Procesos de incorporación de la inmigración peruana en España: más allá de los estereotipos nacionales y culturales

AutorAsunción Merino Hernando
CargoInvestigadora Ramón y Cajal. Dpto. de Antropología Social. Facultad de Filosofía. Universidad Nacional de Educación a Distancia
Páginas173-188

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Introducción

No deja de ser paradójico que, en un momento en el que la globalización y la mayor velocidad y volumen de los flujos migratorios tienden a debilitar las identificaciones tradicionales entre pueblos, nacionalidades y territorios, persista una caracterización de las culturas en las que el espacio estatal juega todavía un papel determinante y hasta excluyente. La existencia de esta paradoja acontece así mismo en los estudios académicos que abordan las conexiones entre gentes, culturas y lugares; se naturaliza el vínculo entre las poblaciones, sus culturas y los territorios que ocupan (Gupta y Ferguson 1997: 69-70).

Quizás sea en la Europa actual donde la naturalización de ese vínculo ha resultado más exitosa, acentuada con el incremento de los flujos migratorios, al extrapolar esta concepción a la gestión de las relaciones de la sociedad receptora con los recién llegados. Soysal (2000: 3 y 6) lo advierte, reconociendo de paso otra paradoja: mientras la fuente de los derechos se traslada al nivel transnacional -comunitario en este caso- la identidad se mantiene anclada en lo particular, definida y organizada localmente. La traslación académica de estas imágenes y supuestos ha dado lugar al análisis de las colectividades inmigrantes como supuestas diásporas, haciendo hincapié en lo indisoluble de su vínculo con la comunidad y el territorio de origen, y lógicamente, con «su cultura»: una suerte de «alteridad blindada» al interior de las sociedades receptoras.

Si las culturas antes dialogaban aunque asimétricamente, ahora se las visualiza como sistemas inconmensurables, justificando de este modo la coexistencia segregada de las diferentes comunidades en una nueva doctrina de exclusión que Stolcke (1995: 24) define como «fundamentalismo cultural». Cada cultura sería visualizada de manera homogénea y aislada y, coincidiendo en su análisis con el Page 174 de Soysal (2000), el rótulo «inmigrante» quedaría reservado para designar a los extranjeros que no consiguieran asimilarse.

Cada vez más estudiosos de las migraciones contemporáneas son conscientes de la necesidad de tomar distancia de las imágenes que consideran la cultura como una esencia inmutable, y de los discursos, entre demonizantes y paternalistas, acerca de la inmigración, que se han impuesto en la opinión pública europea. A diferencia de los trabajos que abordan las migraciones históricas, los estudios de las actuales migraciones muestran la influencia de los imperativos de las políticas estatales (Moya 2005: 857). Resulta necesario pues, sustraerse de esta injerencia de lo político a la hora de investigar las dinámicas culturales del fenómeno migratorio contemporáneo. Como Gupta y Ferguson (1997: 69) recuerdan «it becomes ever more important to train anthropological eye on process of construction of place and homeland by mobile and displaced people».

Desde la investigación social, este artículo intenta alejarse de una visión homogénea de los otros en términos culturales para indagar en el análisis del proceso de construcción de un nuevo lugar, que mucho tiene de reconfiguración de los espacios propios de la sociedad receptora, lo cual habilita un diálogo, no exento de tensiones y conflictos, entre los sujetos migrantes y los nativos. Esta posición permite comprender la interacción cotidiana entre emigrados y nativos: las ideas de los lugares como culturalmente distintivos no sólo operan en el imaginario de la sociedad de acogida sino también en el de los sujetos migratorios; los prejuicios sobre otras «culturas» también actúan como marco de referencia para los inmigrantes en la construcción de su nuevo lugar.

El código genérico de lo nacional debe ser concretado en el detalle de las múltiples clasificaciones con que los sujetos operan, y que dan lugar a una variedad de identidades posibles, dada la diversidad de sus orígenes locales y sociales, entendidas y legitimadas bajo el rótulo de lo nacional.

La pervivencia de las categorías nacionales opera como criterio de discriminación positiva o negativa en el mercado laboral, en el ámbito jurídico y administrativo; con la intervención de las prácticas y discursos de las burocracias y de los nativos hacia los recién llegados.

Estas fronteras nacionales, experimentadas por los inmigrantes, no son las únicas existentes; en su interacción con emigrados de otras nacionalidades y con los nativos, se activan nuevas fronteras más o menos porosas, que se levantan ante ellos o que ellos activan en diferentes niveles y contextos de la acción social (también dentro de su grupo de referencia) que pueden ser cruzadas con mayor o menor éxito, a riesgo de sufrir, a menudo, una experiencia de bloqueos y exclusiones.

A finales de los ochenta comenzó a arribar la inmigración peruana a España, en el momento en el que se levantaban las barreras a la inmigración no comunitaria en este país. El período de asentamiento de más de quince años en muchos de estos inmigrantes permite analizar procesos culturales que se hacen más visibles cuando los problemas jurídicos o económicos más acuciantes van siendo sorteados o superados. Lo cierto es que, pese a la consolidación de esta corriente migratoria -que ha situado a los peruanos entre los colectivos latinoamericanos más numerosos de acuerdo con las cifras de empadronamiento (ver gráfico 1)- y la existencia de ciertos estereotipos específicos ligados a esta nacionalidad, algunos sectores de la inmigración peruana presentan cierto grado de «invisibilidad».

En este artículo analizamos algunos rasgos de la sociabilidad de un matrimonio peruano formado por Ana María y Lucho, que Page 175 en algún sentido, son representativos de la migración limeña a Madrid. En la sociedad de Lima, esta pareja formaría parte de los sectores medios bajos; ni relegados al extremo inferior de la escala social ni parte de los sectores privilegiados, estas personas no proceden de las barriadas periféricas de la capital -como es el caso de muchos serranos andinos-, ni tampoco integran la clase media limeña.

Criaturas urbanas con un nivel medio de ingresos, aceptablemente educados -con estudios secundarios y algún que otro año de universidad- forman parte del conjunto de peruanos que, sin haber podido acceder al ejercicio de profesiones liberales, han logrado empleos aceptables en el sector terciario, tanto en Perú como en España, donde forman parte de ese 21% de empleados de servicios (ver gráfico 2). Su posición en la escala social permite vislumbrar una multiplicidad de juegos clasificatorios, inclusivos y exclusivos, a través de sus discursos y prácticas sociales, en distintos niveles de sus relaciones sociales con españoles pero, también, con los de otras nacionalidades.

