La 'primavera' de Cádiz: libertad de expresión y opinión pública en el Perú (1810-1815)

AutorTeodoro Hampe Martínez
Páginas339-359

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Los diputados reunidos en las Cortes generales y extraordinarias de los años 1810-1814 emitieron una serie de resoluciones novedosas, incluyendo el decreto de la libertad de impresión del 10 de noviembre de 1810. En la Gaceta de Gobierno de Lima, el 18 de abril del año siguiente, se publicó este decreto cuyo artículo primero declaraba la libertad de imprimir y publicar las ideas políticas “sin necesidad de licencia, revisión o aprobación alguna”.1 Es un hecho evidente que la libertad de imprenta abrió la circulación de una serie de papeles, válidos para hacernos una idea del ambiente ideológico y social que rodeó el proceso de la emancipación. Con esa medida nuevas versiones, inclusive opuestas a las oficiales, lograron ser leídas y discutidas en público, aunque fueran eventualmente reprimidas.

Cuando las Cortes reunidas en la Península decretan la libertad de imprenta, era virrey en Lima el astuto don José Fernando de Abascal, monárquico duro, quien no tuvo más remedio que disponer que cualquiera podía publicar sin pedirle permiso a nadie. Y entonces surgió la polémica: conservadores eran los que estaban a favor de la monarquía de poder absoluto y liberales quienes también apoyaban a la monarquía, pero con parlamento, para equilibrar el ejercicio del poder. Todo el periodismo sin censura que circuló en aquella etapa ?conocida también como la “primavera” de Cádiz? estuvo impregnado de la discusión que evidenciaba que los peruanos estaban divididos entre conservadores y liberales.2Podemos decir, en breve, que el decreto de la libertad de imprenta se cumplió muy tímidamente en la América española, y sobre todo en el Perú, ya que las autoridades reconocían a la prensa como uno de los medios más eficaces para la propagación de doctrinas subversivas. La circulación de ideas ha constituido siempre un peligro, porque coloca al alcance de más lectores nuevas formas de pensar y plantearse otras interrogantes. En el Perú, la prensa contestataria fue precaria entre 1811 y 1815, y es necesario indicar que los nacidos en el país tuvieron una participación secundaria, si se contrasta con los grandes artífices del periodismo de entonces.3

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Uno de los mayores especialistas en el entramado político e ideológico de esta época, Víctor Peralta Ruiz, advierte que es importante reflexionar la evolución e impacto de la prensa a partir de las complejas redes de comunicación en que se insertaba. En este ámbito cobra tanta importancia como el análisis de los contenidos y la orientación ideológica de los periódicos, el alcance de su difusión entre quienes los consumían en su condición de suscriptores y lectores, la tirada y los lugares de venta de los mismos, los espacios formales e informales en que se practicaban tales lecturas, su capacidad de difusión más allá del espacio en que se editaban, la discusión que generaban con otros medios de comunicación impresos o manuscritos y, por último, el grado en que tales polémicas traspasaron el ámbito de lo privado y se insertaron plenamente en un debate de interés público.4

I Pasquines y prensa peruana del siglo XVIII

Además de una serie de relaciones, noticiarios, gacetas y periódicos que aparecieron de manera dispersa, fue usual en el tiempo de la Colonia la circulación de pasquines u hojas volantes, que se imprimían clandestinamente y servían para canalizar las inquietudes y quejas de algunos grupos sociales inconformes. La utilización de los pasquines (que se colocaban, anónimamente, en las puertas de las iglesias o en los muros de las calles) se acentuó durante la segunda mitad del siglo XVIII, al agudizarse el descontento por las medidas de presión fiscal que imponía el régimen de los Borbones. Más aun, se puede hablar de una “guerra de los pasquines”, ya que el mismo instrumento de propaganda fue empleado por el bando contrario ?el afín a la Corona? para repeler las críticas y justificar el orden establecido.

Momento culminante de dicha efervescencia política fue el año 1780, en que estalló la gran rebelión andina del cacique Túpac Amaru en el Cuzco. Pocos meses antes, ese mismo año, había surgido en Arequipa un movimiento contrario al régimen español. Se caracterizó esta revuelta por los pasquines que llamaban a desobedecer al corregidor de la provincia.5 Partiendo de Arequipa, la rebelión de los pasquines se extendió por diversos lugares de la serranía andina, y aunque los responsables de dichos manifiestos nunca daban abiertamente la cara, algunos sospechosos fueron perseguidos y aun ejecutados (como es el caso de Lorenzo Farfán de los Godos). A través de este canal de difusión los alzados cuestionaban el abuso de los malos funcionarios, rechazaban las medidas impuestas por la Corona, formulaban propuestas de reforma y comparaban inclusive la gestión de la monarquía española con otras extranjeras, lo cual demuestra que ellos estaban relativamente bien informados. El grito de ¡Viva el rey y muera el mal gobierno! se repite en varios de esos manifiestos del siglo XVIII y resonará con mayor fuerza durante el período de la Emancipación.

