Sobre el terrorismo y sus víctimas

AutorJosé Manuel Rodríguez Uribes
CargoUniversidad Carlos III de Madrid
Páginas241-266

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1. Una aproximación al concepto de terrorismo el terrorismo como medio y el terrorismo como fin

Mi propósito ahora es ofrecer un concepto o una comprensión del terrorismo como fenómeno violento, hoy global, y no tanto del delito de terrorismo que exigiría un estudio particular de su tipificación en los ordenamientos jurídicos. No es ésta por consiguiente la perspectiva que me interesa si bien los datos que nos ofrece el Derecho penal y más concretamente el Código penal, por ejemplo en España, son útiles, incluso necesarios aunque no sean suficientes. La reflexión que pretendo es más amplia y más interdisciplinar en la que prima el punto de vista filosófico político. En realidad, al primar éste busco una definición o comprensión del fenómeno que sea susceptible de abstracción y que pueda ofrecerse con carácter general a través de la identificación de unos rasgos básicos, mínimos, que puedan ser compartidos en todos los casos. Se pretende por tanto una herramienta conceptual, naturalmente fruto de una estipulación, que no sea demasiado polémica en un concepto per sé polémico, y que permita distinguir al terrorismo de otros fenómenos o expresiones de violencia, presentes o históricos.

Lo que es evidente es que hoy el terrorismo suele presentarse, tanto desde la teoría como desde la práctica política, interna o internacional, como uno de los desafíos más serios del Planeta a medio y largo plazo. Sus riesgos son sobre todo cualitativos y en ellos aparecen las primeras pistas para su más adecuada, no diré correcta, identificación conceptual. Son peligros para la seguridad por el terror irracional y generalizado que genera, por las cues-tiones en juego (los derechos humanos en la lucha antiterrorista) y por los efectos políticos mundiales desestabilizadores que suele provocar cuando tiene carácter global. Cuantitativamente, lo que no deja de ser una paradoja, sus efectos son menores: no en vano muchas más personas mueren en el mundo, por ejemplo, en accidentes de tráfico; no digamos ya por las hambrunas o incluso en el mundo desarrollado y en los países emergentes por las enfermedades derivadas del sobrepeso, lo que no deja de ser un cruel sarcasmo. En todo caso, se trata de un riesgo global aunque también tenga expresiones parciales o locales, y no solo en Occidente. Aunque es en Orien-

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te donde produce mayor número de víctimas (otra paradoja) los atentados con mayor impacto mediático, porque sentimos que nos afectan más directamente, son los producidos en nuestro ámbito propio, geopolítico y cultural, muy especialmente tras el 11 de septiembre de 2001.

Estos primeros datos o pistas presentan al terrorismo hoy, aunque no se trata de un fenómeno reciente1, con una nueva dimensión precisamente por su carácter global y transnacional que lo distingue de sus versiones contemporáneas más clásicas a principios del siglo XX. En efecto, los atentados de 11 de septiembre de 2001 contra las Torres Gemelas y el Pentágono, perpetrados en suelo norteamericano en horario de máxima audiencia y transmitidos en directo por televisión, con una fisonomía más propia de un acto de guerra (un "nuevo Pearl Harbor" como se le llamó intencionadamente por los ideólogos neocons de Bush jr., Podhoretz Kagan, Kristol o Wolfowitz) o, más tarde, los de Madrid de 11 de marzo de 2004 y Londres en julio de 2005, y su carácter masivo e indiscriminado, significaron en nuestra conciencia colectiva la plasmación de un peligro universal, del Mal (con mayúscula) que llevó a lo que fue definido en el informe de la Comisión Nacional sobre el 11-S como "la fundación del nuevo terrorismo"2.

Así, el terrorismo ya no es esencialmente, desde hace muchas décadas, una práctica violenta "anarquista" o "individualista" de extrema izquierda, una de las "tácticas revolucionarias" sugeridas por Bakunin, contra el poder establecido o contra personalidades concretas (magnicidios) como en el origen de la Primera Guerra Mundial. Tampoco se identifica solo con movimientos, en el ámbi-

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to interno de los Estados, revolucionarios y guerrillas, una suerte de "guerra subversiva" como los llamó Cosyns-Verhaegen en 19643, o con grupos separatistas mesiánicos como ETA en nuestro país4(hoy todos cada vez más anacrónicos y en buena medida "desprestigiados" en su propio mundo, "contaminados" por el terrorismo islamista5). Tampoco se reduce a sus nuevas modalidades, como el llamado "narcoterrorismo" de los cárteles, que es "crimen y (después) olvido" parafraseando la novela de Crosthwaite, especialmente en México y antes en Colombia, por mucha importancia que tenga desde el punto de vista de la intensidad de la violencia que practica. El narcoterrorismo "altera gravemente la paz pública"6, sí, y tiene la "intención de provocar un estado de terror (y de) intimidar a la población (...)"7, como con los feminicidios masivos en Ciudad Juárez; por eso estamos ante un caso de terrorismo entendido como medio, como método, referido a los recursos y a las intenciones aunque no tanto a los fines o a los objetivos últimos que deben ser normativos, políticos en sentido amplio, si pensamos en el terrorismo propiamente dicho. El terrorismo como instrumento responde por tanto a un concepto más amplio que el terrorismo como fin en la estipulación que voy a defender en este trabajo y es utilizado también por mafias y crimen organizado, por bandas parapolicia-

