Personalidad, valores y democracia

AutorRoberto M. Jiménez Cano
Páginas75-111
II. PERSONALIDAD, VALORES Y DEMOCRACIA
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El expresivismo y el relativismo moral tienen en común,
como se ha señalado en el capítulo anterior, la tesis emocionis-
ta epistémica según la cual los conceptos morales son relativos
a emociones o actitudes. Esta tesis es de carácter psicológico.
Con esto se afirma, entre otras cosas, que los valores morales o
conceptos tales como bueno, justo o correcto dependen de
emociones o actitudes. Resulta claro que ciertos valores se pue-
den inferir de otros valores en una regresión hacia valores
superiores, pero una vez que se llega hasta unos valores últi-
mos estos ya no pueden inferirse de otros. Esto no significa,
como pretende el fundacionalismo, que tales valores últimos
sean auto-evidentes o conocidos a través de la intuición, sim-
plemente que el fundamento, si a esto se le quiere llamar fun-
damento, de dichos valores últimos se encuentra en determina-
dos estados mentales emocionales de los individuos.
Permítaseme transcribir un pasaje algo extenso de Kelsen
pero que merece la pena leer por mor de su claridad:
Puede explicarse que alguien declare que la democracia es
una forma de gobierno buena, o tal vez la mejor, diciendo que la
democracia es la forma de gobierno que permite alcanzar el
mayor grado de libertad individual. Esta explicación implica que
esta persona considera que garantizar la libertad individual es el
fin del gobierno. Si se le pregunta a esta persona por qué conside-
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ra que la libertad individual es un fin, seguramente responderá
que lo es porque todo el mundo quiere ser libre. Esta respuesta
presenta muchos problemas como afirmación acerca de un hecho.
Incluso si la afirmación fuera cierta, no respondería a la pregunta.
La razón de que la democracia sea una buena forma de gobierno
no depende del fin perseguido, sino del que debería perseguirse,
es decir, del fin adecuado que los hombres deben perseguir. Por
tanto, para responder correctamente a la pregunta de «por qué la
democracia es una buena forma de gobierno», deberemos decir:
«Porque los hombres deberían ser libres», lo cual supone conside-
rar la libertad como el valor supremo. Este juicio de valor puede
resultar tan evidente al que juzga, que no sea consciente de que es
el presupuesto fundamental de su juicio acerca de la democracia.
El juicio acerca de la libertad individual, o de la seguridad
económica, o del fin último que se presuponga como valor supre-
mo, no da lugar a una justificación mediante un juicio de valor
posterior. Respecto a este juicio de valor, sólo cabe plantearse por
qué un individuo presupone la libertad y otro la seguridad como
valores supremos. Se trata aquí tanto de una cuestión psicológica
acerca de la realidad como de una cuestión de valores. La investi-
gación sobre este problema apenas puede ir más allá de la afirma-
ción de que la elección entre los diferentes presupuestos viene
determinada en definitiva por la personalidad del que juzga y por
el elemento emocional de su conciencia.
La persona que siente confianza en sí misma preferirá la liber-
tad individual, mientras que la que sufre un complejo de inferio-
ridad preferirá la seguridad económica. El que siente fuertes incli-
naciones metafísicas y crea en la inmortalidad del alma por temor
a la muerte, se sentirá inclinado a tener en cuenta los llamados
«valores espirituales»; dada su preocupación por el destino de su
alma, tendrá en cuenta el «bienestar del alma». En cambio, el
hombre de pensamiento más racionalista, que sienta un deseo
incontenible de disfrutar de su vida terrena, considerará que los
únicos valores a tener en cuenta son los materiales. En este senti-
do, los juicios acerca de los fines últimos o de los valores supre-
mos son altamente subjetivos, a pesar de aspirar a la validez obje-
tiva. Difieren, pues, de los juicios acerca de la realidad, que son
por naturaleza objetivos por poderse verificar y no depender en
absoluto de la personalidad del que juzga, de sus deseos y temo-
res. Esta objetividad es una característica esencial de la Ciencia.
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Personalidad, valores y democracia
Y, debido a esta objetividad, la Ciencia se opone a la Política y
debe separarse de ella, ya que, en último término, la Política se
basa en juicios de valor subjetivos 111.
Confróntese, ahora, la posición kelseniana con las siguientes
palabras de David Hume: «todos los sistemas que afirman que
la virtud no es más que la conformidad con la razón, que existe
una adecuación e inadecuación eterna de las cosas, que es la
misma para todo ser racional que la considera, que la medida
inmutable de lo justo y lo injusto impone una obligación no
sólo a las criaturas humanas, sino a la divinidad, coinciden en
la opinión de que la moralidad, lo mismo que la verdad, es
conocida meramente por las ideas y por su yuxtaposición y
comparación». Pero, la moral «es más propiamente sentida que
juzgada, aunque este sentimiento o afección es comúnmente
tan suave y sutil que nos inclinamos a confundirlo con una
idea». En definitiva, las distinciones morales no se derivan de la
razón, sino que «dependen enteramente de ciertos sentimientos
peculiares de dolor o placer» y la cuestión de «que una acción
sea virtuosa o viciosa es tan sólo un signo de alguna cualidad o
carácter y debe depender esto de principios duraderos del espí-
ritu, que se extienden sobre la conducta total y penetran en el
carácter personal» 112.
Como ya señalara John Rawls, la teoría de Hume presentó
una «moral psicologizada» 113. Es suficiente fijarse en las refe-
rencias al carácter presentes en las líneas anteriores: que una
acción sea buena (virtuosa) o mala (viciosa) depende del carác-
ter personal. Pues bien, dicha «psicologización» puede exten-
derse, de alguna manera, a la teoría política de Kelsen. Final-
mente, la ética está íntimamente relacionada con la política,
111 KELSEN, H., «Ciencia y Política», pp. 259-260.
112 HUME, D., Tratado de la naturaleza humana [1739-1740], trad. de V.
Viqueira, Servicio de Publicaciones de la Diputación de Albacete, Albacete,
2001, 3,1,1, p. 332; 3,1,2, p. 340; 3,3,1, pp. 406-407, respectivamente.
113 RAWLS, J., Lectures on History of Moral Philosophy, Harvard Univer-
sity Press, Cambridge, 2000, p. 21.

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