Prólogo

AutorSena Fernández, Francisco
Páginas11-12

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El cine, además de distraer, sirve para otras cosas. Sirve, por ejemplo, para que conozcamos cómo se trabaja en profesiones distintas de la nuestra. A la cabeza de estos oficios ajenos, seguramente podríamos colocar el de policía y soldado; no muy lejos deben ir los de juez, abogado o médico. Y la lista sería interminable, porque el cine toca todo. Pero no todas las profesiones son igual de interesantes como para servir de guión a una película. El castrador de cerdos, por ejemplo, ejerce un oficio tan digno de respeto como el licenciado en filosofía pura, pero ni el uno ni el otro despiertan mucho interés entre la ciudadanía.

Y lo mismo ocurre con el registrador de la propiedad. Y puesto que he empezado hablando de cine, por más memoria que hago sólo recuerdo dos películas en que se habla, en una, del Registro de la Propiedad; y en otra, de un registrador. La primera aparece citada de pasada en las páginas de este libro y a ellas me remito. La segunda, si recuerdo bien, es una película española de los años sesenta (Plácido, dirigida por García Berlanga) en la que el gran actor Agustín González ejercía esta profesión, aunque el papel era secundario y la profesión no tenía ningún protagonismo en el desarrollo de la película.

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Es lógico que así sea, pues la...

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