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les o paraestatales o por la "nueva piratería" en el océano Índico. Coincide en definitiva con la definición extensa de terrorismo que ofrece Michael Walzer cuando se refiere a éste como "asesinato aleatorio de personas inocentes impulsado por la esperanza de producir un temor generalizado"8; sin más. Ese temor generalizado, esa sensación colectiva de inseguridad, constituye en sí misma la intención que se busca, caldo de cultivo para imponerse frente a otros grupos criminales incluso para afectar a las estructuras del Estado, debilitándolas o corrompiéndolas. Éste es el mínimo común denominador en todos los casos, incluso en las acepciones del terrorismo más débiles o amplias, a partir de lo que he denominado el terrorismo como método. Por eso sus víctimas podrían ser consideradas, en una interpretación extensiva o en una aplicación de la filosofía del como si que se da en algunos casos, como víctimas del terrorismo.

Tras el 11-S, sin embargo, el terrorismo internacional adquiere una dimensión cualitativamente distinta que lo aleja también de sus antecedentes clásicos en los años 70 y 80 del siglo XX con acciones concretas y aisladas, menos sistemáticas, contra aeronaves o embarcaciones9. En la actualidad, el terrorismo, este terrorismo, manteniendo siempre su carácter político si lo definimos propiamente, que supone la reivindicación política del asesinato como denunció Mario Onaindía pensando en ETA, incorpora una nueva característica en el imaginario colectivo que lo transforma a partir de lo que llamamos indistintamente terrorismo internacional o terrorismo islamista o yihadista, con Al Qaeda10. Se trata de su pretensión de universalidad y de sistemacidad como desafío directo a la civilización11y a la humanidad, aquí necesariamente como abstracción de

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ambas, y no solo al Estado o a Estados particulares como solía hacer el terrorismo clásico12, aunque alegara argumentos generalizables de corte revolucionario; en todo caso, también terrorismo como fin en su distinción con el terrorismo como método.

Es verdad que existen otros desafíos terroristas a la humanidad, al mundo en el sentido de Fernando Pessoa, desde dentro incluso de la civilización occidental y no solo desde fuera, que provienen muy especialmente de la extrema derecha. El atentado ultra católico de Oslo de julio de 2011 es un claro ejemplo de este tipo de terrorismo no solo metodológico, significativo también para poner de manifiesto la heterogeneidad de la civilización occidental, fuente de violencia contra la humanidad si se radicalizan y pervierten sus valores, atacada desde dentro de aquélla en sus desviaciones más patológicas y fanáticas. Si el terrorismo islamista o yihadista, mascarón de proa hoy del terrorismo internacional, del terrorismo global como fin, pretende acabar con muchos de los valores ya universales de la humanidad (por ejemplo, que la vida es un valor en sí misma) aunque lo revista de ataque concreto a la civilización occidental, y lo hace desde fuera de ésta, el terrorismo de ultraderecha, llevando al extremo algunos de los contenidos que han conformado la historia de aquélla (por ejemplo, el cristianismo) pretende destruir otros como la secularización, la laicidad o la socialdemocracia, sin los que no se entienden muchos de los progresos en la historia del hombre.

El terrorismo internacional yihadista tiene además otras peculiaridades distintivas. De entrada, presenta una morfología compleja13(con grupos en franquicia a partir de Al Qaeda, en red) casi líquida o incluso gaseosa, distinta en todo caso a la del terrorismo histórico, más piramidal y jerarquizado. Se presenta así como un riesgo particularmente incierto, invisible antes de manifestarse con toda su virulencia, como un enemigo especialmente irracio-

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nal14, generador por tanto de más terror, que actúa y que puede actuar en cualquier lugar de la Tierra aunque haya zonas más castigadas y que suele provocar muerte y destrucción (muchas veces a partir de la del propio terrorista) de forma masiva e indiscriminada. "A los terroristas islámicos -escribe Coetzee- les tiene sin cuidado la supervivencia, ya sea a nivel individual (esta vida no es nada comparada con la vida después de la muerte), ya sea a nivel nacional (el Islam es más grande que la nación; Dios no permitirá que el Islam sea derrotado)"15. Es el terrorismo como...

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