Esta pareja forma parte del flujo migratorio procedente de Lima que se asienta en España a mediados de los noventa gracias al apoyo de familiares y amigos de emigración más antigua y que, más tarde, ayudarán a migrar o prosperar a otros peruanos. La continuidad de este flujo migratorio hacia España se constata en el análisis demográfico de la población asentada. En el conjunto de los peruanos que han nacido en Perú, las franjas etarias más representativas son las comprendidas entre veinte y cuarenta años, que suman el 55% del total -lo que indica que siguen arribando-; los de veinte suman el 23% y los de treinta, el 32% (Instituto Nacional de Estadística 2007). En el grupo de los veinteañeros, encontramos a los recién llegados, aunque también aquí se incluyen los niños que se reunieron con sus padres durante la década de los noventa.

GRÁFICO 1. EVOLUCIÓN TEMPORAL DE LAS CIFRAS DE EMPADRONADOS DE LOS COLECTIVOS LATINOAMERICANOS MÁS NUMEROSOS EN ESPAÑA (2001-2008)

[ VEA EL GRAFICO EN EL PDF ADJUNTO ]

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GRÁFICO 2. DISTRIBUCIÓN OCUPACIONAL DE LOS INMIGRANTES NACIDOS EN PERÚ EMPADRONADOS EN ESPAÑA

[ VEA EL GRAFICO EN EL PDF ADJUNTO ]

La frontera nacional

A finales de los ochenta, cuando comenzaban a asentarse peruanos y dominicanos en España, se inicia la construcción de la imagen del «inmigrante» en el imaginario colectivo español. A los argentinos, uruguayos y cubanos que arribaban en España a mediados de los setenta, no se les consideraba «inmigrantes», en parte, porque muchos eran refugiados políticos, en parte porque en la España de ese tiempo sólo existían imágenes de los emigrantes -la de aquellos que habían ido a trabajar a América y a Europa- y en parte, porque España aún no había entrado en la Unión Europea. Si existía alguna imagen sobre las migraciones en España ésa era la de los familiares emigrados a América, la del indiano o la del retornado de Europa1.

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Sin tradición inmigratoria y sin una proporción elevada de extranjeros a finales de los ochenta, España, como nuevo miembro comunitario, participará en la construcción de la fortaleza europea y con ello, de la percepción de la inmigración no europea como un «problema»2. Las visiones que nutren el imaginario colectivo europeo respecto a los extranjeros no comunitarios, son las que algunos de los estados miembros, con mayor tradición migratoria, trasladan a las reuniones inter-gubernamentales: el problema de la inmigración se concreta en una visión atemorizada de las «oleadas» migratorias, la necesidad de control de las fronteras (vía imposición de visados, regulación restrictiva de la reagrupación familiar y del asilo), la vinculación de la inmigración «ilegal» con la inseguridad y el delito y, al mismo tiempo, cierto interés por las manifestaciones de rechazo en la sociedad receptora y por la integración de los inmigrantes (Merino 2002).

Tras la entrada de España en la Unión Europea, se constata la imagen distorsionada que la sociedad española comienza a crear acerca de estos «inmigrantes» no comunitarios. Desde entonces y «a partir de lo reflejado en los medios de comunicación», resulta común pensar que hay muchos delincuentes entre los que llegan «sin papeles» y que existe poca diferencia entre el ilegal y el delincuente (Colectivo Ioé 1987: 290). Veinte años después, la idea prevenida de «avalancha» inmigratoria y el prejuicio de que la inmigración «trae consigo» delincuencia continúan siendo tópicos firmemente instalados en la opinión pública española gracias, en gran medida, a su periódica recreación por parte de ciertos sectores políticos y su amplificación por parte de los medios de comunicación3.

En este discurso, este grupo de extranjeros no europeos, denominados «inmigrantes», ocupan el lugar de los «otros», de los poseedores de una cultura extraña -en ocasiones, el de los «no civilizados»-, cuya presencia se vincula con problemas de discriminación, de irregularidad, de incremento de la violencia, de competencia desleal en el mercado laboral y de inadaptación cultural. En este discurso, pese a que se «postula el respeto y el valor de la diversidad cultural» se «supone la relación ingenua entre cultura y nacionalidad» (Santamaría 2002b: 70), resultando en definitiva en una reificación y vaciamiento práctico del concepto de cultura.

Estas imágenes tienen un indudable eco social; en el 2007, la encuesta promovida por el Observatorio Español del Racismo y la Xenofobia revela que, del conjunto de los encuestados, más de la mitad consideraba que el número de inmigrantes era excesivo (62%); y que cada vez más españoles creen que la presencia de inmigrantes provoca que bajen los salarios, aunque la mayoría no piense que estos les quiten el empleo4. Dicho esto, hay que señalar que los españoles tienen contacto estrecho con inmigrantes: según los datos de la misma encuesta, además de la relación asimétrica entre empleador y empleado (22%), más del 40% se interrelaciona a diario con ellos, por ser sus vecinos (77%), amigos (67%) o compañeros de trabajo (63%) (Pérez y Desrues 2007: 32).

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Cuando se habla de inmigrantes, casi un tercio de los encuestados piensa en los latinoamericanos, cuando hace diez años, más de la mitad pensaba primero en los marroquíes (Pérez y Desrues 2007: 22)5. Su presencia cada vez más visible, se debe a su clara preferencia por parte de políticos y empresarios, ya sea para reducir la dependencia de la mano de obra marroquí en la construcción y la agricultura, o para «evitar el choque cultural». En cualquier caso, las leyes migratorias, sus reglamentos, las amnistías y los trámites de naturalización favorecen la regularización -y la mejor opinión- de los sudamericanos antes que las de los africanos (Izquierdo y López 2002).

Respecto a las relaciones entre españoles e inmigrantes, los encuestados se declaran, siguiendo el discurso mediático «a favor de la diversidad de origen racial, religión o cultura» aunque reconocen que «ciertos colectivos no están plenamente incorporados a la sociedad española». Casi la mitad opina que hay bastantes o muchos inmigrantes que no se mezclan, aunque en este caso no se aluda a los latinoamericanos, sino a árabes y otros colectivos musulmanes. En general consideran que los motivos se deben a «diferencias culturales, religiosas o ideológicas» (42%) o una «falta de voluntad de integración» (15%) (Pérez y Desrues 2007: 18 y 22).

