Introducción: ética y ética pública

AutorJaime Rodríguez-Arana
Cargo del AutorCatedrático de Derecho Administrativo, Universidad de La Coruña
Páginas4-15

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La referencia ética, especialmente en tiempo de crisis general como el que vivimos, aparece ante nosotros con gran fuerza. Frente a la amarga realidad que nos rodea, frente a lo que es, a lo que observamos en la cotidianeidad, que seguramente provoca el rechazo y la censura de no pocos, está lo que debe ser. Lo que debe ser de acuerdo con los postulados de la recta razón nos interpela seriamente para reflexionar acerca de lo que está mal en el sistema político, económico y social de este tiempo. En efecto, hay comportamientos y conductas, no pocas, que se separan del ideal de vida que nos transmite la referencia ética como, por ejemplo, estafas, fraudes, cohechos, prevaricaciones… en el ámbito público. Y también en el ámbito privado, especialmente en el de las instituciones económicas y financieras, observamos comportamientos inapropiados e inadecuados. Comportamientos, en todo caso, de personas constituidas, tanto en el sector privado como en el público, en autoridades, en dirigentes, de los que se espera ejemplaridad y buena administración.

En efecto, estas personas, por su posición a la cabeza del organigrama, deben realizar su tarea con un plus de ejemplaridad en el desempeño de sus quehaceres directivos. Sin embargo, en no pocos casos defraudan, y de qué manera, la confianza en ellas depositada. Por eso, la dimensión ética en este tiempo cobra especial actualidad y nos exige, también en el plano formativo, iniciativas comprometidas y coherentes acerca de la ética en la función pública.

En nuestro tiempo nadie duda de que la referencia ética es una señal configuradora de un planteamiento más global. Se trata, no de una mera especulación o de una erudición academicista. La referencia ética es la clave para orientar los comportamientos de las personas hacia los criterios de la recta razón. Además, debe ser una Ética para la vida, para la práctica, lo cual no es asunto menor.

Es cierto que los últimos coletazos del siglo XX y los primeros del XXI reflejan un evidente déficit ético en el manejo de instituciones públicas y privadas. Se han sucedido, a ritmo vertiginoso, toda una serie de cambios y transformaciones que han sumido también a los intelectuales y a los pensadores en una profunda incertidumbre. Efectivamente, la sociedad del conocimiento y de la información, la caída del marxismo, los problemas del hambre, la conformación estática del Estado de bienestar, la crisis de la regulación pública especialmente en el ámbito financiero, el consumismo insolidario o la versión más salvaje del capitalismo, han dibujado un nuevo panorama que solo puede entenderse con una perspectiva global y con una metodología de interdependencia en la que perspectiva ética es cada vez más relevante.

Se habla mucho de los derechos humanos y, sin embargo, nos invade un mundo en el que avanza la desigualdad, sobre todo en estos momentos de crisis en el llamado mundo occidental. Se habla mucho del problema del hambre, pero desgraciadamente no disminuye. Se insiste tanto en la protección ambiental y, sin embargo, falta todavía una sensibilidad elemental. Se habla, en fin, de los derechos de la mujer y, sin embargo, el panorama general no deja de ser francamente desalentador. Se habla mucho de responsabilidad social corporativa y nunca las empresas, sobre todo en el ámbito financiero, han exprimido más a los ciudadanos con tal de obtener pingües beneficios. El urbanismo, otrora uno de los sectores más propicios para la racionalización en el uso del suelo, es hoy el principal espacio para la corrupción.

Cada vez los pobres son más pobres y los ricos son más ricos. Si a este alarmante dato se le añade la injustificable pasividad de la Comunidad Internacional ante tantos tristes acontecimientos de muerte y opresión, la verdad es que cuesta entender para qué tanto desarrollo científico, o tanta expansión económica. En el fondo, mientras no se avance en sensibilidad social y mientras no se sientan como propios los constantes oprobios y humillaciones que todavía sufren una buena parte de los habitantes del planeta, aún queda mucho por hacer.

En este contexto, frente a los ídolos caídos ha surgido la Ética como una posible solución. Sí, es verdad. Pero en mi opinión, esa Ética de la que todos hablamos, exige que la nueva sociedad mundial que estamos alumbrando sea una sociedad a escala humana en la que prevalezcan la libertad, la igualdad y la solidaridad. Realmente, es bien importante que los poderes públicos sean más sensibles ante los derechos humanos y, por ello, que asuman una referencia ética en su actividad. Sin embargo, como nos recuerda Adela CORT INA,

los dirigentes públicos no son agentes de moralización en una sociedad pluralista 1 como tampoco es el Estado el guardián de la Ética. Sin embargo, es necesario que políticos y funcionarios tengan, como regla, un comportamiento profesional y personal íntegro e irreprochable por razón de ser los representantes de los ciudadanos en el primer supuesto y, en el segundo, los encargados de ejecutar la Ley.

