Relativismo ético y concepto moderno de tolerancia

AutorJean Laffitte
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1. Introducción

Los más antiguos escritos de la literatura griega, tanto filosóficos como dramáticos, los escritos filosóficos de los estoicos romanos, los libros del Antiguo Testamento, nos ofrecen el testimonio de hombres y mujeres que, llegados a un momento decisivo de su vida en que se les plantea un dilema personal con implicaciones religiosas o morales, se encuentran en la situación de tener que desobedecer a las leyes de su país. Aunque el concepto de objeción de conciencia todavía no existe -en efecto, la objeción de conciencia propiamente dicha ha sido pensada recientemente, apenas hace un siglo, en el contexto militar del servicio o del uso de las armas- la realidad misma del acto, a Page 461 saber, la negativa a obedecer a una ley civil considerada en conciencia gravemente injusta, parece haber existido siempre. Uno de los propósitos de esta conferencia es mostrar la permanencia, a través de los siglos, de una exigencia interior del hombre que en ocasiones le lleva a poner en juego su propia vida, y a juzgar que el respeto a las leyes divinas y el deber moral son valores que prevalecen sobre la propia vida.

Actualmente, el recurso a la objeción de conciencia ha superado los límites de la lucha pacifista al que se había circunscrito -si bien no siempre estuvo inmune de influencias ideológicas- para situarse en los dominios de la medicina y de la acción política. Ciertamente, la objeción requiere un profundo estudio diferenciado, como también un análisis de las condiciones culturales y sociales de su ejercicio. El testimonio de los siglos pasados, al menos hasta el fin de la Edad Media, parece lineal y fácil de describir. Existía un acuerdo general sobre los valores considerados esenciales que fundaban la autoridad política y unas relaciones sociales equilibradas: aceptación de los deberes ante la patria y ante Dios, reglas personales de comportamiento, nobleza del trabajo, cuidado del núcleo familiar, piedad filial, autoridad paterna y tantos otros aspectos de la vida en sociedad.

Sería excesivo decir que todos estos valores hoy han desaparecido, y sin embargo el realismo nos impone constatar que ya no son objeto de un consenso total sino que, al contrario, están sometidos a una constante puesta en cuestión teórica y práctica. Es evidente que el debilitamiento e incluso la desaparición de ciertos valores suscita necesariamente nuevas normas sociales de comportamiento. Nos encontramos ante referentes sociales y políticos surgidos de filosofías alternativas y de corrientes ideológicas presentes cada vez más transversalmente en las culturas en el marco de un mundo globalizado. Estas ideas generan juicios y comportamientos insólitos, en la medida en que se apoyan sobre concepciones verdaderamente revolucionarias de la naturaleza humana, marcadas por un relativismo cultural del que presentaremos algunos aspectos.

2. Tolerancia ideológica y objeción de conciencia

Sin duda, una de estas novedades es el concepto actual de tolerancia, que prospera gracias a una verdadera ambigüedad que trataremos más adelante. Para hacernos una primera idea, diremos que si la misma idea de tolerar con paciencia un mal provisional que no se puede evitar en cierto momento sin causar daños mayores aún, o bien de aguantar serenamente opiniones contrarias, ha significado siempre una expresión clásica de la virtud de la prudencia y de su expresión moderada, la tolerancia ha dejado de ser una virtud práctica: pretende situarse en el rango de una virtud teórica. Esta pretensión es esencialmente política, aunque de ello se deriven numerosas consecuencias en el orden del ethos. El concepto de tolerancia tiene, como también el de objeción de conciencia, una historia relativamente reciente: Page 462 podemos ver su origen en la Reforma protestante. Desde Erasmo1 a Locke2 y Espinoza3, de Bayle4 a Voltaire5 y el siglo de las luces, ha sido objeto de estudios Page 463 cada vez más profundos donde ha adquirido nuevos matices. Para ser rigurosos tendríamos que intentar sistematizar este proceso; sin embargo, basta ahora considerar la evolución semántica del término a partir del Ensayo sobre la tolerancia de Locke de 1667, que evidencia que el término se ha convertido, en nuestros días, en un instrumento propiamente político, que contiene en sí mismo, paradójicamente, un dinamismo totalitario y excluyente.

Si la naturaleza del tema nos exige pensar simultáneamente dos cuestiones bien distintas como la objeción de conciencia y la tolerancia, hay que tener en cuenta que el acto de rehusar en conciencia la obediencia a una ley injusta tiene hoy lugar en un contexto de tolerancia ideológica que, por naturaleza, no está dispuesta a soportarla. Nuestra tesis es que la sociedad ideológicamente tolerante no puede tolerar la objeción de conciencia, porque ésta escapa, en cierta manera, a su control.