Ante estas visiones de los inmigrantes en la sociedad de acogida, Lucho y Ana María, como otros peruanos, concluyen que los españoles son «racistas», que ven a Perú como un país atrasado y lleno de indígenas. Ante su interlocutora española tratan de justificarlo como un acto de ignorancia de lo que ocurre fuera de España, desconocimiento de la historia y del progreso de los países de origen de los inmigrantes. Este tipo de «racismo» es decodificado, al mismo tiempo, en clave nacionalista, con lo cual entienden que de esta forma, el español se «protege» del exterior, del extranjero.

[Lucho]... y te das cuenta de que la gente moderna española, aquí, no le interesa la inmigración: [no le interesa] si vienes, si no vienes, si eres de Perú, de Ecuador. Los que son más racistas son la gente adulta. La gente mayor que ha vivido la guerra, la posguerra. Yo me he dado cuenta. Lo he comprobado, como trabajo en comercio. Una persona dice: «Esta manzana ¿de dónde es?» de Francia. «No, yo quiero productos españoles».

Una concepción de lo nacional, que es compartida, en cierta medida, por Lucho y Ana María quienes, desde el otro lado de la frontera, sin dejar de quejarse de la falta de interés y el escaso reconocimiento que recibe su país en España, se lo explican apelando a la idea de que esta imagen negativa no puede modificarse si no viajas ni te informas de qué pasa en otros países. Lo cierto es que, según se desprende de su testimonio, ellos tampoco sabían mucho de España y confiaban en que este desconocimiento sería suplido, en su momento, por un familiar o un amigo que les explicaría lo necesario para encontrar trabajo. Esta expresión de etnocentrismo se suele reprochar pero pocas veces se reconoce de los dos lados. En este caso, Lucho sería capaz de reconocerlo porque, según nos explica, él ha viajado y está fuera de su país.

[Lucho] Por ejemplo la gente mayor tiene una figura del peruano: el típico peruano, cholito, de la sierra, con su chullo6. Y la gente te pregunta: «¿Y hay coches en Perú?» Porque no saben. Hombre, lo entiendo, porque estudiar la historia de Sudamérica, aquí en España, puede ser algo pasajero; no se detienen específicamente. En Perú pasa lo mismo para Europa: tal, tal, tal y fuera. No se detienen específicamente en un país y se ponen ahí a fondo [...]. Es igual que nosotros. Hemos venido aquí y nos hemos dado cuenta de todo lo que hay aquí. Pero si no vienes, Page 179 no sabes. Te puedes informar, pero la gente no se informa de lo que hay en Perú.

Cuando se les pregunta nuevamente por la imagen que los españoles tienen de los «inmigrantes», se muestran comprensivos -aún en su crítica- hacia la visión negativa que los vincula con la delincuencia, aunque refiriéndola, significativamente, a otros colectivos de migración más reciente. Afirman que, efectivamente, hay delincuentes entre los que llegan, pero que más bien son ecuatorianos. No se refieren a ellos en su conjunto como criminales, sino más bien como gentes de poca educación, de malas costumbres, que no llevan una vida laboriosa y ordenada, entre los cuales existen bastantes delincuentes. Su queja, apunta en este caso, a que estos individuos que dan una mala imagen, inspiran el arquetipo del inmigrante propagado por los medios de comunicación.

[Ana María] Mucha gente que ha venido de mal vivir, gente delincuente que ha venido aquí,... entonces lógicamente lo que siempre mas destaca son las malas acciones, este gente delincuente le gusta estar en las calles, beber, tener peleas.

[Lucho] Hay un porcentaje, ahora por ejemplo... los ecuatorianos nos están desplazando porque lo que antes hacían los peruanos, los ecuatorianos ahora lo hacen, hay una inmigración ecuatoriana y tu los ves, por las calles, por los parques, haciendo todas esas cosas [...] o sea cosas que degradan a su cultura, en vez de comportarse de otra manera ¿no? Buscan lo más fácil. Pero eso de los peruanos yo no estoy de acuerdo, no me gusta.

Los peruanos como Lucho y Ana María critican la visión negativa que los españoles tienen de los colombianos, como delincuentes vinculados al narcotráfico, porque algunos de ellos son amigos suyos, como Marcela. Les resulta más visible la estigmatización de los españoles hacia los colombianos, que los estereotipos que ellos mismos manejan hacia los ecuatorianos y chilenos. A los primeros los colocan por debajo del peruano: peor educados y menos dignos -porque realizan el mismo trabajo que ellos por menos dinero-, y representan una competencia laboral directa para sus connacionales; los segundos son criticados porque se considerarían superiores a sus vecinos del norte7.

En su argumentación hay una clara pervivencia de tradiciones chauvinistas originadas en el siglo XIX, sobre todo en su forma de observar y calificar a otros latinoamericanos de países fronterizos a Perú. Evidentemente, estas visiones tienen su raíz en conflictos históricos y en una serie de discursos patrióticos que han justificado y profundizado el extrañamiento y en algunos casos la hostilidad con sus vecinos del norte y del sur. En el contexto migratorio, la experiencia compartida de la alteridad en la que se ven inscritos junto con otros latinoamericanos, pone en crisis -en alguna medida- esta visión estereotipada de las naciones vecinas: muchos de estos peruanos reconocen que no tuvieron demasiadas ocasiones de conocer extranjeros en su país, algo que, en su nuevo destino, resulta más común.

[Lucho] Lo que pasa es que el chileno quiere ser un poco más listo que el peruano, como le ganó la guerra se cree más fuerte, pero eso no es así, eso pasó a la historia. Es que hay gente que de repente tú le gastas una broma y se enfada, es igual que el peruano con el ecuatoriano, Perú le ganó la guerra a Ecuador y entonces a los ecuatorianos los vemos como inferiores a nosotros. Es una tontería.

