética Nicomáquea. Sigamos su razonamiento:

La comunidad de padre e hijos se parece a un reino [VER PDF ADJUNTO]), puesto que el padre vela por sus hijos: de ahí que Homero llame a Zeus "padre". El reino aspira a ser semejante al dominio paterno ([VER PDF ADJUNTO]). Entre los persas sin embargo, la autoridad paterna es tiránica ([VER PDF ADJUNTO]), puesto que los padres tratan a sus hijos como verdaderos esclavos y tiránica es también la del amo ([VER PDF ADJUNTO]) hacia el esclavo, el interés del amo prevaleciendo siempre. Si bien la primera parece ser la forma justa, la segunda es errada. En realidad, las formas de gobernar de individuos diferentes son diferentes (VIII, 12, 1660 b, 24-32).

Así...

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