Comenzar con una afirmación como ésta puede ciertamente sorprender: que la tolerancia sea intolerante es una paradoja cuya formulación puede parecer provocadora y simplista. Por tanto, el tolerante ideológico es una especie de Epiménides, ese pensador cuyo renombre se ha transmitido a lo largo de los siglos en la forma de una paradoja conocida como la paradoja de Epiménides:

Epiménides de Creta dice: todos los cretenses son mentirosos.

Epiménides es cretense.

Por tanto, Epiménides miente.

Por tanto, los cretenses dicen la verdad

Luego Epiménides dice la verdad, porque él es cretense.

Puesto que dice la verdad, todos los cretenses no son mentirosos

Como vemos, entramos en un bucle que nos lleva de una afirmación a su contraria. La razón es que Epiménides, haciendo esta afirmación, destruye por su contenido la validez de la afirmación que él enuncia. Al decir todos los cretenses son mentirosos, él se dice a sí mismo mentiroso y destruye así la validez de sus propias afirmaciones.

El tolerante ideológico es una especie de Epiménides. ¿Por qué? Al decir: todas las opiniones son válidas, afirma como regla general algo que no es sino una opinión entre otras, según su propia afirmación. ¿Cómo salir de este «impasse»? Solamente por la violencia que se acaba expresando en estos términos: si me contradices cuando digo que todas las opiniones son válidas, eres un intolerante peligroso que hay que combatir por todos los medios. En efecto, la alternativa que consistiría en decir: mi tolerancia no es más que una opinión entre otras, le resulta insoportable. La tolerancia ideológica se quiere imponer a todos. Por esta razón decimos que es de naturaleza política y no moral, incluso si manifiesta una pretensión moral abusiva. Cuanto Page 464 más inconsciente permanece esta intolerancia, tanto más violenta se muestra.

3. Lo que la tolerancia no puede tolerar

La paradoja del tolerante ideológico no es un ejercicio retórico. Hay que comprender que una sociedad que está profundamente convencida de ser una sociedad tolerante, no es capaz de soportar, de tolerar nada que ponga en peligro su equilibrio inestable y contradictorio. En particular:

- no tolera la idea de que haya una verdad que buscar;

- no tolera que una tal verdad pueda tener carácter universal;

- impone el vaciamiento de todo debate de fondo; en efecto, en un debate de fondo, los interlocutores pueden no estar de acuerdo, pero tienen en común el deseo de una verdad aceptable por todas las partes del debate. En la sociedad ideológicamente tolerante, se vacía la cuestión de la búsqueda de la verdad y, al hacerlo, transforma el debate de fondo en un intercambio de ideas relativas. Cada interlocutor informa a los otros de sus propias ideas y debe renunciar a considerarlas eventualmente válidas para el otro. Así dejan de ser ideas de fondo. No hay nada sobre lo que debatir;

- no soporta las implicaciones éticas de las ideas de fondo;

- se sitúa siempre por encima de los debates de fondo y reivindica el derecho, con toda razón, de juzgar a las partes presentes; haciendo esto, no realiza un verdadero arbitraje -el que se podría esperar de un auténtico poder político- porque su posición tolerante se situará en la práctica siempre del lado de las posiciones de los interlocutores teóricamente más tolerantes, posiciones por supuesto menos incómodas para el equilibrio consensual que pretende mantener;

En suma, la sociedad tolerante impone un pensamiento único. Es este el sentido en que decimos que es totalitaria y que favorece, sin saberlo, los totalitarismos, a veces en muy poco tiempo. Por ejemplo, la proclamación de las ideas revolucionarias de la tolerancia en los teóricos de 1789 ha dado lugar, en el corto espacio de tres años, a la instauración de un verdadero régimen de terror6. Ha sido inútil que, poco después, los sacerdotes hayan querido recurrir a la objeción de conciencia que les prohibía jurar la Constitución civil del clero. La oposición de aquellos que elocuentemente fueron llamados refractarios, les supuso la muerte o, en el mejor de los casos, el exilio con la pérdida de todos sus derechos civiles y de todos sus bienes.

La ideología de la tolerancia no está exenta de prejuicios filosóficos. Se ha subrayado justamente que los grandes teóricos de la tolerancia en el momento de la Reforma protestante han sido, en su mayor parte, escépticos. Page 465 Esto es particularmente claro en el caso de Bayle. Este filósofo no se contentó con reclamar los mismos derechos para aquéllos que se encontraban en el error y para los que no. Llegó incluso a...

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