Cuando la crítica de los españoles se refiere directamente a la inmigración peruana, Lucho y Ana María hacen una concesión a su interlocutora española para ganar credibilidad a lo largo del diálogo: aceptan que haya delincuentes entre los peruanos, pero les «duele» que se generalice y reivindican para ellos la imagen de los compatriotas que han prosperado, los que honran su cultura, frente Page 180 a los que la denigran con su mal comportamiento. Ellos pertenecen a este segundo grupo. Esta restricción desplaza la centralidad de lo nacional, introduciendo lo social como criterio de diferenciación, limitando las afirmaciones negativas en beneficio del conjunto en el que se incluyen.

[Ana María] bueno, ahí de todo, hay gente que se dedica... realmente aquí en España de la colonia peruana hay de todo, lo que pasa que lo que más abunda en la actualidad es lo malo, ése es el problema. Por ejemplo del cien por cien, el sesenta por ciento abunda lo malo.

[Ana María] Pero de todo hay ¿no? Hay gente que ha venido y ha prosperado, y esta saliendo poco a poco.

[Lucho] Como [también] hay comerciantes [peruanos] que tienen restaurantes, que han progresado, dentro de la legalidad, o sea, todo bien. Hay de todo. Pero como te digo, siempre lo que sale a relucir, siempre es lo malo.

Ideas como la de que cada uno pertenece a una cultura de la que debe sentirse orgulloso y la de que el inmigrante viene aquí a prosperar, surgen constantemente en los discursos de peruanos de diferentes orígenes sociales, no siendo exclusivas de la clase media limeña, ya que entre los peruanos de las zonas andinas, el valor de la laboriosidad forma parte de este horizonte de progreso8.

Las otras fronteras

Ana María y Lucho emigraron a España cuando aún no se conocían. Ana María llegó en 1989 y Lucho, en 1991, en un momento en que la violencia política escogía a Lima como uno de los escenarios de conflicto entre el ejército y Sendero Luminoso y la situación económica peruana comenzaba a ser crítica.

Emigraban ante la imposibilidad de encontrar empleos en el sector formal y de no poder hacer realidad los hábitos de consumo moderno, que se habían consolidado entre los sectores jóvenes durante los años ochenta en Lima. Emigraban gracias a las redes migratorias que comenzaban a activarse entre ambos países, a través de amigos y familiares, en esos mismos años.

Sin contar apenas con capital académico -sólo la educación secundaria- Ana María llegó a Madrid, aceptando la propuesta de su amiga del barrio, Rita, de probar suerte, contando solo con el apoyo de su red migratoria. Clara, una amiga de Rita, había emigrado unos meses antes y les ofrecía su casa. Por su parte, Lucho decidió cambiar de país, al ver que no tenía opciones en el mercado de trabajo con sus estudios inconclusos en Historia en la Universidad de San Marcos de Lima. Así que, según su testimonio, aprovechó la oportunidad que su hermana Clara le brindó para buscar trabajo en Madrid. A través de ella, conoció a Ana María y en menos de un año se casaron.

Aunque llegaron a España cuando la legislación migratoria no era tan restrictiva con los peruanos -después se impondría el visado-, desde el primer momento fueron considerados «inmigrantes», teniendo que conseguir y renovar cada año los permisos de residencia y trabajo, insertándose en los nichos ocupacionales que les permitía la política migratoria -y su formación académica-. Ana María ha trabajado siempre como empleada doméstica externa (Escrivá 2000)9 y Lucho se Page 181 ha empleado en supermercados, en trabajos manuales, en el ramo de la alimentación.

Como muchos peruanos afincados en España, desde el primer momento tenían claro que ocuparían puestos que no habrían ocupado en Perú, donde, por otro lado, no hubieran podido sobrevivir de admitir hacerlo. Consideran que ahora tienen una posición económica aceptable en Madrid; su meta era ganar dinero, alcanzar un cierto estatus. Les ha costado mucho sacrificios ahorrar dinero para pagar billetes de avión a sus familiares y mandar remesas a sus padres, han sido muchos años de trabajo, de jornadas de hasta setenta horas semanales.

Su deseo de mejora pasa por un mayor nivel de consumo, pero también por alcanzar mayor estabilidad y responsabilidad en el puesto de trabajo, jornadas más reducidas y un contrato indefinido. Cinco años después de su llegada, consiguieron la nacionalidad española y ocho años después, compraron un piso en el distrito de Chamartín; esto significa, para ellos, pensar en España como su residencia definitiva.

[Ana Mª:] No pensábamos quedarnos en España. Queríamos volver. Pero viendo que las cosas en Perú estaban tan mal y continúan mal, pues nos quedamos aquí y decidimos meternos a un piso. Es una tontería pagar alquiler. Es dinero que pierdes. [Lucho:] Lo que pasa es que tuvimos la suerte de que me hicieron un contrato indefinido. Ella también lo tenía. Teníamos dinero ahorrado y decidimos meternos a esto porque si no, nunca nos metemos.

Una ventaja con la que habrían contado Lucho y Ana María en España frente a sus compatriotas -y de la que se sienten particularmente afortunados-, es su apariencia más «europea». Evidentemente, pocos advertirían a simple vista que Lucho es peruano y el tono de piel o los rasgos físicos de Ana María tampoco destacan en España.

[Ana Mª] Acá venimos a hacer un trabajo que allá no habríamos hecho nunca. Entonces ¿qué pasa? Hay gente que le choca. Todos no tenemos la misma capacidad de aceptar y adaptarse [...] Porque si quiera aquí, trabajando en lo que puedas, puedes vivir. Sobrevivir. En cambio allí, así hagas eso, pues no. No puedes salir adelante.

[Lucho] Nosotros tenemos estudios, lo que pasa es que aquí, pues no hemos seguido estudios, para convalidar o lo que sea, porque no nos interesa.

[Ana Mª] Te dedicas a trabajar.

[Lucho] Nos hemos adaptado a los trabajos que hemos tenido. He trabajado aquí de todo. Para mí lo más importante era trabajar. No me importaba de lo que fuera. Todo lo que esté dentro de la normalidad. Por ejemplo: de camarero, cocinero, limpiar, no me interesa. Me interesaba trabajar, ganar dinero y estar bien.

Entre sus objetivos está, además, mejorar su educación, aunque no se refieren a continuar sus estudios, sino a comportarse educadamente. Con esta afirmación, Lucho marca su lugar social, a mitad de camino entre una clase media peruana asentada en Madrid, con estudios universitarios, de la que él no procede y con la que no se relaciona; en el otro extremo, los compatriotas de barriada que «no tienen educación», los «cholos» que llegaron después, con los que sí se relaciona en la hermandad del Señor de los Milagros a la que pertenece, pero que no reconoce como sus amigos10.