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Se entendía que, aunque fuera cierto que el hombre había venido actuando un poco ciega e irracionalmente, no por eso dejaba de mantener su capacidad racional. Si su pasado demostraba que un juego de fuerzas irracionales lo había conducido, podía sin embargo mirar con optimismo hacia adelante. La felicidad, unida a la prosperidad, sería entonces común a la humanidad. Pero antes era necesario reconstruir todo a la luz de la razón: los filósofos descubrirían el plan de la naturaleza, instituirían una nueva política que trasformaría a los súbditos y esclavos en ciudadanos, un nuevo derecho que permitiría acabar con las injusticias, una nueva religión más natural y auténtica y un nuevo orden social y económico, donde reinarían la libertad y la prosperidad.

La filosofía de la Ilustración peruana constituye un tema de estudio sugerente, rico en matices, y que se desenvuelve en un largo proceso que abarca la segunda mitad del siglo XVIII y principios del XIX. En este sentido, órganos como el Diario de Lima o el Mercurio Peruano, pensadores como Juan Pablo Viscardo y Guzmán, José Baquíjano y Carrillo, Toribio Rodríguez de Mendoza, Vicente Morales y Duárez, Manuel Lorenzo de Vidaurre, Hipólito Unanue y José de la Riva Agüero, entre otros, constituyen claros exponentes de la filosofía ilustrada. Son intelectuales que intervinieron, en una u otra forma, en el movimiento ideológico que condujo al país a la emancipación. María Luisa Rivara de Tuesta se ha esforzado por demostrar que el pensamiento ilustrado es la base que sustenta y alienta a estos ideólogos en su afán de cambio, de reforma y de revolución.6Las sociedades económicas de “amigos del país”, que aparecieron primero en España a mediados del siglo XVIII, constituyeron una manifestación auspiciada por el despotismo ilustrado, cuya finalidad era despertar en los grupos dirigentes el interés en su propia realidad, a fin de mejorarla. En Lima se formó una célebre Sociedad Académica de Amantes del País en 1787, bajo la presidencia del editor milanés José Rossi y Rubí.7 Y así, de similar manera, ocurrió en Quito, Guatemala, Bogotá, Caracas y La Habana. Estas sociedades sirvieron mucho para formar conciencia entre las colonias hispanoamericanas y tuvieron por común denominador la identificación con los ideales reformistas.

Sin lugar a dudas, la relación entre el Mercurio Peruano (órgano de la Sociedad de Amantes del País) y la Independencia es objetiva, pues quienes escribían en el periódico influyeron directamente en la nueva idea del Perú, como territorio y patria. Siendo reformistas y describiendo la realidad peruana, que sin duda amaban, difundieron maneras novedosas de pensar el país. Los “mercuristas” robustecieron la autoestima e identidad de los criollos, potenciando la singularidad e importancia del Perú frente a los denuestos de los españoles peninsulares y los “paralogismos” de los europeos.

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A diferencia del Mercurio Peruano, el resto de periódicos particulares de la época del virrey Gil de Taboada y Lemus careció de un número mínimo de suscriptores que les garantizara su supervivencia. Varios consumidores del Mercurio lo fueron también de los otros dos periódicos particulares que circulaban entonces en la capital. Jean-Pierre Clément calcula que 130 personas se suscribieron al Diario de Lima de Bausate y Mesa durante los tres años en que circuló (1790-1793).8 Peor suerte tuvo el Semanario Crítico que editaba un cura franciscano, Juan Antonio de Olavarrieta, cuyas noticias sobre la educación religiosa de los hijos, las diversiones públicas y la historia natural interesaron a escasos compradores: éstos nunca superaron los 16.

Lo cierto es que ya en aquella lejana época surgió una violenta polémica periodística, que fue inaugurada por el Semanario Crítico al abrir fuego contra los liberales del Mercurio Peruano en el año 1791. Se sorprendieron seguramente los soñolientos limeños de la época por la violencia con que dicho medio zahería a quienes divulgaban la idea del Perú, poniendo frecuentemente en tela de juicio los trabajos de investigación que los “amantes del país” presentaban y acusando a aquellos redactores de plagiarios. Lo que comenzó como intercambio de pullas leves se convirtió en batalla campal. Y los legendarios mercuristas llegaron a decir del P. Olavarrieta: “...lleno del más negro veneno, ha vomitado mil ironías amargas contra nuestra obra, mendigando para ello unas frases que no son de su instituto, ni como religioso, ni como literato”.9 Por la nociva hostilidad y pugna con los otros órganos limeños que hemos mencionado, sólo alcanzaron...

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