Prologo

AutorMaría Isabel Martínez Jiménez
Cargo del AutorDoctora en Derecho
  1. El lector tiene en sus manos un trabajo de investigación en el campo del Derecho marítimo. Quizás por ello parezca oportuno preguntar qué sentido tiene hoy la investigación jurídica, máxime en una especialidad poco conocida y además huérfana de reconocimiento. ¿Acaso no es mejor orientar los esfuerzos en otra dirección?

    La legitimidad de la pregunta esconde un planteamiento que desvía la respuesta en su beneficio. Es un hecho notorio, que hoy corren tiempos de eficacia y por eficaz se tiene a quien resuelve, importando más la resolución que la solución. Se trata sobre todo de salir al paso, de poder seguir jugando. Se paga por sortear el obstáculo, por regatear o adelantar al contrario, por asegurar la dinámica económico-social. Apenas hay medios, y menos aún tiempo, para emplazarse a largo plazo, para encontrar soluciones duraderas, que se presenten con visos de permanencia. Hoy se constata un vértigo por lo nuevo; los medios humanos y económicos son más fáciles y disponibles para inaugurar que para conservar, restaurar o revitalizar. Desde esa perspectiva, por desgracia tan real como la misma vida, poco sorprende el predominio del parcheo, la supremacía del remiendo, el triunfo de la brillantez. Correlativamente, valores como la laboriosidad, el silencio, el análisis exhaustivo y la fidelidad insobornable con la búsqueda de la verdad, se diluyen a veces por falta de prioridad social; quizás sea más exacto decir. que no son valores en alza, eclipsados por los astros del mercado y de la publicidad. Lo que cuenta, desde luego también en la Universidad, es lo que está en el mercado, sin reparar, por otro lado, que el mercado es remolque de la publicidad. ¿Qué otra explicación tiene la explosión de masters, seminarios de dos días o cursos de especialización? No nos engañemos, son prótesis del conocimiento; en el fondo, enemigos de la investigación.

    La Universidad y la sociedad debieran seguir recapacitando sobre el modelo a seguir en la búsqueda del conocimiento y la forma de impartirlo. Y esa reflexión, por renovada que sea, quizás deba volver sobre el valor supremo de la investigación. Con ello no queremos decir que los medios humanos y económicos se agoten en investigadores, laboratorios y bibliotecas. Se trata sencillamente de mantener el ritmo del crecimiento de la investigación; sacrificando, ponderando o recortando si fuera menester, la más llamativa y mejor pagada política de divulgación o de transmisión de saberes prácticos. Es moneda de uso corriente asistir hoy a dotaciones presupuestarias generosas para actividades de barnizado cultural al tiempo que, en ocasiones, se ahuyentan las mejores vocaciones, por falta de una adecuada consideración económica y social.

    Ante tanto desparpajo (cualquiera se llama profesor) hay que reivindicar el silencio: ignorante no es el que no sabe sino el que habla sin saber. Frente a la proliferación de especialidades tal vez convenga subrayar la formación general. Contra tanta improvisación mejor sería fomentar la política de largo alcance. La visión y la garantía del futuro pasa por la tarea más importante de la Universidad: la formación de sus profesores.

  2. Las consideraciones anteriores, quieren ser pórtico del trabajo que presentamos. Precisamente porque creemos que los profesores no se improvisan, defendemos los años de formación a largo plazo. No hay maduración sin duración. Y situados en el trance de la formación, ésta exige la reflexión pausada, el análisis exhaustivo, la comprobación del dato, la experimentación; lo que no es posible sin la constancia como lema y el rigor como virtud.

    Pues bien, la elaboración de una tesis doctoral sigue siendo, a nuestro juicio, el cauce adecuado para dar cima a la coronación de nuestros investigadores, condición inseparable de todo buen profesor. Por ello, la Universidad y la sociedad deben celebrar la culminación del grado de doctor, mucho más, a mi juicio, que la inauguración de un edificio o el anuncio de un nuevo curso o programa de especialización. La incorporación de un nuevo profesor (sic investigador) es prueba suficiente, y además la mejor, de la utilidad social del gasto en investigación.

    No sé si me confunde el deseo cuando afirmo que el libro de la Dra. ISABEL MARTÍNEZ JIMÉNEZ sobre Los contratos de explotación del buque. Especial referencia al fletamentopor tiempo que gustosamente prologo, es un cabal ejemplo de cuanto antecede. En descargo propio, quizás al lector también interese que destape algo de la génesis de la obra y de las cualidades de su autora.

    II

  3. Fue...

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