Ana María y Lucho vienen de Lima11; nacieron en el distrito limeño de Barranco, un Page 182 barrio de clase media deteriorado, un distrito connotado de nostalgias criollas de la Lima señorial de fines del XIX (muchos criollos que vivían en el centro de la ciudad se mudaron aquí durante la migración interna de los serranos a los barrios céntricos de la capital). En las últimas décadas se ha deteriorado socialmente, prueba de ello es la presencia creciente de viviendas en mal estado, y super-pobladas12. La madre de Lucho emigró de Trujillo a Lima en su juventud; en el caso de Ana María, su familia lleva tres generaciones viviendo en Barranco.

Desde hace años, Lucho pertenece a una de las hermandades del Señor de los Milagros (HSM) que los peruanos han creado en Madrid en la década de los noventa13. Su devoción al Señor de los Milagros les lleva a asumir un compromiso asociativo. A Ana María le viene por tradición; su padre y su hermano eran miembros de la HSM en Barranco; incluso su hermano fue miembro de la HSM de las Nazarenas de Lima. Ella recuerda con orgullo cómo el balcón de casa de sus abuelos se convertía cada año en uno de los lugares de parada obligatoria de la procesión de Barranco, desde donde su familia brindaba homenaje al Señor de los Milagros.

Su relación con la hermandad comenzó cuando ésta se ubicó en la iglesia de San Romualdo; como el primo mayor de Lucho, Pancho, y su esposa vivían cerca, se enteraron de la noticia, informaron a la familia y quisieron ser miembros. Ellos fueron los que animaron a Lucho a pertenecer a la hermandad y, gracias a Pancho, ingresaron en la misma cuadrilla que él. Desde este modo, Lucho y Ana María supieron de la existencia de la hermandad; comentan orgullosos que inclusive asistieron a la primera misa que esta HSM organizó en honor del Señor de los Milagros, en octubre de 1995.

Lucho toma muy en serio su membresía: asiste a las reuniones de su cuadrilla, asambleas generales, misas, fiestas para recaudar fondos y, por supuesto, a la procesión, donde porta la imagen de Cristo por las calles del distrito de Ciudad Lineal, en Madrid. Por su parte Ana María, aunque no pertenece al Grupo de Damas, acude a las actividades religiosas. Sin embargo, las relaciones del matrimonio con los demás hermanos se limitan a esta participación en los eventos religiosos y asociativos, cuando terminan se reúnen con sus primos que también son miembros; sus amigos están en otro lugar, como veremos Page 183 más adelante, en su mismo barrio y en el mismo colegio.

[Lucho] Tampoco somos amigos. Serán amigos, realmente, muy pocos, contados. O sea, que haya amistad, una relación por medio de la hermandad, pero todavía no hay esa confianza, ese afín, no es una relación de amistad.

[Entraron en la hermandad...] Por medio de unos primos. Viven en Ascao. Eran de la hermandad. Me decían «¿por qué no te vienes a la hermandad?». No quería por eso: por el tiempo que tenía que dedicarle. Pero bueno, al final me metí. Me hicieron subcapataz y hemos estado haciendo actividades y ahí estamos.

Ana María y Lucho comparten con los demás hermanos su devoción al Señor de los Milagros, su país de origen y sus costumbres limeñas, pero no el origen andino o de barriada. Ejemplo de esto es que Lucho, ilusionado como estaba con su recién estrenada pertenencia a la hermandad, quiso incluso formar parte del equipo de fútbol que los hermanos habían organizado. Tras varios partidos, rehusó continuar jugando con ellos, por la costumbre de «tomar» [beber], algo de lo que él prefiere apartarse. Esta es una crítica habitual de los limeños que se auto-clasifican de clase media hacia los que consideran andinos, de barriada.

Yo he ido el año pasado que hubo campeonato de la hermandad, en Aluche. Fui a dos [partidos]. A mí me gusta el fútbol. Lo que pasa es que luego vienen las «chelitas» [cervezas] y mucha gente toma de más. Y no se saben comportar y empiezan los problemas y esas cosas como que no... No me van. Y entonces, pues nada, mejor trato de evitarlo.

Esta práctica de la distancia social, de la discriminación de los limeños de barriada y los serranos que llegan a Madrid, por parte de Ana María y Lucho, se activa también en Lima. Así relataban su reencuentro con ellos en la capital, en uno de los últimos viajes que hicieron a Perú, destacando su incomodidad al ver que ahora son los «cholos» los que ocupan puestos de prestigio en los hospitales públicos, como profesionales médicos, invadiendo sin pudor los feudos tradicionales del criollismo.

[Lucho] Hemos estado en Perú. Hemos ido por el centro, por Larco... y no ves el típico peruano criollo en Lima. [Ana María] blanquito. [Lucho] ni a la secretaria rubia de ojos celestes. Es todo gente de provincias, de la sierra. Nosotros que fuimos... al hospital, no ves al típico doctor: alto, blanco, con gafas, sino bajitos, chiquitos, cholitos (se ríe) que, no sé. Ellos se quedan mirando a ti, no se sorprenden. Pero bueno, lo que hay, la cosa va evolucionando...

Su relación con estos peruanos «andinos» o de «barriada» es menos intensa que con nacionales de otros países. Por ejemplo, a la boda civil que celebraron en Madrid, en 1992, acudieron los amigos y familiares más íntimos pero también fueron españoles. La amiga de Ana María, Rita, su hermana Julia, que acaba de arribar con su esposo David; La hermana de Lucho, Clara, con su esposo Armando y sus hijos. También asistieron un matrimonio amigo de Armando, el jefe de Ana María y la esposa del jefe de Lucho.