Los cambios económicos se han acelerado, ha crecido la globalización de la economía y la interdependencia entre las naciones, la natalidad baja mucho en los llamados países desarrollados, la conciencia ambiental y ecológica, con todos sus problemas, todavía es una ilusión, y el avance tecnológico ha sido meteórico. Muy bien. Pero, ¿ha crecido la sensibilidad frente a la persona humana?, ¿son las políticas públicas directrices de acción para promover el libre desarrollo de los hombres?, ¿es el espacio público ejemplo y espejo del ethos de los valores democráticos?

En este marco se está cumpliendo la terrible profecía lanzada en 1985 por el Club de Roma en su informe anual: «podría haber un brillante y satisfactorio futuro si la humanidad tiene la sabiduría de avanzar y enfrentarse a las dificultades que le acechan y, si no lo hace, una lenta y dolorosa decadencia se producirá». Es cierto, el gran reto se encuentra en hacer una sociedad más humana, aprovechando toda la creatividad que sea posible, y apostando de verdad por una educación y una enseñanza en los valores humanos, que sea de calidad y que ayude a la verdadera transformación de la sociedad. La Ética, por tanto, como ciencia, se enmarca en estas consideraciones, y proclama una serie de criterios, derivados de la recta razón, para la conducta, para el mejor comportamiento de las personas. Como ciencia docente, la Ética debe tener como prioridad absoluta el pleno desarrollo de todos los hombres en un contexto

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de solidaridad, de paz, de libertad responsable, de participación, de equidad, de verdad, de diálogo y de trabajo.

La Ética parte, no conviene olvidarlo en ningún momento de la dignidad de la persona y aspira a que podamos vivir, todos los hombres, una vida auténticamente humana.

A finales del siglo pasado, tampoco hace tanto tiempo, la revista norteamericana The Public Interest -primavera de 1993- publicaba un interesante estudio de la profesora SOMMERS, catedrática de filosofía entonces en la Clark University, sobre la función de la enseñanza de la Ética. Entre otras cosas, esta profesora señalaba que la responsabilidad de los profesores va más allá de informar sobre las diversas teorías éticas y hacer que los alumnos desarrollen sus habilidades dialécticas: «he llegado a convencerme -escribía- de que el método de los dilemas carece de fuerza constructiva (...), en un dilema no es evidente qué está bien y qué está mal, qué es vicio y qué virtud, un dilema puede atraer intelectualmente a un alumno, pero apenas mueve sus emociones y su sensibilidad moral (...), la mayor parte de los alumnos se sienten naturalmente atraídos por la idea de desarrollar una personalidad virtuosa (...).» La profesora SOMMERS confiesa en su artículo que buena parte de sus conclusiones fueron motivadas al escuchar de labios de sus alumnos de primer curso una típica formulación relativista: «la tortura, matar de hambre o humillar puede estar mal para usted o para mí, pero ¿quiénes somos nosotros para decir a otros qué está mal?». Gran pregunta.

La profesora CORT INA se pregunta en un reciente libro, como los griegos, si la virtud puede enseñarse. Es decir, ¿es posible enseñar a alguien a ser justo, honrado, bueno? 2 . Para mí la contestación es positiva. Como bien recuerda CORT INA «si otros seres nacen con unas formas de conducta clausuradas, guiadas por los instintos, los seres humanos tendríamos la capacidad, a diferencia de ellos, de ir adquiriendo un segundo carácter, una segunda naturaleza. Y este cambio se iría produciendo tratando de adquirir hábitos buenos (virtudes) y evitando los malos (vicios)» 3 .

Desde muchos ambientes se viene postulando la necesidad de una regeneración ética porque, como decía ORT EGA Y GASSET , una

sociedad desmoralizada es aquella a la que le falta el ánimo, el tono vital necesario para enfrentarse con gallardía a los retos que se presentan y, por el contrario, una sociedad sana es aquella a la que le sobran arrestos para desafiar el destino respondiendo además con sensibilidad humana. Hoy, en este sentido, tenemos una gran tarea por delante porque, efectivamente, el gran problema reside en la existencia de una crisis de colosales proporciones morales que se ha cebado sobre la civilización occidental. Una crisis en la que todos tenemos mucho que ver. Los ciudadanos porque hemos vivido, en términos generales, bajo la seducción del consumismo insolidario y nos hemos «olvidado» de nuestra responsabilidad cívica delegando todo asunto de interés general en los dirigentes públicos. Los políticos porque no pocos se mueven por la obtención de votos, actividad en la que todo vale con tal de alcanzar el poder. Y los responsables económicos y financieros, porque con frecuencia se han entregado, y de qué manera, a maximizar el beneficio en el más breve plazo posible de tiempo. Al final, una crisis general en la que es menester, si de verdad queremos salir, trabajar sobre los fundamentos del...

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