En los pisos en los que vivieron de alquiler en el distrito de Chamartín, hasta que compraron su piso, han subarrendado las habitaciones libres a peruanas, colombianas y españolas y con algunas de ellas trabaron «amistad». Con dos ellas han creado un vínculo que conservan hasta hoy, a través de llamadas telefónicas y encuentros puntuales. Una de ellas es Carmen, enfermera española a la que ven una o dos veces al año, para almorzar y conversar en algún restaurante en Madrid. La otra es Marcela, una colombiana que sigue viviendo en el barrio, ahora casada con Marcos, que es español; se ven en algún bar cerca de sus casas, en las pocas ocasiones que el exceso de trabajo de Marcos lo permite. De Carmen comentan que les resulta simpática pero un tanto «rara» porque parece mantener una relación de pocos encuentros; en realidad, Carmen los ha invitado a salir con otros amigos chilenos que tiene y ellos han rehusado. Aquí Page 184 pesa más su imagen estereotipada de los españoles, en su opinión, «más fríos»:

[Lucho] Lo que pasa que también el español es más frío, no es como el sudamericano, el sudamericano a lo mejor tiene un poco más de sentimiento, de arraigo con la persona, en cambio el europeo es más libre, más suelto, no le cuesta mucho, entiende mas las cosas, «oye, que me tengo que ir dos años a Polonia», «vale». No es como los sudamericanos, «pero ¿cómo te vas a ir? ¿Me vas a dejar?» Es un poco más difícil, porque no, porque el europeo es más independiente [...] o sea, tienen esa forma de vida.»

Carmen y Marcela son «amistades» de Ana María y Lucho. Para éstos la relación con las amistades adopta la forma de encuentros esporádicos fuera de la esfera doméstica. En cambio, la de los amigos está hecha de reuniones frecuentes en sus casas. Con los amigos se comparte la vida todos los días, como dice Lucho en la cita siguiente. Para ellos, un amigo es alguien que ha demostrado ser digno merecedor de su confianza, en Lima o en Madrid:

[Ana Mª:] O sea, es un amigo que está contigo para lo bueno y para lo malo. En los [momentos] buenos y los malos. No otros que sólo lo que es divertirse y nada más.

[Lucho:] Está a lo bueno, lo malo, lo feo, lo bonito y además por el carácter que tiene de nobleza. Todo eso demuestra lo que es, le valoras. Y es una persona además en quien se puede confiar. Entonces ya tú mismo te vas dando cuenta en quien sí y en quien no [confiar].

En Lima, Eloisa demostró ser una verdadera amiga no sólo de Ana María sino también de su hermana Julia. La amistad entre ellas comenzó en el colegio, en Barranco, y ha continuado hasta hoy. Antes de venir a España, Eloisa fue a casa de Ana María en Lima, a conseguir su dirección en Madrid, para visitarlas. Al poco tiempo, el núcleo de esta amistad entre ellas se amplió y reforzó con la llegada de Julio, el esposo de Eloisa, pero sobre todo con la de su hermana, María, y su esposo Percy, ayudados por Eloisa. Las cuatro parejas han formado un grupo de matrimonios muy amigos, que se visitan casi semanalmente.

Con ellos, Ana María y Lucho hacen planes en los que pueden estar niños, aunque ellos no los tengan. Cuando los amigos aún no eran padres y eran más jóvenes, solían salir los sábados de discoteca, a bailar salsa. Ahora prefieren planes más tranquilos, como reunirse en casa de alguno de ellos, a saborear comida peruana; las especialidades de Lucho, al que le encanta cocinar, son los platos criollos como el cebiche y los anticuchos. Cuando hace buen tiempo, salen a visitar los alrededores de Madrid o van al parque de atracciones. Lucho es padrino de la hija de Julia (hermana de Ana María) y de la de María (amiga de Ana María y Julia), de este modo la relación de amistad se ve reforzada con el vínculo de «compradazgo», del compromiso que el padrino adquiere con los padres del niño (Lomnitz y Sheinbaum 2004).

Lucho no ha encontrado en Madrid amigos de su barrio, como Ana María, y sus mejores amigos son los esposos de las amigas de ella, Percy es uno de ellos. Ambos comparten, entre otras cosas, su entusiasmo por pertenecer a una hermandad del Señor de los Milagros: Percy era hermano de la HSM en Barranco y Lucho lo es ahora de la de San Romualdo. Conversan mucho sobre el Señor de los Milagros y las hermandades de peruanos diseminadas por el mundo.

[Percy] Pertenecía a la HSM en Lima pero la del distrito de Barranco. Tiene mucha información del Señor de los Milagros, más experiencia y contacto con esas cosas porque trabaja en un instituto de informática y siempre está en contacto con [se informa por Internet sobre] las HSM de Los Ángeles, de Lima, de Barranco. Inclusive a mí me saca cosas, información, hojas, para que yo la lea y me vaya informando. Inclusive trabajaba de restaurador en Lima, también ha sido devoto del Señor de los Milagros.

Fuera de ese círculo Lucho conoció a Andrés, al poco de llegar a Madrid. Era su Page 185 compañero de trabajo peruano en el primer supermercado en el que se empleó. Ese compañerismo derivaría en una gran amistad a partir del gesto de Andrés que conmovió a Lucho: cuando él estuvo enfermo durante un mes, Andrés fue a visitarlo asiduamente primero al hospital y luego a su casa. Hace dos años, les ayudó también con sus consejos para comprar un piso en Madrid. Se trata de un compatriota que se ha ganado no sólo la confianza de Lucho sino también la de Ana María y sus amigos. Ahora, Andrés y Silvia, su esposa brasileña, son muy amigos de la pareja y forman parte de la pandilla de Barranco.

En este grupo, compuesto de relaciones de parentesco, amistad y compradazgo entre limeños, encontramos además a las hermanas y los primos de Lucho, así como a otros que se van sumando, por medio de la relación familiar o de amistad que mantienen con alguno de los del grupo, tal como Lucho explica en la cita siguiente. Ellos componen una gran familia y, como en el caso de Helio y Elena, este círculo «familiar» se convierte en el referente social de la Lima que vivieron y que recuerdan:

Generalmente nos relacionamos así, con los... compatriotas. Si traen a su hermana, su primo, pues hacemos amistad con ellos. Y hemos tenido más amigos sólo que, de Perú, pero ya no nos vemos tanto, Rita, ¿te acuerdas?...

Entre los familiares de Lucho, la pareja mantiene más contacto con la hermana mayor y su esposo, Clara y Armando, y con su primo mayor, Pancho y su esposa Jessica. Desde que están en Madrid, son innumerables los fines de semana que Lucho y Ana María han pasado junto a estas parejas; no sólo comparten la relación de parentesco, sino también la procedencia del mismo barrio, del mismo colegio, los recuerdos y solidaridades de los primeros años en Madrid -los más duros- así como su común origen nacional y su participación activa en la HSM de San Romualdo. Jessica pertenece al Grupo de Damas, mientras que Pancho, a la Segunda Cuadrilla.

A modo de conclusión

No es la intención de este trabajo insistir en la denuncia del trato discriminatorio que reciben los inmigrantes, en este caso, los latinoamericanos, ni escribir una oda al multi-culturalismo. Más bien se trata de abundar en la ironía de estos tiempos, en que inmigrantes y españoles, en su discurso, recurren a las visiones estereotipadas de culturas concebidas nacionalmente, incluso de inmigrantes que proceden de países «atrasados» entre los que, en ocasiones, «ilegalidad» y «delincuencia» se dan la mano. Estas visiones operan a ambos lados de la frontera nacional, los españoles lo opinan de los peruanos y éstos, sobre los ecuatorianos. A su vez los peruanos proyectan sus imágenes estereotipadas hacia los españoles.

El análisis de la sociabilidad de este matrimonio es interesante porque ellos introducen en el relato de su saga española, factores que complejizan la dialéctica elemental del nacional-extranjero que vertebra la mayor parte de los testimonios relacionados con los inmigrantes. Así, por ejemplo, creen que su alejamiento del tipo físico del mestizo o indígena peruano ha jugado en favor de la difuminación de su condición de extranjeros en una sociedad receptora que los acoge con prevenciones y reticencias. Esto les habría brindado la oportunidad de hacer «amigos» españoles, como se colige del testimonio de Lucho a propósito de su relación con sus compañeros de trabajo, aún cuando también peruanos y de otras nacionalidades. Así, sí encontramos españoles en el círculo de su sociabilidad, antiguos compañeros de piso y amigos de uno de sus cuñados, también hay compatriotas devotos de la hermandad del Señor de los Milagros.

Es evidente que ambas relaciones poseen un significado diferente para esta pareja: si Page 186 con los últimos conectan a través de una común pertenencia nacional, con los primeros la identificación se activa a través de categorías sociales, abriendo un juego cruzado de interrelaciones complejas entre principios de identificación y solidaridad nacional, étnica, educacional y social. Mientras que por un lado se cruzan las fronteras nacionales con los españoles y los inmigrantes de otras nacionalidades, por otro se levantan barreras sociales, educativas y locales con sus compatriotas. Probablemente esta pareja se sienta más próxima culturalmente a algunos madrileños por su origen urbano que a los compatriotas de origen andino y rural que encuentra en la hermandad.

La visión homogeneizada de nación y cultura que suele manejarse es la que lleva a suponer que lo central y realmente relevante de la sociabilidad de los inmigrantes pasa por relacionarse exclusiva o preferentemente con individuos de su propia «cultura» en ámbitos informales o institucionalizados que los reúnen y que refuerzan su identidad de origen. Este supuesto, que funciona detrás de no pocos abordajes de estas cuestiones, puede ser relativizado a través de un estudio cualitativo que, liberado de estos tópicos y del imperativo de rendir culto a una idea reificada de cultura nacional, nos muestre lo evidente: que la realidad de la sociabilidad del inmigrante es mucho más diversa y compleja. Con reconocer la importancia del asociacionismo étnico en casi todas la experiencias migratorias contemporáneas, una aproximación antropológica no puede asumir a priori que la socialidad de matriz «nacional» sea más relevante o «estructurante» de las relaciones sociales del inmigrante -y por lo tanto más pertinente de estudiar- que, por ejemplo, la de matriz sociolaboral, barrial o educativa, todas ellas ampliamente promiscuas en lo que a interacción cotidiana con individuos de diferentes nacionalidades se refiere.

En la práctica, todas estas fronteras son porosas y no debemos creer que la sociabilidad del inmigrante se halle potenciada o constreñida sólo por su origen nacional, el que no siempre es claramente identificado en la sociedad de acogida. Para que los inmigrantes -incluidos los peruanos- se incorporen a la sociedad española y configuren una nueva red de relaciones sociales, no sólo deberán franquear una frontera «nacional», como tampoco contarán sólo con la solidaridad natural y fiada de sus compatriotas. Barreras socio-profesionales, educativas, prejuicios étnicos deberán ser superados contando con el apoyo de la red de relaciones y alianzas que el inmigrante y su núcleo inmediato sepa forjar en la heterogénea sociedad de acogida, echando mano de los recursos que disponga a la hora de su arribo y de su habilidad para expandirlos a partir de entonces.

El conocimiento que nos aporta el análisis de experiencias migratorias como las de Lucho y Ana María no sólo es relevante por los matices que aporta a las imágenes más generales y estereotipadas de los emigrantes y su sociabilidad. En efecto, estudios cualitativos de esta índole pueden servir para abrir nuevos campos de indagación e incorporar otras variables de análisis en estudios estadísticos de amplio espectro acerca de la «integración» del inmigrante. Los futuros trabajos deberían contemplar que la comprensión del fenómeno migratorio no sólo conlleva estudiar en profundidad las imágenes y «reacciones» de la sociedad española frente a los inmigrantes, sino recoger y analizar la pluralidad de ideas, imágenes y estereotipos acerca de «los otros» -españoles y otros extranjeros- con que los inmigrantes abordan su andadura migratoria y cómo las desarrollan, modifican o refutan, en su interacción con la sociedad receptora.

Si consideramos a los inmigrantes como sujetos activos del fenómeno migratorio no sólo debemos interesarnos por sus actividades inmediatas de socialización, por sus pautas de consumo o su grado de participación en instituciones oficiales o de la sociedad civil, sino también por las categorías con que piensan su incorporación en la sociedad española Page 187 y su relación con los nativos y otros colectivos extranjeros. Indagar en estas categorías, desentrañar la naturaleza de esas imágenes que orientan buena parte de su sociabilidad podría ofrecernos una imagen más compleja, matizada y realista del fenómeno migratorio y de las relaciones del inmigrante y la sociedad española, en la que los prejuicios, estereotipos y reificaciones operantes no son sólo los que aporta la sociedad de recepción, sino también los que traen los inmigrantes. Ideas, prejuicios, estereotipos y reificaciones de naturaleza nacional y étnico-cultural, si, pero en interacción con categorías de pertenencia social, educativa o regionales que dialogan, potenciándose, anulándose o modificándose, por así decirlo, con las autóctonas.

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[1] Hasta ese momento, España era un país emisor y en ello no se diferenciaba del resto del continente: entre 1850 y 1930 alrededor de 52.000.000 de personas abandonaron el continente, el 72% a Estados Unidos, el 20% a Latinoamérica y el 7% a Australia. Aproximadamente 3.200.000 españoles escogieron, como países de destino principales (en este orden): Argentina, Cuba, Brasil y Uruguay (GONZÁLEZ 1996). Entre 1960 y 1976, más de un millón de españoles emigró a Europa. Todavía en la década de los 80 existía emigración de españoles a los países europeos Nos referimos a aquellos que se desplazaban para ocuparse de trabajos de escasa duración -a la vendimia en Francia, por ejemplo- pero que tenían que «competir y compartir esos huecos laborales con trabajadores llegados de países terceros, externos a la Unión Europea» (Izquierdo 1996: 41).

[2] No es casualidad que en junio de 1985 el gobierno español firmara el Tratado de Adhesión a la Comunidad Europea y, un mes después, se publicara la Ley Orgánica 7/1985 sobre Derechos y Libertades de los Extranjeros, conocida popularmente como Ley de Extranjería.

[3] Para profundizar en el tema de la imagen de la inmigración extracomunitaria en los medios de comunicación ver SANTAMARÍA 2002 y BAÑÓN 2002. Respecto a la inmigración latinoamericana, las noticias de los delitos cometidos por inmigrantes colombianos se combinan ahora, con las de los ecuatorianos como víctimas del abuso de algún empleador (RÉTIS 2006).

[4] Encuesta anual promovida por el Observatorio Español del Racismo y la Xenofobia. Refiere a los datos del año anterior (PÉREZ y DESRUES 2007: 24).

[5] Véase también la encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas, Actitudes ante la inmigración (II), del 06/06/1996, número 2214, (pregunta 14).

[6] Chullo: gorro con orejeras, tejido en lana, con dibujos multicolores, usado en las regiones andinas para protegerse del frío (RAE 2003).

[7] Aunque, en principio, LUCHO y ANA MARÍA no se reconocen en estas afirmaciones, sí quieren que sean escuchadas y, de uno modo u otro, las vuelcan en su discurso.

[8] El trabajo de Tamagno de los emigrantes peruanos de Huancayo también revela estos valores de progreso, de mejora material, como motor de su emigración a Italia. (TAMAGNO 2003). Véase también MERINO 2004.

[9] Años después de su primera investigación, Escrivá comprueba si las mujeres inmigrantes peruanas continúan trabajando en el servicio doméstico y qué motivos les llevan a ello; entre otros, señala la ventaja salarial comparativa, respecto a su lugar de origen, la mejora de las condiciones laborales en cuanto a sueldos y horarios con el paso del tiempo, la posibilidad de compatibilizar esta actividad con otras que puedan ser remuneradas y la obtención de un contrato, lo que les permite cobertura de desempleo y sanidad, así como la posibilidad de atender las demandas familiares que recaen en ellas, como ayudar a otros familiares a emigrar o atender a sus hijos.

[10] En Lima existe una práctica social habitual, el «cho-lear», un complejo sistema clasificatorio que discrimina positiva o negativamente según la formación académica, los rasgos físicos y la posición socioeconómica (TWANAMA 1992). Para la práctica entre los limeños en Madrid veáse Merino 2004. Aquí se abordan los diferentes discursos de una clase media empobrecida pero con estudios universitarios y de una clase baja con cierta formación, entre los que se manejan estos códigos sobre los modales y la educación sin formación académica.

[11] El 74% de los peruanos registrados en el consulado peruano, procede de centros urbanos, y el 48% ha nacido en Lima. Los datos que informan sobre la localidad de procedencia de los inmigrantes originarios de Perú, proceden de la base de datos del consulado peruano en Madrid. La posibilidad de limpiar los errores de los registros para su posterior explotación estadística, fue posible para los datos referidos a la colonia desde los años sesenta hasta 1997. La base comenzó a informatizarse a partir de 1994, cuando el consulado empezó a solicitar este dato a los que fueran al consulado (incluidos los que ya habían sido inscritos previamente) Por ello, es probable que la información del campo «Ciudad de nacimiento», que ofrece contenido para 12.588 casos (el 48% del total de inscritos), corresponda a los que llegaron en los noventa. En esta variable pretendíamos observar el origen urbano de nacimiento y no el de residencia. Dada la naturaleza de la información, consideramos las capitales de departamento y las ciudades con mayor volumen de inmigrantes, las más representativas, para observar si las poblaciones de origen eran urbanas o rurales. En total consideramos válido para nuestro estudio el 81% de los casos completos del atributo. Lima capital concentra el 48%, Trujillo, (La Libertad) el 6%, Arequipa (Arequipa) el 5%, Callao el 3%, Chiclayo (Lambayeque) el 2%, Huancayo (Junín), el 2% y Piura, el 1%.

[12] DRIANT (1991) califica socialmente a los distritos según esta clasificación: RESIDENCIAL: 0-5% tugurio (vivienda en mal estado o superpoblada), 0-5% barriada: distritos de la gran burguesía limeña. MEDIO: 7-14% tugurio, 0-5% barriada: distritos de la clase media. MIXTO: 14-24% tugurio, 0-5% barriada, mezcla, alto porcentaje de tugurios. POPULAR: (CENTRAL) 14-24% tugurio, 10-30% barriada; 30-50% viviendas populares, aunque probablemente el porcentaje sea mayor. (PERIFERICO): 0-5% tugurio, 30-50% barriada; 33-40% vivienda popular. BARRIADA: (CENTRAL) 7-14% tugurio, 30-50% barriada, 49-59% vivienda popular, marcado por barriadas pero en tejido urbano (BARRIADA): 0-5% tugurio, 50-100% barriada. Un cuadro elaborado a partir de esta clasificación social de los barrios de Lima y de la caracterización residencial de los limeños inmigrantes en Madrid, se puede encontrar en Merino 2004.

[13] Para conocer en detalle las hermandades del Señor de los Milagros en Madrid, véase MERINO 2002.

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